La rectitud de la vida y la bondad del corazón un buen caldo
de cultivo para encontrar el camino del Reino de Dios, que nos abre a lo
trascendente, al misterio de Dios
Apocalipsis 21,9b-14; Sal 144; Juan 1,45-51
‘Ahí
tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño’. Fue el saludo y la
alabanza de Jesús a Natanael cuando le fue presentado. ¿Podríamos nosotros
recibir también esa alabanza de quienes nos conocen? Creo que poder decir eso
de una persona es algo maravilloso porque estamos hablando de la rectitud de
una vida, de la bondad del corazón, de la madurez de sus sentimientos, de la
autenticidad y sinceridad con que se vive. Ojalá pudiéramos ir dando esas
bendiciones a todos cuantos encontramos en el camino de la vida.
Pero lo triste de la vida es que
encontramos demasiadas sombras a nuestro alrededor y que nos pueden contagiar. Hipocresías,
vanidades, orgullos destructores de la propia vida y de la de los demás,
recelos y envidias que nos corroen por dentro y rompen la armonía y belleza de
una amistad, corazones enfermos que se hacen insolidarios e injustos con los demás,
exigencias cuando no somos capaces de exigirnos a nosotros mismos. El mundo
necesita de una luz; nosotros necesitamos de una luz; no podemos permitir que
esas sombras nublen nuestra vida y la visión de las cosas.
Hoy estamos celebrando a san Bartolomé,
el Natanael del que nos habla el evangelio de Juan. Como hemos visto que
mereció de entrada esa alabanza de Jesús por la rectitud de su vida. ‘En
quien no hay engaño’, que le decía Jesús. Fue Felipe el que le habló de
Jesús y ante las reticencias de Natanael, por aquello de los pueblos vecinos
con sus luchas, Felipe insiste en que venga a conocer a Jesús. Pero se siente
sorprendido por las palabras de Jesús. ‘¿De qué me conoces?’ le pregunta.
‘Cuando estabas debajo de la higuera…’ es la respuesta.
Fue suficiente para sentirse cautivado
por Jesús. De tal modo que salta la chispa de la fe en su corazón para hacer un
reconocimiento de Jesús muy hermoso. ‘Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’. Pero Jesús le anuncia que aun
le queda por ver muchas cosas grandes. ‘¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver
cosas mayores. Y le añadió: Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los
ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre’.
No quiero
extenderme en muchos comentarios a que daría pie este breve texto del
evangelio, pero sí quiero hacerme una consideración. La rectitud de la vida y
la bondad del corazón son buen caldo de cultivo para encontrar el camino del
Reino de Dios; un camino que nos lleva a una profundidad de la vida, pero que
nos abre a lo trascendente, nos abre al misterio de Dios, porque solo en Dios
es donde vamos a encontrar plenitud, en donde podremos vivir eso bueno que llevamos
en el corazón pero sin sombras.
No es fácil
muchas veces con tantas sombras que nos rodean y que podrían contagiarnos esa
oscuridad. La fe nos va a dar esa fortaleza que necesitamos para mantener esa
rectitud de nuestra vida y ese buen corazón y no dejarnos arrastrar por tantas
insinuaciones que recibimos de nuestro entorno, de la misma manera que esa
rectitud por la que luchamos y queremos mantener nos ayudará a buscar a Dios y
su gracia.
Dejémonos
sorprender por esa bondad de Dios que nos sale al encuentro y que a pesar de
las sombras del mundo sin embargo podemos ver reflejada en tantos en nuestro
entorno. Y es que los buenos ojos con que nosotros queremos mirar nos harán
descubrir esa bondad de los demás, nos estarán abriendo a ese encuentro con los
otros y en consecuencia a ese encuentro con Dios.