Con
tantas cosas que llevamos apegadas a nuestro corazón nunca podremos entender ni
vivir lo que es el Reino de Dios
Jueces 6,11-24ª; Sal 84; Mateo 19, 23-30
Es una apetencia que todos llevamos en
nuestro interior; quizá desde el mismo instinto de supervivencia todos ansiamos
tener unos bienes que nos faciliten la vida e incluso desearíamos estar
sobrados de bienes para que nunca nos falta nada de lo necesario y podamos
atender debidamente a los nuestros respondiendo a nuestras responsabilidades.
Podemos pensar en bienes materiales, lo
que llamamos riquezas, pero al mismo tiempo va acompañado de un deseo de
prestigio, de incluso poder ocupar una situación en la vida donde podamos
manifestar nuestro poder o nuestras influencias; queremos tener esa aureola de
influencias y prestigios porque así quizá podamos hacer que aquellas forma que
tenemos de plantearnos la vida sea de alguna manera como se construya nuestra
sociedad.
Deseos que pueden ser buenos en cuanto
desarrollo de nuestras posibilidades y capacidades deseando esa vida mejor para
nosotros y para los nuestros. Pero todo lo que significa cotas de poder, ya sea
de la posesión de unas riquezas, desde esos lugares de prestigio o influencia
que podamos ocupar tienen el peligro de ser un terreno muy resbaladizo, porque
esas riquezas que nos pueden valer para vivir una vida digna pueden pronto
convertirse en una avaricia por acaparar y por poseer cada vez más, aunque al
final ni siquiera disfrutemos del beneficio de esas mismas posesiones.
Pronto nos podemos endiosar, caer por
pendientes de vanidad e incluso llenarse nuestro corazón de ambiciones
desmedidas y de orgullos que nos puedan llevar a quitar de en medio lo que
pudiera obstaculizar esa posesión egoísta de las cosas. Al final terminamos que
más que poseer nosotros las cosas, las riquezas nos poseen a nosotros creándonos
apegos del corazón que terminar por encerrarlo en el egoísmo.
Terminamos poniéndonos nosotros como
centro de todo porque el orgullo nos endiosará y nos creeremos llenos de poder
de manera que nada ni nadie pudiera estar por encima de nosotros. Se nos
cierran los ojos para ver mas allá de nosotros mismos, para descubrir un
verdadero sentido de vida y para darle una autentica trascendencia a nuestra
vida. No vemos más allá de lo que poseemos, endiosamos nuestro yo o terminamos
convirtiendo en dioses de nuestra vida esas cosas que poseemos.
Fue el impacto que produjo en el
corazón de los discípulos la escena que ayer contemplábamos. Un joven que
parece venir con ansias de vida pero que ante el planteamiento que le hace
Jesús da la vuelta y se marcha de nuevo a lo suyo, a sus cosas. Era rico. Y hoy
escuchamos la respuesta de Jesús. ‘Os
aseguro, les dice, que
difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: Más fácil le
es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino
de Dios’.
Termina
Jesús poniéndoles un ejemplo muy gráfico. Aquellas puertas estrechas de las
ciudades que eran llamadas agujas, precisamente por lo estrechas que eran, por
las que nunca podría pasar un camello que viniera con todas su cargas. Y Jesús
les dice la paradoja de que le es más fácil entrar un camello cargado con sus
mercancías por aquellas puertas estrechas que un rico entrar en el reino de los
cielos.
Y tenemos
que pensar cuales son esos apegos que nosotros tenemos en nuestra vida.
Necesitamos un examen serio. Con los apegos de nuestras riquezas, de nuestros
orgullos y de nuestro yo, de nuestros prestigios y aires de grandeza, de
nuestros endiosamientos y de nuestras vanidades no podemos alcanzar el Reino de
Dios, porque son esas cosas a las que hemos convertido en dioses de nuestra
vida. Y Dios es único.
Así
podemos entender el anuncio que Jesús hace del Reino de Dios, en que tenemos
que reconocer de una forma hecha vida que Dios es el único Señor de nuestra
vida; por eso lo llamamos Reino de Dios. Por eso desde el principio nos está
pidiendo conversión, dar la vuelta a nuestra vida, desprendernos de todo eso
que llevamos apegado a nuestro corazón. Al joven rico Jesús le había pedido que
lo vendiera todo, lo compartiera con los pobres y así tendría un tesoro en el
cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario