Nos
preguntamos si el anuncio del evangelio tiene la novedad de ser un fuego que
prende el mundo o nos contentamos con decir solo lo que el mundo quiere
escuchar
Jeremías 38,4-6.8-10; Sal 39; Hebreos
12,1-4; Lucas 12,49-53
‘¡La cosa está que arde…!’ No es el momento más oportuno para decirlo, cuando en
nuestra tierra estamos pasando una tremenda ola de calor, provocando incendios
uno tras otro. Pero creo que entendemos que esta expresión ahora tiene otro
sentido, como solemos emplearlo habitualmente cuando vemos situaciones de
conflicto y surgen las diatribas de todo tipo, cuando aparece alguien que
parece que quiere poner todo patas arriba buscando reformas y cambios en leyes
o en costumbres y al final parece que nadie nos entendemos. Situaciones de tensión
habremos vivido en alguna ocasión, enfrentamientos por la manera de ver las
cosas o por la manera de entender la solución de los problemas en cualquier
comunidad humana o de cara a la misma sociedad en general. Mucho en este
sentido se puede decir.
Pues algo así viene a decir Jesús hoy
en el evangelio. ‘He venido a
prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por
un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!’ Estaba subiendo a Jerusalén; en el
evangelio de Lucas la subida de Jesús a Jerusalén viene a ser como eje
vertebral de todo su evangelio. Jesús ha ido anunciando lo que significa
aquella subida. El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres.
Aunque hay
momento en el evangelio que parece que todos siguen a Jesús y le aclaman vamos
viendo continuamente la oposición que surge ante sus palabras y sus mensajes.
Por allá andan los fariseos, los sumos sacerdotes, los escribas atentos a
cuanto dice y hace Jesús. Están al acecho. Y Jesús es conciente, pero su decisión
de subir a Jerusalén se mantiene. En algún momento parece que corre en esa
subida, otros momentos como ahora va instruyendo a sus discípulos más cercanos
sobre cuanto ha de suceder aunque ellos no terminan de entenderle. Y en ese
panorama surgen las palabras que hoy escuchamos a Jesús.
Busca la
paz, porque además es el príncipe de la paz y en ello se ha de manifestar el
Reino de Dios anunciado, pero en torno a El va a surgir la división; será
incluso entre los más cercanos, porque uno de los suyos incluso le va a
entregar traicionándole. No nos extrañen las palabras de Jesús de que los
mismos miembros de la familia van a estar divididos unos contra otros.
Y es que
Jesús ya había sido anunciado como signo de contradicción. Recordamos al
anciano Simeón allá cuando la presentación en el templo. Ante Jesús hay que
decantarse. O le seguimos o no le seguimos, o estamos con El o estaremos contra
El. Ya nos lo repetirá en otros momentos del evangelio. Y ya vemos como Jesús
se muestra exigente con aquellos que le quieren seguir. Que no busquen honores
ni lugares importantes, que no busquen poder y el estar por encima de los
demás, que no piensen que todo se les va a solucionar fácilmente y estar con El
es garantía de éxito.
Les dice
en su subida a Jerusalén que el Hijo del Hombre va a ser entregado y va a
morir, aunque al tercer día resucitará; les enseña que su camino ha de pasar
por la humildad y el servicio para hacerse los últimos y los servidores de
todos; les recuerda que el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza;
se muestra exigente en la hora del amor y del darse por los demás compartiéndolo
todo; les manifiesta que no son las riquezas ni los poderes de este mundo los
que los harán grandes, sino que han de ser capaces de desprenderse de todo para
compartir, vender lo que tienen para poder tener un tesoro en el cielo.
Y todo eso
es como un tesoro por el que hay que darlo todo, porque el que no se niegue a
si mismo para tomar su misma cruz no será digno de El. Resulta una paradoja el
mensaje de Jesús. No siempre es fácil entenderlo y queremos muchas veces darle
vueltas y vueltas para hacernos unas explicaciones pero el mensaje de Jesús
tiene una radicalidad que no podemos dejar de lado. Por eso la presencia y la
palabra de Jesús revoluciona, produce inquietud, no nos deja dormir tranquilos,
no podemos ir con medias tintas ni con remiendos, se necesitan unos odres
nuevos para ese vino nuevo, se necesita una vestidura nueva para ese hombre
nuevo.
Prende
fuego en el mundo, prende fuego en nuestros corazones. Es la fuerza con la que
tenemos que anunciarla. ¿Lo estaremos haciendo así? ¿O andaremos con rebajas?
Porque si no produce ese impacto en los que la escuchan o en el mundo al que la
anunciamos, seguramente algo estaremos haciendo mal. Y es que el profeta
siempre resulta incomodo, como escuchamos a Jeremías hoy. Tendríamos que
revisarnos para ver si le damos toda la fuerza que en si misma tiene.
Es
peligroso que estemos edulcorando el evangelio; es peligroso que digamos muchas
cosas que son las que quiere escuchar el mundo, pero que no estemos anunciando
a Jesús y su evangelio. Hay el peligro que al final no estemos anunciando a
Jesús, sino quizá a nosotros mismos o solamente aquello que el mundo quiere
escuchar. Y entonces ese no es el evangelio de Jesús. Por eso no produce ese
impacto que nos interroga y que interroga al mundo.
Es un
peligro en el que puede caer también la Iglesia hoy a pesar de todas las cosas
bonitas que decimos de renovación y de nueva evangelización. Tenemos que estar
muy atentos.
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