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domingo, 18 de agosto de 2019

Nos preguntamos si el anuncio del evangelio tiene la novedad de ser un fuego que prende el mundo o nos contentamos con decir solo lo que el mundo quiere escuchar


Nos preguntamos si el anuncio del evangelio tiene la novedad de ser un fuego que prende el mundo o nos contentamos con decir solo lo que el mundo quiere escuchar

Jeremías 38,4-6.8-10; Sal 39;  Hebreos 12,1-4; Lucas 12,49-53
‘¡La cosa está que arde…!’ No es el momento más oportuno para decirlo, cuando en nuestra tierra estamos pasando una tremenda ola de calor, provocando incendios uno tras otro. Pero creo que entendemos que esta expresión ahora tiene otro sentido, como solemos emplearlo habitualmente cuando vemos situaciones de conflicto y surgen las diatribas de todo tipo, cuando aparece alguien que parece que quiere poner todo patas arriba buscando reformas y cambios en leyes o en costumbres y al final parece que nadie nos entendemos. Situaciones de tensión habremos vivido en alguna ocasión, enfrentamientos por la manera de ver las cosas o por la manera de entender la solución de los problemas en cualquier comunidad humana o de cara a la misma sociedad en general. Mucho en este sentido se puede decir.
Pues algo así viene a decir Jesús hoy en el evangelio. He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!’ Estaba subiendo a Jerusalén; en el evangelio de Lucas la subida de Jesús a Jerusalén viene a ser como eje vertebral de todo su evangelio. Jesús ha ido anunciando lo que significa aquella subida. El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres.
Aunque hay momento en el evangelio que parece que todos siguen a Jesús y le aclaman vamos viendo continuamente la oposición que surge ante sus palabras y sus mensajes. Por allá andan los fariseos, los sumos sacerdotes, los escribas atentos a cuanto dice y hace Jesús. Están al acecho. Y Jesús es conciente, pero su decisión de subir a Jerusalén se mantiene. En algún momento parece que corre en esa subida, otros momentos como ahora va instruyendo a sus discípulos más cercanos sobre cuanto ha de suceder aunque ellos no terminan de entenderle. Y en ese panorama surgen las palabras que hoy escuchamos a Jesús.
Busca la paz, porque además es el príncipe de la paz y en ello se ha de manifestar el Reino de Dios anunciado, pero en torno a El va a surgir la división; será incluso entre los más cercanos, porque uno de los suyos incluso le va a entregar traicionándole. No nos extrañen las palabras de Jesús de que los mismos miembros de la familia van a estar divididos unos contra otros.
Y es que Jesús ya había sido anunciado como signo de contradicción. Recordamos al anciano Simeón allá cuando la presentación en el templo. Ante Jesús hay que decantarse. O le seguimos o no le seguimos, o estamos con El o estaremos contra El. Ya nos lo repetirá en otros momentos del evangelio. Y ya vemos como Jesús se muestra exigente con aquellos que le quieren seguir. Que no busquen honores ni lugares importantes, que no busquen poder y el estar por encima de los demás, que no piensen que todo se les va a solucionar fácilmente y estar con El es garantía de éxito.
Les dice en su subida a Jerusalén que el Hijo del Hombre va a ser entregado y va a morir, aunque al tercer día resucitará; les enseña que su camino ha de pasar por la humildad y el servicio para hacerse los últimos y los servidores de todos; les recuerda que el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza; se muestra exigente en la hora del amor y del darse por los demás compartiéndolo todo; les manifiesta que no son las riquezas ni los poderes de este mundo los que los harán grandes, sino que han de ser capaces de desprenderse de todo para compartir, vender lo que tienen para poder tener un tesoro en el cielo.
Y todo eso es como un tesoro por el que hay que darlo todo, porque el que no se niegue a si mismo para tomar su misma cruz no será digno de El. Resulta una paradoja el mensaje de Jesús. No siempre es fácil entenderlo y queremos muchas veces darle vueltas y vueltas para hacernos unas explicaciones pero el mensaje de Jesús tiene una radicalidad que no podemos dejar de lado. Por eso la presencia y la palabra de Jesús revoluciona, produce inquietud, no nos deja dormir tranquilos, no podemos ir con medias tintas ni con remiendos, se necesitan unos odres nuevos para ese vino nuevo, se necesita una vestidura nueva para ese hombre nuevo.
Prende fuego en el mundo, prende fuego en nuestros corazones. Es la fuerza con la que tenemos que anunciarla. ¿Lo estaremos haciendo así? ¿O andaremos con rebajas? Porque si no produce ese impacto en los que la escuchan o en el mundo al que la anunciamos, seguramente algo estaremos haciendo mal. Y es que el profeta siempre resulta incomodo, como escuchamos a Jeremías hoy. Tendríamos que revisarnos para ver si le damos toda la fuerza que en si misma tiene.
Es peligroso que estemos edulcorando el evangelio; es peligroso que digamos muchas cosas que son las que quiere escuchar el mundo, pero que no estemos anunciando a Jesús y su evangelio. Hay el peligro que al final no estemos anunciando a Jesús, sino quizá a nosotros mismos o solamente aquello que el mundo quiere escuchar. Y entonces ese no es el evangelio de Jesús. Por eso no produce ese impacto que nos interroga y que interroga al mundo.
Es un peligro en el que puede caer también la Iglesia hoy a pesar de todas las cosas bonitas que decimos de renovación y de nueva evangelización. Tenemos que estar muy atentos.

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