Quienes
no abren su corazón al amor y a la comunión verdadera no puede sentarse en la
mesa de la hermandad
Jueces 11.29-39ª; Sal 39; Mateo 22,1-14
‘Mandó criados para que avisaran a
los convidados a la boda, pero no quisieron ir’. Así nos dice Jesús en la parábola que proponía a sus discípulos
y cuantos lo escuchaban. Mal se sentiría el rey que había preparado con mimo la
boda de su hijo y había invitado a los que consideraba sus amigos, pero que
ahora lo dejan en la estacada. Cada uno se fue por su lado, a sus cosas o a sus
disculpas, como tantas veces nosotros hacemos en muchas situaciones de la vida.
Casi vamos como normal la reacción llena de ira de aquel hombre.
Jesús les está hablando de una forma
concreta aunque sea con las imágenes del banquete de bodas del Reino de Dios
que El estaba proclamando, pero que puede ser muy bien una referencia a toda la
historia de la salvación para el pueblo judío. Ahora no aceptan a Jesús, no
quieren escuchar sus palabras o las malinterpretan, no quieren entrar en la órbita
del Reino de Dios que les está proclamando como tantas veces también a través
de la historia habían rechazado la Palabra que Dios les ofrecía a través de los
profetas.
Ellos iban a su bola, como se dice en
las jergas de hoy; tenían sus intereses en quienes estaban bien situados en la
sociedad de su tiempo, vivían en sus rutinas de las que no querían salir y se
conformaban con un culto tantas veces vacío y sin sentido, porque realmente no
implicaba sus vidas, y así tantas y tantas cosas. Jesús quería hacerles cambian
su manera de ver las cosas, darle otra visión a las realidades de la vida,
buscar una profundidad a cuanto hacían para que todo tuviera un sentido y un
valor. Jesús les estaba ofreciendo caminos de salvación que habían de pasar por
caminos de cambio y de conversión, pero ellos se sentían bien en lo que estaban
y no les parecía necesitar de lo nuevo que Jesús les ofrecía. Por eso estaban
rechazando el banquete de bodas, estaban rechazando el sentido nuevo del Reino
de Dios que Jesús les ofrecía.
Pero aunque Jesús encuentra ese rechazo
por parte de algunos, El sigue anunciando el Reino de Dios, y se va por los
caminos, por las aldeas, allá en la orilla de la playa del lago o por las
montañas, allí donde está la gente sencilla y humilde que son los que en verdad
se sienten necesitados y abren su corazón. La invitación que Jesús hace al
Reino de Dios es universal, es para todos.
Todos están invitados. Solo es necesaria
una cosa. Ponerse el traje de fiesta. ¿Qué significa ese ponerse el traje de fiesta?
Es la conversión del corazón; hemos de dejar atrás los harapos de nuestra
miseria, de nuestro pecado, de nuestros egoísmos e insolidaridades, de nuestros
orgullos y vanidades, para sentir que han de haber unas actitudes nuevas, unos
nuevos comportamientos, un nuevo sentido de la vida. No podemos colarnos en ese
banquete de cualquier manera sino que hemos de aceptar ese cambio del corazón
que Jesús nos está pidiendo siempre, porque quienes viven encerrados en si
mismos no podrán sentarse en la mesa de la hermandad, porque realmente no se
sienten hermanos.
Nos puede parecer duro en el relato de
la parábola ese final en que uno que había querido sentarse a la mesa sin el
traje de fiesta fuera arrojado fuera. Pero ya sabemos, quienes no abren su
corazón al amor y a la comunión verdadera no puede sentarse en la mesa de la
hermandad. Tendría que hacernos pensar, porque tantas veces seguimos encerrados
en nuestros egoísmos y en nuestros orgullos y queremos sentarnos en la mesa de
la Eucaristía creando una situación que es insostenible por si misma. Es la
necesaria conversión del corazón.
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