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sábado, 18 de abril de 2015

En medio de las noches oscuras de la vida en que sentimos la soledad aprendamos a sentir la presencia de Jesús que nos da paz

En medio de las noches oscuras de la vida en que sentimos la soledad aprendamos a sentir la presencia de Jesús que nos da paz

Hechos,  6, 1-7; Sal 32; Juan 6, 16-21
Se les echó la noche encima y además comenzó a soplar viento fuerte; todo eran dificultades y oscuridades en medio del lago y además Jesús no iba con ellos; los había enviado a que fueran a la otra orilla pero El no había aparecido a la hora de partir la barca. Aunque avezados a trabajar en aquel lago los miedos y las inseguridades se les echaban encima con la oscuridad. Los discípulos se sentían solo en medio de aquella travesía.
No siempre en la vida caminamos en pleno día con la luz del sol y con todo en calma, porque nos aparecen tormentas, la vida se nos llena de oscuridades y de inseguridades y nos parece en muchas ocasiones que vamos demasiado solos y nos parece no encontrar los apoyos que necesitamos. Hay ocasiones en que también hemos de caminar en medio de la oscuridad y soledad de la noche de la vida. Problemas y contratiempos que nos aparecen en la vida, dificultad para avanzar como quizá deseáramos, tentaciones que nos acosan queriendo apartarnos del camino, dudas en nuestro interior que nos perturban y quitan la paz. Como los discípulos en aquella noche en medio del lago. Noches oscuras de la vida en que sentimos de manera especial la soledad.
Ahora parece que alguien viene caminando a su encuentro sobre las aguas lo que los hace llenarse más de miedos y temores. Se olvidaban de las sorpresas del Señor que aparece cuando menos lo esperamos y está ahí siempre para ser nuestro apoyo y nuestra fuerza. Ellos creían ver un fantasma. Fue necesario que Jesús les hablara: ‘Soy yo, no temáis’. Ahora sí que quieren que suban con ellos a la barca, pero casi sin darse cuenta ya han llegado a su destino.
Es lo que tenemos que aprender a descubrir nosotros para no sentirnos solos. Pero el Señor se nos manifiesta y se nos hace presente de muchas maneras. En medio de esas oscuridades que nos aparecen en la vida tantas veces hemos de tener la seguridad de que el Señor está ahí y que El nunca nos falla. Lo que tenemos que aprender es a descubrir su presencia, como el quiera manifestarsenos.
Tenemos la seguridad de su presencia sacramental permanente en el Sagrario como tenemos la seguridad también de que El quiere habitar en nuestro corazón si nosotros nos abrimos a El. El nos prometió que estaría siempre con nosotros hasta el fin del mundo y nos deja la fuerza de su Espíritu que es luz en medio de esas oscuridades, fortaleza en nuestras debilidades, sabiduría en nuestras dudas e interrogantes. Su Palabra y su Eucaristía son luz y viático contínuo en nuestro camino. No estamos solos. ‘Soy yo, no temáis’, nos dice a nosotros también. Que no se nos apague ni oscurezca nuestra fe.

viernes, 17 de abril de 2015

No tenemos doscientos denarios, pero sí los cinco panes de cebada de nuestra pobreza, con ello daremos gloria al Señor

No tenemos doscientos denarios, pero sí los cinco panes de cebada de nuestra pobreza, con ello daremos gloria al Señor

Hechos,  5, 34-42; Sal 26; Juan 6, 1-15
Mucha gente seguía a Jesús; hasta cuando se iba a lugares apartados al otro lado del lago allí se encontraba con aquellas multitudes que lo seguían, aunque solo fuera porque habían visto sus signos y milagros y cómo curaba a sus enfermos. Pero era algo más lo que buscaban en Jesús aunque muchas veces quizá no lo tuvieran claro; era mucho más lo que Jesús quería ofrecerles; era mucho más el camino que Jesús quería que emprendieran.
Cuando Jesús levantó los ojos y vio toda aquella multitud que acudía hasta El sintió lástima de ellos, como dirá el evangelio en otra cosa ocasión, porque parecían ovejas que andaban sin pastor. Ahora Jesús quiere alimentar a toda aquella multitud; pone a prueba a sus discípulos más cercanos, pues El sabía bien lo que iba a hacer, como dice el evangelista. Doscientos denarios de pan no bastarán para alimentar a toda aquella gente, dirá uno de los discípulos; otro vendrá diciendo que por allí hay un muchacho que comparte lo que tiene, ‘cinco panes de cebada y un par de peces, pero ¿qué es eso para tantos?’
Al final toda aquella multitud quedará saciada. Se multiplicarán los panes, comerán hasta saciarse, sobrarán doce canastas de pan. Jesús nos está ofreciendo mucho. Jesús nos está queriendo poner en un camino nuevo a todos frente a esa multitud hambrienta que nos rodea. Y no son solo las carencias materiales que puedan sufrir tantos en estos momentos de crisis; hay muchas carencias en el corazón de los hombres; hay muchas cosas, sin embargo, que podemos compartir y con lo que podríamos hacer un mundo mejor; hay que tener una mirada distinta, una mirada hacia lo alto, para llenar nuestro espíritu de valores nuevos. Hay una vida nueva y mejor que podemos vivir y que podemos ofrecer. ‘No solo de pan vive el hombre…’ que se nos dirá en otro momento. No nos podemos quedar con los brazos cruzados.
Ya nos gustaría tener los ‘doscientos denarios’ con los que nos parecería que todos o casi todos los problemas se resolverían. Pero no tenemos sino los ‘cinco panes de cebada’ de nuestra pobreza. Dios no  nos pide más. Desde nuestra pequeñez, pero con esos valores que nosotros podemos tener siempre hay mucho que podemos hacer. Será quizá calladamente, en silencio, pasando desapercibidos, pero ahí tiene que estar nuestra disponibilidad, nuestra generosidad para poner lo que somos. Con ello, aunque nos parezca pequeño, podemos dar gloria a Dios. Todo menos cruzarnos de brazos.
Que el Señor, su Espíritu, nos ayude a descubrir el valor de nuestra vida aunque nos consideremos pequeños y nos parezca que pocas cosas podemos hacer. Hagamos eso pequeño de cada día, en silencio, con amor, poniéndonos en las manos del Señor, como aquel muchacho puso sus panes de cebada en las manos de Jesús. El Señor hará maravillas. Serán muchos los que quedarán saciados, como contemplamos hoy en el Evangelio.

jueves, 16 de abril de 2015

El corazón del hombre siempre tiene ansias de plenitud, de perfección, de belleza, de verdad, de bien, de vida que solo alcanzaremos en Jesús

El corazón del hombre siempre tiene ansias de plenitud, de perfección, de belleza, de verdad, de bien, de vida que solo alcanzaremos en Jesús

Hechos,  5,27-33; Sal 33; Juan 3, 31-36
‘El que cree en el Hijo posee la vida eterna’. Todo es una invitación a creer en Jesús, a poner toda nuestra fe en El.
El corazón del hombre siempre tiene ansias de plenitud, de perfección, de belleza, de verdad, de bien, de vida. Pues toda esa plenitud al tenemos en Jesús. En El hemos de poner toda nuestra fe. El nos alcanzará la vida en plenitud, la vida eterna. ‘El que cree en el Hijo posee la vida eterna’, que nos ha dicho hoy el evangelista.
Por eso todo nuestro deseo ha de ser querer conocer a Jesús, encontrarnos con Jesús para llenarnos de su vida. Como aquellos que nos cuenta el evangelio que un día vinieron hasta los apóstoles para decirles que querían conocer a Jesús. Pero conocerlo no es mirarlo de lejos, como si fuéramos unos espectadores que nos contentamos con verlo pasar. Tenemos que abrirle las puertas de nuestra casa, de nuestro corazón, dejar que Jesús entre en nosotros para que se haga vida en nosotros, para que nos llene de su vida. Zaqueo estaba queriendo contemplar a Jesús que pasaba desde lo alto de la higuera, pero Jesús viene a decirle que eso no es suficiente; que está bien esa primera curiosidad, pero es necesario algo más. Por eso Jesús le está diciendo que lo reciba en su casa. Y su vida cambió.
Como tiene que cambiar nuestra vida cuando de verdad nos encontramos con Jesús. Ya no podemos callar lo que hemos visto y oído, lo que hemos experimentado. Como les decían los apóstoles a aquellos que querían prohibirles hablar de Jesús. No podían callar. Allá en su conciencia estaban sintiendo la voz de Dios que les enviaba a ser testigos y esa voz de Dios no la podían desoír, ese mandato del Señor no lo podían desobedecer.
‘Nosotros somos testigos’ dicen los apóstoles ante el Sanedrín. El Espíritu de Jesús esta en nosotros, tenemos que proclamar, tenemos que anunciar el nombre de Jesús como nuestro único Salvador. ‘El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados’.
Es lo que los apóstoles anuncian, es lo que nosotros tenemos también que anunciar. Es algo que vivimos y tiene que reflejarse en nuestra vida, en nuestras palabras, en todo lo que vayamos haciendo, porque la fe un adorno cualquiera; la fe es lo que más profundamente da sentido a nuestra vida. Por la fe en Jesús alcanzamos la vida eterna, como recordábamos al principio.
El mundo que nos rodea necesita esos testigos que le llenen de vida y de esperanza. Hay muchas negruras en el corazón del hombre que solo en Cristo podrán desaparecer. Nos podemos quedar tranquilos con la luz solo para nosotros, sino que con esa luz de Cristo tenemos que iluminar a los demás, llenar de luz nuestro mundo. Podemos hacer un mundo mejor; Cristo está con nosotros para que eso sea posible.
¿Cómo hacerlo? Cada uno mire allí donde está, donde vive, de la gente de la que está rodeado y viendo las sombras trate siempre de poner luz con su fe, con su amor, con su esperanza. Aunque parezca que no, al final el mundo nos lo va a agradecer. De todas maneras tenemos la certeza de la recompensa eterna, de la vida eterna para quienes creemos en Jesús. 

miércoles, 15 de abril de 2015

¿Quién es capaz de entregar lo que más quiere de si mismo por salvar a otro? Es lo que hizo Dios

¿Quién es capaz de entregar lo que más quiere de si mismo por salvar a otro? Es lo que hizo Dios

Hechos,  5, 17-26; Sal 33; Juan 3, 16-21
Qué distintos son los parámetros y las medidas que usamos los hombres. Nos es muy fácil el juicio sobre los demás que como en una pendiente tiende siempre a la condena y a la desconsideración del otro. Quizá porque no nos miramos a nosotros mismos y nos queremos convertir poco menos que en el centro de todo y como la referencia para los demás. Así discriminamos, apartamos de nosotros o de nuestra relación, fácilmente miramos desde ese alto pedestal donde nos queremos situar.
Es una tentación fácil que tenemos en nuestras relaciones personales, que así se hacen bien difíciles, pero es también algo de lo que vamos impregnando las relaciones de nuestra sociedad y hasta pueden convertirse en forma de actuar de nuestras instituciones hasta las que podríamos considerar como más sagradas.
No es esa la manera de actuar de Dios. Dios es amor y lo que buscará siempre es el bien, lo bueno, ofreciendo siempre su amor misericordioso y su perdón. ¿Quién es capaz de entregar lo que más quiere de si mismo por salvar a otro? Es lo que hizo Dios. Nos entregó a su Hijo por amor y para darnos a nosotros la salvación.
Es lo que nos dice hoy el Evangelio. ‘Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna’. Porque lo que quiere Dios para nosotros es la vida, aunque nosotros no lo merezcamos. Por eso nos continuará diciendo que no busca nuestra condena sino nuestra salvación. ‘Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él’. Nosotros habíamos preferido las tinieblas y en ello estaría nuestra condenación, pero Dios nos ofrece su luz, y nos la ofrece regalándonos a su Hijo para salvarnos, para arrancarnos de esa condena en la que nos habíamos metido,  para ofrecernos su salvación.
Decíamos antes que nos sentíamos tentados al juicio y a la condena porque no nos miramos a nosotros mismos en nuestra propia realidad, o porque mirándonos demasiado lo hacemos con los ojos velados por el orgullo que nos levantan en pedestales. Pero creo que hay algo más; tendríamos que mirar más, contemplar en toda su hondura lo que es el amor del Señor para que en verdad ése sea el parámetro de nuestra vida, el modelo, el sentido de nuestro actuar. Porque si consideráramos todo lo que nos ofrece el Señor en su amor, creo que aprenderíamos a ser más comprensivos con los demás y a llenar más nuestro corazón de misericordia para nunca juzgar, para nunca condenar, para nunca discriminar.
El pasado domingo celebrábamos el domingo de la misericordia y el Papa nos convocaba a un año jubilar de la misericordia. Ojalá este año nos sirva para, mirando con mayor profundidad lo que es la misericordia de Dios, aprendamos nosotros a llenar nuestro corazón de misericordia. Y eso a todos los niveles, en nuestra vida personal, pero que se vaya traduciendo en lo que sea el estilo y el sentido de todo. Que seamos signos de la misericordia del Señor.
Que la Iglesia se impregne de verdad de esa misericordia del Señor y sea realmente esa Madre de Misericordia para todos los hombres. Demasiadas veces en nuestro ámbito eclesial nos convertimos en jueces que condenan y no en signos de misericordia. Que en verdad quienes se acerquen a la Iglesia ya sea en el ámbito sacramental o ya sea en cualquier otro momento de la vida siempre encuentre esa mirada con ojos de misericordia, ese oído atento y comprensivo, ese corazón misericordioso que acoge siempre con amor y que se convierte en todo momento en signo de la misericordia del Señor. Algunas veces nos puede faltar mucho de todo esto y podemos ser un obstáculo para que algunos o muchos se puedan encontrar de verdad con el Señor.

martes, 14 de abril de 2015

El testimonio del amor es el más auténtico anuncio que hagamos de Jesús resucitado

El testimonio del amor es el más auténtico anuncio que hagamos de Jesús resucitado

Hechos,  4, 32-37; Sal 92; Juan 3, 5a. 7b-15
‘Los apóstoles daban con mucho valor testimonio de la resurrección del Señor’, nos dice el texto sagrado. ¿Cómo daban testimonio? ¿En qué consistía ese testimonio? Pero al mismo tiempo tenemos que preguntarnos, y nosotros, ¿damos también testimonio de nuestra fe en Cristo resucitado? ¿Cómo se ha de manifestar?
Ya hemos venido escuchando cómo hablaban pública y valientemente de Cristo resucitado. Fue en Pentecostés ante toda la multitud allí reunida; fue en el templo ante las gentes que se arremolinaban en torno al paralítico que había sido curado; fue luego ante el Sanedrín cuando los prenden y lo llevan ante el consejo; y terminarán pasando la noche en la cárcel por esa causa; cuando luego les prohíban hablar del nombre de Jesús responderán diciendo que tienen que obedecer a Dios antes que a los hombres.
Pero el testimonio que están dando de Jesús lleva a algo más; aquella comunidad que va surgiendo entre todos los que aceptando la palabra de los apóstoles comienzan a creer en Jesús va a dar el testimonio del amor. Algo nuevo está surgiendo; el evangelio anunciado está despertando una nueva forma de vivir; es la comunión que desde el amor se va creando entre todos los creyentes, de manera que ahora desde esa fe en Jesús se sienten uno. ‘En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía’. Es la unidad que en el Espíritu va naciendo entre todos los que creen en Jesús. Y ese va a ser el gran testimonio, el amor. Se nos presenta el testimonio concreto de Bernabé que vende lo que tiene y pone el dinero al pie de los apóstoles.
Es el anuncio y el testimonio que nosotros hemos de dar. Anunciamos a Jesús resucitado con nuestras palabras y con nuestra vida de amor. Es el testimonio de la Iglesia y es el testimonio de Iglesia, de comunión que cada uno hemos de dar. No nos valen solo las palabras. Tenemos que convertir nuestro corazón al amor, a la comunión, al compartir generoso. Será así como manifestemos que en verdad hemos nacido de nuevo, desde nuestra solidaridad en el amor. Ese será el verdadero anuncio que hagamos de Jesús frente al mundo que nos rodea. El testimonio del amor es el más autentico anuncio que hagamos de Jesús resucitado.
Tenemos el peligro y la tentación de la insolidaridad, de encerrarnos en nosotros mismos pensando solo en lo nuestro; los problemas, las carencias que incluso algunas veces nosotros podamos padecer nos pueden llevar a esa tentación; pensamos primero en resolver nuestros problemas antes que mirar a nuestro alrededor, pero ese no puede ser el estilo de un cristiano, de un seguidor de Jesús.
Que en verdad nos llenemos del Espíritu de Cristo resucitado que siempre nos impulsará al amor, a la generosidad, a la comunión de los hermanos. Dejémonos conducir por el Espíritu. Tenemos tantas oportunidades de dar un buen testimonio. 

lunes, 13 de abril de 2015

Nacer de nuevo en el día a día de nuestra vida, siempre abiertos a la gracia, atentos a su Palabra, transformados por el Espíritu

Nacer de nuevo en el día a día de nuestra vida, siempre abiertos a la gracia, atentos a su Palabra, transformados por el Espíritu

Hechos,  4, 23-31; Sal 2; Juan 3,1-8
‘¿Cómo puede nacer un hombre de nuevo, siendo viejo?’ es la pregunta que se hace Nicodemo ante lo que Jesús le ha dicho que hay que nacer de nuevo. Pero, en cierto modo, ¿no será lo que quizá alguna vez hemos oído o hasta hemos dicho algo así como que a burro viejo no le entran letras nuevas? ¿Qué me van a enseñar a mí a estas alturas? ¿Qué puedo hacer yo a mis años o en qué voy a cambiar? Actitudes bien conservadoras y cerradas que se nos meten muchas veces en el alma.
A Nicodemo le costaba entender lo que Jesús le estaba diciendo, nosotros decimos que sí lo sabemos y nos damos muchas explicaciones, pero en el fondo en la práctica tenemos las mismas dudas o las mismas actitudes. En fin de cuentas lo que Jesús nos está diciendo en estas palabras a Nicodemo en el casi inicio del evangelio de Juan es lo que en los otros evangelistas se nos propone como mensaje inicial. ‘Convertios y creed en el evangelio… convertios que el Reino de Dios está cerca’.
Nacer de nuevo es comenzar con una nueva vida, es una transformación grande que hay que hacer en nosotros. Pero no será algo que hagamos solo por nosotros mismos. Jesús en la respuesta explicación que le da a Nicodemo nos está diciendo que poniendo toda nuestra voluntad sin embargo es algo que solo podemos realizar por la fuerza de lo alto. Jesús le dirá que hay que nacer del agua y del Espíritu.
Siempre en estas palabras estamos viendo una alusión y un anuncio del Bautismo, es cierto. Pero el Bautismo no es una cosa mecánica que realicemos y ya está. Presupone la fe, el querer adherirnos a Jesús y a su evangelio, a su nuevo estilo y sentido de vivir que es el Evangelio, y que por la fuerza del Espíritu del Señor podemos realizar en nosotros. Es el agua que nos purifica y nos da nueva vida, pero no es el agua en sí sino la acción del Espíritu de Dios en nosotros.
Pero ese nacer de nuevo, ese bautismo en el agua y en el Espíritu no se queda reducido a un rito que hayamos realizado en un momento determinado, sino que ha de ser una actitud nueva que ha de envolver toda nuestra vida y en todo momento. Ese nacer de nuevo es algo que tenemos que ir realizando en el día a día de nuestra vida, porque siempre estaremos abiertos a la gracia del Señor, siempre estaremos con oídos atentos a su Palabra para ir descubriendo aquello nuevo que en cada momento el Señor nos pida y hemos de realizar. Seremos nuevos o viejos en edad pero siempre tenemos que estar abiertos a ser ese hombre nuevo de la gracia que se ha dejado, se va dejando transformar por el Espíritu cada día.
Hemos celebrado la Pascua haciendo una renovación de nuestro bautismo; seguimos viviendo el tiempo pascual, el sentido pascual de nuestra vida. Hemos de estar atentos a eso nuevo a lo que ahora, en este momento, en estas circunstancias de mi vida, me pueda estar pidiendo el Señor.

domingo, 12 de abril de 2015

Seguimos queriendo vivir intensamente la alegría de la Pascua y proclamando qué grande es la misericordia del Seño

Seguimos queriendo vivir intensamente la alegría de la Pascua y proclamando qué grande es la misericordia del Señor

Hechos, 4, 32-35; Sal. 117; 1 Juan 5, 1-6; Juan 20, 19-31
‘Estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros…’ Así comienza a narrarnos hoy el evangelio la aparición de Cristo resucitado a los discípulos. Era el primer día de la semana que para nosotros para siempre será el día del Señor.
Estaban con las puertas cerradas y llegó Jesús con la paz. ‘Paz a vosotros’, les repite una y otra vez. Estaban encerrados en el miedo y en el temor, en la desesperanza y todavía parecía que la muerte les envolvía y les llena del Espíritu y les confía una misión. ‘Recibid el Espíritu Santo…’, les dice y enviados por Jesús como el Padre lo envió a El han de salir por el mundo con el anuncio y la misión del perdón y de la paz. Se acabaron los temores. ‘Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor’.
Tomás no estaba con ellos y a él inmediatamente le hacen el anuncio. ‘Hemos visto al Señor’. Tomás no lo cree y exige pruebas; que si el dedo en el agujero de los clavos, que si la mano en la llaga del costado. A los ocho días cuando Jesús vuelve a encontrarse con el grupo Tomás no necesitará las pruebas que pedía y ahora sí creerá en Jesús.
Creo que esto puede decirnos algo importante para encontrarnos con Jesús y para vivir nuestra fe. No podemos ir por libre. La fe es ciertamente una adhesión personal a Dios que se nos manifiesta en la historia de la salvación y se nos hace presente en nuestra vida. Pero el que sea una adhesión personal no nos puede hacer individualistas en nuestra fe viviéndola al margen de los demás hermanos. Es cierto que Dios llega a cada uno de nosotros de forma misteriosa como El quiera revelársenos allá en lo más hondo de nosotros mismos. Pero la fe que tenemos en Jesús como nuestro Señor y Salvador siempre nos tiene que llevar al encuentro con los demás y a vivirla en comunión con los demás.
El texto de los Hechos de los Apóstoles que hoy se nos proclama eso nos está señalando. Nos habla del testimonio que los apóstoles daban de la resurrección de Jesús, pero hará vivir en comunión a todos aquellos que por la fe habían aceptado a Jesús. Una comunión profunda, intensa, que les llevaría a compartir en todo de modo que incluso nadie pasase necesidad. Y esa comunión era luego el mejor testimonio que podían dar en medio de los que les rodeaban. ‘Todos eran bien vistos’, comenta el autor sagrado.
Aquí seguimos nosotros queriendo vivir intensamente la alegría de la Pascua. Queremos seguir proclamando qué grande es la misericordia del Señor en este domingo que llamamos de la misericordia y cuando precisamente hoy el Papa ha promulgado el año de la misericordia que próximamente vamos a celebrar.
Seguimos proclamando nuestra fe porque como nos decía san Juan en su carta ‘todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios’. Precisamente al celebrar la Pascua hemos hecho esa renovación de nuestro bautismo en el que por esa fe hemos nacido de Dios por el agua y el Espíritu Santo. Una fe y un bautismo, que por nuestra unión con Cristo, es anuncio de victoria, de gloria, de gracia, de salvación.
Una fe que proclamamos con toda nuestra vida y en la que en verdad nos sentimos seguros en el Señor. Y aunque nuestra vida siga siendo dura, o nos sigamos encontrando con los mismos problemas tenemos la certeza de que el Señor está con nosotros y El ha venido a llenarnos de su paz. No nos sentiremos ahogados nunca a pesar de los problemas y de las luchas porque sabemos que en Jesús tenemos la salvación. Se nos tienen que acabar los miedos y el estar encerrados porque con nosotros está la paz que Cristo resucitado nos ha dado.
Y seguiremos caminando con nuestra fe y con nuestro amor viviendo en comunión de Iglesia porque ahí tenemos la seguridad de que estamos en el Señor. ‘No he de morir, sino que viviré para proclamar las hazañas del Señor’, como decíamos en el salmo.
También nosotros tenemos que anunciar ‘hemos visto al Señor’ porque ahora con nuestra fe lo podemos ver y sentir en lo más hondo de nuestra vida, como también lo hemos de aprender a ver en la comunión de los hermanos, pero también cuando nos sale al paso en el hermano que sufre a nuestro lado.