En medio de las noches oscuras de la vida en que sentimos la soledad aprendamos a sentir la presencia de Jesús que nos da paz
Hechos, 6, 1-7; Sal
32; Juan
6, 16-21
Se les echó la noche encima y además comenzó a soplar
viento fuerte; todo eran dificultades y oscuridades en medio del lago y además
Jesús no iba con ellos; los había enviado a que fueran a la otra orilla pero El
no había aparecido a la hora de partir la barca. Aunque avezados a trabajar en
aquel lago los miedos y las inseguridades se les echaban encima con la
oscuridad. Los discípulos se sentían solo en medio de aquella travesía.
No siempre en la vida caminamos en pleno día con la luz
del sol y con todo en calma, porque nos aparecen tormentas, la vida se nos
llena de oscuridades y de inseguridades y nos parece en muchas ocasiones que
vamos demasiado solos y nos parece no encontrar los apoyos que necesitamos. Hay
ocasiones en que también hemos de caminar en medio de la oscuridad y soledad de
la noche de la vida. Problemas y contratiempos que nos aparecen en la vida,
dificultad para avanzar como quizá deseáramos, tentaciones que nos acosan
queriendo apartarnos del camino, dudas en nuestro interior que nos perturban y
quitan la paz. Como los discípulos en aquella noche en medio del lago. Noches
oscuras de la vida en que sentimos de manera especial la soledad.
Ahora parece que alguien viene caminando a su encuentro
sobre las aguas lo que los hace llenarse más de miedos y temores. Se olvidaban
de las sorpresas del Señor que aparece cuando menos lo esperamos y está ahí
siempre para ser nuestro apoyo y nuestra fuerza. Ellos creían ver un fantasma.
Fue necesario que Jesús les hablara: ‘Soy
yo, no temáis’. Ahora sí que quieren que suban con ellos a la barca, pero
casi sin darse cuenta ya han llegado a su destino.
Es lo que tenemos que aprender a descubrir nosotros
para no sentirnos solos. Pero el Señor se nos manifiesta y se nos hace presente
de muchas maneras. En medio de esas oscuridades que nos aparecen en la vida
tantas veces hemos de tener la seguridad de que el Señor está ahí y que El
nunca nos falla. Lo que tenemos que aprender es a descubrir su presencia, como
el quiera manifestarsenos.
Tenemos la seguridad de su presencia sacramental
permanente en el Sagrario como tenemos la seguridad también de que El quiere
habitar en nuestro corazón si nosotros nos abrimos a El. El nos prometió que
estaría siempre con nosotros hasta el fin del mundo y nos deja la fuerza de su
Espíritu que es luz en medio de esas oscuridades, fortaleza en nuestras
debilidades, sabiduría en nuestras dudas e interrogantes. Su Palabra y su Eucaristía
son luz y viático contínuo en nuestro camino. No estamos solos. ‘Soy yo, no temáis’, nos dice a nosotros
también. Que no se nos apague ni oscurezca nuestra fe.