Somos nosotros también apóstoles enviados a sanar a nuestro mundo con el anuncio del Evangelio del Reino creando lazos de amistad y encuentro entre todos
Isaías
30,19-21.23-26; Sal 146; Mateo 9,35–10,1.6-8
‘Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, anunciando el
Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias… Y
llamando a sus doce discípulos los
envió con estas instrucciones: Id y proclamad que el reino de los cielos está
cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo
que habéis recibido gratis, dadlo gratis…’
Lo mismo que realiza Jesús lo
confía a sus discípulos. Ha llamado a doce y los ha constituido apóstoles, sus
enviados. Han de realizar su misma misión. El anuncio de la Buena Nueva del
Reino, como lo hacia Jesús. Y les da poder para realizar las mismas señales,
los mismos signos que realiza El, curar enfermos, resucitar muertos, limpiar
leprosos, echar demonios.
Son los signos de que llega el
Reinado de Dios. Si Dios es nuestro único Señor no podemos permitir que el mal
se enseñoree de nuestra vida. No podemos servir a dos señores, nos dirá Jesús
en otra ocasión. Como un signo de que eso es posible Jesús quiere ir quitando
todo lo que pueda hacer sufrir o esclavizar al hombre. Algo que físicamente nos
hace sufrir son las enfermedades y todas las limitaciones físicas que podamos
padecer; nada nos puede aislar ni de Dios ni de los demás. Nada de muerte puede
imperar en nuestra vida.
El anuncio de la Buena Nueva del
Reino es un anuncio de vida; nos viene a traer el perdón y la paz, viene a
poner amor en nuestro corazón, viene a destruir las barreras que nos puedan
impedir acercarnos los unos a los otros; son los signos que Jesús va realizando
cuando va curando todas las enfermedades y todas las dolencias.
Por ejemplo, el curar de la lepra
incluía que el que la había padecido pudiera volver de nuevo a reintegrarse a
su familia y a su comunidad. La lepra era una barrera que aislaba, que separaba
de los demás, porque el contagiado con esa enfermedad no podía vivir ni con su
familia ni en el seno de la comunidad, había de marchar a sitios aislados. El
sufrimiento no eso solo lo físico del dolor de la enfermedad, sino ese
sufrimiento de verse aislado de todos.
Jesús viene a romper esas
barreras. Muchas veces nosotros en la vida nos aislamos o aislamos a gente de
nuestro entorno. Nos aislamos porque no nos comunicamos, porque nos encerramos
en nosotros mismos, porque nuestro egoísmo y nuestro orgullo nos separan de los
demás, porque quizá nos hacemos intratables para los otros por nuestra manera
de ser. O aislamos a los demás porque cuantas barreras creamos cuando nos
ponemos a hacer distinciones por su manera de pensar, por su manera de ser, por
su condición social o por el lugar de donde procede o donde vive; aislamos a
los demás cuando juzgamos a los demás y condenamos desde las apariencias,
cuando marcamos a la gente con las que no nos queremos tratar, y así cuantas
cosas.
Con Jesús, queriendo vivir en el
Reino de Dios, eso no nos lo podemos permitir, esa no puede ser nuestra manera
de actuar. Jesús quiere curar nuestro corazón para que lo llenemos de humildad
y de amor, para que podamos ir al encuentro con los demás y abramos también
nuestra vida para que los otros puedan llegar hasta nosotros. Y eso nos dará la
paz más hermosa que podamos sentir, cuando nos damos y amamos y al mismo tiempo
sabemos sentirnos amados de los demás.
Es la tarea que hemos de realizar
en nosotros cuando escuchamos el Evangelio de Jesús pero es la tarea que
nosotros hemos de realizar anunciando ese Reino de Dios a los demás no solo con
nuestras palabras sino con los signos de nuestra vida, nuestros gestos,
nuestras actitudes, nuestras acciones concretas. Hemos de ir dejándonos curar
por el Señor y curando a los demás cuando vamos poniendo paz y entendimiento
entre todos. Es el evangelio que Jesús nos confía que hemos de anunciar. Lo que
hemos recibido gratis, hemos de anunciarlo gratis también. Todo es gracia.