Purifiquemos nuestra fe con la iluminación del Espíritu para ver cual es la salud y la salvación que Jesús quiere ofrecernos
Isaías
29, 17-24; Sal. 26; Mateo 9,27-31
‘¿Creeis que puedo hacerlo?’, pregunta Jesús a aquellos dos
ciegos que venían gritando detrás de El. Pudiera parecer una pregunta
innecesaria. Si aquellos hombres así gritaban detrás de Jesús era porque tenían
la esperanza de que Jesús les podía curar. A ellos habrían llegado noticias de
cómo Jesús había curado a otros enfermos, había hecho caminar a los paralíticos,
limpiado a leprosos que se habían reincorporado a la vida de su familia, hablar
a los mudos y también a muchos ciegos les había devuelto la visión. Tenían
esperanza de que Jesús a ellos también los curara, les devolviera la vista.
Pero Jesús pregunta ‘¿creeis que puedo hacerlo?’. Tantas veces Jesús
les había dicho a los que acudían a él y dudaban ‘basta que tengas fe’. Se lo había
dicho a Jairo cuando iba a curar a la hija enferma pero por el camino le habían
dicho que había muerto. Se lo dijo a la mujer de las hemorragias que con fe se había
acercado a Jesús por detrás para tocar su manto y Jesús le dice ‘tu fe te ha
curado’.
¿Quién los curaba? ¿Quién hacia el milagro? El poder divino estaba en Jesús,
pero era necesario que se pusiera toda la fe en él. Como aquel hombre que no
era judío, era un centurión romano, pero estaba seguro que la palabra de Jesús
podía sanar a su criado enfermo; una palabra, una orden como él estaba
acostumbrado a dar para que sus soldados o sus criados obedecieran, y con esa
palabra de Jesús su criado podía curarse.
Se podía acudir a Jesús viendo solo en El al taumaturgo capaz de hacer
cosas maravillosas, pero no ver la acción de Dios en El. Se podía acudir a Jesús
como quien acude a un mago que con sus hechicerías hace cosas extraordinarias
que nos encandilan y nos pueden confundir. Pero había que acudir a Jesús con
otra fe. Lo que se realizaba en Jesús era obra de Dios, eran los signos y
señales de lo más hondo y profundo que Dios quiere realizar en nuestra vida.
Jesús con su pregunta está calibrando la fe de aquellos hombres.
Habían gritado ‘ten compasión de nosotros, Jesús, hijo de David’ y con
esa expresión se estaban manifestando resonancias mesiánicas. Pero no era solo
pensar en un Mesías como el que tantos esperaban en un sentido guerrero y
liberador de opresiones de poderes extranjeros.
Habría que reconocer en Jesús a quien estaba lleno del Espíritu divino
que le había enviado a realizar el año de gracia del Señor y como signo y señal
los enfermos serian liberados de sus males, de sus dolores y sufrimientos, pero
habría de nacer un mundo nuevo de libertad, de amor, de paz, de gracia y de
santidad. Lo que Jesús quería realizar era mucho más que liberarnos de una
enfermedad corporal o de unas limitaciones físicas, porque quiere liberarnos
del mal más profundo que nos ata y nos esclaviza que es el pecado. No cabían
dudas. Habría que tener la certeza de la fe, y de una fe madura y profunda.
Acudimos a Jesús, acudimos a Dios tantas veces y decimos que lo hacemos
con fe, pero quizá nuestro corazón pudiera estar lleno de dudas y de
confusiones. Tenemos que madurar nuestra fe. Tenemos que aprender a poner toda
nuestra confianza en Dios. Tenemos que buscar allá en lo más profundo de
nosotros esa presencia de Dios que nos ama, que nos salva, que nos llena de
vida, que nos pone en camino de algo nuevo. Que de ninguna manera se nos
debilite nuestra fe.
Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor en ese camino de la fe;
dejemos que el Espíritu del Señor hable desde lo más profundo de nosotros
cuando nos dirigimos a Dios en nuestra oración para saber hacer la mejor
oración porque El sabe bien lo que mejor nos conviene. Sí, con la fuerza y la
luz del Espíritu sabemos bien que Jesús puede curarnos, que en Jesús tenemos
nuestra salvación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario