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sábado, 14 de julio de 2018

Tenemos que arriesgarnos en la vida sin ningún temor y no ya por nosotros mismos, sino en nombre del evangelio que anunciamos por ese mundo que queremos hacer mejor


Tenemos que arriesgarnos en la vida sin ningún temor y no ya por nosotros mismos, sino en nombre del evangelio que anunciamos por ese mundo que queremos hacer mejor

Isaías 6,1-8; Sal 92; Mateo 10,24-33

Ya una apetecería quizá que la vida fuera como un agradable paseo por lugares de encanto ya conocidos, sin sobresaltos ni preocupaciones porque todo fuera armonía y paz. Sin embargo, por una parte sabemos que la vida no es así, pero también tendríamos que reconocer que al final resultaría aburrida sin el aliciente de descubrir algo nuevo o de enfrentarse a nuevos y más valiosos retos. Claro que el descubrir algo nuevo nos puede llevar a sorpresas y sobresaltos, podríamos encontrar cosas que nos incomoden y al mismo tiempo nos exigiría un esfuerzo de superación y de crecimiento. Pero así es la vida, así hemos de tomarla y descubrirla, así hemos de darle un nuevo sentido y un nuevo valor a lo que hacemos y a lo que vivimos.
Claro que esa variedad de situaciones nuevas nos pueden producir cierta preocupación y ciertos miedos. Aparecen los miedos y los temores muchas veces en la vida, ante lo incierto que podemos descubrir tras ese recodo del camino, ante la reacción que podamos encontrar en quienes nos rodean por lo que hacemos o por lo que aspiramos, ante el temor de que podamos perder lo que hemos logrado hasta el presente, y así muchas cosas más que nos llenan de temores el espíritu. Pero es necesario arriesgarse para darle intensidad a la vida, de lo contrario se convierte en algo insulso y sin sabor.
Temores nos surgen en nuestro interior ante la reacción, como decíamos, de los que nos rodean, pero también ante la oposición que podamos encontrar; oposición que se puede volver violenta muchas veces, porque ya sabemos lo que sucede cuando hay demasiadas ambiciones en juego y tememos perder algo nuestro o algo conseguido. No es un mundo en paz el que nos rodea, bien lo sabemos, y más cuando nosotros queremos presentar con valentía esos valores en los que creemos porque nos decimos y queremos ser seguidores de Jesús y vivir el sentido de su evangelio del Reino.
Hoy por tres veces escuchamos en el evangelio decir a Jesús ‘no tengáis miedo’. Ha venido hablándoles Jesús cuando los ha enviado a hacer un primer anuncio del evangelio de las dificultades que iban a encontrar; iban como mensajeros de paz y no siempre encontrarían esa paz, sino que podría convertirse en rechazo; las palabras de Jesús tienen un largo alcance que no se reduce a aquel primer momento, sino que les hablará de persecuciones de todo tipo. Ya les había dicho que estuvieran preocupados por lo que habrían de responder o cómo defenderse porque el Espíritu pondría palabras en su boca. Ahora les dice que no tengan miedo.
Si Dios protege a los pajarillos del campo o cuida de la belleza de las flores nosotros valemos mucho más y Dios siempre cuida de nosotros. Por eso en ese caminar muchas veces incierto por los caminos de la vida no hemos de dejarnos aturdir por el temor, no podemos perder la paz del corazón. Algunas veces quizá nos sentimos tan confundidos que no sabremos como reaccionar; no podemos perder la paz, con nosotros en la vida camina el Señor y su Providencia nos protege. Es la confianza de los hijos.
La verdad y la luz han de resplandecer porque creemos en el que ha vencido a la muerte y ha salido vencedor sobre las tinieblas. Nos tenemos que confiar a su luz, nos tenemos que dejar guiar por la fuerza del espíritu, tenemos que arriesgarnos en la vida y no ya por nosotros mismos, sino en nombre del evangelio que anunciamos por ese mundo que queremos hacer mejor.

viernes, 13 de julio de 2018

A pesar de nuestra debilidad nos sentimos fuertes para dar testimonio de nuestra fe porque no nos faltará nunca la asistencia del Espíritu Santo



A pesar de nuestra debilidad nos sentimos fuertes para dar testimonio de nuestra fe porque no nos faltará nunca la asistencia del Espíritu Santo

Oseas 14,2-10; Sal 50; Mateo 10,16-23

A ocasiones en que nos da la impresión que nos sentimos como cercados por todos lados; los problemas se nos acumulan, los agobios de nuestros trabajos no nos dejan ni pensar, nos encontramos por otra parte incomprensiones de la gente, a veces hasta de la propia familia o de los que nos parecía que eran nuestros mejores amigos, y no sabemos cómo salir adelante, cómo responder a esos retos que se nos plantean, cómo dar la cara en esas situaciones, o qué decir en nuestra defensa.
Siempre podemos encontrar la presencia de un amigo que está a nuestro lado y que con su presencia nos hace sentirnos fuertes, o nos da un buen consejo para ver como mejor reaccionar ante los problemas que se nos presentan. Nos sentimos agradecidos por esa  presencia y aunque quizá nadie lo note nos hace sentirnos mejor, encontrar paz y serenidad para ordenar en nuestro interior cuanto nos sucede y comenzaremos a vislumbrar caminos por los que salir indemnes de todo y resolver esas situaciones. Es una suerte, mejor tendríamos que decir, es una gracia encontrar ese apoyo, ese faro de luz, esa persona buena que está a nuestro lado, nos acompaña y nos hace fuertes con su presencia.
En el texto del evangelio que hoy se nos ofrece Jesús anuncia a sus discípulos las dificultades con que se van a encontrar para seguir su camino. Anima Jesús a la fortaleza en la debilidad y a la confianza. Sagaces y sencillos, les dice Jesús. Sagaces siendo conscientes de la dificultades y de la oposición que han de encontrar, los que nos ha de tener preparados. Pero sencillos y humildes, porque nuestra respuesta no será nunca la violencia, sino siempre el amor, un amor humilde y callado, pero un amor firme y constante.
Ser conscientes de ello no significa que en momentos nos podamos sentir agobiados y con peligro de perder la serenidad y la paz, encontrarnos indefensos porque en nosotros mismos nos sentimos sin fuerzas. Pero Jesús nos asegura que no es así, no estamos indefensos y la fuerza no nos faltará a pesar de nuestra debilidad porque tenemos la fortaleza del Espíritu santo con nosotros.
Invita Jesús a esa confianza porque el Espíritu va a poner en nuestros labios esas palabras que necesitamos, pero sobre todo va a poner en nuestro corazón esa fortaleza para mantenernos firmes en nuestro camino. Invisible, pero está, el Espíritu de Dios nos acompaña. Es la mano amigo, mejor diríamos, la mano divina que nos sostiene.
‘Os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles’, nos viene a anunciar Jesús. Pero nos da confianza. ‘Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros’. 
Abramos nuestros ojos a la fe, sintonicemos desde nuestro corazón con la presencia de Dios en nuestra vida, entremos en esa órbita de amor que nos fortalece y nos hará testigos en medio del mundo.

jueves, 12 de julio de 2018

Para hacer el anuncio del Reino necesitamos significarlo en las verdaderas obras del amor llenando previamente nuestro corazón de generosidad, disponibilidad y amor



Para hacer el anuncio del Reino necesitamos significarlo en las verdaderas obras del amor llenando previamente nuestro corazón de generosidad, disponibilidad y amor

Oseas (11,1-4.8c-9); Sal 79; Mateo (10,7-15)

En nuestras tareas humanas lo normal es que cuando vamos a emprender una nueva tarea planifiquemos muy bien lo que vamos a hacer, sus objetivos, la finalidad de lo que vamos a hacer, los medios con que vamos a contar, la capacidad que podamos tener para realizar esa tarea, los beneficios incluso que podríamos obtener.
No nos disponemos a levantar una casa sin un terreno donde construirla, unos medios para llevar adelante la obra y hasta nuestra propia capacidad para saber qué es lo que queremos, valiéndonos de los técnicos que fuera necesario para poder llevarla a cabo. Igual en cualquier proyecto que nos planifiquemos, no andamos a lo loco, a lo que salga, y no ya solo en referencia a obras materiales, sino incluso para una labor social que queramos realizar. Los presupuestos que decimos que no son solo lo económico sino que abarca mucho más en todo lo que es la persona, sus capacidades y su desarrollo.
Pero hoy nos encontramos en el evangelio algo que nos puede parecer en el actuar de Jesús que prescinde de todo esto que estamos diciendo. Jesús, que ha venido anunciando el Reino de Dios y nos ha ido dando sus características, ha llegado el momento de escoger entre todos aquellos que han comenzado a ser sus discípulos a unos que va a constituir especialmente en apóstoles con una misión, la misión de anunciar el Reino por todas partes como lo ha venido haciendo Jesús.
¿Qué es lo que hace Jesús? los envía a predicar, a anunciar que el Reino de Dios está cerca realizando también los signos de esa cercanía del Reino de Dios, curando enfermos, expulsando demonios, resucitado muertos y limpiando leprosos. Pero han de ir desde la gratuidad. ‘Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis’. Tan gratuito ha de ser que ellos no han de llevar provisiones de ningún tipo para realizar esa tarea.
‘No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni túnica de repuesto, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento. Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis’. Ni alforjas, ni dinero en la faja, solamente con lo puesto, sin saber exactamente donde van a recalar. ‘Averiguar quien hay de confianza y quedaos en su casa’, con el peligro incluso de que pudieran ser rechazados. Ellos solamente han de llevar ese mensaje de paz, que no se ha de imponer por ningún otro medio humano.
¿Qué está pidiendo Jesús? Disponibilidad y generosidad. Como diría en otra ocasión el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza. Como nos enseñará a lo largo del evangelio, lo primero es el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se nos dará por añadidura. Lo importante es esa paz del espíritu que tenemos que llevar en el corazón. Lo importante es el amor que tiene que envolver toda nuestra vida. De ahí las señales que tenemos que dar. Ese mundo que tenemos que transformar desde el amor. Ese mundo del que tenemos que ir haciendo desaparecer todos los males que nos acarrean sufrimiento, todo lo que sea muerte en la vida. Serán nuestras obras, será nuestra vida, será nuestra generosidad y disponibilidad las señales con las que vamos a convencer.
Ya nos decimos fácilmente que sin tener medios no podemos llegar a los demás y en ocasiones nos preocupamos mucho más de esos medios materiales para realizar esa tarea de evangelización, que los signos que tenemos que dar con nuestra propia vida generoso, disponible, pobre, pero siempre desbordante de amor. Lo demás nos vendrá por añadidura nos enseña Jesús en el evangelio. Y tenemos que aprender la lección.
Muchas energías gastamos muchas veces en nuestras comunidades en planificaciones y reuniones, en búsqueda de medios y en preocupación por el sostenimiento de lo que queremos hacer. Poco nos confiamos en la Providencia de Dios que no nos abandona. Puede parecer muy radical todo esto, pero tiene que hacernos pensar. Y es que todo lo que hagamos tendrá que ser siempre un medio para la evangelización. No es hacer obras de ostentación, sino realizar las verdaderas obras del amor, y para eso lo que necesitamos es tener mucho amor en el corazón.
Por eso tendríamos que preocuparnos por encima de todo de llenarnos de Dios, de impregnarnos de verdad del evangelio, de plantar bien hondo en nuestras vidas todos esos valores del evangelio. Claro que tenemos que edificar bien nuestra casa no sobre arena sino sobre la roca firme de la Palabra de Dios, como nos dice Jesús en otro momento.


miércoles, 11 de julio de 2018

Quienes se vacían de las cosas temporales podrán llenar su corazón de valores de eternidad



Quienes se vacían de las cosas temporales podrán llenar su corazón de valores de eternidad

Proverbios 2,1-9; Sal 33; Mateo 19,27-29

Entra en la humano en que cuando hacemos algo bueno de alguna manera se vea compensado y agradecido por aquello que hicimos. De alguna manera es como un estimulo en nuestro esfuerzo y, no es porque uno haga el bien buscando siempre recompensas o beneficios, pero es como sentir una satisfacción en nuestro interior al ver que lo que hicimos es valorado, tenido en cuenta, y ha podido servir para ayuda de los demás.
Ya sabemos que las cosas no se hacen por interés y la gratuidad es un don maravilloso. Aunque vivimos en un mundo en que todo se paga y a algunos les pueda resultar extraño lo de gratuito. Prevalecen de manera excesiva las ambiciones, el materialismo de la vida, las ansias de poder que queremos manifestar en las riquezas que hemos obtenido para ponernos como en un estado superior al resto de los mortales. Tampoco hemos de hacer el bien buscando agradecimientos con los que de alguna manera nos sentiríamos pagados, sino que calladamente hemos de saber hacer las cosas buenas que beneficien a los demás.
Son unas características muy importantes del Reino de Dios que nos enseña Jesús y que queremos vivir. Nuestro corazón tiene que estar lleno de generosidad que nos haga estar disponibles siempre para el servicio y para hacer el bien. La propia vivencia del Reino de Dios ha de ser el gozo más hondo que hemos de sentir dentro de nosotros y ese gozo de ese mundo nuevo que hacemos nos ha de llenar de satisfacción y felicidad. Una felicidad que no cuantificamos a lo material sino en el gozo del mismo amor que vivimos. Somos felices amando; seremos felices de verdad cuando nos damos desinteresadamente; seremos felices de verdad olvidándonos incluso de nosotros mismos.
En los discípulos de Jesús también afloraban esos sentimientos y muchas veces se llenaban de una cierta confusión con sus aspiraciones y ambiciones humanas. Pesaba sobre ellos la idea que aun no tenían suficientemente clara de cual era el sentido del Mesías. Escuchando a Jesús su corazón se llenaba de esperanza por ese mundo nuevo que Jesús les anunciaba, pero eso no quitaba para que también tuvieran sus aspiraciones. Ya recordamos como discutían por los primeros puestos, como alguno incluso se atrevía a pedírselo a Jesús como había sucedido con los hermanos Zebedeos.
Ahora habían contemplado como Jesús le pedía al joven rico que vendiera todo lo que tenia para tener un tesoro en el cielo, cosa que les había costado comprender, más cuando Jesús les había dicho que si tenían un corazón de rico les sería difícil entrar en el reino de los cielos. Pero ellos lo habían dejado todo; un día habían abandonado la barca y las redes allá en la orilla del Tiberíades y se habían ido tras Jesús. Lógico podríamos decir que surgiera la pregunta en Pedro. Y para nosotros que lo hemos dejado todo por seguir, ¿qué hay?
Y Jesús les habla del Reino, y les habla de los doce tronos de las tribus de Israel, y les dirá que quien ha dejado muchas cosas recibirá cien veces más, y al final la vida eterna. No sé si llegarían a comprender el alcance de las palabras de Jesús y quedaran satisfechos con la respuesta. Pero aquí primaba el amor tan grande que sentían por Jesús que les llevaba a aceptar sus palabras. Y es que los que por el Reino lo dejamos todo por Jesús entra en una órbita nueva, entra en una familia distinta, entra en otros sentidos y estilos de comunión en los que se verá siempre arropado de manera que ya las cosas materiales no son las que le van a satisfacer.
¿Quiénes son mi familia? Se había preguntado un día Jesús. Y nos descubría una amplitud diferente, una familia nueva que formamos todos los que creemos en Jesús, aceptamos su palabra y optamos por el Reino. Quienes se vacían de las cosas temporales podrán llenar su corazón de valores de eternidad. Nos vaciamos de ambiciones, nos vaciamos de esos tesoros efímeros que no nos darán nunca la verdadera satisfacción porque siempre nos dejaran hambrientos y sedientos. Por eso la recompensa será grande aunque sea solo un vaso de agua lo que compartamos con el sediento. Es un valor nuevo, es un sentido nuevo, es un nuevo vivir que nos llenará siempre de plenitud.

martes, 10 de julio de 2018

Pidamos a Jesús que ponga luz en nuestros ojos y en nuestro corazón y aprendamos a mirar con una mirada distinta para ser capaces de sentir verdadera compasión en nuestro corazón



Pidamos a Jesús que ponga luz en nuestros ojos y en nuestro corazón y aprendamos a mirar con una mirada distinta para ser capaces de sentir verdadera compasión en nuestro corazón

 Oseas 8,4-7.11.13; Sal 113; Mateo 9,32-38

Necesitamos aprender a ir por la vida con una mirada limpia. Cuantas veces vamos caminando por la calle y llevamos los cristales de nuestras lentes empañados o manchados y nos cuesta ver con facilidad lo que sucede a nuestro alrededor; en esa hora en que el sol está bajo en horizonte, ya sea en la mañana o en el atardecer como vayamos caminando enfrente de la luz del sol nos quedamos como sin visión porque con los reflejos de la luz y las manchas que llevamos en nuestros cristales todo se nos vuelve borroso y no podemos distinguir con claridad ni los objetos más cercanos, ni los paisajes que embellecen nuestra naturaleza; en lugar de disfrutar de lo bello que nos rodea se nos entorpece nuestro caminar y nada nos parece agradable.
Así en la vida. La malicia mancha los ojos de nuestro espíritu y no solo nos impide ver lo bello que hay en la vida, sino que por contrario todo nos parece envuelto en esa maldad que sobre todo está en nuestro corazón. Los ojos del alma ven a través de nuestros malos deseos y todo se nos puede volver borroso y confuso. Por eso muchas veces lo que contemplamos lo vemos como negativo, y estamos siempre más prontos para ver malicias y maldades en los demás que las buenas acciones que realizan; incluso llegamos a tergiversar lo que hacen los demás, porque a nosotros nos puede parecer que solo lo hacen por interés, desde esos intereses mezquinos que nosotros llevamos en el alma.
Una mirada turbia así nos llena de insensibilidad y no llegaremos a captar el sufrimiento que pueda haber en tantos que nos rodean; nos envolvemos en nuestros propios sufrimientos como si fueran únicos y quejándonos siempre de que nadie comprende nuestra situación, no somos capaces de compadecernos del sufrimiento de los demás. En esa turbia mirada que tenemos incluso seriamos capaces de llegar a culpabilizar al que sufre de sus propios sufrimientos.
En el evangelio que hoy se nos ofrece Jesús cura a un hombre enfermo, una persona discapacitada porque no puede hablar. Por allá andan los maliciosos de siempre que no quieren ver ni reconocer lo que hace Jesús. Le atribuyen al poder de Satanás el que Jesús pueda hacer milagros y curar a los enfermos. Sus ojos maliciosos enturbian sus vidas y quieren enturbiar la visión que los demás tienen de Jesús.
Pero la gente sencilla seguía tras Jesús, le acompañaban por todas partes, cada uno con sus sufrimientos, con lo que era su vida se acercaba a Jesús. Cuánto dolor y cuanto sufrimiento. Aunque no todos lo quisieran ver y reconocer. Pero los ojos de Jesús sí llegan al alma de aquellos que acuden a seguirle. Por eso nos dice el evangelista que Jesús sintió compasión porque andaban como ovejas descarriadas, como ovejas que no tienen pastor. En el corazón de Cristo no hay otra lente que de luz a su vida que la del amor. Ojalá aprendiéramos de Jesús.
Y Jesús les pide los discípulos que están cercanos a El para que rueguen al Padre porque la mies es mucha y los operarios son pocos, para que mande obreros a su mies. Es lo que ha de ser nuestra oración. Pero pidámosle también que ponga luz en nuestros ojos y en nuestro corazón para que aprendamos a mirar con una mirada distinta. Que seamos capaces de sentir verdadera compasión en nuestro corazón ante el sufrimiento de todos que caminan a nuestro lado desorientados y con falta de una luz que dé sentido a sus vidas.

lunes, 9 de julio de 2018

La mano de Jesús que en sí misma es vida y es bendición llega a nosotros para levantarnos a nueva vida y ponernos en camino para que ser signos de vida para los demás



La mano de Jesús que en sí misma es vida y es bendición llega a nosotros para levantarnos a nueva vida y ponernos en camino para que ser signos de vida para los demás

Oseas 2,16.17b-18.21-22; Sal 144; Mateo 9,18-26

Una mano tendida puede significar muchas cosas; una mano que nos ponen sobre el hombro puede significar mucho animo en momentos de decaimiento; una mano que se nos ofrece y nos aprieta fuertemente puede ser ese empuje que necesitamos para decirnos que confían en nosotros y nos hace caminar con mayor seguridad; la mano de un padre o una madre sobre nuestra cabeza significa bendición para decirnos que están a nuestro lado pero que Dios tampoco nos abandona nunca.
Es ese calor humano que sentimos y que nos dice mucho más que mil palabras; es el afecto que se siente en el corazón y nos hace vivir con una nueva ilusión; es la confianza de la amistad que da cercanía, del cariño que nos hace sentir calor en el corazón, del aire fresco que llega a nuestro espíritu rompiendo barreras y parece que nos da nueva vida. Una mano sobre nosotros cuando nos sentimos hundidos porque nos creemos aislados es como resucitar un muerto. Así es la nueva vida que sentimos.
Muchas mas cosas podríamos seguir diciendo, aunque sabemos que también hay personas que rehuyen todos esos contactos; se sienten como mancilladas en si mismos si alguien los toca como si fuera una mano impura que llega hasta ellos. ¿Será que son secas en su corazón? ¿Será que están poniendo barreras que impiden la cercanía y la confianza de los amigos? ¿Expresará la malicia que quizás ellos llevan en el corazón? Hay personas que ponen distancias y rehuyen todo tipo de contacto como si quisieran mantenerse dentro de una urna que les aislé.
‘Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá’. Es lo que le pide aquel personaje que ha llegado y se ha postrado ante Jesús. Por el relato paralelo de los otros evangelistas sabemos que es el encargado de la sinagoga. Viene con fe hasta Jesús. Solo pide una cosa, que ponga su mano sobre su niña muerta para que viva. Y Jesús se pone en camino a la casa de Jairo. Ya sabemos, la tomará de la mano y la levantará con vida. La mano de Jesús.
Pero mientras en medio del relato nos aparece otro personaje, una mujer humilde y enferma. Ella nada dice. Ella lleva la fe en su corazón. Ella sabe que con solo tocarle la orla de su manto podrá sanarse de su enfermedad que lleva padeciendo muchos años y en lo que lo ha gastado todo. Jesús siente que le han tocado. ¿Cómo va a sentir ese toque si son tantos los que se arrebujan en su entorno que todo el mundo lo toca, se siente estrujado por toda la gente?, como dirá el discípulo en el relato paralelo ante la pregunta de Jesús de quien le ha tocado. Ahora se dirige directamente a la mujer. ‘Tienes fe, te has curado’.
Es la mano de Jesús que en si misma es vida y es bendición. Les imponía las manos a los niños para bendecirlos, se nos dirá en otra ocasión. Es la mano de Jesús que también nosotros queremos sentir sobre nosotros que nos llene de bendición, que nos llene de gracia, que nos impulse a nueva vida. es la mano de Jesús que nos levanta porque nos ofrece su perdón y su salvación; es la mano de Jesús que nos pone en camino, para que dejamos atrás tantas camillas y tantas muletas que llevamos como un estorbo en la vida; es la mano de Jesús que nos llena de esperanza porque nos está diciendo que confía en nosotros aunque tantas veces hayamos fallado; es la mano de Jesús que nos hace llegar el amor y la ternura de Dios para inundarnos de vida, para hacernos amar de manera distinta.
Pero finalmente pienso en algo más. ¿No podremos ser nosotros esa mano de Jesús que quiere llegar a los demás a través nuestro? Nuestra cercanía, nuestra ternura, nuestro amor, nuestros gestos humildes y sencillos, nuestra sonrisa, nuestra mirada que quiere llegar al corazón del otro. Podemos tocar la orla del manto del hermano que sufre a nuestro lado cuando lo ayudamos a levantarse, a tener fe y a tener esperanza. Estamos llamados a llevar vida, a llevar luz, a llevar ilusión por algo nuevo a aquellos que nos rodean. Somos signos de esa mano de Jesús, de amor de Jesús que quiere llegar a todos, pero que quiere contar con nosotros.

domingo, 8 de julio de 2018

Tenemos la tentación de ponernos de frente, como las gentes de Nazaret, ante el mensaje de Jesús que nos trasmite la Iglesia


Tenemos la tentación de ponernos de frente, como las gentes de Nazaret, ante el mensaje de Jesús que nos trasmite la Iglesia

Ezequiel 2, 2-5; Sal. 122; 2Corintios 12, 7-10; Marcos 6, 1-6

Lo estamos viendo todos los días; alguien en cualquier aspecto de la vida en nuestra sociedad sobresale por algo, porque trabaja por los demás, porque se entrega, porque la gente comienza a ver en él un líder y lo valoran y pronto comenzarán a surgir por acá y por allá comentarios maliciosos, rumores que crean desconfianzas, rebuscan bajo cualquier rincón a ver si encuentran algo con lo desprestigiar; se corren bulos sin fundamento, pero la gente se lo cree todo, porque se ha creado un ambiente de crispación y desconfianza que hace que ya no se pueda creer en nadie.
Tira barro a la pared que algo queda; será solamente barro, pero la mancha y la desconfianza quedan ahí. Es cierto que habrá que pedir rectitud a los dirigentes de nuestra sociedad pero no podemos andar así a la rebusca de lo que sea con tal de quitarlo de en medio y si es rival en nuestras ideas políticas cuanto más pronto mejor.
Pero ¿es así como de verdad queremos construir? Hay cosas que en verdad nos desconciertan. Cuanto cuestan los caminos de dialogo y entendimiento; cuanto cuesta aprender a valorar lo bueno de las otras personas aunque no piensen como nosotros. Estamos creando unas espirales que no sabemos en lo que quedarán. 
Pero es la historia que se repite a lo largo de los tiempos. Parece como si esa malicia la lleváramos muy prendida en el corazón los hombres y mujeres de todos los tiempos. Ya le sucedió a Jesús, como nos cuenta el evangelio de este domingo. Jesús había iniciado su anuncio del Reino por las orillas del lago de Tiberíades y poco a poco se había extendiendo en su actividad por todas las aldeas y pueblos de Galilea. Y va también a su pueblo de Nazaret donde se había criado. Y el sábado comenzó también a enseñar en la sinagoga; san Lucas nos refiere también este episodio.
En principio, como siempre sucede en los pueblos pequeños donde vemos a uno de los nuestros sobresalir, la gente esta admirada por lo que ahora allí, en la sinagoga de su pueblo, enseñaba, y por las noticias que le llegaban de los pueblos vecinos donde Jesús había realizado también su actividad. Pero pronto la admiración se iba transformando en desconfianza. ¿De donde le viene esta sabiduría?
Y seguramente y no sería por el hecho de hablar en publico y con aquella soltura y sabiduría, sino que seguramente ese anuncio nuevo que Jesús hacia les desconcertaba, podía poner en crisis sus formas tradicionales de su actuar porque lo que Jesús enseñaba en verdad era algo nuevo que pedía una transformación de los corazones. No olvidemos que su primer anuncio era siempre la conversión para poder creer en esa Buena Nueva que anunciaba. Había que darle la vuelta a la vida, a la manera de pensar y de ver las cosas porque era el anuncio de algo nuevo lo que trasmitía Jesús.
Las dudas y las reacciones se van multiplicando porque ya comienzan a preguntarse por su autoridad para enseñar tales cosas. ¿Dónde lo había aprendido si no había ido a ninguna escuela rabínica? No estaba respaldado por la autoridad de los rabinos, porque no aparecía como discípulos de ellos. Jesús se manifestaba con una autoridad especial pero ellos se preguntaban si no era aquel Jesús que de niño había corrido por el pueblo y de joven había trabajado con José el artesano. Qué autoridad podía tener si allí estaban sus parientes, su madre, su familia. Ya no lo podían aceptar. Ya comenzaban las pegas, ya comenzaba el intento de desprestigio, como siempre sucede. Y Jesús se extrañó de su falta de fe y allí no hizo ningún milagro, apostilla el evangelista.
¿Cuál había sido la autoridad de los antiguos profetas? Habitualmente ni pertenecían al grupo de los sacerdotes ni salían de las escuelas de los rabinos. El verdadero profeta era el que estaba lleno del Espíritu de Dios y se dejaba conducir por El.
En el texto paralelo que nos ofrece san Lucas, en su visita a la sinagoga de Nazaret Jesús había proclamado aquel texto de Isaías que lo anunciaba como el que estaba lleno del Espíritu que lo había enviado a anunciar aquella Buena Nueva a los pobres, a los sufren y a los oprimidos. No era la raza o la sangre ni nada aprendido en lo humano sino la autoridad del Espíritu que lo había elegido y consagrado profeta de su pueblo. ‘El Espíritu del Señor está sobre mi, y me ha elegido y me ha enviado…’
Estas consideraciones que nos venimos haciendo sobre lo sucedido en la sinagoga de Nazaret ante la presencia y la palabra de Jesús nos tienen que llevar a hacer muchas consideraciones personales para actitudes y comportamientos que nosotros tenemos en la vida, y en nuestra vida cristiana en concreto.
Partíamos de hechos y situaciones humanas y sociales que vemos en nuestro entorno. Pero también tendríamos que ver lo que nos sucede en este aspecto en nuestra vida de fe, en nuestra pertenencia a la Iglesia y en nuestra acogida a la Palabra de Dios y a la enseñanza de la Iglesia. ¿Nos sucederá algo así?
Muchas veces también nosotros pasar todo por el tamiz de nuestros criterios, de nuestra manera de ver las cosas o por la consideración o el respeto que tengamos de quien nos anuncia o trasmite el mensaje. Y aceptamos o no aceptamos lo que la iglesia nos propone, por ejemplo, según nuestros criterios, según la afinidad o no que tengamos con quien nos lo esté trasmitiendo.
También nos ponemos exigentes con nuestros pastores según nos convenga y nos hacemos nuestras catalogaciones. También en ocasiones tiramos barro, como decíamos al principio, a ver si pega. Que si más avanzado o menos avanzado, que si más tradicionalista y conservador o que si es un lanzado y nos preguntamos que a donde vamos a llegar con esas innovaciones y aperturas, o nos queremos quedar anclados en un pasado mucho más cómodo, y así no sé cuantas cosas más que decimos tantas veces, con las que reacciones ante los pastores de la Iglesia.
También nosotros como aquellas gentes de Nazaret la sacaron su filiación a Jesús y se preguntaban por su autoridad nosotros también en muchas ocasiones tenemos la tendencia de ponernos de frente a lo que la Iglesia nos pide o reclama de nosotros en nuestro tiempo.
Creo que esta reflexión nos puede dar para hacernos muchas preguntas sobre nuestra propia sinceridad y para revisar muchas actitudes que se nos pueden colar en nuestro interior.