A pesar de nuestra debilidad nos sentimos fuertes para dar testimonio de nuestra fe porque no nos faltará nunca la asistencia del Espíritu Santo
Oseas 14,2-10; Sal 50; Mateo 10,16-23
A ocasiones en que nos da la impresión que nos sentimos como cercados
por todos lados; los problemas se nos acumulan, los agobios de nuestros
trabajos no nos dejan ni pensar, nos encontramos por otra parte incomprensiones
de la gente, a veces hasta de la propia familia o de los que nos parecía que
eran nuestros mejores amigos, y no sabemos cómo salir adelante, cómo responder
a esos retos que se nos plantean, cómo dar la cara en esas situaciones, o qué
decir en nuestra defensa.
Siempre podemos encontrar la presencia de un amigo que está a nuestro
lado y que con su presencia nos hace sentirnos fuertes, o nos da un buen
consejo para ver como mejor reaccionar ante los problemas que se nos presentan.
Nos sentimos agradecidos por esa
presencia y aunque quizá nadie lo note nos hace sentirnos mejor,
encontrar paz y serenidad para ordenar en nuestro interior cuanto nos sucede y
comenzaremos a vislumbrar caminos por los que salir indemnes de todo y resolver
esas situaciones. Es una suerte, mejor tendríamos que decir, es una gracia
encontrar ese apoyo, ese faro de luz, esa persona buena que está a nuestro
lado, nos acompaña y nos hace fuertes con su presencia.
En el texto del evangelio que hoy se nos ofrece Jesús anuncia a sus discípulos
las dificultades con que se van a encontrar para seguir su camino. Anima Jesús
a la fortaleza en la debilidad y a la confianza. Sagaces y sencillos, les dice Jesús.
Sagaces siendo conscientes de la dificultades y de la oposición que han de
encontrar, los que nos ha de tener preparados. Pero sencillos y humildes,
porque nuestra respuesta no será nunca la violencia, sino siempre el amor, un
amor humilde y callado, pero un amor firme y constante.
Ser conscientes de ello no significa que en momentos nos podamos
sentir agobiados y con peligro de perder la serenidad y la paz, encontrarnos
indefensos porque en nosotros mismos nos sentimos sin fuerzas. Pero Jesús nos
asegura que no es así, no estamos indefensos y la fuerza no nos faltará a pesar
de nuestra debilidad porque tenemos la fortaleza del Espíritu santo con
nosotros.
Invita Jesús a esa confianza porque el Espíritu va a poner en nuestros
labios esas palabras que necesitamos, pero sobre todo va a poner en nuestro corazón
esa fortaleza para mantenernos firmes en nuestro camino. Invisible, pero está,
el Espíritu de Dios nos acompaña. Es la mano amigo, mejor diríamos, la mano
divina que nos sostiene.
‘Os entregarán a los
tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante
gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los
gentiles’, nos viene a
anunciar Jesús. Pero nos da confianza. ‘Cuando os arresten, no os preocupéis
de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que
tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro
Padre hablará por vosotros’.
Abramos nuestros ojos a la
fe, sintonicemos desde nuestro corazón con la presencia de Dios en nuestra
vida, entremos en esa órbita de amor que nos fortalece y nos hará testigos en
medio del mundo.
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