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sábado, 25 de noviembre de 2017

Despertemos en nosotros esas ansias de plenitud, despertemos la fe en la resurrección y en la vida eterna, llenando nuestra vida de trascendencia y de esperanza

Despertemos en nosotros esas ansias de plenitud, despertemos la fe en la resurrección y en la vida eterna, llenando nuestra vida de trascendencia y de esperanza

Lucas, 20, 27-40
Nadie ha venido nunca del más allá para contarnos lo que allí hay, hemos escuchado decir a algunos en más de una ocasión. Y no es simplemente una broma que se hace para tratar de hacerse el gracioso o caer bien, sino que en el fondo puede significar una desconfianza, una falta de fe o una pérdida del sentido de trascendencia que en nuestro ser cristiano hemos de dar a nuestra vida.
Hemos de reconocer que por muchas cosas bonitas que digamos a la hora de la muerte de un ser querido o con lo que tratemos de consolar a alguien que está triste por la muerte de un familiar, en el fondo subyace, aunque nos digamos cristianos, aunque digamos muchas misas por nuestros difuntos, una cierta incredulidad en la resurrección.
Quizá ayude a ello las imaginaciones que nos hacemos, de cómo será esa vida, si vamos a vivir de manera semejante a lo que es nuestra vida de ahora y así muchas cosas más. No todos en nuestro entorno creen en la resurrección, aunque cuando recitamos el credo lo decimos de memoria y repetimos esas palabras que hacen referencia a la resurrección y a la vida eterna.
No es fácil hablar de este tema. Entramos en la hondura del misterio donde tenemos que fiarnos de la Palabra de Jesús. De ello nos habla mucho en el evangelio, de cómo quiere que vivamos para siempre en El. Y El tiene vida eterna, y vivir en El es vivir en esa vida eterna que nos llena de plenitud. De muchas maneras nos lo repite en el evangelio.
Hoy se nos habla de las dudas que planteaban los saduceos que por principio doctrinal negaban la resurrección y que vienen con los tiquis miquis de las leyes del Levítico para poner dudas, y para seguir manteniéndose en su negativa a creer en la resurrección.
Jesús les viene a decir que no andemos con imaginaciones de vida a la manera como vivimos corporalmente aquí en la tierra; que es algo distinto, que se entra en otra orbita porque se entra en la órbita de la plenitud de Dios. Y Dios es el Dios de la vida y lo que quiere es darnos vida en plenitud, vida para siempre.
Nos costará entender y nos cuesta explicarnos. Pero toda esa ansia de plenitud que llevamos en nuestro corazón no se puede quedar en nada; aquí en la tierra todo lo bueno y lo mejor que vivir siempre tendrá sus limitaciones, limitado en el tiempo, y limitados porque todo eso bueno se ve manchado por nuestras debilidades y nunca encontraremos el amor perfecto, ni tendremos una paz plena. Pero Dios puede darnos la plenitud de todo eso en la vida eterna que nos tiene reservada, como nos dirá Jesús, el Reino eterno preparado para vosotros desde la creación del mundo.
Aquel paraíso del que nos habla la primera página de la Biblia, donde Dios colocó al hombre en su creación, es imagen de lo que Dios quiere para nosotros. Llegará un momento en que nada ya nos puede manchar porque el mal y la muerte han sido vencidos para siempre. Si aquel paraíso se vio truncado por nuestro pecado – cuantas veces en la vida seguimos truncando, destrozando lo mejor de nosotros mismos cuando dejamos meter en nuestro corazón el egoísmo y el orgullo – sin embargo Cristo ha venido a redimirnos a vencer ese mal y es muerte con su muerte y en su resurrección nos lleva con El, nos hace participes de si vida para siempre.
Despertemos en nosotros esas ansias de plenitud, despertemos la fe en la resurrección y en la vida eterna, que son artículos fundamentales de nuestra fe, llenemos nuestra vida de trascendencia y de esperanza.

viernes, 24 de noviembre de 2017

Los gestos proféticos de Jesús cuando quiere purificar el templo me están pidiendo signos y señales en mi vida de que en verdad quiero hacer que nuestro mundo sea mejor

Los gestos proféticos de Jesús cuando quiere purificar el templo me están pidiendo signos y señales en mi vida de que en verdad quiero hacer que nuestro mundo sea mejor

Lucas, 19, 45-48
Hay gente que no puede callar, que no se puede quedar con los brazos cruzados ante algo que consideran mal, algo que quizá pueda dañar a los demás, algo que consideran injusto. Algunas veces, reconozcámoslo, nos cuesta entender los gestos de protesta que pueda hacer alguien ante cualquier situación que resulte injusta.
Quizá en nuestras pocas ganas de complicarnos la vida pensamos o hasta llegamos a decir que no es para tanto, que quizá de otra manera, que no hay que ponerse así; pero tendríamos que ponernos en el pellejo de quien sufre esa injusticia, o de quien tiene esa sensibilidad para ser capaz de ver el sufrimiento de los demás. Nos acobardamos, quizás, nos impacta ver esos gestos, nos sentimos quizá inútiles o incapaces de hacer esas cosas. Necesitamos sensibilizar el corazón que en ocasiones lo tenemos demasiado endurecido. Que esos gestos casi proféticos que vemos en los demás nos despierten de nuestro letargo.
He comenzado haciéndome esta reflexión al escuchar el texto del evangelio de hoy en que vemos a Jesús realizar un gesto verdaderamente profético. Es la expulsión de los vendedores del templo. Es casa de oración y la habéis convertido en una cueva de ladrones, les dice. Habrá quien no lo entienda. Por allá están los fariseos, los ancianos del pueblo, los sumos sacerdotes que quieren quitarlo de en medio. Aquel profeta no es lo que ellos esperaban. Quizá sus planes y hasta sus negocios se veían perdidos con los gestos de Jesús y lo que Jesús anunciaba y representaba. Miraban más por sus intereses que por descubrir lo que era la voluntad salvadora de Dios que se manifestaba en Jesús.
¿De donde proceden nuestros miedos y cobardías? Porque muchas veces nos echamos para detrás, queremos cerrar los ojos para no ver y los oídos para no oír. Quizá hablamos y hablamos diciendo que las cosas tienen que ser de otra forma, que hay que cambiar, y nos estamos quejando de todo, pero no damos pasos para mejorar, no tenemos gestos que manifiesten nuestro despertar a lo bueno y a lo justo. Vivimos demasiado con los brazos cruzados viendo pasar la vida por delante pero sin poner nada de nuestra parte para que sea mejor.
Y esto en todos los aspectos de la vida. Será nuestra propia vida personal que tenemos que aceptar que debe mejorar, que son muchas las cosas que tenemos que transformar, nuevas actitudes y posturas que hemos de tomar, un mayor compromiso en muchas cosas por donde hemos de caminar.
Será lo que vemos que sucede en la vida social, pobreza, crisis, divisiones, enfrentamientos, falta de una verdadera paz social, rupturas de todo tipo… cuantas cosas donde tendríamos no solo una palabra que decir sino una acción concreta que realizar.
Esa cueva de bandidos que Jesús veía en el templo y que él quiere que cambie, es lo que vemos en nuestra sociedad y que tenemos que poner nuestra parte para que sea mejor nuestro mundo, mejoren nuestras relaciones entre unos y otros, haya más solidaridad y mas justicia, vivamos en mayor armonía y paz.
¿A que gestos me está pidiendo la palabra del señor que me comprometa a realizar para hacer que ese mundo concreto donde vivo, familia, vecinos, personas cercanas, amigos seamos en verdad un signo del Reino de Dios entre nosotros por un nuevo estilo de vivir?

jueves, 23 de noviembre de 2017

Sembramos con esperanza aunque la tierra esté llena de las espinas y abrojos de la violencia y la injustita porque ansiamos el día en que florecerán las flores del amor y la paz


Sembramos con esperanza aunque la tierra esté llena de las espinas y abrojos de la violencia y la injusticia porque ansiamos el día en que florecerán las flores del amor y la paz

Lucas, 19, 41-44
Cuando hay sensibilidad en el corazón uno sufre dentro de si cuando ve que aquel a quien quiere y aprecia, a pesar de las buenas cosas que le dijimos, sin embargo toma un camino equivocado en la vida y se deja arrastrar por sus debilidades que le conducen a un pozo profundo del que le es difícil salir. Uno quisiera ayudarle, pero quizá no se deja; cuantas veces nos encontramos con personas así obstinadas en sus errores y con dolor en el alma tenemos que respetarle sus decisiones y sus pasos aunque vemos que van camino de su ruina.
Es el dolor de los padres que ven que sus hijos no hacen caso de sus consejos y recomendaciones y les parece que toda aquella buena semilla que sembraron o trataron de sembrar en sus corazones en lugar de buena cosecha les da una cosecha perdida.
Es el dolor de los educadores o de cuantos tienen la misión de enseñar y ayudar que se ven con las manos cortadas porque su tarea parece que se hace infructuosa.
Sin embargo siempre hay que mantener la esperanza de que un día aquella buena semilla haga resurgir de las cenizas una buena planta que recoja en si todo aquello que nosotros quisimos sembrar. No podemos perder la esperanza, porque puede cambiar el corazón del hombre para volver a lo bueno.
El evangelio hoy nos habla de que Jesús llora ante la contemplación de la ciudad de Jerusalén viendo los derroteros por donde camina y que toda aquella belleza que ahora contemplan sus ojos un día se destruirá y no quedará piedra sobre piedra. En la bajada del monte de los Olivos, en el camino que viene del valle del Jordán, enfrente de la colina de la ciudad de Jerusalén hoy hay una pequeña Iglesia que recuerda precisamente ese llanto de Jesús.
Allí Jesús ha realizado milagros, ha enseñado en las explanadas del templo o por las calles de Jerusalén; el ciego de nacimiento de las calles, el paralítico de la piscina probática y tantos otros milagros realizados por Jesús son la muestra de su amor. Pero son los polluelos que rehúsan el calor de la madre que quiere acogerlos bajos sus alas; no han querido escuchar a Jesús y allí están maestros de la ley, ancianos del sanedrín o sumos sacerdotes que le hacen frente y harán todo lo posible por llevarlo a la muerte.
Pero no es la angustia ante su propia pasión y muerte lo que inunda de tristeza su corazón, sino la terquedad de quienes no quieren escucharle y lo que Jesús en su sabiduría divina sabe que le va a pasar a aquella ciudad porque no han reconocido el momento de su venida. Pero Jesús seguirá en medio de ellos y una vez más se dirige a la ciudad santa como tantas veces ha realizado cuando subía a la Pascua o a las otras fiestas judías. Todo buen judío sentía el gozo grande de está allí en aquella ciudad como cantaban cuando se dirigían a ella, ‘qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor…’
Sube Jesús ahora a la pascua que va a ser la pascua definitiva, la pascua de la salvación. Dios está en medio de ellos y con Jesús lleva la vida y la salvación aunque tenga que pasar por la pasión y la muerte. Con esa fe en Jesús nosotros seguimos caminando por la vida y queriendo siempre hacer el bien. Sembraremos la semilla de la paz y del amor, aunque muchas veces la tierra esté llena de espinas y abrojos, pero tenemos la esperanza de que un día esa semilla brotará y florecerá un mundo nuevo. Por eso seguimos sembrando con esperanza.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Subiendo con Jesús a Jerusalén aprendemos que aunque el camino se costoso y nosotros nos sintamos débiles hay en nosotros unos talentos que serán nuestra fuerza para el camino

Subiendo con Jesús a Jerusalén aprendemos que aunque el camino se costoso y nosotros nos sintamos débiles hay en nosotros unos talentos que serán nuestra fuerza para el camino

Lucas, 19, 11-28
Jesús iba subiendo de Jericó a Jerusalén; el episodio que contemplábamos anteriormente en el evangelio ha sucedido en Jericó; la ascensión no es fácil, pues median casi una treintena de kilómetros y el desnivel es considerable, porque supera los mil metros desde la profundo del valle del Jordán donde está situada la ciudad de Jericó. Las subidas son costosas, pero viene a ser aquí una buena imagen para el mensaje de Jesús.
Después de los acontecimientos de Jericó, los ciegos curados, Zaqueo transformado por la presencia de Jesús, al iniciar la subida toma a sus discípulos como en un aparte y les propone una parábola; en ella de alguna manera les habla del sentido de su subida a Jerusalén; pero es también una parábola que hablará de responsabilidades y respuestas, una parábola que nos habla en el fondo de fidelidad y de compromiso.
En la versión de san Lucas que escuchamos nos habla de un hombre noble que marcha a lugares lejanos para buscar el titulo de rey, pero que ha confiado a sus servidores una serie de talentos para que mientras tanto los administren y negocien con ellos. A uno confiará cinco talentos, a otro tres y al tercero solamente uno. A la hora de rendir cuentas veremos al de cinco que ha negociado otros cinco y al que ha confiado tres lo mismo ha conseguido otros tres. Al que se le había confiado solamente uno tuvo miedo a arriesgarse, no quería perder, aunque eso significara no ganar, y así se presentó a rendir cuentas con sus miedos y con su pobreza, viéndose ahora despojado de todo.
En la vida tenemos que ponernos en camino dejando a un lado los miedos a los riesgos o a los peligros. No podemos encerrarnos y contentarnos con lo que tenemos, sino que hemos de hacer de verdad fructificar nuestra vida. Y ya no son solo las ganancias materiales que podamos adquirir lo cual podría ser valido en orden a nuestro propio sustento y el de los nuestros, sino que en el desarrollo de lo que somos nos veremos siempre sorprendidos y enriquecidos en lo más hondo de nuestra vida. Los perezosos y miedosos no querrán salir de su letargo porque les parece más cómodo ni arriesgarse a las luchas de la vida con las posibles heridas que podamos alcanzar, pero perdiendo la posibilidad de ese enriquecimiento personal cuando desarrollamos lo que somos aunque nos pueda parecer poco e insignificante.
Podemos tener la experiencia quizás ya sea en nuestro propio nivel personal o porque lo que descubramos en los demás, que en un momento determinado cuando nos parecía que éramos incapaces de afrontar aquellos problemas o situaciones si hubo en nosotros ese espíritu de lucha fueron surgiendo en nuestra vida tantas cosas de las que no nos creíamos capaces pero que en aquel momento difícil  brotaron en nosotros con una fuerza especial para aunque pareciéramos débiles afrontar las peores situaciones.
Responsabilidad, compromiso, respuesta, fidelidad, decíamos al principio que de eso nos hablaba la parábola. A eso nos lleva. Descubriremos así nuestra misión en el mundo en el que vivimos; descubriremos también la misión que como cristianos tenemos en el seno de nuestra comunidad, de nuestra iglesia.
En esta tarea misionera y evangelizadora en la que estamos inmersos en los planes pastorales de nuestras comunidades tenemos que descubrir bien cuanto tenemos que hacer; no podemos decir que no sabemos ni que no podemos. Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que va inspirando tantas cosas buenas en nuestro corazón. Esa riqueza de nuestra fe no nos la podemos guardar para nosotros solos, sino que será algo que tenemos que compartir, algo de lo que contagiar a cuantos nos rodean, algo que tenemos que anunciar con nuestro testimonio y el compromiso de nuestra vida.

martes, 21 de noviembre de 2017

Sepamos detenernos ante la higuera de la soledad o el sufrimiento de nuestros hermanos porque con ello podemos ser signos de la salvación de Dios que llega a sus vidas

Sepamos detenernos ante la higuera de la soledad o el sufrimiento de nuestros hermanos porque con ello podemos ser signos de la salvación de Dios que llega a sus vidas

Lucas, 19, 1-10
‘Jesus entró en Jericó y atravesaba la ciudad…’ Atravesamos también nosotros los caminos de la vida, cruzamos por nuestras calles y plazas y nos vamos encontrando con todo tipo de gentes, de acontecimientos, con el palpitar de la vida. Sentimos quizá curiosidad cuando es nuevo el lugar que visitamos y nos iremos fijando con detalle en todo cuando encontramos. Pero cuando quizá pasamos una y otra vez por el mismo lugar ya vamos tan ensimismados en nuestras cosas que vemos sin ver, porque ya no miramos, ya no nos fijamos, ya no somos capaces ni de reconocer lo más conocido. Así vamos quizá muchas veces por la vida sin sensibilidad, sin ser capaces de ver la cara de aquellos con los que nos encontramos, sin detectar quizá tantos sufrimientos o soledades que se cruzan en nuestro camino en esos rostros que ya no vemos.
Jesús atravesó Jericó y no podemos decir que era una vez más. En muchas ocasiones En su subida a Jerusalén desde Galilea habría hecho aquel mismo camino pues era normal bajar por el valle del Jordán para subir luego desde Jericó hasta Jerusalén. Pero Jesús no lleva los ojos cerrados, Jesús siempre va buscando el encuentro con los demás y se detiene en el camino cuantas veces sea necesario. Lo había hecho con aquellos ciegos que allí a las afueras de Jericó estaban al borde del camino; de alguno llegamos incluso a conocer su nombre, Bartimeo.
Mucha gente habría en aquella mañana en la calle de Jericó, porque alguien que quería ver pasar a Jesús y no podía a causa del gentío y su baja estatura, se había subido a una higuera pensando ver a Jesús, pero también pasar desapercibido, pues no era bien mirado por sus conciudadanos de Jericó a causa de su profesión. Para todo ellos que estaban allí junto al camino viendo pasar a Jesús, El tendría una mirada como siempre hacia llena de compasión y de amor. El reflejaba siempre en sus gestos el amor de Dios de quien era signo en medio de los hombres.
Con esa mirada se había detenido junto a la higuera donde se había ocultado Zaqueo tras sus ramaje. Jesús sabia que estaba allí y allí había ido a buscarle. No era Zaqueo el que tuviera más interés por conocer a Jesús, sino que era Jesús el que quería fijarse en Zaqueo, quien buscaba a Zaqueo. ‘Baja de ahí, quiero hospedarme en tu casa’, fueron las palabras de Jesús.
Ya sabemos todo lo que sucedió, porque muchas veces hemos meditado y comentado este acontecimiento. Con gozo lo recibió en su casa pero es que aquel fue día de salvación. Todo cambio en el corazón de Zaqueo desde que Jesús se había fijado en él. Ya conocemos su determinación de cambiar, de devolver, de compartir generosamente con todos. La presencia de Jesús había transformado su vida. ‘Hoy ha llegado la salvación a este hijo de Israel’, diría Jesús.
Pero quería detergerme un momento en esta reflexión en esa mirada de Jesús, en esa determinación de Jesús de detenerse ante la higuera, ese no pasar desapercibido para Jesús quien estaba oculto entre el ramaje de la higuera, porque Jesús siempre nos ve, porque Jesús nos está enseñando a llevar los ojos abiertos por la vida. Quizá también esa mirada nuestra para fijarnos en aquel con quien nos cruzamos pudiera ser un camino de salvación para esa persona.
Esa mirada sensible para darnos cuenta donde está el sufrimiento, donde se encuentro un hombre solo, donde hay quizá hambre de Dios pero que necesita que alguien llegue a su vida como un signo de ese amor de Dios, es como tenemos que aprender a ir por la vida.
No cerremos los ojos, porque podemos ser signos de salvación para los demás si somos capaces de detenernos ante su higuera, la higuera de su soledad, de sus buenos deseos que no sabe como realizarlos, la higuera de una esperanza quizás que se encuentre un poco enterrada, la higuera de sus sufrimientos, la higuera de su yo solitario que va dando vueltas por la vida y necesita que alguien se detenga a su lado. Con nosotros pudiera llegar también la salvación de Dios a su casa, a su vida.

lunes, 20 de noviembre de 2017

De nosotros depende que muchos puedan llegar a encontrar la luz de Jesús y no podemos seguir dejándolos al borde del camino.

De nosotros depende que muchos puedan llegar a encontrar la luz de Jesús y no podemos seguir dejándolos al borde del camino.

1Macabeos 1,10-15.41-43.54-57.62-64; Sal 118; Lucas 18,35-43

Muchas veces decimos que la vida es un camino. Caminamos buscando metas; caminamos queriendo llegar a ser algo; caminamos buscando muchas veces no sabemos bien lo que buscamos; caminamos porque tenemos unos objetivos en la vida que queremos conseguir, unos planes que realizar para nosotros mismos o para aquellos que nos interesan, serán los hijos, será la familia, serán aquellas personas allegadas a nosotros por quienes sentimos como algo especial; caminamos pretendiendo darle un valor, una trascendencia a aquello que hacemos; no queremos quedarnos fuera del camino que nos da un rumbo, que nos da un sentido, que le da un valor a nuestra vida.
Pero bien nos encontramos a tantos que van sin rumbo, que quizá no tienen altas metas, que no saben por lo que luchar, y quizá se arrinconan a un lado porque quizá no ven un sentido, no ven por que hacer un camino. Claro que nos encontramos a quienes, quizá en nuestras prisas o en nuestra ambición por pensar solo en nosotros mismos o a lo mas en aquellos que más nos interesan, vamos dejando al borde del camino y no queremos pensar en ellos, no queremos que nos importunen o pudieran convertirse en una traba para nuestro propio camino o nuestras ansiadas metas personales. Aislamos, despreciamos quizá, discriminamos porque los vemos que andan a oscuras y no somos quizá capaces de ofrecerles un poco de luz, tan interesados como estamos en nuestras propias cosas.
Hoy nos habla el evangelio de Bartimeo, el ciego que estaba al borde del camino. Su vida estaba en sombras, sus ojos se habían cegado y la pobreza envolvía su existencia. No podía hacer camino si alguien no le ayudaba, y todos seguían su paso por el camino. Pero viene alguien que se va a detener junto a él. Bartimeo escucha el barullo del grupo que se acerca y pregunta qué es lo que pasa, quién es el que pasa. Cuando le dicen que es Jesús de Nazaret se pone a gritar, tanto que a algunos les molestan aquellos gritos y quieren hacerlo callar. Cuántas veces pasa algo así en la vida, nos pasa a nosotros.
Pero Jesús se detiene, piden que lo traigan. Ahora alguien le ayudará a llegar hasta Jesús. De un salto, despojándose de su manto, es llevado ante Jesús. ‘El Maestro te llama’, le dicen. Y se establece el diálogo. ‘¿Qué quieres que haga por ti?... Señor, que pueda ver...’ Y el milagro se produce. Sus ojos se llenarán de luz, pero  no serán solo sus ojos. Su vida ha comenzado a cambiar, da saltos de alegría alabando a Dios y ahora quiere ponerse a caminar también en pos de Jesús.
Estaba a oscuras y supo escuchar, supo descubrir que Jesús pasaba por su lado y la oportunidad había que aprovecharla. Aunque algunos quieren hacerlo callar sin embargo habrá otros que le ayuden, le dirán que es Jesús el que pasa, le trasmitirán el mensaje de Jesús que quiere que llegue hasta El, le ayudarán a dar esos pasos necesarios para acercarse a Jesús. Cuántas sugerencias para lo que podemos hacer en la vida.
Por supuesto que no podemos ser obstáculo, pero es que podemos hacer algo más. Saber descubrir a quienes están al borde del camino en la vida, hacer un anuncio; llegar lejos a tantos que andan desorientados sin saber qué camino hacer; llegar a las periferias, como nos está repitiendo continuamente el Papa; ponernos en camino de salido para ir al encuentro de los demás con el mensaje, como nos está pidiendo ahora la Iglesia.
De nosotros depende que muchos puedan llegar a encontrar la luz de Jesús. No podemos seguir dejándolos al borde del camino.

domingo, 19 de noviembre de 2017

De lo que tú contribuyas con eso que llamas tu pequeño talento quizás puede estar dependiendo el bienestar de una persona y su desarrollo, el que viva en un mundo mejor con menos sufrimientos

De lo que tú contribuyas con eso que llamas tu pequeño talento quizás puede estar dependiendo el bienestar de una persona y su desarrollo, el que viva en un mundo mejor con menos sufrimientos

Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31; Sal 127; 1Tesalonicenses 5, 1-6; Mateo 25, 14-30

No importa tanto la cantidad que tengamos como el valor que le demos a lo que tenemos. Miramos a los demás y nos parece que son tantas las cosas que tienen en comparación con lo que a nosotros nos parece nuestra pobreza.
Esto lo podemos pensar en los aspectos más materiales de la vida, como en referencia a los valores, a las cualidades, a los dones naturales que nos parece que otros tienen; nosotros quizá nos vemos pobres, nos parece que nosotros no valemos nada en comparación con lo que los otros son, nos sentimos empequeñecidos y tenemos la tentación se anularnos, de sentir que no valemos nada, que con lo que somos no merece la pena luchar porque poco o nada vamos a conseguir y tenemos el peligro de tirar la toalla. Las comparaciones son odiosas por crean en nosotros desconfianzas, envidias, orgullos en nuestro interior que nos hace sentirnos dolidos, y terminamos que dándonos poco valor.
Tenemos que aprender a descubrir el valor de lo que somos o tenemos; quizá somos un diamante en bruto que cuando lo lleguemos a pulir debidamente va a salir una preciosa joya, aunque antes solo nos pareciera un trozo de carbón terroso; quizá tenemos en nuestras manos esa joya de nuestra vida que no hemos sabido desenterrar, que no hemos aprendido a valorar, que en nuestra torpeza nos hace sentirnos inútiles y nos arrimamos a un lado en la vida porque como no valemos damos paso a otros cuando nosotros podríamos ser capaces de hacer mucho más.
En una falsa humildad nos sentimos inútiles y terminamos enterrando con miedo lo que somos que quizá pueden ser grandes valores. Que importante es que en la educación, quienes tienen esa misión, ayuden a descubrir al educando todos sus valores y aprendan a darle la importancia que tienen sus vidas. Cuántas personas quizá ya en el ocaso de su vida llegaron a descubrir todo lo que valían y no habían desarrollado y ahora se lamentan porque no contribuyeron a la sociedad con todos los valores que encerraban y que se habían mantenido ocultos.
Me estoy haciendo estas consideraciones al hilo de la parábola que hoy nos propone Jesús en el evangelio. La conocemos como la parábola de los talentos. Aquel señor que al irse de viaje confió a sus empleados diversa cantidad de talentos con la misión que los trabajaran o negociaran en su ausencia para recoger luego el fruto de aquellos trabajos. Fue el tercero, el que recibió menor cantidad de talentos, solo uno frente a los cinco o los diez que recibieron sus compañeros, el que lo enterró por miedo a que se perdiera, para luego devolvérselo intacto al regreso de su amo.
Tuve miedo, decía, y por eso no me atreví a hacer nada. Como veníamos reflexionando es lo que nos puede pasar a nosotros que nos parece o nos vemos infravalorados y por eso terminando no haciendo nada; tememos a arriesgarnos, nos puede salir mal, nosotros no valemos, nos decimos tantas veces. Hoy se habla mucho de la autoestima, pero démosle el nombre que le queramos dar, aprendamos a valorar lo que en verdad somos.
Algunos dicen la vida es una aventura, yo no lo diría de esa manera, pero en la vida tenemos que saber ser valientes, audaces, sentir curiosidad por nosotros mismos para descubrirnos y para conocernos, ser capaces de lanzarnos adelante con lo que somos, con lo que valemos, que somos capaces de hacer muchas cosas. Y es que nuestro grano de arena, aunque sea pequeño, forma parte de la riqueza y de la belleza del conjunto.
Son las responsabilidades que todos tenemos en la vida. No todos somos iguales, es cierto, no todos tenemos los mismos valores, pero precisamente en esa diversidad está la riqueza, ahí está lo que le da belleza al conjunto.
Y esto lo podemos ver desde el descubrimiento y desarrollo de nuestro yo personal que encerramos una semilla capaz de dar grandes frutos en nuestra madurez humana y espiritual, como lo vemos, tenemos que verlo, en el lugar que ocupamos en la sociedad y en la Iglesia.
Nadie se puede desentender; nadie se puede considerar inútil ni incapaz; todos tenemos que aportar desde lo que somos y contribuir a la mejora de nuestra sociedad en relaciones humanas, en el desarrollo de las personas, en un bienestar para todos, en esa paz y esa armonía que entre todos hemos de conseguir, en esa lucha por la justicia, por los derechos y los valores de toda persona, en lograr que haya mas humanidad entre todos, en que logremos que desde nuestra solidaridad vayamos desterrando todo lo que pueda hacer sufrir a alguna persona de nuestro entorno o de nuestro mundo. De lo que tú contribuyas quizá puede estar dependiendo el bienestar de una persona, su desarrollo, el que viva en un mundo mejor con menos sufrimientos.
Y es lo que como creyentes y miembros de una comunidad eclesial tenemos que hacer para que se haga más presente en nuestro mundo el Evangelio y el Reino de Dios. En esa comunidad que es la Iglesia todos somos piedras valiosas que mucho podemos y tenemos que hacer en bien de la Iglesia, en el anuncio del evangelio, y en mejorar nuestro mundo desde lo que son los valores que vivimos desde el evangelio.
Descubramos nuestro lugar, el aporte que cada uno de nosotros puede hacer, sintamos el compromiso de la evangelización de nuestro mundo, vivamos nuestro ser iglesia como el mejor tesoro y la mayor alegría para nuestras vidas. El gozo del evangelio nunca se puede apagar en nuestro corazón.