Despertemos en nosotros esas ansias de plenitud, despertemos la fe en la resurrección y en la vida eterna, llenando nuestra vida de trascendencia y de esperanza
Lucas, 20, 27-40
Nadie ha venido nunca del más allá para contarnos lo que allí hay,
hemos escuchado decir a algunos en más de una ocasión. Y no es simplemente una
broma que se hace para tratar de hacerse el gracioso o caer bien, sino que en
el fondo puede significar una desconfianza, una falta de fe o una pérdida del
sentido de trascendencia que en nuestro ser cristiano hemos de dar a nuestra
vida.
Hemos de reconocer que por muchas cosas bonitas que digamos a la hora
de la muerte de un ser querido o con lo que tratemos de consolar a alguien que
está triste por la muerte de un familiar, en el fondo subyace, aunque nos
digamos cristianos, aunque digamos muchas misas por nuestros difuntos, una
cierta incredulidad en la resurrección.
Quizá ayude a ello las imaginaciones que nos hacemos, de cómo será esa
vida, si vamos a vivir de manera semejante a lo que es nuestra vida de ahora y así
muchas cosas más. No todos en nuestro entorno creen en la resurrección, aunque
cuando recitamos el credo lo decimos de memoria y repetimos esas palabras que
hacen referencia a la resurrección y a la vida eterna.
No es fácil hablar de este tema. Entramos en la hondura del misterio
donde tenemos que fiarnos de la Palabra de Jesús. De ello nos habla mucho en el
evangelio, de cómo quiere que vivamos para siempre en El. Y El tiene vida
eterna, y vivir en El es vivir en esa vida eterna que nos llena de plenitud. De
muchas maneras nos lo repite en el evangelio.
Hoy se nos habla de las dudas que planteaban los saduceos que por
principio doctrinal negaban la resurrección y que vienen con los tiquis miquis
de las leyes del Levítico para poner dudas, y para seguir manteniéndose en su
negativa a creer en la resurrección.
Jesús les viene a decir que no andemos con imaginaciones de vida a la
manera como vivimos corporalmente aquí en la tierra; que es algo distinto, que
se entra en otra orbita porque se entra en la órbita de la plenitud de Dios. Y
Dios es el Dios de la vida y lo que quiere es darnos vida en plenitud, vida
para siempre.
Nos costará entender y nos cuesta explicarnos. Pero toda esa ansia de
plenitud que llevamos en nuestro corazón no se puede quedar en nada; aquí en la
tierra todo lo bueno y lo mejor que vivir siempre tendrá sus limitaciones,
limitado en el tiempo, y limitados porque todo eso bueno se ve manchado por
nuestras debilidades y nunca encontraremos el amor perfecto, ni tendremos una
paz plena. Pero Dios puede darnos la plenitud de todo eso en la vida eterna que
nos tiene reservada, como nos dirá Jesús, el Reino eterno preparado para
vosotros desde la creación del mundo.
Aquel paraíso del que nos habla la primera página de la Biblia, donde
Dios colocó al hombre en su creación, es imagen de lo que Dios quiere para
nosotros. Llegará un momento en que nada ya nos puede manchar porque el mal y
la muerte han sido vencidos para siempre. Si aquel paraíso se vio truncado por
nuestro pecado – cuantas veces en la vida seguimos truncando, destrozando lo
mejor de nosotros mismos cuando dejamos meter en nuestro corazón el egoísmo y
el orgullo – sin embargo Cristo ha venido a redimirnos a vencer ese mal y es
muerte con su muerte y en su resurrección nos lleva con El, nos hace participes
de si vida para siempre.
Despertemos en nosotros esas ansias de plenitud, despertemos la fe en
la resurrección y en la vida eterna, que son artículos fundamentales de nuestra
fe, llenemos nuestra vida de trascendencia y de esperanza.