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sábado, 24 de diciembre de 2011

Bendito el Señor que viene a visitarnos y a llenarnos de su amor y de su paz



2Samuel, 7, 1-5.8-11.16;
 Sal. 88;
 Lc. 1, 67-79
‘Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo’, es nuestra oración de bendición y alabanza. Nace el Señor y mañana veremos su gloria, como nos dice la liturgia. Se cumple el tiempo en que Dios envió a su Hijo a la tierra, como repiten las antífonas en estas vísperas de la celebración del nacimiento del Señor.
En el evangelio hemos escuchado el cántico de Zacarías. Cuando llegó el momento de la circuncisión de su hijo y señalar que Juan era su nombre, porque así se lo había puesto el ángel del Señor, recobró el habla que había perdido y prorrumpió en este hermoso cántico de alabanza y bendición al Señor.
Llega el Señor; nos viene a visitar y a redimir; se va a manifestar la misericordia del Señor. Aparece y se manifiesta la fuerza salvadora del Señor que estaba anunciada ‘desde antiguo por boca de los santos profetas’. No puede menos que bendecir al Señor y darle gracia, reconocer su gracia salvadora, la dicha que tenemos de que el Señor venga a nosotros, nos visite y nos redima, nos dé su salvación. No podemos menos nosotros que bendecir al Señor. Que nos encuentre en oración y cantando su alabanza, como expresa la liturgia. Que ‘le sirvamos en santidad y justicia en su presencia todos nuestros días’ ya que  nos ha iluminado con su luz y nos ha regalado su salvación.
No son necesarias muchas reflexiones en este momento, sino culminar todo ese camino de preparación que hemos venido recorriendo a través de todo el Adviento. Un templo hermoso para el Señor hemos de preparar en nuestro corazón, de lo que nos ha hablado la primera lectura de hoy. Y no es un templo material lo que el Señor quiere. Está buscando nuestro corazón.
Cuando Jesús nació en Belén como vamos a escuchar en esta noche santa no hubo sitio para El en la posada y María y José tendrán que acogerse en un pequeño establo en los alrededores de Belén. Nosotros podemos hacerle sitio en nuestro corazón, tenemos que hacerle sitio en nuestro corazón.
‘Era peregrino y forastero y me acogisteis’ le escucharemos a la hora del juicio final. Era peregrino por los caminos y calles de Belén y no hubo quien le acogiera; es peregrino o forastero, pobre o enfermo y solo en los caminos de la vida que nos rodean, ¿tendrá quien le acoja?
Sabemos cuantos problemas hay a nuestro lado, cuánta gente que sufre, cuántas personas que pasan necesidad, cuántos que se sienten solos y abandonados, cuántos que van por los caminos de la vida desorientados y llenos de angustia por los problemas que los envuelven. Ahí está el Señor que llega a nuestro lado, tendiéndonos su mano, buscando un lugar de acogida, buscando nuestro amor y el calor de nuestro cariño. ¿Cerraremos las puertas? ¿Nos encerramos en nosotros mismos para no ver o para no saber?
Con alegría nos hemos venido preparando y nos queremos disponer a celebrar ya la Navidad. Pero fijémonos cuáles son las actitudes de nuestro corazón que nos está pidiendo el Señor, fijémonos en qué es lo que realmente tenemos que hacer, fijémonos en el amor que tenemos que poner.
Abre tu corazón con amor y recibirás a Dios. Pon amor y generosidad en tu corazón y harás una auténtica navidad. El Señor viene a visitarnos y a llenarnos de su amor y de su paz. Bendecimos a Dios por su presencia y su gracia. Bendigámosle con toda la fuerza de nuestro amor.

viernes, 23 de diciembre de 2011

El nacimiento de Juan nos recuerda que se acerca nuestra liberación


Malaquías, 3, 1-4; 4, 5-6;
 Sal. 24;
 Lc. 1, 57-66

‘Mirad y levantad vuestras cabezas: se acerca vuestra liberación’. Ya está cerca el Señor que viene. Hoy contemplamos nacer al precursor, el que viene a preparar los caminos, a purificar los corazones.
El profeta había anunciado que llegaría un mensajero para preparar el camino del Señor. En el desierto predicaría porque así sería más clara el signo que iba a mostrarnos de caminos que habían abrir, de corazones que había que enderezar, de vidas que había que purificar.
Todas las profecías se van cumpliendo y hoy contemplamos su nacimiento con alegría. Significativo fue su nacimiento que hizo que hasta los vecinos y parientes de Zacarías e Isabel se felicitaban por la gran misericordia que el Señor había mostrado para con aquellos venerables ancianos. No sabían entonces el misterio grande que allí se estaba desarrollando, pero se preguntarían en el sucederse de los acontecimientos ‘qué iba a ser de aquel niño porque la mano de Dios estaba sobre él’.
El evangelio nos da detalles del nacimiento de Juan señalándonos, como hacíamos notar, la alegría de los vecinos por tal acontecimiento. Juan, aquel niño recien nacido gran consuelo para Zacarías y para Isabel, pero consuelo y manifestación de lo que es el amor de Dios para con nosotros en el significado de su nombre. Ya escuchamos cómo, mientras los vecinos piensan que ha de llamarse Zacarías como su padre, tanto Isabel como también Zacarías escribiendo su nombre en la tablilla nos dicen que ‘Juan es su nombre’, porque ‘Dios se ha complacido’ - es su significado -, con su pueblo haciéndonos llegar al que nos anuncia la venida de el Salvador.
Nosotros nos llenamos de alegría en su nacimiento, tanto cuando lo celebramos en su propia fecha, como cuando escuchamos esa buena noticia en el evangelio de hoy en las vísperas del nacimiento de Jesús. ‘Se acerca la liberación’, y el nacimiento de Juan nos tiene que hacer despertar si acaso hemos caido en alguna modorra o descuido en la preparación de la navidad. ‘Levantad vuestras cabezas’, nos grita la liturgia en este día.
Es momento, pues, de intensificar nuestra preparación. No son simples adornos los que tenemos que poner en nuestra vida, aunque llenemos nuestras estancias, nuestras casas, calles y pueblos de muchos signos externos de esa alegría que llevamos en nuestro interior por la fiesta grande que vamos a celebrar. Está bien que pongamos todos esos signos externos, todas esas luces como signos visibles de la fe que profesamos y de lo que en verdad celebramos.
Pero no olvidemos que tenemos que preparar nuestro corazón. Que esas cosas externas no pueden distraernos de lo principal. Purifiquemos el corazón, llenémoslo de mucho amor. Pero que no sea amor de un día, sólo de un buen deseo que estos días tengamos los unos para con los otros, sino que todo eso sea como aprendizaje y entrenamiento para que ese amor permanezca para siempre en nuestra vida, en lo que hacemos, en nuestros gestos y palabras, en nuestras posturas y en nuestras actitudes.
Como decimos en uno de los prefacios, ‘el mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría, para encontrarnos así cuando llegue velando en oración y cantando su alabanza’.

jueves, 22 de diciembre de 2011

El cántico de la misericordia, del amor y de la vida nueva


1Samuel, 1, 24-28; Sal.: 1Samuel, 2, 1-8; Lc. 1, 46-50

‘Mi corazón se regocija por el Señor, mi Salvador’, fuimos repitiendo en el salmo responsorial. ‘Mi corazón se regocija por el Señor, mi Salvador’, repetimos una y otra vez en estos días vísperas de la Navidad del Señor. Mi corazón quiere cantar al Señor. Queremos, sí, repetir el cántico de María desde lo más hondo de nosotros mismos, porque el Señor ha estado grande con nosotros, porque derrama su misericordia sobre nuestras vidas dándonos a Jesús como lo estamos celebrando, lo queremos celebrar con toda intensidad en estos días. Queremos empaparnos del espíritu de María porque como ella y con ella queremos cantar la mejor alabanza al Señor.
Cuando María en su encuentro con su prima Isabel allá en la montaña prorrumpe en tan hermoso cántico de alabanza al Señor era algo, sí, que salía espontáneo de su alma porque así estaba ella llena de Dios y de alguna manera era el cántico de su corazón cada día y que en aquel momento lo provocaría la emoción del encuentro con Isabel con todas aquellas alabanzas que su prima llena del Espíritu Santo estaba proclamando; pero al mismo tiempo pienso que no fue algo totalmente improvisado porque en el largo camino de Nazaret hasta las montañas de Judea muchas serían las cosas que pasaban por el pensamiento de María, muchas serían las consideraciones que se iba haciendo en su corazón por todo aquello que en ella estaba sucediendo.
Aquellas largas horas de camino en aquella que sabía guardar y rumiar en su corazón cuanto le sucedía fueron oportunidad para meditar, para orar, para cantar al Señor desde lo más hondo de sí mismo reconociendo las maravillas que el Señor estaba obrando en ella y a través de ella para toda la humanidad. Cantaba, pues, al Señor que se había fijado en su pequeñez y en su humildad para hacer cosas grandes y maravillosas.
Una mujer en estado de gestación, bien lo saben las mujeres que han sido madres, mucho habla con aquel ser que lleva en sus entrañas a quien ama porque le está dando algo de sí mismo que es su propia vida; muchas miradas echa hacia su futuro con deseos y con interrogantes, con sueños e ilusiones; muchas esperanzas se van suscitando sobre lo que será la vida de aquel hijo que lleva dentro de sí, vida que será como una prolongación de su propia vida. Cómo no había de hacerlo María cuando era consciente de la misericordia del Señor que se estaba manifestando sobre ella, pero que también era manifestación y anticipo ya de la misericordia de Dios para con todos los hombres.
Sabía María que aquel hijo que llevaba allí en sus entrañas, junto a su corazón, no iba a ser sólo el hijo de María, sino que era también el Hijo del Altísimo, aquel a quien Dios ya le había puesto un nombre, Jesús, porque iba a ser el Salvador de todos los hombres. Sabía María que no sólo era una nueva vida la que se estaba allí gestando en sus entrañas, sino que era quien iba a ser la vida para todos los hombres, porque en El todos íbamos a tener nueva vida, porque con El vendría el perdón, la gracia, la paz, el amor de Dios con su salvación para todos.
‘La misericordia del Señor llega a sus fieles de generación en generación’, cantaría María. ‘Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia – como lo había prometido a nuestros padres – en favor de Abrahán y su descendencia para siempre’. Es el canto de la misericordia divina para todos los hombres; es el canto del amor de Dios que se derrama sobre nosotros transformando nuestros corazones.
Es el canto que anuncia un mundo nuevo nacido del corazón misericordioso de Dios, porque nos trae el perdón, pero nos trae nueva vida, porque va a transformar el corazón de todos los hombres, haciendo desaparecer el orgullo y la soberbia, para hacer brotar el mundo de los humildes y sencillos, el mundo de la paz, de la amistad nuevas de todos los hombres que se quieren, el mundo del amor.
Es el canto que nosotros con María queremos cantar y con el queremos prepararnos desde lo más hondo de nosotros mismos para recibir al Señor, para darnos cuenta también de cuantas maravillas el Señor quiere realizar en nosotros cuando nosotros nos hacemos disponibles para El y para vivir según su amor. ‘Mi corazón se regocija por el Señor, mi Salvador’, seguimos repitiendo  nosotros también como Ana y como María.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

lecciones de fe, de humildad, de amor y alegria en María e Isabel



Cantar de los Cantares, 2, 8-14;
 Sal. 32;
 Lc. 1, 39-45
 ‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’ dice Isabel cuando llega María. Todo se vuelve bendiciones y alabanzas. ‘Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre’. Bendiciones para María en que se han realizado las maravillas del Señor, pero bendiciones para el hijo de María, el ‘fruto de tu vientre’.
Alabanzas para María, es la madre del Señor, pero es la mujer de fe grande. El Espíritu ha llenado también el corazón de Isabel para descubrir esas maravillas del Señor, y es el que la inspira en sus reconocimientos y alabanzas. ‘Dichosa tú que has creido, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’. Todo al mismo tiempo con un espíritu humilde reconociendo su indignidad y pequeñez ante las maravillas del Señor. ‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’, que exclamó Isabel ante la llegada de María.
Hermosa y delicada escena la que hoy contemplamos en esta visita de María a su prima Isabel. Cuánta alegría, cuánto amor, cuánta fe y cuánta humildad. El amor había puesto alas en los pies de María para correr a servir y ayudar. Así se manifiestan las grandezas del Reino de los cielos. Ya se está allí realizando en la humildad de aquellas mujeres, en el espiritu de servicio, en la apertura del corazón a las maravillas de Dios y en la alegría que desborda para cantar las mejores alabanzas al Señor como escucharemos en labios de María.
Cuánto podemos aprender; cuánto tenemos que aprender de ambas mujeres en este final del camino del Adviento que estamos recorriendo ya en la cercanía de la navidad. Fíjémonos cómo quien es capaz de reconocer las maravillas del Señor ese reconocimiento le llevará siempre a la más profunda humildad, porque pobres y pequeños nos sentiremos siempre ante el Señor.
Ya hemos reflexionado más de una vez que sólo por los caminos de la humildad y sencillez podemos llegar a Dios, a conocerle y reconocerle. Pero es que, en lo que podríamos llamar el camino de vuelta, siempre terminaremos en caminos también de humildad y sencillez. Nos sentimos amados cuando Dios así se nos manifiesta, pero reconoceremos inmediatamente nuestra indignidad y pobreza. El verdadero encuentro con el Señor nunca nos puede conducir por caminos de orgullo y de soberbia, sino todo lo contrario.
No caben orgullos ni grandezas humanas en quien haya vivido una profunda experiencia de Dios. Lo estamos contemplando en Isabel que cuando siente que Dios viene a ella con la presencia de María se reconoce indigna. ‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’. Pero lo vimos también en María que cuando recibe la embajada angélica anunciándole la mayor de sus grandezas que es ser la Madre de Dios, ella se siente pequeña y la última. ‘Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra’, que la escuchamos en la Anunciación.
Lo podríamos contemplar en muchas páginas de la Biblia. Por citar una, recordemos que cuando Isaías tiene aquella impresionante visión de Dios se siente pecador, hombre labios impuros, ante la presencia de Dios. El ángel del Señor vendrá a purificarle para que sienta que esa experiencia de Dios, esa presencia de Dios ante quien se encuentra no es para muerte sino para vida.
Hoy la liturgia nos está invitando a la alegría y a la alabanza al Señor. ‘Aclamad justos al Señor, cantadle un cántico nuevo… dichosa la nación cuyo Dios es el Señor…’, hemos dicho y meditado en el salmo responsorial. Es lo que manifiesta también el cantar de los cantares en la primera lectura en ese cántico de amor del esposo que busca a su esposa; y lo que también manifestábamos en la oración de la liturgia. ‘Escucha, Señor, la oración de tu pueblo, alegre por la venida de tu Hijo en carne mortal…’ decíamos, ‘que un día podamos alegrarnos de escuchar de sus labios la invitación a poseer el reino eterno’.
Llenemos nuestro corazón de esa humildad, de esa fe, de ese amor y de esa alegría que hoy vemos resplandecer en Isabel y en María.

martes, 20 de diciembre de 2011

Una vez más nos extasiamos contemplando con amor el misterio de Dios


Is. 7, 10-14; Sal. 23; Lc. 1, 26-38
Algunas veces hay personas que nos dicen que siempre estamos repitiendo lo mismo y que así aburrimos a la gente y por eso la gente se cansa de oír las mismas cosas y por eso no vienen a la iglesia. ¿Tendrán razón? ¿Será verdad que siempre estamos repitiendo las mismas cosas? De entrada decir que eso depende de cómo oigamos nosotros las cosas y cuál es la actitud de fe que llevamos en el corazón.
Pienso en dos enamorados. Parece que se dicen lo mismo, pero por eso mismo, porque están enamorados de verdad, nunca se cansa el uno del otro aunque se digan las mismas cosas. O pienso cuando hay algo en la vida que nos gusta, que nos satisface o nos llena interiormente, aquello lo repetimos, nos quedamos extasiados saboreándolo una y otra vez porque siempre lo gustaremos como algo nuevo que nos llega como muy dentro de nosotros.
Hoy hemos escuchado una vez más, por tercera vez dentro de este tiempo del Adviento, el mismo evangelio de la Anunciación. Creo que si consideramos con fe honda lo que este texto del evangelio de Lucas se nos manifiesta es como para quedarnos extasiados ante este texto saboreándolo una y otra vez por el misterio grande de Dios que en El se nos revela. Es el más inmenso misterio del amor de Dios que tanto nos ama que quiere encarnarse en el seno de María para hacerse hombre, pero para ser también Dios en medio de nosotros, para ser Emmanuel.
Locura de amor de Dios que así nos ama y nos salva, que así quiere estar con  nosotros y así quiere levantarnos para engrandecer nuestra naturaleza humana y llevarnos con El. Se hizo hombre, tomando nuestra naturaleza humana para engrandecernos y dignificarnos haciéndonos partícipes de su misma vida divina, haciéndonos a nosotros también hijos de Dios. Es como para quedarse en silencio, sin pronunciar palabra, y casi sin respirar para poder sentir y gozar de ese amor de Dios que así se nos manifiesta.
En la oración litúrgica se nos ha hablado del designio de Dios que humildemente y con amor es aceptado por María con ese sí rotundo y generoso que da con toda su vida al querer de Dios. Como ya dijimos en otro momento, es que María no sabía decir otra cosa ante Dios porque en sus manos se había puesto, y para El había consagrado toda su vida de forma radical. Así era la llena de la gracia, la llena e inundada de la presencia de Dios, la que se dejó transformar totalmente por obra del Espíritu Santo para ser verdadero templo de Dios.
Es algo que queremos aprender de María. De ella queremos aprender las mejores actitudes, la mejor forma de prepararnos para acoger al Señor que viene a nosotros con su salvación. ‘Ella lo esperó con inefable amor de madre’, decimos en uno de los prefacios de Adviento. ‘Y del seno virginal de la hija de Sión ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz’, que decimos en el otro de los prefaciones que decimos en estos días.
Esa forma de esperar de María, dejándose inundar de la gracia del Señor, dejándose transformar por el Espíritu para ser ese verdadero y santo templo de Dios, es lo que nosotros también tenemos que hacer. Por eso pedíamos en la oración litúrgica, al contemplar cómo María acogía los designios de Dios, que ‘siguiendo su ejemplo, nos conceda la gracia de aceptar tu designios con humildad de corazón’.
Sólo los humildes de corazón podrán conocer a Dios. ‘Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos; dichosos los humildes porque ellos poseerán la tierra; dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios’. Son las bienaventuranzas que Jesús proclamará allá en el monte. Pero son las bienaventuranzas que nosotros vemos reflejadas en el corazón de María. Son los caminos de humildad, sencillez, pureza de corazón por los que nosotros hemos de transitar para llenarnos de Dios, como lo hizo María. 

lunes, 19 de diciembre de 2011

El Señor viene y nos llena de esperanza, de alegría, de confianza

Jueces, 13, 2-7.24-25; Sal. 70; Lc. 1, 5-25

Todo lo que nos va ofreciendo la liturgia en estos días nos ayuda en nuestra preparación para la celebración del nacimiento del Señor. Las oraciones litúrgicas de cada día, las antífonas, los textos de la Palabra del Señor que se nos proclaman están todos en función de lo que queremos celebrar y vivir y que queremos hacerlo con toda intensidad, con fe grande.
Dos textos nos ofrece la Palabra con un cierto paraelismo: el anuncio del nacimiento de Sansón en el texto del Antiguo Testamento y el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista en el evangelio. Uno y otro, cada uno en su momento, y para nosotros ahora, tratan de despertar esperanza, alegría por la salvación que llega, confianza plena en el Señor que vence todo tipo de temor. Ambos casos en los que se manifiesta el poder del Señor que realiza maravillas y que quiere hacernos entender que Dios se vale también de nuestros medios humanos aunque nos parezcan pobres y pequeños para hacernos llegar su salvación.
El pueblo de Israel pasaba por momentos difíciles a la hora de establecerse en aquella tierra que Dios les había prometido y acosados por los filisteos parecía tener perdida toda esperanza. Y ahí en esas circunstancias hará surgir un gran Juez para el pueblo que les liberaría del poder y acoso de los filisteos. Pero había que confiarse plenamente en el Señor como lo hacen humildemente los padres de Sansón.
De manera semejante, Dios hará nacer al que va a ser el precursor del Mesías manifestando su gloria pues ha de nacer de quienes han perdido toda la esperanza de la paternidad o maternidad. El texto del Evangelio nos relata con todo detalle la aparición del ángel del Señor a Zacarías en el templo, mientras está haciendo la ofrenda del incienso en su turno de la tarde para anunciarle el nacimiento de Juan. Y ante lo que le manifiesta el ángel surge la duda en el corazón de Zacarías y la pregunta. ‘¿Cómo voy a estar seguro de eso? Pues yo soy viejo y mi mujer de edad avanzada’ exclamará Zacarías porque Isabel era estéril. Los momentos serán difíciles también para creer Zacarías y aparecerá la dura prueba. Pero al final vencerá la confianza plena en el Señor.
Así se nos manifiesta también el Señor a nosotros. Así tenemos que ir creciendo en confianza en el Señor. Así queremos irnos preparando y dejando al Señor actuar en nuestra vida. El Señor nos llama, nos hace sentir su gracia y su poder, muchas veces por los caminos que nosotros pensamos. Pero es ahí precisamente donde tenemos que afirmarnos bien en nuestra fe, en nuestra confianza en el Señor.
Podrán aparecernos dudas, interrogantes dentro de nosotros, cosas que no veamos clara, como le sucedía a los padres de Sansón, como le sucedía a Zacarías ante todo lo que le estaba manifestando el ángel del Señor. Muchas cosas nos pondrán a prueba. Pero ahí tiene que estar nuestra confianza total en el Señor.
Es lo que le hemos pedido al Señor en la oración. ‘Asístenos con tu gracia, para que proclamemos con fe íntegra y celebremos con piedad sincera el misterio admirable de la Encarnación’. Fe íntegra y piedad sincera, hemos dicho. Que el Señor nos ayude a seguir creciendo en nuestra fe.
Por su parte en el aleluya antes del Evangelio con la antífona propia de este día hemos llamado a Cristo ‘resplandor de la luz eterna y sol de justicia’, y le hemos pedido que venga pronto a nuestra vida para ‘alumbrar a los que yacen en tinieblas y en sombras de muerte’. Que venga Cristo pronto a nuestra vida para que se disipen para siempre esas sombras de muerte y de pecado. Que venga con su salvación y nos llene de su luz.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Nos ha llegado una carta del cielo



2Sam. 7, 1-5.8-12.14-16; Sal. 88; Rom. 16, 25-27; Lc. 1, 26-38
Hay noticias que nos llenan de alegría, que nos sorprenden o nos aturden, por inesperadas, por la importancia de la noticia, por las repercusiones que pueden tener en nuestra vida, por el compromiso. ‘Te voy a dar una noticia’, nos dice alguien y nos quedamos ansiosos en la duda de lo que se nos va a comunicar. Recibimos una carta que no esperábamos, y, o la abrimos rápidamente a ver qué nos dice, o le damos vueltas y vueltas antes de abrirla y leerle temerosos quizá de lo que se nos puede decir o anunciar.
Hoy un ángel viene a traer una noticia a María. Grande tiene que ser la noticia cuando es tal el embajador que viene del cielo a traerla; algo extraordinario tiene que ser cuando comienza el ángel con tales saludos y alabanzas. ‘Alégrate, la llena de gracia, el Señor está contigo’. Grandioso tiene que ser para tales saludos y María se queda ensimismada ‘ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel’.
Porque poco menos que tiene que sacudirla el ángel para que quite sus temores. ‘No temas, María’, y ahora la llama ya por su nombre. ‘Has hallado gracia ante Dios’, y el ángel le anuncia que el Salvador va a venir, que el anunciado por los profetas y deseado de las naciones está al llegar, que el Mesías a hacerse presente en medio del pueblo que lo esperaba, que el Hijo de Dios se va a encarnar en sus entrañas.
‘Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús’. Se ha de llamar Jesús, porque es el Hijo de Dios y Dios le ha puesto ese nombre; se ha de llamar Jesús porque es Dios que salva, es Dios que se hace presente con su salvación. Es el Hijo del Altísimo. Es el Hijo de Dios. El Espíritu Santo vendrá sobre ti. Serás la Madre de Dios.
Y María sigue contemplando, meditando, rumiando aquella sorprendente noticia. ¿Quién es ella para merecer tal don? ¿Cómo podrá realizarse milagro tan grande? El Misterio de Dios que en su inmensidad llena el universo está inundando el corazón de María, y ella se sigue sintiendo pequeña para algo tan grande. El que no cabe en todo el universo porque todo lo desborda en su omnipotencia y en su omnipresencia se va a hacer presente en sus entrañas. Y ella es pequeña, es una humilde servidora, la esclava del Señor. ‘Hágase en mí según tu palabra’, es la respuesta de María. Es que no sabe decir otra cosa quien siempre ha vivido en las manos de Dios y de Dios se ha dejado ir haciendo. ‘Aquí está la esclava del Señor’.
Nos ha llegado a nosotros una carta del cielo. Una embajada se acerca también a nuestra vida. Para nosotros es también esa Buena Noticia que hoy escuchamos. Viene el Señor con su salvación tan esperada. También a nosotros se nos dice: ‘el Señor está contigo’. Nos llega el Salvador con su gracia y su perdón. ‘Has hallado gracia ante Dios’. Dios se hace presente entre nosotros, en nuestra vida, en nuestro mundo. El ángel también nos anuncia a nosotros la navidad. Es la gran noticia que escuchamos este domingo y ya la navidad está cerca.
Hay, sin embargo, un peligro: que no llegue a ser noticia para nosotros porque nos creamos que ya nos la sabemos; que ya no nos impacte ni nos sintamos soprendidos porque nos hemos acostumbrado o hemos hecho otra cosa de la navidad. Así nos irá entonces en la navidad que no puede ser en consecuencia la verdadera navidad. Es el gran peligro y la gran tentación de acostumbrarnos a las cosas que ya entonces no le damos importancia. Es el gran peligro y tentación de que la Palabra del Señor ya no nos diga nada, no llegue a ser para nosotros Buena Noticia. Algo nos estaría fallando.
Tenemos que aprender de María y dejarnos sorprender por la Palabra de Dios. Tenemos que aprender de María y llenarnos de su espíritu humilde porque sólo así Dios se nos revela y se nos manifiesta. Tenemos que aprender de María para saber abrir nuestro espíritu y nuestro corazón al misterio de Dios. Tenemos que aprender de María y aprender a rumiar en nuestro corazón las cosas de Dios que se nos van manifestando, aunque tengamos que hacernos preguntas, aunque no todo siempre lo entendamos. Tenemos que aprender de María y poner en juego toda nuestra fe para abrir los ojos y reconocer ese mensaje divino que nos anuncia que Dios está con nosotros, que para nosotros es también su gracia y su vida.
No podemos decir sin más, bueno, ya estamos en el cuarto domingo de adviento y el próximo fin de semana es navidad. Parecería que nos dejamos llevar por superficialidad de las cosas que se repiten sin más y no es para nosotros la gran Noticia, la Buena Noticia de que el Señor está cerca y viene a ser Dios con nosotros.
Lo hemos estado esperando; nos hemos ido preparando a través de todo el adviento para este momento. Mucho habremos reflexionado y orado. Somos conscientes de que el mundo necesita esta venida del Señor; hay tanto sufrimiento a nuestro alrededor, hay tantos problemas y agobios, hay tantas desesperanzas, hay tanta gente que ha perdido la ilusión y se siente sin fuerzas para luchar, hay tanta gente que camina como en tinieblas, o desorientados, o sin metas en la vida, hay tanta gente envuelta en las redes de la muerte y del pecado.
Necesitamos que venga el Señor con la salvación. Necesitamos esa luz que nos despierte y nos llene de nuevas esperanzas. Necesitamos esa fuerza espiritual que sea consuelo que nos reconforte en nuestros agobios o sufrimientos. Necesitamos esa vida nueva que sólo en el Señor podemos encontrar y que El viene a traernos. Seguimos orando al Señor pidiendo que venga y que venga pronto y transforme nuestros corazones para que se pueda transformar nuestro mundo.
Estos días en nuestros hogares estamos con muchos preparativos de muchas cosas porque queremos celebrar bien y con mucha alegría la navidad. Una de las cosas, de las bonitas costumbres de nuestros hogares que no deberíamos de perder, es el hacer nuestro Belén, nuestro portalico de Belén, que sea como un signo en medio de nuestro hogar del misterio que estamos celebrando. Allí en medio colocaremos a Jesús en su bendita Imagen, pero que sea signo de que en el portalico de Belén de nuestra vida coloquemos en verdad a Jesús. No una imagen, sino al mismo Jesús. Tenemos que hacer un nuevo portal de Belén bien significativo para cuantos nos rodean.
Que en verdad coloquemos a Jesús en el centro de nuestra vida para que nos ilumine con su luz, para que se despierten de nuevo nuestras esperanzas e ilusiones por algo nuevo y distinto, por un mundo nuevo que llamamos Reino de Dios. Que en verdad coloquemos a Jesús ahí en el centro de todo y nos demos cuenta de que nosotros tenemos que ser ese consuelo de Jesús para cuantos sufren a nuestro alrededor, que nosotros hemos de llevar esa fuerza y esa gracia del Señor a los que se sienten débiles o derrotados.
Que en verdad coloquemos a Jesús en el centro de todo porque llevemos la Buena Noticia de su evangelio de salvación a todos para que encuentren la gracia, el perdón, el amor y la paz que viene a traernos Dios. ‘El Señor está contigo’, el Señor está con nosotros. Que en verdad coloquemos a Jesús en medio de todo nuestro mundo para que hagamos la más hermosa navidad y nuestro mundo se sienta transformado por la presencia de Dios en medio de nosotros. Que sintamos en verdad que hemos hallado gracia ante los ojos de Dios.
Tenemos una hermosa tarea que realizar.