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viernes, 23 de diciembre de 2011

El nacimiento de Juan nos recuerda que se acerca nuestra liberación


Malaquías, 3, 1-4; 4, 5-6;
 Sal. 24;
 Lc. 1, 57-66

‘Mirad y levantad vuestras cabezas: se acerca vuestra liberación’. Ya está cerca el Señor que viene. Hoy contemplamos nacer al precursor, el que viene a preparar los caminos, a purificar los corazones.
El profeta había anunciado que llegaría un mensajero para preparar el camino del Señor. En el desierto predicaría porque así sería más clara el signo que iba a mostrarnos de caminos que habían abrir, de corazones que había que enderezar, de vidas que había que purificar.
Todas las profecías se van cumpliendo y hoy contemplamos su nacimiento con alegría. Significativo fue su nacimiento que hizo que hasta los vecinos y parientes de Zacarías e Isabel se felicitaban por la gran misericordia que el Señor había mostrado para con aquellos venerables ancianos. No sabían entonces el misterio grande que allí se estaba desarrollando, pero se preguntarían en el sucederse de los acontecimientos ‘qué iba a ser de aquel niño porque la mano de Dios estaba sobre él’.
El evangelio nos da detalles del nacimiento de Juan señalándonos, como hacíamos notar, la alegría de los vecinos por tal acontecimiento. Juan, aquel niño recien nacido gran consuelo para Zacarías y para Isabel, pero consuelo y manifestación de lo que es el amor de Dios para con nosotros en el significado de su nombre. Ya escuchamos cómo, mientras los vecinos piensan que ha de llamarse Zacarías como su padre, tanto Isabel como también Zacarías escribiendo su nombre en la tablilla nos dicen que ‘Juan es su nombre’, porque ‘Dios se ha complacido’ - es su significado -, con su pueblo haciéndonos llegar al que nos anuncia la venida de el Salvador.
Nosotros nos llenamos de alegría en su nacimiento, tanto cuando lo celebramos en su propia fecha, como cuando escuchamos esa buena noticia en el evangelio de hoy en las vísperas del nacimiento de Jesús. ‘Se acerca la liberación’, y el nacimiento de Juan nos tiene que hacer despertar si acaso hemos caido en alguna modorra o descuido en la preparación de la navidad. ‘Levantad vuestras cabezas’, nos grita la liturgia en este día.
Es momento, pues, de intensificar nuestra preparación. No son simples adornos los que tenemos que poner en nuestra vida, aunque llenemos nuestras estancias, nuestras casas, calles y pueblos de muchos signos externos de esa alegría que llevamos en nuestro interior por la fiesta grande que vamos a celebrar. Está bien que pongamos todos esos signos externos, todas esas luces como signos visibles de la fe que profesamos y de lo que en verdad celebramos.
Pero no olvidemos que tenemos que preparar nuestro corazón. Que esas cosas externas no pueden distraernos de lo principal. Purifiquemos el corazón, llenémoslo de mucho amor. Pero que no sea amor de un día, sólo de un buen deseo que estos días tengamos los unos para con los otros, sino que todo eso sea como aprendizaje y entrenamiento para que ese amor permanezca para siempre en nuestra vida, en lo que hacemos, en nuestros gestos y palabras, en nuestras posturas y en nuestras actitudes.
Como decimos en uno de los prefacios, ‘el mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría, para encontrarnos así cuando llegue velando en oración y cantando su alabanza’.

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