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sábado, 27 de noviembre de 2021

Vigilancia para no distraernos y oración para abrir nuestro corazón a Dios para escucharle y sentir su presencia

 


Vigilancia para no distraernos y oración para abrir nuestro corazón a Dios para escucharle y sentir su presencia

Daniel 7, 15-27; Sal.: Dn 3, 82-87; Lucas 21, 34-36

Nos podemos distraer, y hay cosas que llaman la atención y nos pueden hacer olvidar la meta final por probar aquello que ahora vemos tan apetitoso. El caminante que emprende la aventura de un viaje por un lugar desconocido tratará de tener en cuenta todas las precauciones para no errar el camino o para no estar dando vueltas y más vueltas en torno al mismo sitio sin encontrar salida.

Pasa si vamos a una ciudad grande y desconocida para nosotros cuando por nosotros mismos queremos encontrar el camino y al final nos damos cuenta que estamos dando vueltas sobre un mismo sitio; confieso que esto de la ciudad a mi me ha pasado en alguna ocasión por ser atrevido y quizás no dejarme aconsejar. Es el caminante que trata de cruzar un desierto o atravesar una cordillera de altas montañas y se proveerá de las mejores brújulas que le orienten (la brújula siempre mira al norte y nos hará descubrir la verdadera dirección del camino) y entonces no le hagan dar vueltas sobre si mismo – hoy diríamos un ‘gps’ en los avances de la vida -; todo es tan parecido y tan desconocido que nos viene la confusión.

Eso son accidentes, vamos a llamarlos geográficos que nos podemos encontrar, pero la vida misma es también un camino donde hay muchas cosas que nos llaman la atención, que nos distraen, que nos pueden hacer olvidar la meta y objetivo final que nos hemos propuesto. Es el camino humano de crecimiento que vamos realizando día a día; es el camino de nuestro espíritu en el que hemos de tratar de darle una profundidad espiritual a lo que somos y en consecuencia a lo que hacemos; es el camino que como cristianos queremos realizar en el seguimiento de Jesús y en la realización de las tareas que a los que creemos en El nos ha encomendado. ¿Verdad que vamos tropezando cada día con muchas cosas que nos impiden esa madurez de la vida, esa espiritualidad profunda y esa vivencia con toda intensidad de nuestra fe?

En estos días finales del año litúrgico, que precisamente terminamos hoy, pero también en las primeras semanas del Adviento se nos habla de los tiempos finales y de ese encuentro definitivo con el Señor, en su segunda venida como iremos escuchando. Nos vale para el verdadero sentido del adviento que mañana iniciamos en toda la amplitud que tenemos que darle, como ya iremos viendo. Jesús nos habla de vigilancia como también nos habla de oración.

Vigilancia para estar atentos a esa llegada del Señor a nuestra vida, ya sea en el momento presente en que hemos de sentir siempre esa presencia del Señor, o ya sea ante la segunda venida del Hijo del Hombre en la plenitud de los tiempos. En distintos momentos nos hablará de la vigilancia como quien está de centinela atento a lo que pueda suceder, o de quien tiene unas responsabilidades que cumplir en donde no se podrá distraer de sus obligaciones. Hoy nos habla de que en cualquier ocasión hemos de estar vigilantes y atentos no dejándonos distraer por nada.

‘Tened cuidado de vosotros, nos dice, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra’. Cuidado no se nos emboten los corazones, ya sea porque nos demos a la fiesta y al jolgorio o ya sea, nos dice también, porque los quehaceres de la vida, las inquietudes de la vida nos absorban de tal manera que no seamos capaces de darnos cuenta del día y de la hora. No nos distraigamos.

Nos tiene que hacer pensar. ¿Cuáles son esos afanes y preocupaciones que llegan a embotarnos? Siempre hemos escuchado que hay que saber hacer una escala de valores en la vida. ¿Qué es lo importante y lo primordial? No se trata de eludir responsabilidades o considerar que las cosas pequeñas y secundarias no tienen valor, sino es saber poner cada cosa en su sitio. No nos distraigamos, repito.

Vigilancia y oración, que es estar con el corazón abierto para Dios. con oración pensamos muchas veces solamente en que tenemos que pedirle muchas cosas a Dios, pero oración es mucho más, porque es también abrir nuestro corazón a Dios para escucharle, para sentir su presencia, para darnos cuenta de esa luz que es para nuestra vida dejándonos conducir por su Espíritu.

viernes, 26 de noviembre de 2021

Hay algo que sí es inmutable y permanente que es el amor de Dios y su Palabra, por eso buscamos a Dios y en todo queremos sentir siempre su amor escuchando su Palabra

 


Hay algo que sí es inmutable y permanente que es el amor de Dios y su Palabra, por eso buscamos a Dios y en todo queremos sentir siempre su amor escuchando su Palabra

Daniel 7,2-14; Sal.: Dn. 3, 75-81; Lucas 21,29-33

Todo pasa, decimos algunas veces con un cierto sentido fatídico de destino inexorable ante el que nos tenemos que someter; todo pasa decimos cuando quizás queremos restarle importancia a lo que sucede si acaso no podemos hacerle frente a lo que sucede o nos vemos impotentes sin entender demasiado las cosas; todo pasa quizás pensamos porque nos damos cuenta que las cosas se van transformando, que unas pueden ser raíz y causa de otras, o también que nosotros somos los que vamos construyendo la vida y mucho pueda depender de las actitudes o posturas con las que nosotros nos enfrentemos. ¿Habrá algo que permanezca inmutable, que no tenga cambio, que sea como un sentido permanente para lo que es la vida y lo que nos sucede? Algunas veces parece que no sabemos responder.

Es cierto que la vida es un continuo caminar, pero es un caminar donde somos nosotros los que vamos dando los pasos envueltos por el tiempo, herederos de un pasado, pero siempre con el anhelo de ser constructores de un futuro. Hay cosas, es cierto, que sucede por la naturaleza de las mismas cosas; hay cosas que pueden parecernos que son fruto de un azar; hay fuerzas que provienen de la misma naturaleza y que en su devenir pueden transformar esa misma naturaleza o pueden obligarnos a transformarnos nosotros mismos.

Pero siempre está el hombre, la persona, con su vida, con su propia fuerza, con la creatividad que nace de si mismo, con una capacidad de transformación para mejorar o también para destruir. ¿Qué hacemos? ¿Qué estamos poniendo de nuestra parte? ¿Estaremos contribuyendo a la construcción y desarrollo, o nos habremos convertido algunas veces en destructores?

Pero el creyente sabe que detrás de todo eso, de ese devenir y de ese caminar de la historia, incluso de eso que con nuestra voluntad, con nuestra libertad podemos hacer, está Dios. Nos sentimos su criatura, pero una criatura en cuyas manos ha puesto Dios la misma vida y ese mundo también en que vivimos. Desde Dios que todo lo ilumina, también sentimos la responsabilidad de nuestros actos, de lo que podemos hacer a partir precisamente de esa libertad.

Y hay algo que sí es inmutable, permanente que es el amor de Dios y su Palabra. Y reconocemos que todo eso que ha puesto en nuestras manos desde nuestra vida misma es un regalo de su amor que nos hace grandes, que nos dignifica y que también nos compromete. Por eso el creyente busca a Dios y quiere sentir su amor; busca a Dios y quiere escuchar su palabra para descubrir todo lo que es su designio de amor para nosotros y para nuestro mundo; el creyente confía en Dios aunque muchas veces no termine de comprender cuanto sucede y por qué sucede. Muchos interrogantes pueden surgir en su corazón, pero se fía de Dios, busca a Dios, quiere escuchar a Dios.

A veces nos encontramos con momentos difíciles y oscuros en que nos parece no entender nada; dejémonos iluminar por su palabra, abramos nuestro corazón a la confianza y a la esperanza, intentemos seguir caminando en fidelidad, agarrándonos de su mano como el niño que se confía de su padre y se deja conducir por él. Dios siempre va a hacer surgir algo nuevo incluso de eso tumultuoso y doloroso que nos pueda estar sucediendo. Es la fe y la esperanza que ponemos por encima de todo en Dios y que es nuestra fuerza para caminar, para seguir adelante, para no dejarnos hundir en la oscuridad.

No entendemos pero abramos nuestro corazón a su Espíritu y el irá dictando esos caminos que hemos de seguir, que hemos de seguir construyendo.

jueves, 25 de noviembre de 2021

Con Jesús otra perspectiva se nos ofrece a la vida, por eso aunque mucha sean las sombras levantemos la cabeza para ver al Hijo del Hombre que viene a nuestro encuentro

 


Con Jesús otra perspectiva se nos ofrece a la vida, por eso aunque mucha sean las sombras levantemos la cabeza para ver al Hijo del Hombre que viene a nuestro encuentro

Daniel 6, 12-28; Sal: Dn. 3,68-74; Lucas 21, 20-28

En estos días finales del ciclo litúrgico se nos proponen unos evangelios que nos hablan de los tiempos finales y de la destrucción de Jerusalén con un luego apocalíptico que, hemos de confesar, nos llenan de una cierta angustia y de temor. Podríamos decir que es una reacción normal por nuestra parte, porque a nadie le gusta la muerte ni la destrucción y en cierto modo se nos contagia esa angustia de la que se nos habla para esos tiempos finales.

La muerte siempre es un desgarro en la vida, porque queremos vivir y nos querríamos que la vida se acabara; pensar en el final de algo nos puede traer angustia y desasosiego, porque se producen en nuestro interior incertidumbres y preguntas. ¿Cómo será ese final? Hasta el final de un partido de cualquier deporte si se está viviendo con cierta intensidad produce desasosiego en quienes lo están viviendo o incluso en quienes lo están contemplando. Como no se nos va a producir ese desasosiego si se nos habla del final de la vida o del final del mundo.

Cuando en nuestro entorno contemplamos catástrofes en la naturaleza, ya sea por condiciones climatológicas adversas como temporales u otro tipo de catástrofes como las que se están viviendo en nuestras islas estos días, meses ya, con el volcán, algo dentro de nosotros nos hace estar inquietos, brotan los temores y las angustias ante lo que sucede o ante el futuro incierto que se avecina. Pero como ya hemos reflexionado en otros momentos es reflejo también de esas luchas de la vida a las que cada día hemos de enfrentarnos.

Y hoy Jesús nos dice que levantemos la cabeza, que son momentos de liberación. Nos cuesta entender. Parece más bien todo lo contrario porque lo que se está generando muchas veces es angustia y sufrimiento. ¿Cómo entender las palabras de Jesús? Jesús siempre quiere poner esperanza en el corazón, que no nos falte la paz del espíritu por muy fuertes que sean las tormentas.

¿Qué nos sucede cuando nos vemos envueltos, por ejemplo, en una tormenta? Queremos tener un refugio seguro, no nos queremos sentir solos, queremos el amparo de aquellos seres que nos aman; el niño se refugia en las faldas de su madre, por decirlo de alguna manera, y nosotros buscamos aquellas personas que nos dan seguridad y que infunden con su presencia serenidad en nuestros corazones.

¿Nos sentimos solos ante las incertidumbres de la vida? ¿Nos sentimos como abandonados cuando esas angustias se nos meten en el alma? Quizá la peor angustia sea la de la soledad que nos da inseguridad porque no sabemos a donde agarrarnos, en quien apoyarnos o al menos nos parece que no está junto a nosotros.

Por eso tenemos que escuchar con toda atención las palabras de Jesús. Sus palabras nos dan una seguridad y una confianza, sus palabras quieren llenar de serenidad nuestro corazón. Nos había dicho Jesús en el evangelio. ‘Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación’. Que no nos pasen desapercibidas estas palabras.

‘Verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria’. Nos está diciendo Jesús que no nos vamos a sentir solos, que tiene que haber angustia en nuestros corazones, que El está con nosotros. Es un aspecto que tenemos que resaltar, que no podemos olvidar, la presencia del Señor que se manifiesta a nuestro lado. Algunas veces vamos tan enfrascados en nosotros mismos – fijémonos que la palabra enfrascados significa estar metidos dentro del frasco – que solo estamos viendo lo turbio que pueda haber dentro de nosotros y no vislumbramos la luz que más allá hay.

Por eso nos dice que nos despertemos, que levantemos la cabeza, que no nos materialicemos tanto que solo nos miremos los pies. Nos encerramos y perdemos la perspectiva; no nos miramos sino la punta de la nariz y no vemos lo que hay más allá, no miramos sino las sombras que tenemos dentro de nosotros y no somos capaces de ver la luz que se nos ofrece. Con Jesús otra perspectiva se ofrece a nuestra vida.

miércoles, 24 de noviembre de 2021

No nos acobardemos ni tengamos miedo, mantengamos la firmeza y fidelidad que se manifieste en la perseverancia y encontraremos la salvación

 


No nos acobardemos ni tengamos miedo, mantengamos la firmeza y fidelidad que se manifieste en la perseverancia y encontraremos la salvación

Daniel 5,1-6.13-14.16-17.23-28; Sal.: Dn 3,62-67; Lucas 21,12-19

Mantenerse uno firme en sus convicciones no es fácil. Es más fácil acomodarnos. Es la tentación en la que todos estamos en las distintas facetas de la vida. Hoy se emplea mucho la frase de lo políticamente correcto; o sea aquello que tú tienes que pensar o decir para no ir a la contra de lo que todos dicen; porque ahora quieren mandar los que se creen en mayoría; y no hablo ahora de democracia política, sino del común sentir y hacer de la gente, de lo que todo hacemos. 

Hay corrientes de opinión y ahora todos tienen que pensar según esa corriente de opinión dominante; y las corrientes de opinión las crean algunos que más gritan, o más se manifiestan en la calle o en los medios de comunicación, los que van creando influencias en los demás, en la mayoría de la gente, y a esos hay que creerlos y seguirlos, no se puede ir a la contra. Y entonces para no resultar molestos o incómodos, nos acomodamos (vaya con todo sentido el juego de palabras incómodo-acomodarse). Si alguien quiere opinar distinto lo va a tener difícil. La verdad de la vida tiene que ser algo mucho más profundo.

Por eso al que quiere ser cristiano de verdad le va a costar, no le va a ser fácil. Porque muchas veces tendremos que remar en contra. Nuestros valores y nuestros principios son otros de los que el mundo o la sociedad tratan de imponer. Y nos va a costar mucho la fidelidad. Nuestro punto de partida tiene que ser el evangelio, esa buena nueva que Jesús nos ofrece que se convierte para nosotros en un sentido de vida.

Las motivaciones profundas que nosotros tenemos para nuestro trabajo por la justicia, para la construcción de nuestro mundo desde el amor, para conseguir la verdadera paz que nos dé una felicidad duradera y profunda tienen unas características muy especiales que nosotros mamamos (vamos a decirlo así) en el evangelio. Y eso choca con los intereses del mundo, eso choca con un sentido materialista de la vida, eso choca con los egoísmos que nos asaltan y las posturas interesadas de tanto que solo buscan sus ganancias o sus vanidades. Y nos vamos a encontrar entonces con un mundo enfrente, al menos con muchos que no les convencen nuestras ideas y tratarán de destruir lo que nosotros vayamos construyendo sin importarles el destruirnos a nosotros también.

Y de eso es de lo que nos está previniendo Jesús en el evangelio cuando nos habla de persecuciones y de cárceles o de que nos vamos a encontrar enfrente quizás hasta los más cercanos que tengamos a nuestra vida como pueden ser nuestros familiares o aquellos que consideramos amigos. ‘Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre… Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre…’

Pero Jesús nos dice que no nos acobardemos, que no tengamos miedo, que no estemos preocupándonos demasiado en como hemos de hacer nuestra defensa, porque su Espíritu estará con nosotros.  ‘Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro’.

Termina Jesús hablándonos de la firmeza, de la fidelidad de nuestra vida. Firmeza y fidelidad que se ha de manifestar en la perseverancia. Eso que nos cuesta tanto. Pronto nos cansamos. Pronto tiramos la toalla. Pronto nos parece todo tan oscuro que perdemos las ganas de luchar, de esforzarnos, de seguir adelante. ‘Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’, nos dice Jesús.

Vemos a tantos en la vida, en diferentes aspectos o en diferentes situaciones que cuando encuentran la dificultad ya van derrotados, que podemos nosotros terminar haciendo igual. Además muchas veces queremos que la salida sea a nuestra manera, pero Dios abre caminos nuevos y distintos delante de nosotros. Si permanecemos fieles aun en los momentos más oscuros veremos que al final la luz de Jesús no nos faltará. Como nos dice hoy ‘ni un cabello de vuestra cabeza perecerá’. Confiemos en el Señor, en su Palabra, en la fuerza de su Espíritu que estará siempre con nosotros.

martes, 23 de noviembre de 2021

Necesitamos saber estar con un testimonio de fe y de esperanza al lado de los que pasan por momentos oscuros que les hace perder el rumbo de sus vidas

 


Necesitamos saber estar con un testimonio de fe y de esperanza al lado de los que pasan por momentos oscuros que les hace perder el rumbo de sus vidas

Daniel 2,31-45; Sal.: Dn 3,57-61; Lucas 21,5-11

Confieso que algunas veces me siento impotente cuando me encuentro con alguien que ha perdido las esperanzas en su vida, se siente derrotado, se siente solo sin saber a donde tender una mano para encontrar un apoyo, te dice que se encuentra como en un túnel oscuro al que no le ve salida. Ha perdido las esperanzas y la ilusión, se siente sin fuerzas para luchar y camina como desorientado sin saber qué camino tomar. Son tormentas difíciles muchas veces de superar. Es en la lucha de los problemas personales desde el interior de su corazón, son los problemas que le va presentando la vida algunas veces uno tras otro sin soluciones intermedias, es una vida en la que cuesta mirar hacia arriba porque se encuentra tan embarrado que no sabe quitarse ese barro que le atenaza los pies.

¿De qué le hablas? ¿Qué le puedes decir que a él no le suenen como palabras repetidas y para él vacías de sentido? Quizás nos embarramos tanto en la vida presente, en lo material, en esos problemas que van surgiendo que nos cuesta mirar hacia lo alto y no hay altura de miras en su corazón. El mundo parece que se les viene encima y su vida la ven como una ruina.

¿Qué hacemos? al menos ponernos a su lado con la esperanza que aún queda en nuestro corazón, caminar su camino pero sintiéndonos nosotros seguros de nuestra esperanza, aunque algunas veces no sepamos como manifestarla. Esas personas necesitan un testimonio, algo que ellos vean en los demás que les pueda dar luz, y eso es lo que un creyente tiene que hacer al caminar a su lado, sintiendo la debilidad también, pero con el paso firme de quien sabe apoyarse en el Señor. Es difícil también el camino para el que acompaña, pero el creyente sabe donde encontrar el camino y la luz para ese camino.

Hoy el evangelio – y lo vamos a escuchar de una manera u otra en los próximos días – nos habla de los tiempos finales. Parte Jesús del esplendor del templo de Jerusalén que están contemplando anunciando que un día todo eso se vendrá abajo y no quedará piedra sobre piedra. Cuando el evangelista nos trascribe estas palabras de Jesús ya esas cosas habían sucedido, porque en los años setenta de aquel primer siglo fue la destrucción de Jerusalén. Pero ahora en el relato simplemente nos refleja lo que era el pensamiento de los judíos y de los seguidores de Jesús en aquel momento. Por eso Jesús les dice que tendrán tiempos finales, pero que ese tiempo final no es tan inmediato.

Pero en esas palabras de Jesús también podemos reflejadas esas circunstancias que nos acompañan en la vida, tal como veníamos describiendo desde el principio de esta reflexión. Jesús nos invita a la confianza y a creer en su palabra, como nos dirá en otros momentos. Cuando la cena pascual los discípulos intuían que algo difícil había de pasar y Jesús les invita a confiar en su palabra, Jesús les invita a fiarse de El y hacer su mismo camino. Yo soy el camino y la verdad y la vida, les dirá entonces.

Es lo que tenemos que saber seguir escuchando en estos momentos difíciles por los que podamos estar pasando. Serán circunstancias de la vida semejante a lo que antes describíamos, o serán también las circunstancias y momentos difíciles que podamos estar pasando por otros motivos. También el mundo parece que se nos viene encima, cuando contemplamos catástrofes naturales que llenan todo de destrucción y parece que hacen perder las esperanzas a aquellos que las están padeciendo.

Es difícil estar al lado de esas personas, tampoco sabemos en ocasiones cómo levantar el ánimo, pero lo que antes decíamos, tenemos que saber estar ahí con el testimonio de nuestra vida, con nuestro amor y con nuestra solidaridad, con el saber estar cerca y hacer que nuestra serenidad nacida de nuestra fe y nuestra esperanza trate de contagiar a los que están pasando por momentos oscuros.

Ahí está el testimonio de fe y de esperanza que nosotros los que creemos en Jesús siempre tenemos que saber dar. Habrá quien no lo entienda, porque buscan otras soluciones, pero nuestro testimonio no puede faltar.

lunes, 22 de noviembre de 2021

Compartir con generosidad es mucho más que desprendernos de unas monedas, necesitamos saber desprendernos de nosotros mismos, de nuestro orgullo y amor propio

 


Compartir con generosidad es mucho más que desprendernos de unas monedas, necesitamos saber desprendernos de nosotros mismos, de nuestro orgullo y amor propio

Daniel 1, 1-6. 8-20; Sal.: Dn 3, 52-56; Lucas 21, 1-4

Don… sí que es generoso, escuchamos decir, mira cuanto ha hecho por la Iglesia. A nuestra parroquia no le falta nada porque el atiende cualquier necesidad que tenga la parroquia… Puede ser el pensamiento que tengamos o lo que escuchemos decir a personas de buena voluntad, y es cierto que esa persona se gasta sus dineros en comprar lo que haga falta. Pero quizá al mismo tiempo vamos mirando de reojo porque a la hora de hacer una recaudación alguna persona no dio sino unas monedillas.

¿Qué sabes tú de la situación de esa persona? Cuidado no nos quedemos en las apariencias y en nuestros juicios tanto laudatorios como de minusvaloración de lo que los otros hacen. Es un peligro y una tentación. Aquel que está dando mucho tendrá quizás unas buenas finanzas y si aporta todo eso nunca le faltará para seguir con sus ganancias o sus negocios. Aquel que ha dado poco tenemos que quedarnos en silencio ante su secreto que no tenemos por qué ni desvelar ni juzgar.

Es la lección que nos da Jesús hoy en el evangelio. No hace muchos días ya lo hemos leído y comentado. Jesús se había fijado en quienes entraban al templo y en este caso ostentosamente hacían alarde de sus posibilidades con sonadas limosnas en el arca de las ofrendas. Sonadas, porque como dirá Jesús en otra ocasión algunos van tocando trompetas por las esquinas cuando van a hacer alguna limosna para que todos vean su generosidad. En esta ocasión Jesús se ha fijado en aquella mujer que además era viuda y pobre y con gran generosidad de corazón en aquellos dos reales que depositó en el arca estaba poniendo cuanto necesitaba para vivir.

Pero aquella mujer pasó desapercibida. Para todos menos para Jesús. El conoce el corazón del hombre. ¿Quién se iba a fijar en aquella mujer? Era mujer, era viuda, y además pobre lo que en aquella sociedad agravaba más la situación. Una serie de circunstancias concomitantes además propicias para que nadie se fijara en ella. Eran más sonadas y aplaudidas las generosidades aparentes de aquellos que se las daban de generosos.

Siempre este pasaje del evangelio nos ha servido de punto de examen para ver nuestra generosidad. Y tenemos que decir también nuestra forma de dar. Aquí nos recuerda lo que nos dirá Jesús en otro lugar del evangelio, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Quien tiene que ver lo que llevas en el corazón es Dios, y El bien que nos conoce. Todavía nos quedan en muchos lugares placas de agasajo y reconocimiento, repartos de diplomas. No significa que no tengamos que ser agradecidos con quienes son generosos, pero la gratitud y valoración verdadera no está en una placa o un diploma que amontonamos en un rincón llenos de polvo y el tiempo envejecerá o el viento se llevará.

Es lo que nos dirá Jesús en otro momento de que guardemos nuestros tesoros en el cielo. Allí no habrá ladrón que nos los robe; allí no hay polilla ni carcoma que lo eche a perder. Lo estaremos haciendo cuando aprendamos a compartir con generosidad; cuando seamos capaces de desprendernos incluso de nosotros mismos. No es cuestión solo de desprendernos de unas monedas o unas riquezas, sino lo importante es el desprendimiento interior que vence todo orgullo y todo amor propio. Eso cuesta muchas veces mucho más que desprendernos de unas monedas.

domingo, 21 de noviembre de 2021

Para celebrar a Jesucristo rey del universo nos revestimos de las túnicas enrojecidas por la sangre del amor y que han sido lavadas y purificadas en la sangre del Cordero

 


Para celebrar a Jesucristo rey del universo nos revestimos de las túnicas enrojecidas por la sangre del amor y que han sido lavadas y purificadas en la sangre del Cordero

Daniel 7, 13-14; Sal. 92; Apocalipsis 1, 5-8; Juan 18, 33b-37

Cuando llegamos al último domingo del año litúrgico – entramos en la última semana puesto que ya el próximo domingo iniciamos otro ciclo con el Adviento – la liturgia nos propone esta fiesta de Cristo Rey del universo como resumen y conclusión de todo lo que han sido las celebraciones a lo largo del año, celebrando el misterio de Cristo.

Es una fiesta realmente reciente en la liturgia de la Iglesia, pues se inició en el primer tercio del siglo pasado, aunque su celebración tenía lugar en el último domingo de octubre; fue con la reforma del año litúrgico a partir del Concilio Vaticano II cuando se trasladó a este último domingo. Una fiesta nacida en unas connotaciones particulares que se vivían entonces en la Iglesia y en el mundo y que de alguna manera nos marca la imagen que en el fondo tenemos de esta fiesta con signos inequívocos de un sentido de cristiandad que se vivía en aquel momento; las imágenes de la realeza de Cristo están un poco marcadas de un cierto triunfalismo pero que con la reforma litúrgica en cierto modo se han querido purificar.


Aunque con esa tradición reciente, como hemos mencionado, sin embargo era la imagen de Jesús que se presentaba en los primeros siglos del cristianismo. Aquellos bellos mosaicos del Pantocrátor de muchas iglesias orientales y realizadas luego también en el occidente cristiano nos presentan esa figura de Jesús como el centro de toda la creación, en cierto modo, como ahora queremos expresar como Rey del universo. Ya san Pablo en los himnos litúrgicos que nos recoge en sus cartas nos habla precisamente de ese recapitular todo en Cristo.

En el evangelio de la liturgia de este ciclo precisamente se nos presentará a Jesús en el momento que humanamente menos se nos puede presentar como rey, pero que sin embargo recoge todo su sentido profundo de la realeza de Cristo. Jesús está siendo juzgado ante el procurador romano donde le acusan de que se ha venido presentando como rey desde Galilea hasta llegar ahora a Judea. Y ahí surge la pregunta de Pilato, ‘¿Con que tú eres rey?... ¿eres tú el Rey de los judíos?’

‘Mi reino no es de este mundo… mi reino no es de aquí…’ le responde Jesús. No tiene ejércitos que ahora vengan a defenderle o a vengarle. El puñado de sus más fieles y cercanos seguidores, a la hora del desprendimiento, se dispersó y huyeron. Allá estarán algunos encerrados en el cenáculo por miedo a lo que les pudiera pasar. Pero Jesús no niega que sea rey.

Es otra la manera. Es lo que les había enseñado a sus discípulos, no habían de aspirar a ser como los poderosos y reyes de este mundo. Eran otros los valores; era otro el sentido; quien quisiera ser grande tenía que hacerse el último y el servidor de todos. Y es como ahora vemos a Jesús, como el último, despreciado por todos, abofeteado por la soldadesca, humillado al ser presentado como rey pero para la burla y comparado con un malhechor al que la gente prefiere.

‘Tú lo dices, soy rey; yo para esto he nacido y para esto he venido a este mundo, para dar testimonio de la verdad’. Lo tiene claro Jesús. Pilato preguntará qué es la verdad, porque no había oído antes a Jesús proclamar ‘Yo soy el camino, y la verdad, y la vida’. Ahora la estaba demostrando con su entrega, con su amor. 

Había anunciado Jesús el Reino de Dios desde el principio y nos había ido señalando sus características que no acabábamos de entender. Ahora lo podemos comprender, aunque las gentes griten en su contra; ahora será proclamado desde lo alto de la cruz, aunque los judíos querrán que se cambie el título; ahora está siendo el más grande porque es el último, porque es el que más ama, porque es el que entrega su vida por los que ama, que entrega su vida por nosotros. Tenemos que proclamar en verdad que Jesús es Rey.

Y a ese Rey queremos seguir nosotros, a ese Reino ponemos en el centro de nuestros corazones, en ese estilo nosotros queremos vivir, de ese reinado nosotros queremos participar, de ese sacerdocio nosotros nos queremos revestir. Con crisma hemos sido consagrados, como eran consagrados los reyes, los profetas, los sacerdotes, para ser con Cristo sacerdotes, profetas y reyes.

No olvidemos lo que ha significado el bautismo para nosotros. Ha sido un nacer de nuevo, un hombre nuevo que es con Cristo Sacerdote, profeta y rey. Ese perfume del crisma (sabemos que está hecho de aceite y perfume) nosotros tenemos que hacer notar en ese estilo nuevo que vivimos. Por eso el cristiano allá por donde pasa va dejando tras de sí ese perfume del amor.

Y es eso lo que hoy estamos celebrando. No nos revestimos de aterciopelados ropajes ni llevamos sobre nuestras cabezas doradas coronas; nos revestimos de la túnica de Cristo enrojecida con su sangre derramada por el amor; es lo que nos tiene que distinguir, porque esas túnicas han sido lavadas y purificadas en la sangre del Cordero y así un día formaremos parte de esa multitud innumerable que canta la gloria de Dios en el cielo.

Ahora ya comenzamos a entonar ese cántico de gloria con nuestra entrega y nuestra solidaridad, con nuestro amor y con la generosidad de nuestro corazón, con el espíritu de servicio y cuando hemos sido de verdad capaces de hacernos los últimos y servidores de todos. Es la forma como tenemos que celebrar que Jesucristo es el Rey del universo.