Vigilancia
para no distraernos y oración para abrir nuestro corazón a Dios para escucharle
y sentir su presencia
Daniel 7, 15-27; Sal.: Dn 3, 82-87; Lucas
21, 34-36
Nos podemos
distraer, y hay cosas que llaman la atención y nos pueden hacer olvidar la meta
final por probar aquello que ahora vemos tan apetitoso. El caminante que
emprende la aventura de un viaje por un lugar desconocido tratará de tener en
cuenta todas las precauciones para no errar el camino o para no estar dando
vueltas y más vueltas en torno al mismo sitio sin encontrar salida.
Pasa si vamos
a una ciudad grande y desconocida para nosotros cuando por nosotros mismos
queremos encontrar el camino y al final nos damos cuenta que estamos dando
vueltas sobre un mismo sitio; confieso que esto de la ciudad a mi me ha pasado
en alguna ocasión por ser atrevido y quizás no dejarme aconsejar. Es el
caminante que trata de cruzar un desierto o atravesar una cordillera de altas
montañas y se proveerá de las mejores brújulas que le orienten (la brújula siempre
mira al norte y nos hará descubrir la verdadera dirección del camino) y entonces
no le hagan dar vueltas sobre si mismo – hoy diríamos un ‘gps’ en los
avances de la vida -; todo es tan parecido y tan desconocido que nos viene la confusión.
Eso son accidentes,
vamos a llamarlos geográficos que nos podemos encontrar, pero la vida misma es
también un camino donde hay muchas cosas que nos llaman la atención, que nos
distraen, que nos pueden hacer olvidar la meta y objetivo final que nos hemos
propuesto. Es el camino humano de crecimiento que vamos realizando día a día;
es el camino de nuestro espíritu en el que hemos de tratar de darle una
profundidad espiritual a lo que somos y en consecuencia a lo que hacemos; es el
camino que como cristianos queremos realizar en el seguimiento de Jesús y en la
realización de las tareas que a los que creemos en El nos ha encomendado.
¿Verdad que vamos tropezando cada día con muchas cosas que nos impiden esa
madurez de la vida, esa espiritualidad profunda y esa vivencia con toda
intensidad de nuestra fe?
En estos días
finales del año litúrgico, que precisamente terminamos hoy, pero también en las
primeras semanas del Adviento se nos habla de los tiempos finales y de ese
encuentro definitivo con el Señor, en su segunda venida como iremos escuchando.
Nos vale para el verdadero sentido del adviento que mañana iniciamos en toda la
amplitud que tenemos que darle, como ya iremos viendo. Jesús nos habla de
vigilancia como también nos habla de oración.
Vigilancia
para estar atentos a esa llegada del Señor a nuestra vida, ya sea en el momento
presente en que hemos de sentir siempre esa presencia del Señor, o ya sea ante
la segunda venida del Hijo del Hombre en la plenitud de los tiempos. En
distintos momentos nos hablará de la vigilancia como quien está de centinela
atento a lo que pueda suceder, o de quien tiene unas responsabilidades que
cumplir en donde no se podrá distraer de sus obligaciones. Hoy nos habla de que
en cualquier ocasión hemos de estar
vigilantes y atentos no dejándonos distraer por nada.
‘Tened cuidado de vosotros, nos
dice, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las
inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá
como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra’. Cuidado no se nos emboten los corazones, ya sea
porque nos demos a la fiesta y al jolgorio o ya sea, nos dice también, porque
los quehaceres de la vida, las inquietudes de la vida nos absorban de tal
manera que no seamos capaces de darnos cuenta del día y de la hora. No nos
distraigamos.
Nos tiene que hacer pensar. ¿Cuáles son
esos afanes y preocupaciones que llegan a embotarnos? Siempre hemos escuchado
que hay que saber hacer una escala de valores en la vida. ¿Qué es lo importante
y lo primordial? No se trata de eludir responsabilidades o considerar que las
cosas pequeñas y secundarias no tienen valor, sino es saber poner cada cosa en
su sitio. No nos distraigamos, repito.
Vigilancia y oración, que es estar con
el corazón abierto para Dios. con oración pensamos muchas veces solamente en
que tenemos que pedirle muchas cosas a Dios, pero oración es mucho más, porque
es también abrir nuestro corazón a Dios para escucharle, para sentir su
presencia, para darnos cuenta de esa luz que es para nuestra vida dejándonos
conducir por su Espíritu.