Hay
algo que sí es inmutable y permanente que es el amor de Dios y su Palabra, por
eso buscamos a Dios y en todo queremos sentir siempre su amor escuchando su
Palabra
Daniel 7,2-14; Sal.: Dn. 3, 75-81; Lucas
21,29-33
Todo pasa,
decimos algunas veces con un cierto sentido fatídico de destino inexorable ante
el que nos tenemos que someter; todo pasa decimos cuando quizás queremos
restarle importancia a lo que sucede si acaso no podemos hacerle frente a lo
que sucede o nos vemos impotentes sin entender demasiado las cosas; todo pasa
quizás pensamos porque nos damos cuenta que las cosas se van transformando, que
unas pueden ser raíz y causa de otras, o también que nosotros somos los que
vamos construyendo la vida y mucho pueda depender de las actitudes o posturas
con las que nosotros nos enfrentemos. ¿Habrá algo que permanezca inmutable, que
no tenga cambio, que sea como un sentido permanente para lo que es la vida y lo
que nos sucede? Algunas veces parece que no sabemos responder.
Es cierto que
la vida es un continuo caminar, pero es un caminar donde somos nosotros los que
vamos dando los pasos envueltos por el tiempo, herederos de un pasado, pero
siempre con el anhelo de ser constructores de un futuro. Hay cosas, es cierto,
que sucede por la naturaleza de las mismas cosas; hay cosas que pueden
parecernos que son fruto de un azar; hay fuerzas que provienen de la misma
naturaleza y que en su devenir pueden transformar esa misma naturaleza o pueden
obligarnos a transformarnos nosotros mismos.
Pero siempre
está el hombre, la persona, con su vida, con su propia fuerza, con la
creatividad que nace de si mismo, con una capacidad de transformación para
mejorar o también para destruir. ¿Qué hacemos? ¿Qué estamos poniendo de nuestra
parte? ¿Estaremos contribuyendo a la construcción y desarrollo, o nos habremos
convertido algunas veces en destructores?
Pero el
creyente sabe que detrás de todo eso, de ese devenir y de ese caminar de la
historia, incluso de eso que con nuestra voluntad, con nuestra libertad podemos
hacer, está Dios. Nos sentimos su criatura, pero una criatura en cuyas manos ha
puesto Dios la misma vida y ese mundo también en que vivimos. Desde Dios que
todo lo ilumina, también sentimos la responsabilidad de nuestros actos, de lo
que podemos hacer a partir precisamente de esa libertad.
Y hay algo
que sí es inmutable, permanente que es el amor de Dios y su Palabra. Y
reconocemos que todo eso que ha puesto en nuestras manos desde nuestra vida
misma es un regalo de su amor que nos hace grandes, que nos dignifica y que
también nos compromete. Por eso el creyente busca a Dios y quiere sentir su
amor; busca a Dios y quiere escuchar su palabra para descubrir todo lo que es
su designio de amor para nosotros y para nuestro mundo; el creyente confía en
Dios aunque muchas veces no termine de comprender cuanto sucede y por qué
sucede. Muchos interrogantes pueden surgir en su corazón, pero se fía de Dios,
busca a Dios, quiere escuchar a Dios.
A veces nos
encontramos con momentos difíciles y oscuros en que nos parece no entender
nada; dejémonos iluminar por su palabra, abramos nuestro corazón a la confianza
y a la esperanza, intentemos seguir caminando en fidelidad, agarrándonos de su
mano como el niño que se confía de su padre y se deja conducir por él. Dios
siempre va a hacer surgir algo nuevo incluso de eso tumultuoso y doloroso que
nos pueda estar sucediendo. Es la fe y la esperanza que ponemos por encima de
todo en Dios y que es nuestra fuerza para caminar, para seguir adelante, para
no dejarnos hundir en la oscuridad.
No entendemos
pero abramos nuestro corazón a su Espíritu y el irá dictando esos caminos que
hemos de seguir, que hemos de seguir construyendo.
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