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sábado, 9 de mayo de 2020

Tanto tiempo de pertenencia a la Iglesia desde nuestro bautismo y aún no terminamos de conocer a fondo la Buena Nueva del evangelio de Jesús


Tanto tiempo de pertenencia a la Iglesia desde nuestro bautismo y aún no terminamos de conocer a fondo la Buena Nueva del evangelio de Jesús

Hechos 13, 44-52; Sal 97; Juan 14, 7-14
‘Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?’ Es la queja de Jesús ante las preguntas en cierto modo incongruentes que le están haciendo. Tanto tiempo y no me conoces…
¿Nos sucederá de alguna manera algo así en la vida? Algunas veces decimos que nos llevamos sorpresas. No pensaba que fuera así, nos decimos ante un gesto, ante un hecho, ante algo que hace una persona quizás cercana a nosotros. nos sucede con un familiar o con un vecino de toda la vida, con alguien a quien considerábamos amigo o era un compañero de trabajo de siempre, que creíamos que lo conocíamos, pero no esperábamos aquella reacción, no esperábamos que fuera a salir así ante una situación determinada ante la que tuvo que presentarse.
Y algunas veces pensamos esto en un sentido negativo por un fuera de tono en una determinada situación, como decíamos, o también positivamente porque no pensábamos que fuera a tener una reacción tan bonita, tan generosa y solidaria, tan altruista en determinados momentos. Nos habíamos quedado quizás en un conocimiento superficial, nos habíamos quedado en unas apariencias por lo que no considerábamos capaz a aquella persona de realizar actos tan heroicos quizá, al menos nos parecieron muy extraordinarios. Y es que no terminamos de conocer a las personas, ya sea porque ocultamos mucho de nosotros mismos, ya sea porque nuestra mirada hacia los otros es muy superficial.
Pero vayamos al hecho del evangelio que nos está motivando estas consideraciones. Jesús les habla de Dios y de la vida eterna, de las obras que realiza y del camino que han de seguir si en verdad quieren ser sus discípulos, les está dando motivos de esperanza y fortaleza pues bien sabe que van a pasar por momentos difíciles tras su prendimiento en el huerto y todo aquello va a resultar un escándalo muy fuerte del que les va a costar recuperarse por una parte, o afrontar esos momentos duros cuando lleguen. Y ahora los discípulos vienen a decirle que no entienden, que no comprenden los gestos que El ha tenido esa noche en la cena pascual con ellos, que no saben bien lo que va a pasar y como tendrían que reaccionar después de todas las veces que El les ha hablado de cuanto va a suceder. De ahí la frase de Jesús, Tanto tiempo con vosotros ¿y aun no me conocéis?
Les invita a poner toda su confianza en Dios, para que comprendan la profunda unión que El tiene con el Padre, pero que sean capaces de descubrirlo a través de las obras que Jesús hace. Ahí se manifiesta Dios, ahí podemos conocer a Dios, ahí podemos descubrir ese actuar de Dios. Ahora las discípulos más cercanos a Jesús, conocedores de sus secretos porque a ellos de manera especial les explicaba todo, aun no comprender que Jesús realiza las obras de Dios. Les faltaba esa sintonía de Dios en sus vidas. Sin embargo nos lo presenta el evangelio de Juan casi desde el principio a Nicodemo que sí ha sabido sintonizar con esas obras de Dios que se manifiestan en Jesús. ‘Nadie haría las cosas que hace si Dios nos estuviera con El’, por eso comprende que Jesús viene de Dios y que Dios está en El.
Nos cuesta a nosotros también en ocasiones descubrir ese actuar de Dios y como Dios se nos manifiesta de muchas maneras. Nos falta esa sintonía de Dios de manera que incluso escuchamos el evangelio y no llegamos a descubrir en toda su profanidad ese misterio de Dios que nos está descubriendo también el misterio y el sentido de nuestra vida. Nos cuesta centrarnos, nos cuesta escuchar hondo en el corazón, nos quedamos en las ramas y no llegamos a ver con toda profundidad.
Como nos sucede, tal como decíamos al principio, en nuestra relacion con los demás; nos quedamos en la apariencia, en lo superficial y no llegamos a descubrir la grandeza de la persona que se manifiesta en su humildad pero también en las obras de amor que realiza.
Nos sucede en el camino de nuestra fe y de nuestra vida cristiana, tanto que hemos escuchado la Palabra de Dios y la predicación que nos ha ofrecido la Iglesia a lo largo de nuestra vida, tantas veces que hemos participado en la celebración de la Eucaristía y en la recepción de los sacramentos, y ¿hasta dónde llega la comprensión y la vivencia de los valores del evangelio? ¿Hasta dónde llega nuestro compromiso apostólico y eclesial? ¿Seguiremos sin conocer la Iglesia, sin conocer los evangelios, sin una auténtica confesión de nuestra fe?


viernes, 8 de mayo de 2020

Fe que nos está pidiendo Jesús que llenará de esperanza nuestro corazón aun cuando muchas veces nos sigamos viendo envueltos en oscuridades y dificultades



Fe que nos está pidiendo Jesús que llenará de esperanza nuestro corazón aun cuando muchas veces nos sigamos viendo envueltos en oscuridades y dificultades

 Hechos 13, 26-33; Sal 2; Juan 14, 1-6
Quizás nos encontremos a quien en un afán de aventura se lanza a los caminos sin tener meta clara a donde ir, rumbo a lo desconocido, ni las características de los caminos que ha de recorrer ni una idea aproximada de lo que se va a encontrar. Es cierto que hay quien tiene ese espíritu aventurero y también tiene su encanto ese caminar sin rumbo, sin meta, y haciendo caminos al andar como dice alguna canción.
Pero lo que entra dentro de lo normal es que queramos saber a donde vamos, a donde nos quieren llevar si es alguien que nos invita a hacer camino con él, que sepamos al menos de una forma aproximada lo que nos vamos a encontrar, aun con las sorpresas que en si tiene también todo camino, y que tengamos una idea de lo que va a ser el camino para ir debidamente preparado para realizarlo. Nos gusta la previsión en la medida que podamos y tener los preparativos adecuados.
Es la aventura de la vida, podríamos decir, pero es la vida con unas metas y unos recorridos a hacer aunque siempre vayamos predispuestos a aceptar lo nuevo que nos vayamos encontrando. Viajar siempre entraña un enriquecimiento porque nos descubre nuevas cosas, nuevos mundos, nuevos horizontes y nos hace ponernos a aspirar y soñar también con algo grande que nos podamos encontrar.
Demasiado preámbulo nos puede parecer quizá para lo que queremos comentar. Creo que lo podemos entender como una referencia a lo que es el camino de la vida, con nuestras metas, nuestros objetivos, nuestras búsquedas, el desarrollo de nuestras responsabilidades, lo que buscamos y aquello por lo que luchamos, aquello que son nuestros sueños y que son nuestras ilusiones y esperanzas. Cosa terrible en la vida de una persona es no tener metas, no tener sueños, no ilusionarse por nada, por alcanzar algo. ¿Para qué vivir, entonces? ¿Simplemente vegetando? ¿Simplemente dejándonos arrastrar por lo que vaya saliendo? ¿Cómo un juego quizás? Algunos algo así se lo toman, pero creo que es algo serio.
Las palabras de Jesús que hoy escuchamos fueron pronunciadas en la última cena cuando todo sonaba a despedida, pero los mismos discípulos estaban desorientados porque no terminaban de entender lo que iba a suceder ni siquiera las palabras de Jesús. Jesús las habla de que han de mantener la calma, que no han de perder la paz, porque toda su confianza tienen que ponerla en El. ‘No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios y creed también en mí’, les dice. Y les habla del sitio que les prepara  y del que vendrá a buscarlos. Pero ellos no entienden; no terminan de ver clara la meta que Jesús les está proponiendo, la esperanza que Jesús les está ofreciendo, y por eso dicen que no saben ni a donde ir ni el camino que les llevará. Parece tiempo perdido en todo lo que les ha hablado Jesús.
No tenían clara la meta del cielo, no terminaban de entender la vida eterna que Jesús les prometía, no terminaban de llenar de trascendencia su vida y se está quedando de tejas abajo, solo en las cosas que ven con los ojos pero no terminan de abrir sus vidas a horizontes de eternidad. No saben que hacer ni qué camino tomar.
Y Jesús les dice que El es el Camino, que El es la verdad que buscan, que El es esa Vida que les ofrece. ‘Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? Jesús le responde: Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí’.
Son claras las palabras de Jesús. Es la meta y el camino que nos ofrece. Es el sentido pleno de nuestra vida que nos llevará por horizontes de plenitud. Es la fe que nos está pidiendo que llenará de esperanza nuestro corazón, aun cuando muchas veces nos sigamos viendo envueltos en oscuridades con los problemas que nos vamos encontrando en la vida, con las dificultades para avanzar. Siguiendo las huellas de Jesús, haciendo su mismo camino, viviendo como El vivió llegaremos a la plenitud del amor y de la vida eterna.


jueves, 7 de mayo de 2020

Mensajeros del evangelio, enviados de Jesús con la misión del anuncio del Reino de Dios, no para anunciarse a si mismos, sino para ser fieles a la misión de quien los envía


Mensajeros del evangelio, enviados de Jesús con la misión del anuncio del Reino de Dios, no para anunciarse a si mismos, sino para ser fieles a la misión de quien los envía

Hechos 13, 13-25; Sal 88; Juan 13, 16-20
En la vida social, política, económica o administrativa es normal el actuar para determinadas acciones que haya que realizar a través de unos representantes que en nombre de quien representan – valga la redundancia – actúan con todos los poderes que han recibido de quien los envía para poder actuar en su nombre. Mientras no le es revocado dicho poder, en muchos casos notarial, actúan en nombre de sus representantes con todos sus poderes. No actúan por si mismos o según su particular criterio sino conforme a quien los envía, pues actúan en su nombre y no en nombre propio. Son los representantes del pueblo en un parlamento y en un gobierno, son los que reciben un acta notarial de poder para realizar determinadas acciones administrativas, son los embajadores que en nombre del gobierno de su estado actúan como sus representantes ante otros gobiernos o entidades de diversa índole.
Me hago esta previa introducción a nuestra reflexión en torno al evangelio para intentar comprender todo el alcance y sentido que tienen las palabras de Jesús a sus discípulos. Los considera sus enviados; ese es también el sentido de la palabra apóstol, el enviado, que en nombre Jesús tiene la misión de anunciar el evangelio. No actuamos en nombre propio, no somos los protagonistas, actuamos en el nombre de Jesús y con el mensaje de Jesús pues somos sus enviados. De eso es de lo que nos está hablando Jesús en el texto que hoy escuchamos.
Esto nos tiene que hacer pensar en la solemnidad y en la responsabilidad de fidelidad que he de tener el anuncio del evangelio por parte de quienes de manera especial tienen esta misión. Con el texto del evangelio estamos pensando en los apóstoles, y con ello quienes como sucesores de aquellos apóstoles tienen también esa misión dentro de la Iglesia.
Responsabilidad de fidelidad por parte de quien tiene que hacer el anuncio del evangelio, pero también de lealtad y de escucha fiel por parte de todos aquellos a los que se  nos hace el anuncio del evangelio. Con qué seguridad han de hacer ese anuncio, y la seguridad no la tienen por si mismos porque se sientan como poseedores de ese mensaje sino por cuanto como enviados tienen la certeza de la asistencia del Espíritu de Jesús para hacer tal anuncio. Saben que no están actuando solos y por si mismos sino con la fuerza y la misión que han recibido del Señor. Es una exigencia para si mismos para que no se anuncien a si mismos, sino que sean fieles al mensaje del evangelio; no son sus ocurrencias e interpretaciones particulares lo que tienen que anunciar sino el mensaje del evangelio de Jesús. Mal servicio le hacen al evangelio cuando solo anuncian esas ocurrencias más o menos en ocasiones gracias del momento.
Con qué respeto tenemos que escuchar ese anuncio, con qué sinceridad hemos de tener esos oídos atentos y abiertos para recibir con fidelidad el mensaje, con qué disponibilidad y apertura del espíritu hemos de ir al encuentro con la palabra del Señor que se nos anuncia. Qué buena tierra bien preparada hemos de procurar ser para que caiga esa semilla en nosotros y pueda dar fruto. Qué fe hemos de tener que nos da la seguridad de que quien nos hace ese anuncio es un mensaje del Evangelio, un enviado del Señor.
Pero al mismo tiempo tenemos que hacernos otra consideración. Esa misión del anuncio del mensaje del Evangelio no está reservada solo para unos determinados mensajeros – aunque en la Iglesia tengamos unos ministros sagrados que han recibido esa especial misión – sino que es misión de todo cristiano. Todo cristiano tiene que ser con el testimonio de su vida, pero también con el anuncio de su palabra un mensajero del evangelio, alguien que se siente también enviado del Señor con esa misión de ser testigo, de dar testimonio ante el mundo que le rodea. Nos tenemos que sentir también los enviados del Señor, los mensajeros del evangelio.

miércoles, 6 de mayo de 2020

Que no nos falte nunca la luz de Jesús que nos trae la salvación y nos da sentido y fuerza para la lucha de la vida


Que no nos falte nunca la luz de Jesús que nos trae la salvación y nos da sentido y fuerza para la lucha de la vida

Hechos 12, 24 — 13, 5ª; Sal 66; Juan 12, 44-50
Que mal lo pasamos cuando nos falla la energía eléctrica, como decimos normalmente, nos quedamos sin luz. Ya no son solo todas las cosas que tenemos a nuestra mano y que necesitan de esa energía para poder funcionar, y parece que nos quedamos mancos y cojos, inútiles que ya nada podemos hacer, sino que cuando nos llegan las tinieblas de la noche sin esa luz que nos ilumine nos encontramos mal. No podemos caminar ni hacer nada sin luz.
Pero esa energía de la electricidad intentamos suplirla con otros medios que nos puedan también iluminar y tenemos baterías y tenemos linternas, pero hay otra luz que tanta veces nos falta, que parece que no le damos importancia, pero que nos hace andar desorientados por la vida, encontrarle un sentido a lo que hacemos o a lo que nos sucede, saber encontrar un camino ante los problemas que se nos presentan. Es una luz que hemos de mantener encendida en nuestro interior, que nos haga ver en las profundidades de nosotros mismos, pero que también se refleje en cuanto nos rodea para saber caminar por la vida.
Cuando nos falta esa luz, cuando vivimos en la superficialidad de los sucedáneos, cuando nos llegan los problemas y las dificultades de la vida todo se nos vuelve tan oscuro que nos parece que ya nada tiene sentido. Si hay algo de madurez en nosotros, puede ser que esos mismos problemas nos hagan pensar y nos hagan buscar, aunque muchas veces no sepamos por donde encontrar salida. Quizá sea de alguna manera lo que ahora mismo les pueda estar sucediendo a tantos, nos pueda estar sucediendo a nosotros también, en esta crisis en que se ve sumergida nuestra sociedad con tantos problemas que se acumulan por todas partes de la pandemia que estamos viviendo en nuestro mundo. A algunos quizá les ha ayudado a reflexionar y descubrir cosas importantes de su vida que quizás habíamos dejado a un lado o que en nuestras locas carreras no habíamos sabido apreciar.
¿Los que creemos en Cristo nos encontramos también en esa misma situación de oscuridad? Tendríamos que decir que no. los problemas y las dificultades las sentimos como todos, también tenemos momentos de flaqueza y en los que de igual manera nos llenamos de miedos y de dudas. Todo ese revolcón que nos está dando la vida con la situación por la que estamos pasando también a nosotros nos afecta. Habrá momentos en que habremos lanzado un grito al cielo desde nuestros miedos y desde las oscuridades que se nos pueden meter si se nos apagan las luces de la esperanza. Pero tenemos la certeza de una luz.
Lo hemos escuchado hoy en el evangelio. ‘Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas’. Nos lo repite muchas veces el evangelio porque Jesús nos dice que El es la luz del mundo. Y si El es nuestra luz, no tenemos por qué quedarnos en tinieblas a pesar de las turbulencias de la vida. El ha venido para ser nuestro salvador, y la salvación está en que con El no nos falte nunca la esperanza, con El tengamos en nosotros la fuerza y la luz para darle un sentido a lo que vivimos, con El a nuestro lado no tenemos por qué sentirnos turbados y llenos de miedos, porque de El hemos aprendido a llenarnos de su amor y con ese amor acercarnos al mundo para curar sus heridas, con su presencia nunca nos tiene por qué faltar la paz y la serenidad en todo momento por muy mala que sea la situación que vivimos.
Y de eso tenemos que ser testigos ante el mundo. Y en nuestra manera de actuar, en la paz que no nos falta, en el amor que llena nuestra vida el mundo tiene que inundarse de esperanza para aprender a caminar buscando siempre lo que es lo fundamental de la vida, lo que será nuestra fuerza, lo que dará profundidad a nuestra vida, a encontrar en un camino solidario de amor una salida hacia la luz.

martes, 5 de mayo de 2020

Corramos el riesgo de escuchar la voz del Buen Pastor que nos llama y nos guía por senderos que nos conducen a la plenitud


Corramos el riesgo de escuchar la voz del Buen Pastor que nos llama y nos guía por senderos que nos conducen a la plenitud

Hechos 11, 19-26; Sal 86; Juan 10, 22-30
‘Vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías…’ así reacciona Jesús ante la incredulidad de los judíos. Escuchaban sus palabras, veían sus obras, podían seguir con todo detalle lo que era su vida, porque hablaba y actuaba públicamente. Cuando le juzgan ante el sanedrín esa es la respuesta que da Jesús; El ha actuado públicamente, todo el mundo conoce sus palabras, sus obras, su vida. Pregunten a toda esa gente. Pero no creen.
Nos topamos en la vida con personajes, con personas, que a nosotros que nos parece tan natural creer, nos extraña que no tengan fe. Son personas buenas, personas que obran con rectitud de conciencia, que tienen unos principios y unos valores, que brillan delante de los demás por su moderación y su sensatez, pero que no hay quien lo haga entrar en el ámbito de la fe. Personas incluso nos encontramos que tienen grandes conocimientos por su cultura y su formación, que incluso saben mucho de la Iglesia e incluso de la Biblia. Pero se quedan en un humanismo sin trascendencia, se quedan en una vida de la que han excluido toda manifestación religiosa, hacen sus explicaciones de la religión, de la historia de los evangelios o de Jesús pero les falta darle el toque sobrenatural a la obra y a la vida de Jesús, se quedan quizás en un Jesús histórico, pero solo como un persona importante para la historia. No entran en el ámbito de la fe.
Efectivamente, no entran en el ámbito de la fe. Eso ya les sobrepasa; pueden entender incluso un algo espiritual de la persona pero llegar a través de ello al encuentro con Dios será algo que les cuesta, algo que es imposible para ellos. Porque claro, no son solo unos conocimientos que tengamos, es una trascendencia que le damos a la vida mucho más de la trascendencia humana y terrena que podamos tener en nuestra apertura al otro. Es una apertura distinta, con una dimensión sobrenatural, es la apertura a la divinidad, al Dios creador y sustentador del universo, y al Dios que es un Dios vivo al que podemos sentir en lo hondo del corazón pero también en el actuar de la vida, en el sucederse de la cosas, en los mismos acontecimientos que nos rodean y a veces nos zarandean.
Es el misterio de la vida, es el misterio de la fe, es el misterio de Dios, ante el que tenemos que abrirnos, ante el cual tenemos que dejarnos sorprender porque las respuestas no serán nunca esas consideraciones humanas que nos podamos hacer. Para ello es necesario una cierta humildad y docilidad, una apertura del corazón y una confianza ante el misterio de Dios que se nos revela.
Quizá podamos tener miedo a esa voz que podemos sentir allá en lo más hondo de nosotros mismos; quizá nos resulte más cómodo no implicarnos ni complicarnos; quizás sea más fácil seguir con nuestras rutinas de siempre que abrirnos a algo nuevo que nos puede elevar de ese arrastrarnos de cada día; quizás nos damos cuenta de que esa apertura a lo nuevo va a obligarnos a un cambio y a una transformación de la vida.
Aprendamos a confiar y arranquemos de nosotros esos miedos; lancémonos a ese abismo que sabemos seguro que no es un vacío sino un cambio a una plenitud de la vida. Escuchemos sin temor esa voz, esa llamada, ese silbo amoroso del pastor bueno que nos va a dar los mejores pastos, el mejor sentido a la vida, la mayor plenitud que nosotros por nosotros mismos jamás hubiéramos podido soñar. Lo podemos ver como un riesgo, pero un riesgo que merece la pena afrontar porque nos llevará a una plenitud de vida. Seamos las ovejas de ese Buen Pastor y pongamos toda nuestra fe en El.

lunes, 4 de mayo de 2020


El Señor nos conoce por nuestro nombre y nos tiene en cuenta, aprendamos a sintonizar con El para poder tener una sintonía de amor también con los demás

Hechos 11, 1-18; Sal 41; Juan, 10, 1-18
Cuando nos sentimos apreciados y valorados, cuando somos tenidos en cuenta y somos algo más que una pieza de puzzle o un número de una lista, nos sentimos mejor, nos sentimos más felices en lo que somos y en lo que hacemos y de alguna manera nos vemos estimulados a ser mejores, a dar lo mejor de nosotros mismos y a superarnos en aquellas cosas en las que quizás no damos la talla.
Esto que parece como muy elemental sin embargo es algo en lo que fallamos, e incluso aquellos que nos dolemos porque no se nos tiene en cuenta quizás actuamos también de la misma manera con los demás; podemos volvernos imprescindibles – o al menos eso nos creemos – y entonces vayamos también por la vida ignorando a los demás.
Qué cosa más bonita sentimos en nuestro interior cuando en una relacion con los demás, incluso más aun cuando es con personas que quizás no están tan cercanas a nuestro círculo, sin embargo nos llaman por nuestro nombre, nos valoran en lo que somos y nos tienen en cuenta en los proyectos que juntos podamos realizar. Ojalá en la vida siempre actuemos así, porque muchas veces nuestro individualismo es un lastre, y pero aun cuando es el orgullo que el mueve nuestra manera de actuar.
No puede pasar en el ámbito familiar, en el lugar de trabajo, en nuestras relaciones sociales, o simplemente en el trato con los que consideramos amigos; siempre podemos estar haciéndonos distinciones, tenemos el peligro de discriminar a alguien, o pasar de los que están más cercanos a nosotros. Lo malo sería también que en el ámbito de la iglesia, de nuestra comunidad cristiana tengamos también esos criterios restrictivos.
En el evangelio hoy volvemos con el tema del Buen Pastor. Y Jesús nos da unos buenos detalles en los que ha de manifestarse un buen pastor, y en como El se nos manifiesta como Buen Pastor de nuestras vidas. Es una imagen muy rica y que nos da hermosas lecciones.
No solo nos dice que es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, sino que nos está hablando de ese cuidado cotidiano que El tiene con nosotros, como el pastor hace con cada una de las ovejas de su rebaño a las que conoce por su nombre. No es como el asalariado a quien no le importa las ovejas, sino que las siente como suyas, como algo propio a lo que se ama y entonces se cuida. ‘Yo soy el Buen Pastor que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por mis ovejas’. Por eso sus ovejas lo escuchan y le siguen, conocen su voz.
Nos tendría que hacer pensar mucho todo esto que nos está diciendo el evangelio, en nuestra relacion con Jesús, en el escuchar su voz y seguirle. ¿Sabremos escuchar la voz de Jesús, la voz de Dios que nos habla y que nos llama? Algunas veces no hemos sabido captar la sintonía de Dios en nuestra vida. Esa sintonía está ahí, pero quizá para nosotros permanece oculta porque estamos queriendo atender a otras voces, a otros cantos de sirena que nos distraen.
Y esto se puede manifestar en nuestra vida de muchas maneras. Pero pensemos, por ejemplo, en nuestra oracion, que tendría que ser en verdad ese escuchar esa sintonía de Dios en nuestra vida, pero decimos que rezamos, que queremos orar, pero que nunca sabemos lo que el Señor nos dice o quiere de nosotros. ¿En verdad nos habremos puesto en esa sintonía de Dios? ¿Habremos sabido hacer ese silencio interior para escuchar a Dios o vamos a la oracion sin aislarnos de todos esos ruidos de la vida? ¿No tendríamos también que aun en medio de esos ruidos saber entender, escuchar, atender lo que en medio de todo el Señor quiere decirnos?
También lo que estamos reflexionando puede ser un punto a tener en cuenta para saber también tener esa sintonía con los demás, para escucharles y saber estar atentos a lo que pasa en sus vida, para tenerles en cuenta y para saber valorarles, para saber apreciar todo lo bueno que hay en los demás y para aprender a caminar haciendo camino juntos.

domingo, 3 de mayo de 2020

Como creyentes estamos siempre llenos de esperanza porque sabemos bien de quien nos fiamos y contemplamos a Jesús que es Puerta y también Pastor de nuestras vidas



Como creyentes estamos siempre llenos de esperanza porque sabemos bien de quien nos fiamos y contemplamos a Jesús que es Puerta y también Pastor de nuestras vidas

  Hechos 2, 14a. 36-41; Sal 22; 1Pedro 2, 20-25; Juan 10, 1-10
La puerta, por así decirlo, es la franquicia por donde nos podemos introducir en algún lugar, o también visto desde el otro lado se abre ante nosotros ante otros lugares, otros mundos, incluso podemos decir otra vida. La puerta abierta o cerrada nos da confianza o nos da seguridad, pero también es incógnita cuando no sabemos lo que vamos a encontrar.
Por la puerta entra el amigo o la persona que consideramos de confianza franqueándole al otro lo que es nuestro hogar, nuestra intimidad, nuestra vida, lo personal o lo que es de los que allí habitan. Por la puerta entra el que es invitado o quien es bien recibido. A quien dejamos entrar le hacemos participar de la riqueza de nuestro hogar y de su sabiduría – nuestra sabiduría – en la acogida que hacemos a quien llegue hasta nosotros. No nos la dejamos arrebatar, por eso la puerta es como filtro para la entrada, pero con generosidad compartimos.
Pero también hemos de reconocer que vivimos en un mundo de desconfianzas y mantenemos la puerta cerrada para preservar la seguridad del hogar, y para mantener a buen recaudo lo que es la intimidad de nuestra vida. Cuando salimos tras la puerta no sabemos lo que nos vamos a encontrar, aunque siempre salgamos con esperanza y optimismo, pero también hay un mundo de incógnitas, de amenazas quizá, como ahora estamos viviendo encerrándonos tras la puerta para preservarnos de peligros; aun así ansiamos salir aun arriesgándonos ante lo desconocido que se nos pueda presentar porque queremos los horizontes amplios que se abren ante nosotros con la puerta ya abierta.
Y hoy Jesús en el evangelio nos habla de la puerta. Pero nos dice que El es la puerta. Este pasaje del evangelio está enmarcado en esa imagen del Buen Pastor de la que Jesús nos quiere hablar y ya tradicional en este cuarto domingo de Pascua. Nos dirá que el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas que es reconocido por ellas. Que el ladrón o salteador no entrará por la puerta sino que saltará por cualquier parte porque no entra sino para robar.
En la vida trashumante de los pastores con sus rebaños al llegar la noche, si no estaban en el aprisco habitual sino que el rebaño era recogido en algún lugar para guarecerse de la noche, allí por donde se entraba aquel lugar se ponía el pastor vigilante. Era como la puerta, para poder llegar a las ovejas había que pasar por el pastor, que cerraba el paso a la fiera dañina que viniera a destrozar el rebaño o al ladrón que viniera a robar. La persona del pastor era como la puerta de seguridad que guardaba a su rebaño.
Es la imagen que hoy Jesús nos quiere ofrecer cuando nos dice que es la puerta. Solo por Jesús podemos llegar al conocimiento del misterio de Dios pero también a la comprensión del misterio de la vida, de nuestra propia vida. ‘Nadie va al Padre sino por mi’, nos dirá en otra ocasión en el evangelio. Y cuando los discípulos le preguntaban que les diera a conocer al Padre les respondía que ‘quien me ve a mi, ve al Padre’. Afirmándonos categóricamente que ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’.
Hoy la imagen que nos está proponiendo precisamente en este domingo que llamamos el domingo del Buen Pastor, es la de la Puerta y la del Pastor. Queremos pasar por esa puerta, queremos adentrarnos en el misterio de Dios. Cristo nos abre esa puerta, nos hace traspasar esa puerta con su revelación de amor. Por eso nos dirá que El es vida y es Luz, que es el Verbo de Dios y que es revelación, que es el Camino y que es la Verdad. Es el Buen Pastor que nos da paso hasta donde encontramos el verdadero alimento de nuestra vida, pero es el Pastor que nos cuida y nos protege frente a las acechanzas y los peligros.
Antes hablábamos de la puerta tras la cual quizá nos encontramos incógnitas y misterios, pero ahora lo hacemos con la confianza de saber que esa Puerta es Jesús. En El vamos a encontrar esa sabiduría de Dios, porque nos revela el misterio del corazón de Dios, que es un misterio de Amor.
Pero decíamos también que la puerta que se abre ante nosotros nos abre a nuevos horizontes, a nuevas perspectivas, a nuevos caminos, también en ocasiones llenos de incógnitas. Vivimos muchas veces en un mundo complejo, un mundo de incertidumbres que nos llenan de dudas y de miedos, un mundo lleno de sorpresas no siempre agradables y que muchas veces desestabilizan nuestra vida, unos acontecimientos que parece que nos quitan las seguridades en las que tanto confiábamos y quizá nos haga descubrir otras cosas que son muy importantes en la vida y que muchas veces en nuestra loca carrera olvidamos.
Como creyentes tenemos que estar siempre llenos de esperanza porque sabemos bien de quien nos fiamos. Hoy contemplamos a Jesús que es Puerta, pero que es también Pastor de nuestras vidas. Sabemos que El no nos falla por muchas inseguridades que sintamos  bajo nuestros pies. El será siempre para nosotros en todo momento esa luz que necesitamos, por eso tenemos que saber acudir a El, confiar en El, escucharle en lo más profundo del corazón porque siempre tendrá para nosotros una palabra de vida.
Queremos buscar soluciones y respuestas por todas partes y nos olvidamos del Pastor que nos guía, que camina junto a nosotros en medio de esas tormentas por las que pasamos en la vida y con El, desde nuestra fe y nuestra esperanza, tenemos que sentirnos seguros. Sepamos contar con El, porque algunas veces nos olvidamos de esa oración de esperanza que tenemos que saber hacer.
Aunque estemos pasando por un cierto desierto espiritual cuando las circunstancias nos impiden el que podamos acercarnos a los sacramentos y a la vivencia de la Eucaristía tenemos que saber encontrar el momento para nuestra oración, para escuchar bien en nuestro interior la voz del Señor, para rumiar todo cuando nos pasa para descubrir en todo ello que siempre Jesús nos deja una luz, hay una rendija de la puerta abierta para que pasemos y vayamos a encontrarnos con El.