Que no nos falte nunca la luz de Jesús que nos trae la
salvación y nos da sentido y fuerza para la lucha de la vida
Hechos 12, 24 — 13, 5ª; Sal 66; Juan 12,
44-50
Que mal lo pasamos
cuando nos falla la energía eléctrica, como decimos normalmente, nos quedamos
sin luz. Ya no son solo todas las cosas que tenemos a nuestra mano y que
necesitan de esa energía para poder funcionar, y parece que nos quedamos mancos
y cojos, inútiles que ya nada podemos hacer, sino que cuando nos llegan las
tinieblas de la noche sin esa luz que nos ilumine nos encontramos mal. No
podemos caminar ni hacer nada sin luz.
Pero esa energía de la
electricidad intentamos suplirla con otros medios que nos puedan también
iluminar y tenemos baterías y tenemos linternas, pero hay otra luz que tanta
veces nos falta, que parece que no le damos importancia, pero que nos hace
andar desorientados por la vida, encontrarle un sentido a lo que hacemos o a lo
que nos sucede, saber encontrar un camino ante los problemas que se nos
presentan. Es una luz que hemos de mantener encendida en nuestro interior, que
nos haga ver en las profundidades de nosotros mismos, pero que también se
refleje en cuanto nos rodea para saber caminar por la vida.
Cuando nos falta esa
luz, cuando vivimos en la superficialidad de los sucedáneos, cuando nos llegan
los problemas y las dificultades de la vida todo se nos vuelve tan oscuro que
nos parece que ya nada tiene sentido. Si hay algo de madurez en nosotros, puede
ser que esos mismos problemas nos hagan pensar y nos hagan buscar, aunque
muchas veces no sepamos por donde encontrar salida. Quizá sea de alguna manera
lo que ahora mismo les pueda estar sucediendo a tantos, nos pueda estar
sucediendo a nosotros también, en esta crisis en que se ve sumergida nuestra
sociedad con tantos problemas que se acumulan por todas partes de la pandemia
que estamos viviendo en nuestro mundo. A algunos quizá les ha ayudado a
reflexionar y descubrir cosas importantes de su vida que quizás habíamos dejado
a un lado o que en nuestras locas carreras no habíamos sabido apreciar.
¿Los que creemos en
Cristo nos encontramos también en esa misma situación de oscuridad? Tendríamos
que decir que no. los problemas y las dificultades las sentimos como todos,
también tenemos momentos de flaqueza y en los que de igual manera nos llenamos
de miedos y de dudas. Todo ese revolcón que nos está dando la vida con la
situación por la que estamos pasando también a nosotros nos afecta. Habrá
momentos en que habremos lanzado un grito al cielo desde nuestros miedos y
desde las oscuridades que se nos pueden meter si se nos apagan las luces de la
esperanza. Pero tenemos la certeza de una luz.
Lo hemos escuchado hoy
en el evangelio. ‘Yo he venido al mundo como luz,
y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas’. Nos lo repite muchas veces el evangelio porque Jesús nos
dice que El es la luz del mundo. Y si El es nuestra luz, no tenemos por qué
quedarnos en tinieblas a pesar de las turbulencias de la vida. El ha venido
para ser nuestro salvador, y la salvación está en que con El no nos falte nunca
la esperanza, con El tengamos en nosotros la fuerza y la luz para darle un
sentido a lo que vivimos, con El a nuestro lado no tenemos por qué sentirnos
turbados y llenos de miedos, porque de El hemos aprendido a llenarnos de su amor
y con ese amor acercarnos al mundo para curar sus heridas, con su presencia
nunca nos tiene por qué faltar la paz y la serenidad en todo momento por muy
mala que sea la situación que vivimos.
Y de eso
tenemos que ser testigos ante el mundo. Y en nuestra manera de actuar, en la
paz que no nos falta, en el amor que llena nuestra vida el mundo tiene que
inundarse de esperanza para aprender a caminar buscando siempre lo que es lo
fundamental de la vida, lo que será nuestra fuerza, lo que dará profundidad a nuestra
vida, a encontrar en un camino solidario de amor una salida hacia la luz.
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