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sábado, 19 de septiembre de 2015

La parábola nos reta a plantar la semilla del Reino en esos lugares no tan lejanos a los que nunca hemos llevado la luz del Evangelio

La parábola nos reta a plantar la semilla del Reino en esos lugares no tan lejanos a los que nunca hemos llevado la luz del Evangelio

1Timoteo 6,13-16; Sal 99; Lucas 8, 4-15
¿Qué hacemos con la semilla? ¿Habremos sido capaces de ir a sembrarla a todos los sitios aunque nos pareciera difícil? Para empezar puede ser un interrogante que nos plantee la parábola que Jesús nos propone hoy.
Jesús iba de camino anunciando el reino de Dios y mucha gente le seguía, quería escucharle. Como dice hoy el evangelio  ‘se le juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo’. Y es entonces cuando les propone la parábola del sembrador. Bien significativo, porque es a muchos a los que llega el anuncio de la Buena Nueva del Reino, en cualquier situación y lugar. Es como vemos a Jesús caminando, de un lugar para otro, encontrándose con todos, no solo los que van a la sinagoga, sino en los cruces de los caminos, en la orilla del lago, en medio de los campos.
Normalmente cuando reflexionamos sobre esta parábola nos fijamos en esos diferentes tipos de tierra que reciben la semilla, pero lo hacemos sobre todo para analizarnos nosotros en nuestras actitudes ante la Palabra y cómo la recibimos y la plantamos en nuestra vida para hacer que llegue a dar fruto.
Hoy quisiera fijarme en otro aspecto. El sembrador salió a sembrar la semilla, pero no se paró en pensar donde estaría la tierra buena que pudiera hacer que aquella semilla germinara y llegara a dar fruto. Nos parece que eso hubiera sido lo lógico. Sin embargo sembrando a voleo dejó que la semilla llegara a toda clase de tierras, ya fueran endurecidas por las pisadas de los caminantes, ya estuvieran llenas de piedras o de abrojos o fuera la tierra buena. Es en lo que quiero fijarme.
¿Esa semilla de la Palabra, del anuncio del Reino solo tenemos que hacerla llegar a aquellos que ya están predispuestos para recibirla? ¿A los demás no tendríamos también que hacerles ese mismo anuncio, aunque sepamos que su corazón pueda estar endurecido por muchas cosas o se tengan demasiados apegos que nos pudieran parecer un obstáculo? Cuando Jesús envía a sus discípulos a anunciar el Evangelio les dice que vayan por todo el mundo. No han de escoger entre un mundo bueno y bien predispuesto y un mundo malo que nos parezca imposible. El anuncio de la salvación tiene que ser universal.
Quizá demasiado nos hemos quedado al resguardo de nuestros templos y de la gente de siempre, los que siempre han estado cerca, pero nos haya faltado ese ímpetu misionero para ir también a lugares difíciles, a aquellos que nos parecía que fueran más reticentes para recibir esa semilla de la Palabra de Dios. Me podréis decir, bueno, los misioneros llegan a los países lejanos, a lugares donde nunca se ha anunciado el evangelio.
s cierto, pero también tendríamos que pensar que a los que quedamos aquí también se nos hace ese mismo encargo misionero y sin ir a lugares lejanos, podemos tener muy al lado nuestro lugares lejanos, personas alejadas, personas que por la situación que fuera no han recibido ese anuncio. También en esos corazones puede brotar esa semilla, haber una respuesta, puede encenderse de nuevo la luz de la fe que porque han tenido el corazón endurecido, porque haya muchos apegos en su corazón, porque vivan una vida sin ninguna profundidad, o porque quizá nosotros no lo hemos trabajado, hasta ahora no han dado respuesta, pero pueden darla.
Creo que es un reto que nos plantea hoy el evangelio. ¿Qué estamos haciendo con la semilla? ¿La estamos guardando para los de siempre o nos preocupamos de que llegue a esos, quizá demasiado cercanos a nosotros, en los que nunca nos hemos preocupado de sembrarla?

viernes, 18 de septiembre de 2015

El discípulo no es el que se queda a la vera del camino como espectador, sino el que se pone a hacer camino con Jesús

El discípulo no es el que se queda a la vera del camino como espectador,  sino el que se pone a hacer camino con Jesús

1Timoteo 6,3-12; Sal 48; Lucas 8,1-3
Caminando con Jesús, eso es parte fundamental de nuestra vida cristiana. Hacer camino no es ponernos en la orilla como un espectador más. Hacer camino es ponerse a caminar. Pero hacer el camino de la vida cristiana es seguir los pasos de Jesús. No son unos sentimientos momentos; no es la admiración que podamos sentir al contemplar cosas maravillosas si nos deja impasibles y quietos.
Aunque ponerse en camino sabemos que significa salir de donde estamos; y eso cuesta y nos exige; si nos queremos quedar donde estamos, si queremos que la vida siga igual sin ninguna variación, no nos pondríamos en camino, entonces no podemos decir que somos discípulos de Jesús, que seguimos a Jesús, que nos llamamos cristianos. Ponerse en camino es algo serio. Ponerse en camino para seguir a Jesús implica toda nuestra vida.
Hay muchos que quieren llamarse cristianos pero que se quieren quedar en la orilla viendo pasar a otros; hay quienes quieren llamarse cristianos pero les da pereza el ponerse a caminar; hay quienes quieren llamarse cristianos pero quieren quedarse donde han estado siempre. No están siguiendo un camino, no están siguiendo a Jesús, no tienen el arrojo y la valentía necesaria para decidirse a caminar, a cambiar, a hacer algo distinto, a buscar de verdad lo que es el sentido de Jesús.
Cristianos solo de nombre, pero no van a reflejar en su vida ningún compromiso por los valores nuevos del Evangelio, no se va a manifestar en un compromiso serio en la vida. Somos muchos los que estamos así tentados por la comodidad, por la rutina, anclados en nuestras oscuridades, cegados por el siempre se ha hecho así, porque no hemos descubierto de verdad la novedad del evangelio, no hemos sabido saborear el sentido nuevo de la luz del evangelio.
Hoy nos decía el evangelista que ‘Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios’. Pero ya Jesús no iba solo; con él estaban haciendo camino aquellos a los que había llamado de una manera especial y formaban parte del grupo de los discípulos y en concreto del grupo de los doce apóstoles; ‘lo acompañaban los Doce’, nos dice. Pero al grupo se iban uniendo muchos más. Hoy nos habla en concreto de un grupo de mujeres, que se habían visto beneficiadas por los signos de Jesús y ahora estaban con Jesús compartiéndolo todo con El. ‘Y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes’.
Su vida era ya otra desde que se habían encontrado con Jesús. Se habían puesto en camino con Jesús.  Por una parte aquel grupo de los doce cuando Jesús los había llamado lo habían dejado todo por seguirle, y este grupo de mujeres lo iban compartiendo todo con Jesús y con el grupo. Comenzaba una nueva comunidad, un nuevo sentido de comunión. Es lo que vamos aprendiendo cuando caminamos con Jesús.


jueves, 17 de septiembre de 2015

A pesar de nuestras miserias entremos en sintonía con la misericordia divina porque pongamos mucho amor en nuestra vida

A pesar de nuestras miserias entremos en sintonía con la misericordia divina porque pongamos mucho amor en nuestra vida

Timoteo 4, 12-16; Sal 110; Lucas 7, 36-50

La misericordia divina frente a nuestras miserias. Me atrevo a describir así esta escena del evangelio. Jesús en casa de un fariseo que tiene mucho interés en que Jesús vaya a su casa. Veremos a ver en qué se queda ese interés.
Una mujer que se introduce sin ser llamada hasta la sala del banquete. Pronto surge la intolerancia, el descrédito, la desconfianza y en el fondo hasta la condena por parte de los comensales e incluso de quien ha invitado a Jesús. Pero entre aquella mujer y Jesús está el encuentro del amor que no había existido antes entre el resto de comensales. Conocemos los gestos de amor que ahora hay en aquella mujer como conocemos cual es la situación de miseria que había habido en su vida. Pero enfrente está el amor misericordioso de Dios.
Sí, es la miseria de aquella mujer pecadora que ahora llora sus muchos pecados. Unge los pies de Jesús, los colma de besos, los lava con sus lágrimas, hay mucho amor. Mucho amor que reconoce sus miserias; pero mucho amor que se confía al amor  más infinito de Dios que se le manifiesta en Jesús. Aquella mujer saldrá de aquel lugar con su alma justificada, llena de la gracia misericordiosa de Dios porque para ella está el perdón. A pesar de sus miserias fue capaz de sintonizar con el amor de Dios y de esa sintonía nació el perdón.
Pero hay más miserias enfrente de Jesús en aquel momento y en aquel lugar. El fariseo que había abierto las puertas de su casa a Jesús insistiéndole que viniera a comer sin embargo no le había abierto su corazón, que Jesús bien conocía. Allá en su interior al surgir aquella situación inesperada de la presencia de aquella mujer pecadora en la sala del banquete está pensando en su interior, está sospechando en su interior, está juzgando y condenando en su interior.
‘Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora’. No abría el las puertas de su corazón a la comprensión de la misericordia divina y no entraría en su sintonía aunque Jesús tuviera para él explicaciones muy especiales con la pequeña parábola que le propone. Cuando no ponemos amor en el corazón es difícil sintonizar con el amor.
Pero estaban también los otros comensales. Eran también fariseos y escribas, amigos del que había invitado y con sus mismos sentimientos de condena en el corazón. Cuando Jesús ofrece generoso el perdón para aquella mujer que había mostrado tanto amor, no comprenden. ‘Los demás convidados empezaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?’
Cuántas veces nos sucede a nosotros también. Están más pronto la sospecha y la desconfianza, el juicio y la condena que la comprensión y el perdón. Tantas veces que no queremos mezclarnos con cualquier tipo de personas; tantas veces que vamos haciendo discriminación en la vida y nos apartamos de aquellos que no nos agradan aunque solo fuera por su apariencia externa; tantas veces que nos hacemos nuestros juicios ante el actuar de los demás sin preguntarnos por qué lo hacen o por qué han llegado a esa situación a la que quizá nosotros por nuestras posturas hemos contribuido; tantas veces que no queremos entender el cambio a mejor que pueden dar las personas y pensamos que pronto volverán a las andadas; tantas veces que no sabemos ver con buenos ojos lo bueno que hacen los demás y buscamos dobles intenciones y nos dejamos llevar por nuestros prejuicios. Son tantas las cosas concretas que tendríamos que analizar en las posturas de nuestra vida.
Pongámonos con nuestras miserias ante la misericordia divina, pero hagámoslo reconociendo de verdad nuestras miserias, dejándonos curar por el Señor porque seamos capaces de poner verdadero amor en nuestra vida para sintonizar con el amor de Dios. Podremos escuchar también las palabras de Jesús: ‘Tu fe te ha salvado, vete en paz’.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

No seamos niños en lo tocante a nuestra fe y vida cristiana sino busquemos la forma de madurar como cristianos

No seamos niños en lo tocante a nuestra fe y vida cristiana sino busquemos la forma de madurar como cristianos

1Timoteo, 3, 14-16; Sal 110; Lucas, 7,31-35

Son como niños, solemos decir cuando nos encontramos con alguien lleno de caprichos, sin saber realmente lo que quiere apeteciendo de todo, ahora esto, después la ultima novedad que aparezca, sin criterios, sin una personalidad definida. Y algunas veces vamos así por la vida y nos cuesta reconocerlo en medio de nuestras dudas y nuestras indecisiones, con nuestra falta de criterios y sin unos principios bien definidos. Somos inmaduros. Nos hace falta poner unos fundamentos serios en la vida.
Es lo que vemos hoy en el evangelio que Jesús les echa en cara a los judíos de su tiempo. Que si Juan era muy austero, que si Jesús es un comilón; que si ahora todos los aclamamos porque nos entusiasman sus milagros, pero luego le tiramos piedras porque no accede a nuestros caprichos pueblerinos; que si en un momento todos son alabanzas  porque habla muy bien, pero luego lo criticamos porque qué va a saber él y donde ha aprendido que no es más que el hijo del carpintero y al final hasta quieren tirarlo por un barranco.
Así pasaba en tiempos de Jesús. Pero así sigue pasando en nuestro tiempo. Andamos a la última novedad. Recibimos muy entusiasmados a un nuevo sacerdote que nos llega a la parroquia porque estábamos hasta el gorro con el que teníamos, pero a éste pronto se le comenzarán a poner los 'peros', porque si anda con este o se mezcla con no sé quien, que si todo lo viene cambiando o que es un novelero. Todos tenemos esas experiencias en nuestros pueblos.
Y lo decimos de eso tan cercano como  pueda ser nuestro pueblo o lo decimos del Obispo o de la Iglesia universal. Pareciera que andábamos solamente tras la novedad unas veces y otras queremos anclarnos en el pasado para que nada cambie porque ya andábamos bien como estábamos.
Nos hace falta madurez en nuestra vida cristiana, en nuestra vida personal y en nuestras comunidades en su conjunto. Y esa falta de madurez puede estar originada en que nos falta una profunda formación cristiana donde tengamos bien claro lo que son los principios del evangelio, lo que en verdad es el estilo del Reino de Dios que nos anuncia Jesús. Y para eso necesitamos leer más el evangelio; en una lectura personal que nos sirva de meditación y de oración para sentir la voz del Espíritu allá en nuestro interior, pero también en una lectura llamémosla comunitaria, porque nos pongamos a estudiar más a fondo el evangelio  y todo lo que es nuestra fe cristiana en cursos o reuniones de formación que tendrían que abundar más en nuestras comunidades cristianas, en nuestras parroquias.
Creo que es algo que todos tendríamos que plantearnos seriamente. Desde los cristianos de a pie, por llamarlos de alguna forma, que manifiesten ese deseo de formarse y de participar  con mayor seriedad y compromiso en esos grupos de formación cristiana, como desde nuestros pastores que tendrían que hacer mayores ofertas de grupos de formación en nuestras parroquias.
Muchas veces estamos muy preocupados por el culto, por nuestras celebraciones, por nuestras fiestas y cosas extraordinarias que hagamos y no se pone tanto empeño en dedicar tiempo  a esas grupos de formación, llámese catequesis de jóvenes o de adultos o como queremos llamarlos. Los pastores tendrían que sentarse más con esos grupos para dialogar, para formar, para enriquecer a fondo la fe de nuestro pueblo, aunque cueste, aunque tengan también que prepararse para encontrar los mejores medios y métodos, porque no siempre se sabe hacer.  Reconozcamos que es una carencia muy fuerte.

martes, 15 de septiembre de 2015

María de los Dolores es la madre que compartió como nadie el dolor y el sacrificio redentor de su Hijo Jesús en la cruz

María de los Dolores es la madre que compartió como nadie el dolor y el sacrificio redentor de su Hijo Jesús en la cruz

1Tm. 3, 1-13; Sal. 100; Jn. 19, 25-27
Nadie como una madre puede compartir y vivir el dolor de un hijo. Es la sensibilidad de la madre, es la sintonía entre madre e hijo, son los lazos de las entrañas que nunca se rompen, y que harán que el hijo permanezca para siempre en las entrañas de la madre.
¿Cómo nos va a extrañar que a continuación de haber celebrado ayer la exaltación de la cruz de Cristo recordemos hoy los dolores de la Madre celebrándola como la Virgen y la Madre dolorosa? Es la festividad y celebración de este quince de septiembre, la Virgen de los Dolores, como comúnmente la llamamos.
Al pie de la cruz estaba. Así nos lo dice el que a partir de aquel momento iba a ser su nuevo hijo. ‘Ahí tienes a tu madre…, ahí tienes a tu hijo’, señala Jesús desde lo alto de la cruz. Allí al pie de la cruz estaba la que tiene estuvo al pie del Hijo como lo está siempre una madre. En Belén encontraremos al Niño siempre en brazos de la Madre; al pie de la cruz tras su muerte volveremos a ver a Jesús en los brazos de la Madre de la Piedad, como queremos invocarla también en ese trance. Al lado de Jesús veremos a María, al lado del Hijo siempre estará la Madre.
Pero es que al pie de la cruz estaba María acogiendo a Jesús pero acogiendo a todos sus nuevos hijos. Al pie de la cruz estaba María sintiendo el dolor de la entrega de su Hijo Jesús, pero coparticipando también ella con su dolor de madre en el significado y sentido de aquel dolor y sufrimiento de Jesús. Se realizaba en aquel momento de dolor que era momento de amor el acto supremo de la redención. Pero allí la madre que asumía como nadie podría hacerlo mejor todo el dolor y sufrimiento del hijo, se estaba haciendo copartícipe de ese sentido de redención, de esa ofrenda de amor del Hijo, haciendo ella también su propia ofrenda de amor. Por eso nos atrevemos a llamarla corredentora, aunque sabemos muy bien que teológicamente nuestro único redentor es Cristo, pero ella hacia suyo ese sacrificio redentor de Cristo participando de su mismo dolor.
Contemplemos hoy a María, celebremos a la Madre que está acogiendo en su corazón el dolor  de todos sus hijos; María, Madre de los Dolores, en nuestro dolor, acogiendo nuestros sufrimientos y nuestras penas, acompañándonos con su presencia de Madre para enseñarnos a poner amor en nuestro dolor, esperanza en nuestra vida a pesar de las penas y sufrimientos que podamos tener.
Contemplemos y celebremos a María, la Madre que está acogiendo en su corazón el dolor de cuantos sufren, el dolor y sufrimiento de todos los hombres; miremos ese mundo de dolor y sufrimiento que nos rodea pero contemplemos a la Madre que está asumiendo el dolor de sus hijos llevándolos en sus entrañas de madre.  Miremos a María para aprender nosotros también a tener sus mismas entrañas de misericordia y compasión y compartir ese dolor de los hermanos; que nuestra presencia con el ejemplo y estimulo de María alivie tanto dolor, suscite esperanza, nos mueva al amor.
María, madre de los Dolores, a nuestro lado y al lado de todos los que sufren. María, Madre de los Dolores que nos lleva en sus entrañas amorosas de Madre, nos enseñe a tener a tener también entrañas de amor para nuestros hermanos que sufren. Ella lleva como nadie el dolor y el sufrimiento de sus hijos porque está rebosante de amor; que nos enseñe a rebosar de amor en nuestro corazón para que sepamos así con nuestro dolor y sufrimiento hacernos también coparticipes en ofrenda de amor a la cruz redentora de Jesús.


lunes, 14 de septiembre de 2015

La exaltación de la Santa Cruz es la victoria del Amor, es la victoria de la vida y de la salvación

La exaltación de la Santa Cruz es la victoria del Amor, es la victoria de la vida y de la salvación

Números 21, 4b-9; Sal 77; Filipenses 2, 6-11; Juan 3, 13-17
Hoy es la victoria de la Cruz, la victoria del Amor, la victoria de la Vida. Celebramos el 14 de septiembre la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Una fiesta en que a lo largo y ancho de nuestra geografía se repiten las fiestas del Cristo crucificado. En nuestra tierra canaria tenemos muchas muestras de ello en este mismo día y en los sucesivos domingos.
A alguien ajeno a lo que es nuestra verdadera fe cristiana le podría extrañar esta fiesta al desconocer el verdadero significado de la cruz; lo que nos puede suceder también a muchos que nos llamamos cristianos. No es una exaltación del dolor y del sufrimiento. No quiere Dios el sufrimiento del hombre; nos creó para ser felices, por eso la primera imagen que aparece en la Biblia es poner a su criatura preferida en medio de un jardín, del paraíso terrenal como lo llamamos.
Sin embargo el dolor y el sufrimiento están presentes en la vida del hombre. ¿Consecuencia de nuestra naturaleza limitada? ¿Consecuencia de nuestro pecado y del mal que dejamos meter en el corazón? Una y otra cosa podemos decir. Aparecen nuestras limitaciones y carencias y aparece el dolor y el sufrimiento que nos puede producir nuestra cuerpo limitado e imperfecto.
Pero aparece también el dolor y el sufrimiento que nos hace daño más adentro de nosotros mismos con nuestras angustias y desesperanzas, o cuando a causa de nuestros orgullos, egoísmos e insolidaridades nos hacemos daño a nosotros mismos y nos hacemos daño los unos a los otros.  Pero también hacemos daño a la naturaleza cuando hacemos mal uso de ella y ello puede provocar reacciones que a la contra nos hagan daño a nosotros mismos.
El Dios que quiso encarnarse, hacerse hombre como nosotros, tomando nuestra naturaleza humana y corporal, asumió todo lo que era nuestro ser y nuestra existencia asumiendo así también ese mismo dolor y sufrimiento que nos afecta a todos los seres humanos. El Dios que se abajó para hacerse como nosotros pero para redimirnos del mal y de la muerte, también quiere  redimirnos de ese dolor y de ese sufrimiento diverso que a todos nos afecta. Toma nuestra naturaleza humana para redimirla, para levantarla, para llevarnos a una verdadera vida en plenitud.
En esta fiesta de la exaltación de la Cruz de Cristo le vemos ahí crucificado asumiendo nuestro dolor y nuestro sufrimiento, pasando por nuestra misma muerte, no porque quiera exaltar ese dolor, sino porque quiere redimirnos de ese dolor, levantarnos de ese sufrimiento, hacernos salir de esa muerte. Y todo eso, ¿por qué? Porque nos amaba. Su pasión en la cruz, su muerte crucificado es una ofrenda de amor.
Nos está señalando Jesús con su muerte en la cruz que el dolor y la muerte no tiene la última palabra. Porque cuando nosotros contemplamos al Crucificado realmente no estamos contemplando a quien se ha quedado en la muerte sino a quien ha vencido esa muerte porque le contemplamos resucitado. Si lo contemplamos en la cruz es para que recordemos para siempre su amor, pero con la certeza de que vive, de que su muerte ha sido una victoria del amor y de la vida. Muriendo venció nuestra muerte, y resucitando nos llenó de vida para siempre.
Hay una luz para nuestras angustias y oscuridades, hay una esperanza de vida para nuestros dolores y sufrimientos, hay un sentido para nuestro padecer y para nuestras cruces. Es la luz del amor, es la esperanza con que la victoria de Cristo sobre la muerte llena nuestra vida, es el sentido nuevo de nuestra existencia cuando tenemos esperanza, cuando ponemos amor en nuestra vida. Es la ofrenda de amor que también nosotros hemos de saber hacer con nuestra vida.
Mirando la cruz de Cristo y su soledad ante la muerte - ‘¡Dios mío, Dios mío!, gritaba, ¿por qué me has abandonado?’ - nosotros sabemos que no estamos solos en nuestro dolor y en nuestra cruz; Cristo con su cruz está junto a nuestra cruz, esa cruz que hemos de tomar con generosidad y valentía para seguirle, para vivirle, para entender de verdad lo que es el amor, para vivir una vida nueva, para hacer así nuevo nuestro mundo.  Nos invita a seguirle tomando nuestra cruz de cada día pero nos dice que El estará siempre con nosotros ayudándonos a llevar esa cruz.
Levantamos nuestra mirada hacia lo alto de la Cruz porque ahí contemplamos la vida, ahí contemplamos el amor. Levantamos la mirada a lo alto de la Cruz porque ahí contemplamos a Cristo el Crucificado pero que ha resucitado, ha vencido la muerte y el pecado. Es la victoria del amor, es la victoria de la vida, es la victoria de la salvación. 

domingo, 13 de septiembre de 2015

Una pregunta que nos hace Jesús sobre nuestra fe y una pregunta que le hacemos a El para aprender a conocerle y seguirle con toda la vida

Una pregunta que nos hace Jesús sobre nuestra fe y una pregunta que le hacemos a El para aprender a conocerle y seguirle con toda la vida

Isaías 50, 5-10; Sal. 114; Santiago 2, 14-18; Marcos 8, 27-35
¿Quién verdaderamente es Jesús? es la pregunta que surge casi de manera espontánea al escuchar el evangelio. La pregunta que se hacían las gentes cuando lo escuchaban admirados por sus enseñanzas o veían los signos que hacía; la pregunta casi como de rechazo que hacen los poseídos por el espíritu maligno cuando ven llegar a Jesús; la pregunta que se hacían los dirigentes del pueblo, sacerdotes, ancianos del sanedrín, escribas y maestros de la ley que le interrogan sobre su autoridad, dudan de su capacidad de enseñar o tratan de ponerlo a prueba. ¿Será la pregunta que se siguen haciendo los hombres de todos los tiempos? ¿Será acaso la pregunta que nosotros nos hacemos?
Pero en el texto del Evangelio es Jesús el que hace la pregunta a sus discípulos y a través de ellos quiere saber lo que la gente dice, lo que la gente piensa y lo que piensan ellos mismos que más cercanos a Él están. Teniendo en cuenta, sí, la pregunta que hace Jesús, que nos la hace a nosotros también, quiero ser yo el que le pregunte a El ¿quién eres tú, Jesús?
Sí, me voy a permitir tener la osadía de ser yo el que le haga esa pregunta porque aunque podría responder de manera semejante a como respondieron aquellos discípulos pudieran ser respuestas en las que solamente calque sus palabras, repita lo que ellos decían, dé respuestas aprendidas de memoria y creo que en el fondo Jesús me está pidiendo una respuesta más vital, más de mi vida.
Muchas veces somos capaces de decir cosas muy hermosas, pero luego hay el peligro que no se traduzcan de verdad en la realidad de mi vida de cada día. Podemos responder simplemente con lo que piensan todos, pero que se quede ahí, en lo que siempre se dice pero nada más. Podemos dar una respuesta certera como la de Pedro, que tal como nos narraría el mismo pasaje san Mateo merecería alabanzas de Jesús diciéndole que si fue capaz de decir aquellas cosas hermosas era porque el Padre se las había revelado en su corazón.
Sí, fue muy certera la respuesta de Pedro pero Jesús no quiso que aquello lo dijeran a nadie, porque las palabras pueden tener sus interpretaciones que realmente lo que hicieran sea alejarnos de la verdad de Jesús. ‘Tú eres el Mesías’, había respondido Pedro, pero ‘El les prohibió terminantemente decírselo a nadie’. Y es que la palabra tenía unas interpretaciones que no eran precisamente lo que Jesús venía a ser como Mesías Salvador.
Por eso cuando Jesús a continuación les habla de padecimientos, de pasión, de cruz, de muerte y de resurrección ellos no lo entenderán. Y el mismo Pedro que había hecho aquella afirmación tan rotunda que mostraba además la fe y el amor que le tenía, ahora trata de quitarle aquellas ideas de la cabeza de Jesús. Jesús le rechazará con palabras fuertes pues le llamará Satanás y tentador. No había terminado de pensar a la manera de Jesús, no había terminado de entender lo que era el misterio de Dios que en Jesús se revelaba. ‘Quítate de mi vista, Satanás. Tú piensas como los hombres, no como Dios’.
La tentación de Pedro era la de ver a Jesús como un Mesías, caudillo político lleno de poder a la manera de los poderes de este mundo. La reacción de Jesús fue semejante a la de las tentaciones allá en el desierto cuando el diablo le tienta con poderes y glorias de este mundo. Necesitamos que Jesús nos revele allá en lo más hondo quién es, como decíamos antes, porque nosotros también podemos tener una tentación semejante y ver a Jesús también como los poderosos de este mundo y querer nosotros seguirle porque quisiéramos participar también de esos poderes y glorias del mundo. No será el pensamiento de Dios sino nuestro pensamiento a la manera del mundo como nosotros nos hagamos una idea de Jesús.
Es Jesús el que va delante de nosotros con su cruz; es su entrega, es la donación de si mismo que hace desde el amor, aunque eso signifique perder la vida. Es Jesús el que va delante de nosotros dándonos las pruebas más intensas y sublimes del amor. Ya nos dirá en otro momento que no hay amor más grande que el de aquel que es capaz de dar su vida por aquel a quien ama. Pero creemos en el Jesús que no solo nos dice palabras sino que nos da el testimonio de su vida, el que va delante de nosotros. Ya conocemos su entrega hasta el final.
Por eso esa fe que hemos de tener en El no es solo decir cosas bonitas y hermosas, todas esas cosas bonitas y hermosas que El realmente significa para nosotros, todas esas cosas bonitas y hermosas que somos capaces de decir de aquel a quien amamos y seguimos; nuestra fe en Jesús ha de ser el camino de una vida. ¿Queremos ir con Jesús? ¿Decimos que tenemos fe en El? ¿Le vemos realmente como nuestro Dios y como nuestro salvador? ¿Estamos contemplando su entrega de amor, en el amor más sublime? Creer en El no ha de ser otra cosa que hacer como El, amar con un amor como el de El, caminar ese camino de cruz que es la entrega del amor.
Y eso no es para unos momentos de fervor. Eso ha de ser el camino de cada día; cada día hemos de tomar esa cruz, vivir en ese amor, realizar esa entrega por los demás, aunque nos cueste, aunque eso signifique también pasión y sufrimiento, aunque eso signifique perder la vida a la manera de lo que entendemos la vida en este mundo. Olvidarnos de nosotros mismos algunas veces puede ser bien doloroso y no todos lo entenderán y hasta puede provocar rechazo en los que nos rodean. Escuchemos de nuevo las palabras de Jesús, abriendo bien nuestro entendimiento y nuestro corazón, que así nos está diciendo quien es El y como nosotros hemos de expresar esa fe que tenemos en El.
‘El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará’.
Jesús nos está preguntando, es cierto, ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’  Pero como decíamos nosotros le preguntamos a El, nos queremos dejar enseñar por El, ¿y quién eres tú, Jesús? Ya sabemos la respuesta que nos da para que no entremos en confusiones. La respuesta de nuestra fe es un camino, es una vida que hemos de vivir siendo capaces de perder la vida por amor.