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jueves, 17 de septiembre de 2015

A pesar de nuestras miserias entremos en sintonía con la misericordia divina porque pongamos mucho amor en nuestra vida

A pesar de nuestras miserias entremos en sintonía con la misericordia divina porque pongamos mucho amor en nuestra vida

Timoteo 4, 12-16; Sal 110; Lucas 7, 36-50

La misericordia divina frente a nuestras miserias. Me atrevo a describir así esta escena del evangelio. Jesús en casa de un fariseo que tiene mucho interés en que Jesús vaya a su casa. Veremos a ver en qué se queda ese interés.
Una mujer que se introduce sin ser llamada hasta la sala del banquete. Pronto surge la intolerancia, el descrédito, la desconfianza y en el fondo hasta la condena por parte de los comensales e incluso de quien ha invitado a Jesús. Pero entre aquella mujer y Jesús está el encuentro del amor que no había existido antes entre el resto de comensales. Conocemos los gestos de amor que ahora hay en aquella mujer como conocemos cual es la situación de miseria que había habido en su vida. Pero enfrente está el amor misericordioso de Dios.
Sí, es la miseria de aquella mujer pecadora que ahora llora sus muchos pecados. Unge los pies de Jesús, los colma de besos, los lava con sus lágrimas, hay mucho amor. Mucho amor que reconoce sus miserias; pero mucho amor que se confía al amor  más infinito de Dios que se le manifiesta en Jesús. Aquella mujer saldrá de aquel lugar con su alma justificada, llena de la gracia misericordiosa de Dios porque para ella está el perdón. A pesar de sus miserias fue capaz de sintonizar con el amor de Dios y de esa sintonía nació el perdón.
Pero hay más miserias enfrente de Jesús en aquel momento y en aquel lugar. El fariseo que había abierto las puertas de su casa a Jesús insistiéndole que viniera a comer sin embargo no le había abierto su corazón, que Jesús bien conocía. Allá en su interior al surgir aquella situación inesperada de la presencia de aquella mujer pecadora en la sala del banquete está pensando en su interior, está sospechando en su interior, está juzgando y condenando en su interior.
‘Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora’. No abría el las puertas de su corazón a la comprensión de la misericordia divina y no entraría en su sintonía aunque Jesús tuviera para él explicaciones muy especiales con la pequeña parábola que le propone. Cuando no ponemos amor en el corazón es difícil sintonizar con el amor.
Pero estaban también los otros comensales. Eran también fariseos y escribas, amigos del que había invitado y con sus mismos sentimientos de condena en el corazón. Cuando Jesús ofrece generoso el perdón para aquella mujer que había mostrado tanto amor, no comprenden. ‘Los demás convidados empezaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?’
Cuántas veces nos sucede a nosotros también. Están más pronto la sospecha y la desconfianza, el juicio y la condena que la comprensión y el perdón. Tantas veces que no queremos mezclarnos con cualquier tipo de personas; tantas veces que vamos haciendo discriminación en la vida y nos apartamos de aquellos que no nos agradan aunque solo fuera por su apariencia externa; tantas veces que nos hacemos nuestros juicios ante el actuar de los demás sin preguntarnos por qué lo hacen o por qué han llegado a esa situación a la que quizá nosotros por nuestras posturas hemos contribuido; tantas veces que no queremos entender el cambio a mejor que pueden dar las personas y pensamos que pronto volverán a las andadas; tantas veces que no sabemos ver con buenos ojos lo bueno que hacen los demás y buscamos dobles intenciones y nos dejamos llevar por nuestros prejuicios. Son tantas las cosas concretas que tendríamos que analizar en las posturas de nuestra vida.
Pongámonos con nuestras miserias ante la misericordia divina, pero hagámoslo reconociendo de verdad nuestras miserias, dejándonos curar por el Señor porque seamos capaces de poner verdadero amor en nuestra vida para sintonizar con el amor de Dios. Podremos escuchar también las palabras de Jesús: ‘Tu fe te ha salvado, vete en paz’.

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