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sábado, 19 de septiembre de 2015

La parábola nos reta a plantar la semilla del Reino en esos lugares no tan lejanos a los que nunca hemos llevado la luz del Evangelio

La parábola nos reta a plantar la semilla del Reino en esos lugares no tan lejanos a los que nunca hemos llevado la luz del Evangelio

1Timoteo 6,13-16; Sal 99; Lucas 8, 4-15
¿Qué hacemos con la semilla? ¿Habremos sido capaces de ir a sembrarla a todos los sitios aunque nos pareciera difícil? Para empezar puede ser un interrogante que nos plantee la parábola que Jesús nos propone hoy.
Jesús iba de camino anunciando el reino de Dios y mucha gente le seguía, quería escucharle. Como dice hoy el evangelio  ‘se le juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo’. Y es entonces cuando les propone la parábola del sembrador. Bien significativo, porque es a muchos a los que llega el anuncio de la Buena Nueva del Reino, en cualquier situación y lugar. Es como vemos a Jesús caminando, de un lugar para otro, encontrándose con todos, no solo los que van a la sinagoga, sino en los cruces de los caminos, en la orilla del lago, en medio de los campos.
Normalmente cuando reflexionamos sobre esta parábola nos fijamos en esos diferentes tipos de tierra que reciben la semilla, pero lo hacemos sobre todo para analizarnos nosotros en nuestras actitudes ante la Palabra y cómo la recibimos y la plantamos en nuestra vida para hacer que llegue a dar fruto.
Hoy quisiera fijarme en otro aspecto. El sembrador salió a sembrar la semilla, pero no se paró en pensar donde estaría la tierra buena que pudiera hacer que aquella semilla germinara y llegara a dar fruto. Nos parece que eso hubiera sido lo lógico. Sin embargo sembrando a voleo dejó que la semilla llegara a toda clase de tierras, ya fueran endurecidas por las pisadas de los caminantes, ya estuvieran llenas de piedras o de abrojos o fuera la tierra buena. Es en lo que quiero fijarme.
¿Esa semilla de la Palabra, del anuncio del Reino solo tenemos que hacerla llegar a aquellos que ya están predispuestos para recibirla? ¿A los demás no tendríamos también que hacerles ese mismo anuncio, aunque sepamos que su corazón pueda estar endurecido por muchas cosas o se tengan demasiados apegos que nos pudieran parecer un obstáculo? Cuando Jesús envía a sus discípulos a anunciar el Evangelio les dice que vayan por todo el mundo. No han de escoger entre un mundo bueno y bien predispuesto y un mundo malo que nos parezca imposible. El anuncio de la salvación tiene que ser universal.
Quizá demasiado nos hemos quedado al resguardo de nuestros templos y de la gente de siempre, los que siempre han estado cerca, pero nos haya faltado ese ímpetu misionero para ir también a lugares difíciles, a aquellos que nos parecía que fueran más reticentes para recibir esa semilla de la Palabra de Dios. Me podréis decir, bueno, los misioneros llegan a los países lejanos, a lugares donde nunca se ha anunciado el evangelio.
s cierto, pero también tendríamos que pensar que a los que quedamos aquí también se nos hace ese mismo encargo misionero y sin ir a lugares lejanos, podemos tener muy al lado nuestro lugares lejanos, personas alejadas, personas que por la situación que fuera no han recibido ese anuncio. También en esos corazones puede brotar esa semilla, haber una respuesta, puede encenderse de nuevo la luz de la fe que porque han tenido el corazón endurecido, porque haya muchos apegos en su corazón, porque vivan una vida sin ninguna profundidad, o porque quizá nosotros no lo hemos trabajado, hasta ahora no han dado respuesta, pero pueden darla.
Creo que es un reto que nos plantea hoy el evangelio. ¿Qué estamos haciendo con la semilla? ¿La estamos guardando para los de siempre o nos preocupamos de que llegue a esos, quizá demasiado cercanos a nosotros, en los que nunca nos hemos preocupado de sembrarla?

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