Es
cuestión de amor, de amistad, es cuestión de enamorados, de saber que amamos a
Dios queriendo amarle cada vez más, pero con la certeza y la confianza de que
El nos ama
Sabiduría 18,14-16;19, 6-9; Sal 104; Lucas 18,1-8
A los amigos les gusta encontrarse y unos buenos amigos siempre tienen
cosas que contarse; se pasan horas y horas en la tarde o en la noche, cuando
ocasionalmente se encuentran o cuando se buscan por los medios de comunicación
y hoy por las redes sociales para contarse lo que les sucede, lo que son sus
preocupaciones o los sueños de su vida. Malo es cuando unos amigos no tienen de
qué hablar, no tienen nada que contarse, porque eso puede significar que se ha
enfriado la amistad, que comienzan a haber distanciamientos y esa amistad si no
se cuida tiene el peligro de perderse, de morirse.
Lo mismo podríamos decir de dos personas enamoradas, como se buscan y
como les agrada estar juntos, para soñar juntos, para expresarse su cariño y su
amor, para ir construyendo una vida en común. Siempre tienen de qué hablar, en
sus corazones no se guardan secretos, siempre hay algo nuevo que decirse, algo
nuevo que comunicarse, o un proyecto en común que realizar. Si algo necesita
cualquiera de los dos, ya sabe con quien contar, aunque el otro en su amor y en
el conocimiento mutuo que se tienen ya casi de antemano sabe cuales son sus
necesidades.
Son experiencias que vivimos en la vida. Cosas que expresan esa mutua relación
desde la amistad y desde el amor. Casi no es necesario hablar de ello, porque
será algo que habremos experimentado de una forma u otra en la vida. Pero si
hoy me he entretenido en esta pequeña descripción es porque todo esto me hace
preguntarme muchas cosas de nuestra relación con Dios. Y con todo esto de base
quizás tendríamos que preguntarnos por qué nos cuesta tanto hablar con Dios,
relacionarnos con Dios, hacer nuestra oración porque es la forma como llamamos
a esa relación con Dios.
De entrada en nuestra fe más simple y elemental hablamos y decimos que
Dios es nuestro padre, ¿cómo es que no tenemos de qué hablar con Dios? ¿Por qué
nos cuesta tanto perseverar en la oración? Y seguimos profundizando algo más en
el evangelio recordamos que Jesús nos llama amigos, ¿pero vivimos en verdad una
relación de amistad con Jesús con todas aquellas características, por ejemplo,
que hablábamos de los amigos a los que les gusta encontrarse y que siempre
tienen tiempo para hablar y hablar y contarse cosas y contar el uno con el
otro? ¿Nos estará fallando algo en nuestra fe y en nuestro amor a Dios? ¿Por qué
nos falla tanto nuestra oración? ¿Habremos perdido ese sentido de comunión y de
amistad en nuestra relación con el Señor?
Hoy en el evangelio se nos dice que Jesús nos propone una parábola
para explicarnos como debemos orar siempre y sin desanimarnos. Y nos habla de
la viuda que acude a un juez para que se le haga justicia, pero aquel juez no
le hace caso hasta que por la insistencia de aquella mujer, al menos para
quitársela de encima finalmente le hará justicia. El ejemplo no es el de aquel
juez inicuo que de ninguna manera podemos comparar con Dios, sino el ejemplo
está en la perseverancia de aquella mujer. Así nuestra oración, perseverante
porque cuando acudimos a Dios acudimos con la confianza de los hijos y con la
confianza de que Dios nos ama.
¿Queremos más motivos para nuestra oración? Sabemos que Dios es un
padre que nos ama y la razón del amor es la mayor motivación. Por eso podía
llegar a decir santa Teresa de Ávila, nuestra gran mística que tanto sabía de
oración, aquello de que ‘orar es tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama’. Es cuestión de amor, de amistad de la más
grande; es cuestión de enamorados, de saber que amamos a Dios y queremos amarle
cada vez más, pero con la certeza y la confianza de que El nos ama.