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sábado, 16 de noviembre de 2019

Es cuestión de amor, de amistad, es cuestión de enamorados, de saber que amamos a Dios queriendo amarle cada vez más, pero con la certeza y la confianza de que El nos ama




Es cuestión de amor, de amistad, es cuestión de enamorados, de saber que amamos a Dios queriendo amarle cada vez más, pero con la certeza y la confianza de que El nos ama

Sabiduría 18,14-16;19, 6-9; Sal 104; Lucas 18,1-8
A los amigos les gusta encontrarse y unos buenos amigos siempre tienen cosas que contarse; se pasan horas y horas en la tarde o en la noche, cuando ocasionalmente se encuentran o cuando se buscan por los medios de comunicación y hoy por las redes sociales para contarse lo que les sucede, lo que son sus preocupaciones o los sueños de su vida. Malo es cuando unos amigos no tienen de qué hablar, no tienen nada que contarse, porque eso puede significar que se ha enfriado la amistad, que comienzan a haber distanciamientos y esa amistad si no se cuida tiene el peligro de perderse, de morirse.
Lo mismo podríamos decir de dos personas enamoradas, como se buscan y como les agrada estar juntos, para soñar juntos, para expresarse su cariño y su amor, para ir construyendo una vida en común. Siempre tienen de qué hablar, en sus corazones no se guardan secretos, siempre hay algo nuevo que decirse, algo nuevo que comunicarse, o un proyecto en común que realizar. Si algo necesita cualquiera de los dos, ya sabe con quien contar, aunque el otro en su amor y en el conocimiento mutuo que se tienen ya casi de antemano sabe cuales son sus necesidades.
Son experiencias que vivimos en la vida. Cosas que expresan esa mutua relación desde la amistad y desde el amor. Casi no es necesario hablar de ello, porque será algo que habremos experimentado de una forma u otra en la vida. Pero si hoy me he entretenido en esta pequeña descripción es porque todo esto me hace preguntarme muchas cosas de nuestra relación con Dios. Y con todo esto de base quizás tendríamos que preguntarnos por qué nos cuesta tanto hablar con Dios, relacionarnos con Dios, hacer nuestra oración porque es la forma como llamamos a esa relación con Dios.
De entrada en nuestra fe más simple y elemental hablamos y decimos que Dios es nuestro padre, ¿cómo es que no tenemos de qué hablar con Dios? ¿Por qué nos cuesta tanto perseverar en la oración? Y seguimos profundizando algo más en el evangelio recordamos que Jesús nos llama amigos, ¿pero vivimos en verdad una relación de amistad con Jesús con todas aquellas características, por ejemplo, que hablábamos de los amigos a los que les gusta encontrarse y que siempre tienen tiempo para hablar y hablar y contarse cosas y contar el uno con el otro? ¿Nos estará fallando algo en nuestra fe y en nuestro amor a Dios? ¿Por qué nos falla tanto nuestra oración? ¿Habremos perdido ese sentido de comunión y de amistad en nuestra relación con el Señor?
Hoy en el evangelio se nos dice que Jesús nos propone una parábola para explicarnos como debemos orar siempre y sin desanimarnos. Y nos habla de la viuda que acude a un juez para que se le haga justicia, pero aquel juez no le hace caso hasta que por la insistencia de aquella mujer, al menos para quitársela de encima finalmente le hará justicia. El ejemplo no es el de aquel juez inicuo que de ninguna manera podemos comparar con Dios, sino el ejemplo está en la perseverancia de aquella mujer. Así nuestra oración, perseverante porque cuando acudimos a Dios acudimos con la confianza de los hijos y con la confianza de que Dios nos ama.
¿Queremos más motivos para nuestra oración? Sabemos que Dios es un padre que nos ama y la razón del amor es la mayor motivación. Por eso podía llegar a decir santa Teresa de Ávila, nuestra gran mística que tanto sabía de oración, aquello de que ‘orar es tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama’. Es cuestión de amor, de amistad de la más grande; es cuestión de enamorados, de saber que amamos a Dios y queremos amarle cada vez más, pero con la certeza y la confianza de que El nos ama.

1 comentario:

  1. A veces los amigos no necesitan palabras para entenderse. El simple hecho de estar uno junto al otro y comprenderse en el mirar, puede transmitir mucho más que hablar por hablar. Sí, comprendo el concepto donde, en caso de necesidad de expresarlo con las palabras, no nos cohibamos y abramos el corazón a decirlo. Hay personas que hablan poco y dicen mucho. Otras, necesitan hablar para poder ir definiendo su pensamiento. Creo que lo importante es el sentimiento con que uno se relaciona. Que la oración no sea un mero conjunto de palabras, sino que sea sentida, una manera de acercarse desde el profundo amor que nos une con el Señor. Me gusta la idea planteada que no temamos hablarle, que perseveremos en hacerlo. Que superemos nuestras debilidades, sabiendo que Su Amor es mayor y que Él nos sana. Gracias por este espacio de reflexión.

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