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sábado, 27 de enero de 2024

Con Jesús tienen que acabarse nuestros miedos, El está ahí y no nos deja solos, con nosotros va en esa barca de la vida y en medio de esas tormentas

 


Con Jesús tienen que acabarse nuestros miedos, El está ahí y no nos deja solos, con nosotros va en esa barca de la vida y en medio de esas tormentas

2 Samuel 12, 1-7a. 10-17; Sal 50; Marcos 4, 35-41

Seguramente que nos habrá sucedido alguna vez, que nos hemos visto con el agua al cuello, sin saber como salir de esa situación y donde lo vemos todo perdido. Problemas no nos faltan en la vida; quizás situaciones que ahora nos aparecen como consecuencia de algo que no hicimos bien; los mismos avatares de la vida que van y vienen y hay momentos de calma en que parece que todo va bien, pero de pronto se nos viene el mundo abajo; contratiempos y tropiezos con la gente con la que convivimos, situaciones inexplicables en que todo cambia a nuestro alrededor; mal entendidos que nos llenan de desconfianzas y se producen distanciamientos… muchas cosas podemos pensar.

Pero ¿cómo reaccionamos? ¿Nos dejamos morir porque no vemos solución y todo nos parece un fracaso? ¿Luchamos buscando medios, buscando ayudas, amarrándonos de lo que sea – un clavo ardiendo, decimos tantas veces – para ver como salimos, como nos levantamos, como las cosas vuelven a la calma de siempre? ¿Nos entra la desesperación, aparece la soledad que nos turba, nos llenamos de angustia? ¿Seremos capaces de mirar hacia lo alto buscando esa fortaleza que nos viene de arriba y tanto necesitamos?

La imagen que nos ofrece hoy el evangelio puede ser muy iluminadora para esas situaciones por las que pasamos. Jesús había estado predicando allí en la orilla del lago; cuando termina su predicación les dice a los discípulos más cercanos que ya comienzan a estar de una forma más estable con El de ir a la otra orilla.

Atravesar el lago, puede ser algo apacible y agradable, y bueno es hasta echarse una siesta por algún rincón de la barca. Pero también es frecuente, como consecuencia de las variaciones de los vientos que bajan de las montañas vecinas, estando el lago además en una depresión – está a un nivel más bajo que el nivel del mar Mediterráneo – que surjan sorpresivamente tormentas que puedan poner en peligro las barcas que se encuentren atravesando el lago.

Y es lo que sucedió. Y mientras los pescadores luchaban contra las inclemencias del tiempo, Jesús dormía plácidamente en un rincón de la barca. No saben qué hacer. Al final despertarán a Jesús, ‘¿no te importa que nos hundamos?’ Ellos habían hecho lo posible por salir de aquella situación. Ahora acuden a Jesús y con Jesús vuelve la calma. ‘Increpó al viento y al mar… y vino la calma’, nos narra el evangelista.

Pero es entonces cuando surge la pregunta. ‘¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?’ Habían ido conociendo a Jesús, escuchando sus enseñanzas, también comenzaban a ser testigos de los signos que realizaba cuando curaba a los enfermos e iban descubriendo también cómo los milagros no se quedaban reducidos a la curación de unas enfermedades, unas cegueras o unas parálisis, porque además se sentían transformados por dentro cuando de nuevo renacían en ellos las esperanzas. Pero ahora estaban contemplando algo nuevo. ‘¿Quién es este?’ se preguntaban.

¿Qué necesitamos descubrir en Jesús? ¿Qué es lo nuevo que nos está ofreciendo para la vida? Decimos que Jesús es evangelio, es buena noticia para nuestra vida. ¿Cuál es esa buena noticia que nosotros necesitamos escuchar, descubrir en Jesús?

Pensemos en esas situaciones que describíamos antes en las que nos encontramos tantas veces en la vida. ¿Jesús tendrá algo que decirnos para todo eso por lo que pasamos? ¿La liberación que Jesús nos está ofreciendo responderá a esos momentos duros que pasamos tantas veces en la vida en que nos parece que andamos en un callejón oscuro y sin salida?

Jesús les recriminó a los que iban en la barca, ‘¿por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?’ Pensemos que es lo que Jesús nos está diciendo también a nosotros ahora, mientras quizás escuchamos este trozo de evangelio y no sabemos cómo interpretarlo o qué lección sacar para nuestra vida. Nos lo está diciendo cuando en la vida tantas veces nos sentimos angustiados, amargados, agobiados por los problemas sin saber cómo salir adelante. ‘¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?’

 Con Jesús tienen que acabarse nuestros miedos. Sabemos que El está ahí y no nos deja solos porque con nosotros va en esa barca de la vida y en medio de esas tormentas de la vida. Sintamos la seguridad de su presencia, dejémonos envolver por la paz con la que quiere llenar nuestro espíritu.


viernes, 26 de enero de 2024

Tenemos que ser sembradores de semillas de vida en el mundo que nos rodea, en la sociedad en la que vivimos, con la esperanza de que un día darán su fruto

 


Tenemos que ser sembradores de semillas de vida en el mundo que nos rodea, en la sociedad en la que vivimos, con la esperanza de que un día darán su fruto

2Timoteo 1, 1-8; Sal 95; Marcos 4,26-34

Quiero comenzar diciendo algo que podría parecer una perogrullada - una ocurrencia que se sale de tiesto – pero tengo que reconocer que yo creo en la semilla. Sí, la semilla tiene su valor y su significado. Y hoy nos habla Jesús en el evangelio de la semilla, una parábola muy sencilla que solo nos dice que la semilla es echada en tierra, germina y hará nacer una planta que crecerá y un día da fruto; y no nos habla del agricultor que cuida ese campo, no nos habla de lo que hemos de preparar la tierra, sino simplemente de la semilla echada en tierra y que germina. Podíamos decir que no sabemos cómo ni por qué, pero en si misma tiene su virtud, su ser, su esencia, podríamos decir.

¿No hemos visto nacer una planta en los lugares más insospechados? ¿Un árbol frutal que nació allá entre las rocas donde quizás podría parecer imposible que llegara una semilla? ¿Por qué allí y no en otro sitio? Allí llegó la semilla y germinó dándonos una nueva planta. Observaba yo esta misma mañana en mis paseos por los alrededores una pared de piedra que allí se había levantado para salvar un desnivel y a considerable altura se veían surgir plantas silvestres entre las piedras de aquella pared. Allí estaban dando vida y color a la estética de aquella pared.

Y Jesús nos está diciendo que el Reino de Dios es como esa semilla echada en tierra, que germinará y por su misma esa nueva planta puede regalarnos su fruto. Una referencia, es cierto, a la semilla de la Palabra de Dios, como se nos dará referencia y explicación en otras parábolas que nos ofrece Jesús; una referencia a ese Reino de Dios – con él se compara – que germinará en medio de nuestro mundo cuando nos preocupamos de sembrar esa semilla. Esa semilla que son esos valores que nosotros vamos viviendo y ahí en medio de nuestro mundo lo irán contagiando; esa semilla que partirá de nuestros gestos, de nuestras actitudes, de nuestros compromisos, de nuestras buenas palabras con los que queremos enseñar y educar, con los que queremos transmitir lo mejor de nosotros mismos que llevamos en el corazón y queremos vivir.

Somos, tenemos que ser sembradores de semillas en la vida, en el mundo que nos rodea, en la sociedad en la que vivimos. Es importante nuestro testimonio, es importante nuestra palabra, son importantes nuestros gestos. Sembremos aunque nos parezca que lo que hacemos es pequeño e insignificante. Hoy nos ha propuesto Jesús otra parábola habla de la semilla insignificante de la mostaza, pero que nos puede dar una hermosa planta, que como nos dice Jesús en la parábola, hasta los pajarillos pueden anidar entre sus ramas.

      Sin dejarme llevar por orgullos ni vanagloria sí quiero decir que, como bien sabéis los que me leen por Internet, estas pequeñas reflexiones nacidas del evangelio de cada día yo las he querido llamar precisamente así, ‘la semilla de cada día’. Ahí dejo en ese amplio campo de Internet y de las redes sociales esa semilla que quiero plantar cada día, como otras pequeñas reflexiones que cada día ofrezco a mis amigos con el buenos días a las que por su brevedad llamo ‘semillitas’. Es la responsabilidad de sembrar algo bueno y la esperanza de que en alguien germine en cosas buenas para él y para nuestro mundo.

jueves, 25 de enero de 2024

A mí seriamente me preocupa si estoy haciendo ese buen anuncio de la Buena Noticia de Jesús para el mundo de hoy

 


A mí seriamente me preocupa si estoy haciendo ese buen anuncio de la Buena Noticia de Jesús para el mundo de hoy

Hechos de los apóstoles 22, 3-16; Sal 116;  Marcos 16, 15-18

Algunas veces damos las cosas por hechas y no somos capaces de detenernos a pensar si acaso a pesar de lo que aparentemente vemos las cosas se pueden dar por realizadas. Pueden ser cosas que constatamos en la vida de los pueblos, de las gentes que nos rodean, que nos parece que todo está bien; al menos, decimos, las cosas no son como antes, se ha avanzado mucho, las cosas están mejor que en otros tiempos, pero ¿realmente podemos estar satisfechos? ¿Las cosas no podrían estar mejor, por ejemplo, en una cantidad de servicios que se necesitan en la sociedad pero a lo que vemos que no hay respuesta?

Podemos detenernos a pensar en muchas cosas, porque lo encontramos en el ámbito familiar, porque nos lo podemos encontrar en nosotros mismos que de alguna manera nos conformamos con lo que somos o con lo que tenemos, ¿para qué esforzarnos?, pensamos quizás muchas veces y seguimos con lo de siempre.

Como decía podemos detenernos en muchas cosas. Lo podemos pensar de nuestra religiosidad o de los caminos de la Iglesia; lo podemos pensar de nuestra fe y del anuncio del evangelio. Total, pensamos, aquí somos todos cristianos, aquí casi todo el mundo está bautizado – que ya no está tan claro eso -, aquí tenemos nuestra Iglesia y nuestras fiestas del Cristo, de la Virgen o la semana santa y la navidad. Pero tendríamos que plantearnos ¿de verdad el evangelio impregna la vida de todos los que nos llamamos cristianos, de los que celebramos nuestras fiestas o nuestra semana santa?

Hoy que estamos celebrando la conversión de san Pablo – a eso hace referencia precisamente la primera lectura en el relato que él mismo hace – en el evangelio hemos escuchado el mandato de Jesús de ir por el mundo anunciando el Evangelio a todas las gentes. ¿Y qué nos dice este evangelio hoy? Quizás cuando lo escuchamos podemos pensar en aquel momento de la Ascensión de Jesús al cielo y el envío que hace de sus discípulos a predicar por todo el mundo, y nos quedamos tan tranquilos porque pensamos que ya eso no nos afecta a nosotros. O podemos acaso pensar en las misiones, por aquello del domingo misionero del Domund que celebramos todos los años, y pensamos en países lejanos, países del tercer mundo donde haya otras religiones y los cristianos sean minoría. Pero ¿nos podemos quedar así tan tranquilos?

Hoy escuchamos mucho que la Iglesia nos está hablando de la nueva evangelización, que también se necesita en estos lugares que llamamos cristianos y, claro, pensamos que la gente ya viene menos a la Iglesia y que tenemos que buscar formas para atraerlos y vuelven a llenarse nuestros templos como sucedía quizás en otros tiempos. Pero ¿será sólo a eso a lo que nos referimos con la nueva evangelización?

Y es aquí donde tenemos que comenzar a cambiar el chip de nuestra mente, y de nuestras ideas. Evangelio, como todos bien sabemos, es buena noticia, es la Buena Noticia de Jesús cuando nos anuncia el Reino de Dios que hemos de vivir. ¿Y a la gente que nos rodea les suena de verdad como ‘buena noticia’ el evangelio que escuchan, por ejemplo, cuando vienen a la Iglesia por cualquier motivo devocional? Seguramente muchos de ellos de alguna manera se hacen oídos sordos, porque ya sobreentienden que eso lo han escuchado muchas veces y ya no les suena nada nuevo para ellos.

Y eso es lo tremendo, lo que tiene que hacernos pensar. El anuncio que estamos haciendo hoy en nuestro mundo no suena como buena noticia, no suena como algo nuevo que en verdad llame la atención a los que nos rodean. No se trata ya de decirles que vengan a la Iglesia, es algo más, es algo distinto, tiene que ser una palabra que llegue al corazón, tiene que ser en verdad una luz para sus vidas en los problemas que tiene, en las luchas que tienen que realizar en la vida, en los planteamientos que se puedan hacer de un sentido para la vida que les ayude de verdad a ser más felices.

Hoy que estamos celebrando la conversión de san Pablo él mismo nos lo dice, no entendía el mensaje de Jesús porque además tenía que hacerle salir de sus costumbres y de sus rutinas, por eso perseguía a los que seguían el camino de Jesús. Pero un día Jesús le sale al encuentro en el camino de la vida y aquello fue un revolcón tremendo para su vida; hasta se quedó ciego, tuvieron que llevarlo poco menos que de la mano hasta la ciudad de Damasco a donde se dirigían. Ese encuentro con Jesús supuso para él un encuentro con esa buena noticia del Evangelio que le hizo cambiar todos sus planteamientos.

Es lo que necesitamos y es lo que se necesita en el mundo de hoy. Que el evangelio sea en verdad esa buena noticia que nos haga pensar y que nos haga cambiar nuestros corazones; lo demás vendrá como consecuencia. Por eso también nosotros los cristianos que tenemos que hacer ese anuncio tenemos que plantearnos muy bien cómo lo vamos a hacer, buscar caminos nuevos, buscar medios nuevos, buscar palabras auténticas, pero sobre todo auténticos testimonios que puedan hacer llegar esa buena noticia a cuantos nos rodean.

Muchas cosas tenemos que plantearnos, porque no podemos seguir pensando que todo está hecho, que porque tengamos unas fiestas a través del año, ya todos pensamos en cristiano, en el sentido de Cristo. A mí seriamente me preocupa si estoy haciendo ese buen anuncio de la Buena Noticia de Jesús.


miércoles, 24 de enero de 2024

Nos cuesta roturar nuestra vida para prepararla como tierra buena para acoger la semilla de la Palabra de Dios, hoy nos está pidiendo el evangelio, pero, ¿no merece la pena?

 


Nos cuesta roturar nuestra vida para prepararla como tierra buena para acoger la semilla de la Palabra de Dios, hoy nos está pidiendo el evangelio, pero, ¿no merece la pena?

2Samuel 7, 4-17; Sal 88; Marcos 4, 1-20

Escuchar a veces no es fácil. Hay que prestar atención, porque es más que oír sonidos inconexos que llegan a nuestros oídos. Escuchar es una elección. Ya lo solemos decir, aunque a veces con cierta picardía, escuchamos lo que queremos. Yo diría aquí, queremos escuchar lo que oímos, y claro para eso es necesaria atención. Hoy terminará diciéndonos Jesús que ‘el que tengo oídos para oír, que oiga’. ¿No tenemos todos oídos? Lo malo sería que no los utilicemos.

Se había reunido en torno a Jesús mucha gente; será difícil que allí en el mismo plano de la playa puedan todos oírle con claridad. Por eso la estrategia de Jesús, aprovechando que había allí unas barcas que acababan de regresar de su faena, sus pescadores estarían realizando por allí las tareas habituales de recoger las redes, limpiarlas, remendarlas si tal fuera el caso, y tener todo preparado para otra faena el día de mañana. Se subió y sentó en una de las barcas situándolas a corta distancia de la orilla, y todos podrían verle y escucharle.

‘Escuchad…’ comienza diciendo Jesús. ¿No es la llamada de atención al principio de cualquier parlamento para que se haga silencio y se preste atención? Pero quizás ese ‘escuchad’ pueda significar algo más. Es que en lo que va a decir Jesús nos va a describir esa manera de escuchar que tenemos en tantas ocasiones y que pueda llevar al poco o mucho fruto que podamos recoger de lo que se nos dice. Tantas veces estamos oyendo a quien nos habla pero nuestra mente anda por otros ‘andares’, como tantas veces aunque estemos allí presentes ponemos una costra que hace resbalar aquellas palabras que se nos dicen.

De eso y mucho más nos va a hablar Jesús. Habla de un sembrador que sale a sembrar a voleo su semilla; recorre caminos y campos y a vuelo va dejando caer su semilla, pero no todos los terrenos en los que cae están preparados de la misma manera, tienen las mejores actitudes para que esa semilla pueda enraizar y un día dar fruto. Será la tierra endurecida de los caminos y veredas por el paso de los caminantes; serán los terrenos pedregosos que no han sido roturados lo suficiente; serán esos terrenos llenos de abrojos y matorrales que no ofrecerán la mejor disposición para que esas nuevas plantas que allí germinarán puedan salir adelante. Solo alguna semilla irá a caer en buena y preparada tierra y aun así dará diferentes cosechas.

¿En que condición estaban los que aquella mañana se habían congregado en la playa de Cafarnaún? ¿Por qué habían ido a ver a Jesús? ¿Qué es lo que querían escuchar? ¿Lo que Jesús les estaba ahora diciendo entraría en sus planes, podría ser factible que obtuviera una respuesta en sus vidas?

Era lo que entonces aquellos galileos, pero también nosotros hoy que estamos escuchando esta parábola de Jesús tenemos que plantearnos. ¿Cuál es nuestro interés? El mensaje que se nos transmite ¿responde a lo que son nuestras expectativas? ¿Estaríamos dispuestos a cambiar de dirección nuestros intereses en la vida? ¿Nos dejaremos roturar para transformar ese terreno estéril en un buen terreno que un día produzca sus frutos?

Podemos pensar que es costoso, porque nuestro corazón se ha endurecido, porque muchos son los apegos y las rutinas que envuelven nuestra vida, pero, ¿no nos llama la atención eso nuevo que nos ofrece Jesús? ¿No sentimos desconsuelo en nuestro interior por lograr un mundo mejor en el que reine la justicia y la paz, en que todos nos sintamos hermanos, en que vamos logrando que la gente sea más feliz de verdad desde lo más hondo de si mismos?

Me vais a permitir que traiga a colación una imagen que está viniendo a mi mente. Todos sabemos que hace un par de años un volcán en una de nuestras islas destruyó poblaciones e inmensos espacios de terrenos agrícolas, muchos de los cuales se habían realizado precisamente sobre las lavas de volcanes anteriores. Los habitantes de aquel lugar no se han rendido. De nuevo están roturando las lavas del último volcán para con nueva tierra transportada de otros lugares volver a hacer florecer aquellos campos con nuevos cultivos. La tarea no es fácil, es bien costosa en todos los sentidos, pero saben que tienen que hacerlo para hacerlos producir, pero también para verse realizados en sus vidas allí donde siempre han estado. Un día, no tan lejano, lo que fue un infierno de fuego y de lava volverá a estar lleno de vida.

Nos cuesta roturar nuestra vida para prepararla como tierra buena para acoger la semilla de la Palabra de Dios, como hoy nos está pidiendo el evangelio, pero, ¿no merece la pena? ¿Seguiremos dejando que la Semilla caiga en tierra baldía por no poner todo el esfuerzo en escuchar de verdad esa Palabra que Dios nos ofrece?

‘Escuchad…’ nos dice Jesús. ‘El que tengo oídos para oír que oiga’


martes, 23 de enero de 2024

Levantemos nuestros oídos y escuchemos, el Señor nos habla, y como le enseñó el anciano sacerdote al niño Samuel, le decimos, ‘habla, Señor, que tu siervo escucha’

 


Levantemos nuestros oídos y escuchemos, el Señor nos habla, y como le enseñó el anciano sacerdote al niño Samuel, le decimos, ‘habla, Señor, que tu siervo escucha’

2Samuel 6, 12b-15. 17-19; Sal 23; Marcos 3, 31-35

‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ Es la pregunta que se hace Jesús cuando estando rodeado de mucha gente que va a oírle, que van están allí a su alrededor con sus sufrimientos y esperanzas, con sus desconsuelos y con sus amarguras, le dicen que fuera están sus madre y sus hermanos que quieren verle.

No es una pregunta cualquiera la que se hace Jesús. No es decir simplemente, mira que bien, que ha venido mi familia, sería bueno que estuviera con ellos un rato; no es valerse de su autoridad o su influencia para abrirles paso y que puedan llegar más pronto y mejor hasta El, Algo más quiere decirnos Jesús con esa pregunta que se hace, cuando le dicen que allí están su madre y sus parientes que quieren verle.

Parece como si Jesús quisiera hacer una distinción, sin quitarle importancia, por supuesto, a lo que significa la familia. ¿No estará abriéndonos Jesús a que esos sentimientos que tenemos cuando pensamos en la familia, en los hermanos, en los que son cercanos a nosotros por razón de la sangre, les demos una mayor amplitud para darnos cuenta de que podemos amar con un amor así, un amor que nos hace sentir familia, un amor que nos hace sentir hermanos, con un carácter más universal?

También nosotros decimos muchas veces a alguien a quien apreciamos mucho que para nosotros es más que un amigo, que es un hermano. Y no hablamos aquí de un amor afectivo que nos lleve, por ejemplo, a la unión matrimonial. Es una relación que establecemos entre personas que nos sentimos eso, amigos, pero que crean otros lazos, otro estilo de comunión. Una relación, tenemos que reconocer, que muchas veces es mucho más honda que la que podamos tener con muchos familiares por lazos de sangre. Es también la belleza y hermosura de la amistad.

Pero sí, Jesús cuando se hace esta pregunta en aquellas circunstancias está abriéndonos los horizontes. Es esa nueva comunión y fraternidad que vamos a tener todos los que pongamos en El nuestra fe y nuestro amor. Dirá Jesús en aquel momento, mirando alrededor nos dice el evangelista, que su madre y sus hermanos están allí, en todos aquellos que le escuchan, en todos aquellos que no se contentan con oír algo que pronto quizás podrán olvidar, sino que aquello que escuchan de labios de Jesús lo van a plantar en su corazón. ‘Estos son mi madre y mis hermanos, dirá. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’.

Mira Jesús alrededor mientras pronuncia estas palabras y mira, sí, a aquellos que allí y ahora están escuchándole, pero mira más allá, lo que sus ojos no pueden ver porque está detrás de la puerta, y es que está también mirando a su madre, la que plantó la Palabra de Dios en su corazón. ‘Hágase en mi según tu palabra’, según lo que Dios me está transmitiendo por tu palabra, le respondió María al ángel de la anunciación.

Es el camino que hemos de seguir. Y no es solamente oír, porque oímos muchas cosas, muchas palabras resuenan continuamente en nuestro mundo, muchas músicas o muchos ruidos aturden continuamente nuestros oídos, muchos mensajes nos pueden llegar desde todos lados, oímos muchas cosas, pero ¿qué escuchamos?

Cuando estamos en un lugar donde hay mucho bullicio a nuestros oídos llegan muchos sonidos, pero cuando entre todo eso surge algo que nos interesa, levantamos nuestros oídos podríamos decir siguiendo la imagen de los animalitos que levantan sus orejas para prestar atención, para poder escuchar mejor. Levantemos nuestros oídos y escuchemos. El Señor nos habla, y como le enseñó el anciano sacerdote al niño Samuel, le decimos, ‘habla, Señor, que tu siervo escucha’.

lunes, 22 de enero de 2024

El evangelio es siempre un camino de esperanza, un camino que nos abre a algo nuevo, siempre es buena noticia de salvación que nos tiene que hacer pensar

 


El evangelio es siempre un camino de esperanza, un camino que nos abre a algo nuevo, siempre es buena noticia de salvación que nos tiene que hacer pensar

2Samuel 5, 1-7. 10; Sal 88; Marcos 3, 22-30

Una página dura la que nos presenta hoy el evangelio, pero como siempre el evangelio es un camino de esperanza, un camino que nos abre a algo nuevo; siempre es buena noticia de salvación. A muchas cosas nos puede llevar a reflexionar.

Por una parte ese rechazo blasfemo que hacen de Jesús los escribas y fariseos que han bajado de Jerusalén a Galilea tratando de controlar aquello nuevo que ha surgido y que a ellos les produce tanto escándalo. Rechazan la buena nueva de Jesús, rechazan su obra, no son capaces de descubrir la obra y la mano de Dios en lo que Jesús realiza, por eso llegan a la blasfemia de decir que lo que Jesús realiza es obra del espíritu maligno.

Pero la respuesta de Jesús, las palabras de Jesús tratan de ser conciliadoras; quiere hacerles comprender la incongruencia de sus planteamientos; como nos dice Jesús un reino dividido está abocado a la muerte y a desaparecer; ¿cómo puede el espíritu maligno actuar en contra de si mismo? Lo que Jesús está haciendo es expulsar al maligno de la vida de las personas, para que sea en verdad Dios el que reine en nuestra vida. Pero no llegarán a comprender.

‘¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa’. Ahí están las palabras de Jesús.  

Por eso, esa parte dura de las palabras de Jesús que les dice que quienes niegan la acción del espíritu Santo no tendrán perdón. Se ha de comprender que para recibir el perdón hay que reconocer el pecado, reconocer el mal que hay en nuestra vida y del que Jesús con el perdón nos quiere liberar; si no hay arrepentimiento, y arrepentimiento es reconocimiento del pecado y querer cambiar nuestra vida para entrar en una órbita nueva, no habría entonces perdón. Si negamos la acción del espíritu del que nos viene el perdón de Dios, tampoco habría perdón. Es necesaria esa conversión de la que Jesús nos está hablando continuamente.

Todo esto de lo que nos está hablando hoy el evangelio no es una cuestión que vemos planteada solo en aquellos momentos. Es algo actual. ¿De alguna manera no estaremos negando en nuestra sociedad actual esa realidad del pecado? Cuánto nos cuesta reconocerlo, nadie tiene pecado, nadie quiere reconocer que es pecador. Y hablaremos de errores o de debilidades, está bien si lo queremos decir así, pero ¿por qué negar la culpabilidad que nosotros podamos tener en nuestro pecado en lo que hemos obrado mal? No nos queremos sentir culpables, todo lo tratamos de disculpar, claro en lo que nos atañe a nosotros, porque bien que nos fijamos en lo que hacen mal los demás y bien que los queremos hundir en su mal. Y por supuesto en la práctica de nuestra vida hasta hemos ido desapareciendo el concepto del demonio o de Satanás del que ya no queremos oír hablar.

Y es que por otra parte olvidamos nuestra relación con Dios, con buscar lo que Dios quiere y hacer su voluntad. Olvidamos o dejamos de lado los sentimientos religiosos más profundos de la persona; es cierto que se mantienen ciertas religiosidades populares que muchas veces las reducimos a unas costumbres, unas tradiciones o un folclorismo.

Veamos y reconozcamos cómo en nuestra sociedad se han ido transformando expresiones religiosas en meras costumbres populares y que cuando incluso las celebramos le hemos mermado las expresiones religiosas más profundas. Las fiestas religiosas que marcaron el calendario de nuestra vida son ahora fiestas populares a las que incluso les hemos cambiado su nombre por fiestas de la primavera o del invierno o de no sé que nombres nos inventamos. ¿En que hemos convertido incluso nuestras celebraciones de Semana Santa? Repasemos todo lo que la rodea con sus publicidades y veamos en qué la hemos convertido.

 

domingo, 21 de enero de 2024

No podemos quedarnos enredados, sino que comencemos a liberarnos de tantas cosas que nos atan para escuchar el hoy de la llamada de Jesús y ponernos en camino

 


No podemos quedarnos enredados, sino que comencemos a liberarnos de tantas cosas que nos atan para escuchar el hoy de la llamada de Jesús y ponernos en camino

Jonás 3, 1-5. 10; Sal 24; Corintios 7, 29-31; Marcos 1, 14-20

Ya quisiéramos hacer las cosas ya desde el mismo instante en que sentimos la inspiración de hacerlo. Algunas veces hay que esperar que llegue su momento. No cogemos la fruta del árbol tan pronto la vemos despuntar tras el proceso de la flor; tendremos que esperar a que esté en su punto para poder tomarla, para poder saborearla y disfrutarla, pero cuando llegue su momento no lo podemos dejar pasar, porque, como decimos, se nos pasa la fruta y se nos vuelve inservible. Es el trabajo que vamos a hacer, es la siembra que vamos a realizar, es el proyecto que podamos tener entre manos, es lo que queremos emprender… todo tendrá su momento.

Pero hoy nos dice Jesús en el evangelio que el momento ha llegado, se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Y hemos de emprender la tarea; y vendrá el momento de la conversión y de la escucha, como el momento de la proclamación de la Palabra y de la elección de aquellos primeros discípulos que se van a convertir en pescadores de hombres. Es lo que nos describe el evangelio en este domingo en que estamos retomando ya plenamente el tiempo ordinario y la lectura del evangelio de san Marcos que será el que nos guíe en este ciclo.

Fue el comienzo de la predicación de Jesús tal como nos lo presenta el inicio del evangelio de san Marcos, pero es también la llamada que hoy nosotros seguimos escuchamos. Y digo hoy, no ayer, ni mañana. Es en este hoy, en este tiempo, en que se cumple el plazo, como nos dice Jesús, donde tenemos que escuchar para nuestra vida, para nuestro mundo ese anuncio que es buena noticia, que eso significa evangelio. Una buena noticia para el hoy de nuestra vida y de nuestro mundo. Es importante que lo comprendamos.

¿Necesitamos en este mundo de hoy, en nuestra vida, ese anuncio de Buena Noticia que Jesús nos está haciendo? Miremos con sinceridad nuestra vida y tengamos de mirar con valentía la realidad de nuestro mundo. Las buenas noticias tienen que despertar alegría en aquellos que la reciben. ¿Será en verdad una alegría para nuestro mundo? Quizás vamos a escuchar a muchos que nos dicen que no la necesitan; tienen sus alegrías y tienen sus soluciones a la situación de nuestro mundo.

Pero seamos sinceros, quizás escuchamos mucha música y muchos cantos y muchos gritos, que dicen que son gritos y expresiones de alegría y de felicidad, pero quizás nos podemos dar cuenta de la insatisfacción que reina realmente en los corazones, en los que esa música y esos cánticos vienen a ser como panaceas, como sustitutos de lo que realmente falta por dentro.

Porque el sufrimiento sigue marcando el ritmo de muchas vidas, porque la paz no termina de reinar en nuestro mundo sino que cada vez se ve más rota y echa añicos en tantas lugares del mundo donde continuamente no dejan de aparecer nuevas guerras y nuevas violencias; hablamos de un mundo de mayor justicia y autenticidad, pero sigue existiendo la maldad y la mentira, seguimos envolviéndonos en gasas de fantasía y de vanidad.

Necesitamos una palabra que nos despierte, que nos haga centrar de verdad nuestra vida en valores permanentes que restablezcan la dignidad de la persona y que verdaderamente nos engrandezcan; necesitamos que de verdad todos emprendamos esa tarea de hacer un mundo nuevo, un mundo mejor, y de verdad nos sintamos comprometidos, alejando de nosotros miedos y cobardías.

Jesús nos dice hoy que llega el tiempo, que hemos de darle la vuelta a nuestro corazón para que encontremos lo que verdaderamente va a engrandecer nuestra vida y hará nuestro mundo mejor. Nos habla de la hora del Reino de Dios que llega, que tenemos que hacer presente, hacer realidad en nuestra vida y en nuestro mundo. No podemos seguir entretenidos en nuestras cosas en las que tanto nos afanamos. Jesús pasa, está pasando junto a nosotros, como aquel día en el lago de Tiberíades con aquellos pescadores, para invitarnos a seguirle, a ir con El, a hacer realidad ese Reino de Dios en nuestro mundo.

No podemos quedarnos enredados, sino que comencemos a liberarnos de tantas cosas que nos atan, nos cierran los oídos, quieren hacer opacos nuestros ojos, para escuchar esa llamada de Jesús y ponernos en camino. Como Simón y Andrés, como Santiago y Juan dejemos atrás nuestras redes y nuestras barcas particulares, pongámonos en camino tras Jesús. Y eso tiene que ser hoy y no mañana, ni nos podemos quedar en lo que en otro tiempo se haya hecho, porque hoy nos ha dicho Jesús que se ha cumplido el plazo.

¿Qué respuesta le vamos a dar?