Nos cuesta roturar nuestra vida para prepararla como tierra buena para acoger la semilla de la Palabra de Dios, hoy nos está pidiendo el evangelio, pero, ¿no merece la pena?
2Samuel 7, 4-17; Sal 88; Marcos 4, 1-20
Escuchar a veces no es fácil. Hay que prestar atención, porque es más que oír sonidos inconexos que llegan a nuestros oídos. Escuchar es una elección. Ya lo solemos decir, aunque a veces con cierta picardía, escuchamos lo que queremos. Yo diría aquí, queremos escuchar lo que oímos, y claro para eso es necesaria atención. Hoy terminará diciéndonos Jesús que ‘el que tengo oídos para oír, que oiga’. ¿No tenemos todos oídos? Lo malo sería que no los utilicemos.
Se había reunido en torno a Jesús mucha gente; será difícil que allí en el mismo plano de la playa puedan todos oírle con claridad. Por eso la estrategia de Jesús, aprovechando que había allí unas barcas que acababan de regresar de su faena, sus pescadores estarían realizando por allí las tareas habituales de recoger las redes, limpiarlas, remendarlas si tal fuera el caso, y tener todo preparado para otra faena el día de mañana. Se subió y sentó en una de las barcas situándolas a corta distancia de la orilla, y todos podrían verle y escucharle.
‘Escuchad…’ comienza diciendo Jesús. ¿No es la llamada de atención al principio de cualquier parlamento para que se haga silencio y se preste atención? Pero quizás ese ‘escuchad’ pueda significar algo más. Es que en lo que va a decir Jesús nos va a describir esa manera de escuchar que tenemos en tantas ocasiones y que pueda llevar al poco o mucho fruto que podamos recoger de lo que se nos dice. Tantas veces estamos oyendo a quien nos habla pero nuestra mente anda por otros ‘andares’, como tantas veces aunque estemos allí presentes ponemos una costra que hace resbalar aquellas palabras que se nos dicen.
De eso y mucho más nos va a hablar Jesús. Habla de un sembrador que sale a sembrar a voleo su semilla; recorre caminos y campos y a vuelo va dejando caer su semilla, pero no todos los terrenos en los que cae están preparados de la misma manera, tienen las mejores actitudes para que esa semilla pueda enraizar y un día dar fruto. Será la tierra endurecida de los caminos y veredas por el paso de los caminantes; serán los terrenos pedregosos que no han sido roturados lo suficiente; serán esos terrenos llenos de abrojos y matorrales que no ofrecerán la mejor disposición para que esas nuevas plantas que allí germinarán puedan salir adelante. Solo alguna semilla irá a caer en buena y preparada tierra y aun así dará diferentes cosechas.
¿En que condición estaban los que aquella mañana se habían congregado en la playa de Cafarnaún? ¿Por qué habían ido a ver a Jesús? ¿Qué es lo que querían escuchar? ¿Lo que Jesús les estaba ahora diciendo entraría en sus planes, podría ser factible que obtuviera una respuesta en sus vidas?
Era lo que entonces aquellos galileos, pero también nosotros hoy que estamos escuchando esta parábola de Jesús tenemos que plantearnos. ¿Cuál es nuestro interés? El mensaje que se nos transmite ¿responde a lo que son nuestras expectativas? ¿Estaríamos dispuestos a cambiar de dirección nuestros intereses en la vida? ¿Nos dejaremos roturar para transformar ese terreno estéril en un buen terreno que un día produzca sus frutos?
Podemos pensar que es costoso, porque nuestro corazón se ha endurecido, porque muchos son los apegos y las rutinas que envuelven nuestra vida, pero, ¿no nos llama la atención eso nuevo que nos ofrece Jesús? ¿No sentimos desconsuelo en nuestro interior por lograr un mundo mejor en el que reine la justicia y la paz, en que todos nos sintamos hermanos, en que vamos logrando que la gente sea más feliz de verdad desde lo más hondo de si mismos?
Me vais a permitir que traiga a colación una imagen que está viniendo a mi mente. Todos sabemos que hace un par de años un volcán en una de nuestras islas destruyó poblaciones e inmensos espacios de terrenos agrícolas, muchos de los cuales se habían realizado precisamente sobre las lavas de volcanes anteriores. Los habitantes de aquel lugar no se han rendido. De nuevo están roturando las lavas del último volcán para con nueva tierra transportada de otros lugares volver a hacer florecer aquellos campos con nuevos cultivos. La tarea no es fácil, es bien costosa en todos los sentidos, pero saben que tienen que hacerlo para hacerlos producir, pero también para verse realizados en sus vidas allí donde siempre han estado. Un día, no tan lejano, lo que fue un infierno de fuego y de lava volverá a estar lleno de vida.
Nos cuesta roturar nuestra vida para prepararla como tierra buena para acoger la semilla de la Palabra de Dios, como hoy nos está pidiendo el evangelio, pero, ¿no merece la pena? ¿Seguiremos dejando que la Semilla caiga en tierra baldía por no poner todo el esfuerzo en escuchar de verdad esa Palabra que Dios nos ofrece?
‘Escuchad…’ nos dice Jesús. ‘El que tengo oídos para oír que oiga’
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