A mí seriamente me preocupa si estoy haciendo ese buen anuncio de la Buena Noticia de Jesús para el mundo de hoy
Hechos de los apóstoles 22, 3-16; Sal 116; Marcos 16, 15-18
Algunas veces damos las cosas por hechas y no somos capaces de detenernos a pensar si acaso a pesar de lo que aparentemente vemos las cosas se pueden dar por realizadas. Pueden ser cosas que constatamos en la vida de los pueblos, de las gentes que nos rodean, que nos parece que todo está bien; al menos, decimos, las cosas no son como antes, se ha avanzado mucho, las cosas están mejor que en otros tiempos, pero ¿realmente podemos estar satisfechos? ¿Las cosas no podrían estar mejor, por ejemplo, en una cantidad de servicios que se necesitan en la sociedad pero a lo que vemos que no hay respuesta?
Podemos detenernos a pensar en muchas cosas, porque lo encontramos en el ámbito familiar, porque nos lo podemos encontrar en nosotros mismos que de alguna manera nos conformamos con lo que somos o con lo que tenemos, ¿para qué esforzarnos?, pensamos quizás muchas veces y seguimos con lo de siempre.
Como decía podemos detenernos en muchas cosas. Lo podemos pensar de nuestra religiosidad o de los caminos de la Iglesia; lo podemos pensar de nuestra fe y del anuncio del evangelio. Total, pensamos, aquí somos todos cristianos, aquí casi todo el mundo está bautizado – que ya no está tan claro eso -, aquí tenemos nuestra Iglesia y nuestras fiestas del Cristo, de la Virgen o la semana santa y la navidad. Pero tendríamos que plantearnos ¿de verdad el evangelio impregna la vida de todos los que nos llamamos cristianos, de los que celebramos nuestras fiestas o nuestra semana santa?
Hoy que estamos celebrando la conversión de san Pablo – a eso hace referencia precisamente la primera lectura en el relato que él mismo hace – en el evangelio hemos escuchado el mandato de Jesús de ir por el mundo anunciando el Evangelio a todas las gentes. ¿Y qué nos dice este evangelio hoy? Quizás cuando lo escuchamos podemos pensar en aquel momento de la Ascensión de Jesús al cielo y el envío que hace de sus discípulos a predicar por todo el mundo, y nos quedamos tan tranquilos porque pensamos que ya eso no nos afecta a nosotros. O podemos acaso pensar en las misiones, por aquello del domingo misionero del Domund que celebramos todos los años, y pensamos en países lejanos, países del tercer mundo donde haya otras religiones y los cristianos sean minoría. Pero ¿nos podemos quedar así tan tranquilos?
Hoy escuchamos mucho que la Iglesia nos está hablando de la nueva evangelización, que también se necesita en estos lugares que llamamos cristianos y, claro, pensamos que la gente ya viene menos a la Iglesia y que tenemos que buscar formas para atraerlos y vuelven a llenarse nuestros templos como sucedía quizás en otros tiempos. Pero ¿será sólo a eso a lo que nos referimos con la nueva evangelización?
Y es aquí donde tenemos que comenzar a cambiar el chip de nuestra mente, y de nuestras ideas. Evangelio, como todos bien sabemos, es buena noticia, es la Buena Noticia de Jesús cuando nos anuncia el Reino de Dios que hemos de vivir. ¿Y a la gente que nos rodea les suena de verdad como ‘buena noticia’ el evangelio que escuchan, por ejemplo, cuando vienen a la Iglesia por cualquier motivo devocional? Seguramente muchos de ellos de alguna manera se hacen oídos sordos, porque ya sobreentienden que eso lo han escuchado muchas veces y ya no les suena nada nuevo para ellos.
Y eso es lo tremendo, lo que tiene que hacernos pensar. El anuncio que estamos haciendo hoy en nuestro mundo no suena como buena noticia, no suena como algo nuevo que en verdad llame la atención a los que nos rodean. No se trata ya de decirles que vengan a la Iglesia, es algo más, es algo distinto, tiene que ser una palabra que llegue al corazón, tiene que ser en verdad una luz para sus vidas en los problemas que tiene, en las luchas que tienen que realizar en la vida, en los planteamientos que se puedan hacer de un sentido para la vida que les ayude de verdad a ser más felices.
Hoy que estamos celebrando la conversión de san Pablo él mismo nos lo dice, no entendía el mensaje de Jesús porque además tenía que hacerle salir de sus costumbres y de sus rutinas, por eso perseguía a los que seguían el camino de Jesús. Pero un día Jesús le sale al encuentro en el camino de la vida y aquello fue un revolcón tremendo para su vida; hasta se quedó ciego, tuvieron que llevarlo poco menos que de la mano hasta la ciudad de Damasco a donde se dirigían. Ese encuentro con Jesús supuso para él un encuentro con esa buena noticia del Evangelio que le hizo cambiar todos sus planteamientos.
Es lo que necesitamos y es lo que se necesita en el mundo de hoy. Que el evangelio sea en verdad esa buena noticia que nos haga pensar y que nos haga cambiar nuestros corazones; lo demás vendrá como consecuencia. Por eso también nosotros los cristianos que tenemos que hacer ese anuncio tenemos que plantearnos muy bien cómo lo vamos a hacer, buscar caminos nuevos, buscar medios nuevos, buscar palabras auténticas, pero sobre todo auténticos testimonios que puedan hacer llegar esa buena noticia a cuantos nos rodean.
Muchas cosas tenemos que plantearnos, porque no podemos seguir pensando que todo está hecho, que porque tengamos unas fiestas a través del año, ya todos pensamos en cristiano, en el sentido de Cristo. A mí seriamente me preocupa si estoy haciendo ese buen anuncio de la Buena Noticia de Jesús.
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