Levantemos
nuestros oídos y escuchemos, el Señor nos habla, y como le enseñó el anciano
sacerdote al niño Samuel, le decimos, ‘habla, Señor, que tu siervo escucha’
2Samuel 6, 12b-15. 17-19; Sal 23; Marcos 3,
31-35
‘¿Quiénes son mi madre y mis
hermanos?’ Es la pregunta que se hace
Jesús cuando estando rodeado de mucha gente que va a oírle, que van están allí
a su alrededor con sus sufrimientos y esperanzas, con sus desconsuelos y con
sus amarguras, le dicen que fuera están sus madre y sus hermanos que quieren
verle.
No es una pregunta cualquiera la que se
hace Jesús. No es decir simplemente, mira que bien, que ha venido mi familia,
sería bueno que estuviera con ellos un rato; no es valerse de su autoridad o su
influencia para abrirles paso y que puedan llegar más pronto y mejor hasta El,
Algo más quiere decirnos Jesús con esa pregunta que se hace, cuando le dicen
que allí están su madre y sus parientes que quieren verle.
Parece como si Jesús quisiera hacer una
distinción, sin quitarle importancia, por supuesto, a lo que significa la
familia. ¿No estará abriéndonos Jesús a que esos sentimientos que tenemos
cuando pensamos en la familia, en los hermanos, en los que son cercanos a
nosotros por razón de la sangre, les demos una mayor amplitud para darnos
cuenta de que podemos amar con un amor así, un amor que nos hace sentir
familia, un amor que nos hace sentir hermanos, con un carácter más universal?
También nosotros decimos muchas veces a
alguien a quien apreciamos mucho que para nosotros es más que un amigo, que es
un hermano. Y no hablamos aquí de un amor afectivo que nos lleve, por ejemplo,
a la unión matrimonial. Es una relación que establecemos entre personas que nos
sentimos eso, amigos, pero que crean otros lazos, otro estilo de comunión. Una relación,
tenemos que reconocer, que muchas veces es mucho más honda que la que podamos
tener con muchos familiares por lazos de sangre. Es también la belleza y
hermosura de la amistad.
Pero sí, Jesús cuando se hace esta
pregunta en aquellas circunstancias está abriéndonos los horizontes. Es esa
nueva comunión y fraternidad que vamos a tener todos los que pongamos en El
nuestra fe y nuestro amor. Dirá Jesús en aquel momento, mirando alrededor nos
dice el evangelista, que su madre y sus hermanos están allí, en todos aquellos
que le escuchan, en todos aquellos que no se contentan con oír algo que pronto
quizás podrán olvidar, sino que aquello que escuchan de labios de Jesús lo van
a plantar en su corazón. ‘Estos son mi madre y mis hermanos, dirá. El
que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’.
Mira Jesús alrededor mientras pronuncia
estas palabras y mira, sí, a aquellos que allí y ahora están escuchándole, pero
mira más allá, lo que sus ojos no pueden ver porque está detrás de la puerta, y
es que está también mirando a su madre, la que plantó la Palabra de Dios en su corazón.
‘Hágase en mi según tu palabra’, según lo que Dios me está transmitiendo
por tu palabra, le respondió María al ángel de la anunciación.
Es el camino que hemos de seguir. Y no
es solamente oír, porque oímos muchas cosas, muchas palabras resuenan
continuamente en nuestro mundo, muchas músicas o muchos ruidos aturden
continuamente nuestros oídos, muchos mensajes nos pueden llegar desde todos
lados, oímos muchas cosas, pero ¿qué escuchamos?
Cuando estamos en un lugar donde hay
mucho bullicio a nuestros oídos llegan muchos sonidos, pero cuando entre todo
eso surge algo que nos interesa, levantamos nuestros oídos podríamos decir
siguiendo la imagen de los animalitos que levantan sus orejas para prestar
atención, para poder escuchar mejor. Levantemos nuestros oídos y escuchemos. El
Señor nos habla, y como le enseñó el anciano sacerdote al niño Samuel, le
decimos, ‘habla, Señor, que tu siervo escucha’.
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