Se
acabaron los miedros y rebrota la valentía del corazón, porque nos sentimos
amados de Dios nos sentimos llenos de su Espíritu
Génesis 49,29-32; 50,15-26ª; Sal 104; Mateo
10,24-33
No todos somos iguales ni reaccionamos de
la misma manera ante las diversas situaciones que nos vamos encontrando en la
vida, pero una cosa importante sería que tuviéramos suficiente confianza en
nosotros mismos para desempeñar una tarea, para enfrentarnos a unos problemas,
para vivir la vida, en una palabra.
No es orgullo ni autosuficiencia, es
conocerse a sí mismo y descubrir todas las posibilidades que tenemos, todas
esas cualidades que adornan nuestra vida, pero no pueden ser solo un adorno,
sino que han de ser valores que nos tracen rutas, que nos den fuerza y entereza
en cada situación. Es una tarea humana en nuestro crecimiento y en nuestra maduración
como personas; hemos de saber encontrar esos motivos, esas razones que tenemos
allá en lo más hondo de nosotros mismos que nos abren caminos y que nos dan
fuerza.
En este sentido hay un factor que es
importante para nuestro crecimiento y maduración personal, el sentirnos
queridos y valorados. No es que hagamos las cosas por el qué dirán de los que
nos rodean, pero cuando nos sentimos valorados nos crecemos, cuando nos
sentimos amados nos sentimos fuertes, porque ese amor es un buen caldo de
cultivo para el desarrollo de nuestra personalidad.
Y ese es un mensaje fundamental del
evangelio que no siempre captamos. Cristo viene a dignificarnos, a
engrandecernos, a hacer que creamos en nosotros mismos, nos quiere hacer
capaces de grandes tareas, de grandes obras, escuchando el mensaje de Cristo
tendrían que acabarse nuestros miedos, nuestra timidez, nuestra cobardía que
tantas veces nos envuelve y nos anula. ¿Y cómo no sentirse fuerte cuando nos
sentimos amados? Es el gran mensaje de Jesús.
En el texto del evangelio que hoy se
nos propone hasta por tres veces vamos a escuchar la palabra de Jesús que nos
dice que no tengamos miedo. No tengamos miedo y anunciemos con valentía la
Palabra de Dios que va a ser escuchada; no tengamos miedo a la oposición que
podamos encontrar, que ya en otro momento nos dice que nos dará la fuerza de su
Espíritu para llevar adelante nuestra tarea, y nos dice que no tengamos miedo
porque nosotros valemos mucho más que un jilguero que nos alegra con sus
trinos, pero que nada le faltará porque Dios cuida de esos pajaritos que vuelan
por el cielo. Y nos dice que nosotros valemos mucho más, que Dios nos tiene en
cuenta y no se olvida de nosotros, que Dios nos ama. Ahí tenemos todo el punto
de arranque.
¿Cómo no nos vamos a sentir seguros de
nosotros mismos si sabemos que somos amados de Dios, si sabemos que siempre
podemos contar con el amor de Dios? No es por autosuficiencia, como decíamos
antes, porque si fuera así al final estaríamos destruyéndonos a nosotros
mismos; no es por orgullo o por amor propio por lo que hacemos las cosas.
Podemos, valemos, el amor de Dios nos lo garantiza, es el motor de nuestro
actuar y de nuestra vida.
Con el amor de Dios estamos descubriendo
nuestra grandeza y nuestra dignidad, porque somos amados de Dios, porque Dios
nos ha regalado su vida para hacernos sus hijos. Con el amor de Dios
descubrimos todo ese regalo de gracia con que nos ha dotado de valores y
cualidades, de capacidades en nosotros mismos, de fortaleza de espíritu. Es esa
profunda espiritualidad que sirve de base a nuestra vida y que nos elevará a
cosas grandes.
Sintiéndonos así amados de Dios no
enterraremos el talento, sabemos que tenemos que hacerlo producir, de ahí la
tarea que con valentía afrontamos en la vida. Sintiéndonos así amados de Dios
nos sentimos seguros, se acabaron nuestros miedos, tenemos la fortaleza del
Espíritu con nosotros.