El
evangelio nos habla de la fe que nos sana y que nos salva, que nos pone en
camino de vida, que no nos deja resignarnos sino que nos da fortaleza para la
lucha
Génesis 28, 10-22ª; Sal 90; Mateo 9,18-26
No todos
reaccionamos ni nos enfrentamos a los problemas de la misma manera; todos en
nuestro interior los sufrimos, algunos toman decisiones rápidas acudiendo
inmediatamente a donde podamos solucionarlos no importándole incluso que se
sepa la mala situación por la que estamos pasando, otros con timidez buscamos
una solución pero no nos atrevemos con claridad enfrentarnos al problema aunque
nos duela quizás por vergüenza a que sea conocido o buscamos maneras que nos
puedan parecer confusas y diluidas también para encontrar una solución.
Quizás no
tenemos confianza en nosotros mismos, entramos como en una rutina en que nos
acostumbramos a todo, desconfiamos de cuanto hay a nuestro alrededor, porque
quizás muchas veces nos hemos visto muy solos, no sabemos a quien acudir o no
nos atrevemos a acudir allí donde podemos encontrar soluciones y ayudas para
nuestra situación.
Nos
encontramos a mucha gente que se resigna y aguanta, y quiere hasta convertir en
virtud su resignación, pero esa pasividad le llevará aun a mayor sufrimiento.
Necesitamos aprender a confiar, necesitamos tener decisiones firmes, nos hace
falta una fortaleza de ánimo que algunas veces hemos perdido. Tenemos también
que saber mirar hacia lo alto, porque en Dios aprendamos a poner nuestra
confianza, con la certeza de que El nunca fallará.
La página del
evangelio de hoy nos habla de dos diferentes maneras de afrontar una situación
dura para sus vidas, pero hay algo que tienen en común, la fe. Primero
contemplamos a este jefe de la Sinagoga, Jairo se le llama en otro evangelio,
que acude a Jesús porque su hija acaba de morir. Tiene la confianza toda puesta
en Jesús; si pone su mano sobre ella está seguro que no perderá a su hija. Y se
ponen en camino. La tardanza en llegar por causa de otros encuentros tenidos
por medio, le hará dudar, y al llegar a la casa todo es un ambiente de muerte
con las plañideras incluso con sus gritos de dolor. Será necesario que Jesús
insista en la fe de aquel hombre, porque la niña no está muerta, como le dice
Jesús, sino que duerme, aunque estas palabras encuentren el desprecio de los
que no tienen fe. Pero Jesús tomará a la niña de su mano y la levantará de su
sueño de muerte.
Pero decíamos
que en medio han sucedido otros encuentros. Una mujer que padece de unas
hemorragias crónicas también piensa que Jesús podrá sanarla, cuando ya ha
gastado toda su fortuna y sus esperanzas en quienes no podían darle solución a
su problema. Para una mujer en aquella época era vergonzoso encontrarse en
aquella situación porque sería considerada impura y por eso no acudirá
públicamente a Jesús. Pero ella tiene una confianza, si al menos toca el manto
de Jesús sabrá que podrá curarse, y eso hace.
Aunque todo
ha sucedido en el secreto y la discreción de aquella mujer que no quiere
hacerse notar, Jesús, sin embargo, querrá destacar la fe valiente, aunque
parezca llena de cobardía por la forma de hacer, de aquella mujer. ‘Jesús se
volvió y al verla le dijo: Ánimo, mujer, tu te fe ha curado. Y la mujer quedó
sana’. Al final de estos episodios, el evangelista nos dirá que la gente
sorprendida alababa a Dios y la noticia se divulgó por toda la comarca.
¿Era
simplemente la noticia de un taumaturgo que hacía cosas extraordinarias y
curaba a las personas? Es algo distinto lo que quiere trasmitirnos hoy, la fe
que nos sana y que nos salva, la fe que nos pone en camino de nueva vida y abre
nuevos horizontes a nuestra existencia, la fe que nos hace valientes para
luchar contra las sombras para llenar el mundo de vida, la fe que no es resignación
sino nueva fortaleza para la lucha por la vida, la fe que nos hace encontrarnos
con Jesús para sentir cómo se derrama el amor de Dios sobre nosotros, la fe que
llena de confianza nuestra vida porque nos descubre que somos amados y si Dios
nos ama importante es nuestra vida, importante somos ante los ojos de Dios, la fe
que tendrá que divulgarse, de la que hemos de dar testimonio, que nos hemos de
tener miedo de manifestarla públicamente porque lo que estamos haciendo es
divulgar el amor que Dios nos tiene.
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