Con nuestra manera de vivir ahora el tiempo presente siguiendo el camino de Jesús hemos de dar verdadera razón de nuestra fe y de nuestra esperanza
Apocalipsis 11,4-12; Sal 143;
Lucas 20,27-40
No siempre somos capaces de dar razón de nuestra fe y de nuestra
esperanza. Es más, hay algunos artículos de nuestra fe y que tendrían que
animar fuertemente nuestra esperanza que de alguna manera los dejamos de lado,
y poco los tenemos en cuenta en el día a día de nuestra vida. San Pedro en sus
cartas nos invita a ese dar razón de nuestra fe, que no solo es tratar de explicárnosla
razonablemente porque hay cosas que entran en el ámbito del misterio de Dios y
con nuestros razonamientos humanos muchas veces se nos hacen en cierto modo
incomprensibles, pero en los que hemos de hacer lo que llamamos el obsequio de
nuestra fe, asumiendo y asintiendo a aquello que el Señor nos ha revelado.
Vivimos tan seguros y tan contentos quizá con la vida presente, o tan
absorbidos por la materialidad de lo que ahora vivimos, que podemos olvidar en
cierto modo esa trascendencia de nuestra existencia que ha de hacer pensar en
la vida futura y en la resurrección. Si acaso pensamos quizá ligeramente en
ello cuando nos vemos involucrados por la muerte de un ser querido, pero más
allá de ahí poco pensamos en ello.
Son artículos de nuestra fe que cuando recitamos el Credo son palabras
que también decimos, pero que nos pasan en cierto modo desapercibidas quizá por
la rutina con que lo recitamos. ‘Espero la resurrección de los muertos y la
vida del mundo futuro… la resurrección de la carne y la vida eterna’,
decimos según sea una u otra fórmula con la que recitemos el Credo.
Tendríamos que detenernos más en las palabras que pronunciamos para
que no sean solo dichas con los labios, sino también nacidas desde lo más hondo
de nosotros mismos, y no solo como un asentimiento de nuestra fe, sino como
expresión también de lo que vivimos, de lo que es la trascendencia que le damos
a nuestros actos, que le damos a nuestra vida.
El cómo ha de ser esa resurrección, cómo será esa vida eterna, quizá de
alguna manera nos interrogue y nos llene de dudas y de preguntas, como hacían
los saduceos en el evangelio que hoy hemos visto. Ahí están las respuestas de Jesús,
en que nos invita a no hacer comparaciones de lo que es nuestra vida de ahora
con lo que será esa vida futura. Pensemos en esa vida futura, en esa vida
eterna como un participar de la plenitud de la vida de Dios. Es una plenitud de
vida, de luz, de amor, de la gloria de Dios. Es un vivir en una plenitud todo
lo más hermoso, de lo más noble, de lo más bello que ahora en este mundo
hayamos podido vivir, pero que siempre ha estado limitado por la imperfección
del momento presente, pero que en Dios podremos vivir para siempre.
Esos momentos buenos, esas cosas buenas de las que podemos disfrutar
ahora en el momento presente no querríamos que se acabaran nunca, pero sabemos
de la limitación del tiempo presente, pero en Dios no hay limitación, ni
imperfección, ni tiempo porque todo es plenitud de eternidad. Así disfrutaremos
de la presencia y de la visión de Dios.
Es difícil hablar de todas estas cosas, pero creemos en la palabra de Jesús,
en la promesa de Jesús para quienes han puesto su fe en El. Y nos habla de
resurrección y de vida, de no morir para siempre, de un vivir para siempre en
Dios, porque seremos habitados en plenitud por Dios y nosotros habitaremos en
El. Que con nuestra manera de vivir ahora el tiempo presente siguiendo el
camino de Jesús demos verdadera razón de nuestra fe y de nuestra esperanza.