Hombre sabio o persona sabia no es sólo aquel que ha acumulado conocimientos como se acumulan libros en una estantería de biblioteca, sino aquel que todo esos conocimientos que ha ido adquiriendo los ha ido rumiando en su interior, pensando y reflexionando, sacando lecciones para su vivir y desde todo ello dándole una verdadera profundidad a su vida, porque de cada cosa aprendida sabrá ir sacando una enseñanza para su vivir.
No se trata de ser unos eruditos por la acumulación de conocimientos sino unos sabios porque de todo ello se haya aprendido una sabiduría, un sentido para vivir. Siempre recuerdo lo que nos decía un sabio profesor que de todo aquello que íbamos aprendiendo muchas cosas quizá no las recordaríamos en el futuro, pero de todo eso quedaba como un poso en el fondo de nuestro corazón o nuestra inteligencia que sería lo que daría verdadera sabiduría a nuestra vida; ese poso de perfume y de sabor que queda en un líquido revuelto cuando ha llegado a estabilizarse tras el movimiento de su correr por las acequias que iban recogiendo los olores y sabores de la variada vegetación de sus orillas.
Me ha sugerido este pensamiento lo que en el evangelio de hoy hemos escuchado en referencia a María. ‘María conservaba todas aquellas cosas en su corazón’. Muchos acontecimientos se habían ido sucediendo ante María y en María desde que el Señor la hubiera escogido para ser su Madre al encarnarse en sus entrañas el Verbo de Dios para hacer hecho hombre.
La Visita del ángel con el anuncio de su maternidad divina allá en Nazaret, su visita a Isabel con cuánto sucedió allá en la montaña a su llegada y en torno al nacimiento del Bautista, su peregrinar hasta Belén y el nacimiento de su Hijo Jesús entre las pajas de un establo, la visita de los pastores con cuanto contaban de la aparición de los angeles que les habían anunciado el nacimiento del Mesías Redentor, la llegada de los Magos de Oriente, todo lo sucedido en la presentación del Niño en el templo, y la pérdida más tarde de Jesús hasta encontrarlo entre los doctores del templo de Jerusalén. Varias veces nos repite el evangelista ‘y María guardaba todo esto en su corazón’.
Guardaba, rumiaba, reflexionaba María todo cuanto acontecía allá en lo profundo de su corazón. Meditaba y se preguntaba por el sentido de todo aquello como cuando el ángel la saluda trayéndole los mensajes divinos. En su meditar María vislumbraba los misterios de Dios que en ella y ante ella se sucedían. Es así cómo irá descubriendo los planes de Dios para su vida que serían planes de salvación para la humanidad, puesto que Dios quería contar con ella.
María era una mujer orante, una mujer que se abría con fe ante el misterio de Dios y quería descubrir lo que en verdad Dios quería de ella. María se iba empapando de la sabiduría de Dios y así podía ser la mujer que estaba llena de Dios. ‘Llena de gracia’, le dice el ángel. Llena de Dios y de su sabiduría María nos está enseñando como acercarnos con sencillez, humildad y hondura hasta el Misterio de Dios que podrá ir conociendo más y más.
Hoy celebramos el Corazón de María. Hermosa advocación que nos habla de ese rumiar esa sabiduría divina que en su corazón Dios iba plantando. Hermosa advocación que nos habla de esa fe y de ese amor que en María había y por la que la veremos aceptar con tanta docilidad los planes de Dios, y por lo que la veremos siempre con los pies dispuestos para correr allá a donde pudiera prestar el mejor servicio, o con los ojos atentos para descubrir la necesidad y buscar con fe y con amor su remedio y solución.
Queremos meternos en el corazón de María para así aprender de ella a llenarnos de esa Sabiduría divina. Queremos recostarnos sobre su corazón porque en ella encontraremos esa paz y esa serenidad que tanto necesitamos para saber encontrar ese poso del perfume divino, del sabor de Dios. En su corazón de Madre queremos introducirnos para sintiendo su amor que nos cobija y nos protege al mismo tiempo aprender a amar como ella lo hacía porque lo había aprendido de esa Sabiduría de Dios que así la llenaba.
Que como María aprendamos a ir metiendo en el corazón, rumiando en el corazón cuando nos sucede para que sepamos descubrir los planes de Dios para nuestra vida y nos llenemos de la Sabiduría de Dios; que como ella sepamos tener esa disponibilidad para el servicio y para el amor; que como María sepamos llenarnos de Dios.