Gén. 19, 15-29;
Sal. 25;
Mt. 8, 3-27
‘Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma… ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el mar le obedecen1’
Es el Señor todopoderoso, el Señor del cielo y de la tierra. Es el Dios creador de todas las cosas – por su palabra todo fue hecho, que diría el evangelio de san Juan – y es el Señor de la vida y de toda la creación. No podemos olvidar la omnipotencia de Dios, creador de todas las cosas, y en cuya mano y poder están todas las cosas.
Se despertó la fe de los discípulos, aunque Jesús tuviera que recriminarles ‘¡cobardes! ¡qué poca fe!’. Nos queremos dar explicaciones para todo, hablamos de las leyes de la naturaleza, y algunas veces podemos olvidar que Dios está por encima de todo y que todo ha salido de la nada por su poder. San Ireneo, como nos recuerda el catecismo de la Iglesia católica, decía ‘sólo existe un Dios… es el Padre, es el Dios, el Creador, es el Autor, es el Ordenador. Ha hecho todas las cosas por sí mismo, es decir por su Verbo y por su Sabiduría…’
Todo ha sido creado para la gloria de Dios; para manifestar y comunicar su gloria. Dios no tiene otra razón para crear que su amor y su bondad. Nos conviene recordar estos pensamientos que forman parte de nuestra fe. Contemplando el poder y la omnipotencia de Dios que asi se manifiestan en las obras de Jesús nos sentimos impulsados a darle gloria, a cantar la gloria de Dios. Contemplar a Jesús que se muestra superior a las propias fuerzas de la naturaleza, nos ayuda a hacer crecer nuestra fe El y querer entonces que toda nuestra vida sea siempre para la gloria de Dios.
‘¿Quién es éste?’, se preguntaban los discípulos en la barca. Jesús nos va dejando huellas de su divinidad en las obras que realiza. Siguiendo su rastro podremos llegar a confesar nuestra fe en El como el verdadero Hijo de Dios que se ha encarnado, que se ha hecho para nuestra salvación.
Porque ya no son solo las fuerzas de la naturaleza las que vemos dominadas por Jesús, sino que descubrimos como El viene a arrancarnos de otras fuerzas peores, que son las fuerzas del mal. Ahí se manifiesta la gloria de Dios en Jesús cuando muriendo derrota a la muerte, muriendo vence al mar, la muerte y el pecado, porque para nosotros quiere vida, quiere gracia, quiere hacernos hijos de Dios.
Por eso en esta imagen, en este signo, milagro de la tempestad calmada podemos contemplar ese poder y esa gracia salvadora de Jesús que nos ayuda a vencer el mal, a triunfar sobre la tentación y el pecado. Esa barca zarandeada en medio de la tempestad en el lago es imagen de nuestra vida que también se pone en peligro cuando nos acecha y zarandea la tentación para arrastrarnos al pecado y a la muerte.
Muchas veces nos sentimos débiles y nos parece que no seremos capaces de vencer la tentación como si estuviéramos solos en esa lucha. Con nosotros está el Señor. No nos faltará nunca su gracia. No pensemos que está dormido o se desentiende de nosotros porque sintamos la fuerza poderosa de la tentación.
No perdamos la fe y la esperanza. Gritémosle una y otra vez en nuestra oración ‘no nos dejes caer en la tentación, líbranos del maligno’. Y que nos libre el Señor de esa tentación de pensar que nosotros solos por nosotros mismos podemos vencer al maligno. Sepamos contar siempre con la gracia y la fuerza del Señor que no nos fallará, no nos faltará. Es el Señor todopoderoso, Señor de cielo y tierra, pero nuestro salvador y redentor que está a nuestro lado para vencer las fuerzas del maligno.
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