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lunes, 27 de junio de 2011

Que comprenda yo, Señor, cuáles son tus caminos

Gen. 18, 16-33;

Sal. 102;

Mt. 8, 18-22

‘Se le acercó un letrado y le dijo: Maestro, te seguiré a donde vayas…’ Hermosa disponibilidad. En muchas ocasiones también nosotros enfervorizados con el Señor le decimos que queremos seguirle, que siempre queremos estar con El, que por nada le dejaremos, y así muchas cosas más. Tras un momento de una experiencia religiosa especial, tras haber escuchado un sermón que nos impactó y nos llegó al alma, tras algun acontecimiento que nos haya sucedido donde hemos visto clara la mano de Dios en nosotros, o después de hacer unos ejercicios espirituales prometemos muchas cosas desde nuestra fe y nuestro fervor.

No está mal. Necesitamos experiencias religiosas que nos impacten y nos despierten de muchos letargos en que vivimos en la vida, pero también necesitamos de la constancia. Porque ya sabemos lo que nos pasa y es que pronto olvidamos nuestras palabras y nuestras promesas.

Hablando de promesas lo hemos visto palpable en mucha gente de una religiosidad muy elemental. En nuestros apuros cuántas promesas le hacemos al Señor. Luego cuando pasa ese momento difícil o nos olvidamos o nos damos cuenta de que aquello que prometimos no podemos cumplirlo porque quizá exceda nuestras posibilidades. He visto muchas personas que se sienten agustiadas por no poder cumplir una promesa difícil y costosa que hicieron en un momento deterrminado. Pero quizá no vaya por ahí lo que Jesús quiera decirnos en el evangelio.

Mientras aquel letrado está dispuesto a todo para seguir a Jesús, y ahora comentaremos lo que Jesús le dice para hacerlo reflexionar, otro está pidiendo dispensas o plazos para seguir a Jesús, porque antes cree que debe hacer otras cosas. ‘Señor, déjame primero ir a enterrar a min padre’.

Jesús nos pide disponibilidad y generosidad. Pero Jesús quiere que pensemos de verdad las exigencias de ser su discípulo para seguirle. No se trata de fervores de un momento ni de plazos a la hora de la entrega. Es necesario darnos cuenta de cuál es el camino de Jesús y si estamos dispuestos a seguirle es porque queremos seguir sus mismos pasos. No siempre es fácil, pero ya en otro momento Jesús nos hará ver que nunca nos faltará la fuerza de su gracia ni la asistencia del Espíritu santo.

Jesús al primero le dirá que ‘las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero que el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza’, mientras al otro le dirá ‘deja que los muertos entierren a sus muertos’.

El camino de Jesús es camino de entrega y de amor, para lo que será necesario generosidad y disponibilidad; pero junto a esa entrega y amor, a esa generosidad y disponiblidad tiene que haber también un espíritu de pobreza. No vamos a seguir a Jesús porque pensemos, por así decirlo, escalar puestos u obtener beneficios. Y seguir a Jesús es un camino de vida, por esto todo lo que huela a muerte tenemos que dejarlo a un lado.

La ganancia de seguir a Jesús no la podemos cuantificar en medidas humanas y en medios o riqueza de orden material o económico. Es más, seguirle conllevará consigo un compartir donde daré de lo mío, incluso sin quedarme nada para mi, por ayudar al otro. Nuestra recompensa no va por lo humano, sino por lo divino, por la vida eterna.

Las ganancias o satisfacciones que podamos recibir por lo bueno que hacemos son de otro orden más espiritual. Y cuando el Señor quiera ser generoso con nosotros en lo material también será cosa suya, de su generosidad, y no de exigencias que nosotros planteemos. Y vaya que esas cosas sí que nos hacen felices de verdad. Recordemos el espiritu de las bienaventuranzas y a quienes llama Jesús dichosos

Que comprenda yo, Señor, cuáles son tus caminos.

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