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sábado, 9 de enero de 2016

Nos ponemos en camino para vivir en mayor plenitud cada día y yendo al encuentro con los demás con la fuerza de su Espíritu entre todos hacer un mundo mejor

Nos ponemos en camino para vivir en mayor plenitud cada día y yendo al encuentro con los demás con la fuerza de su Espíritu entre todos hacer un mundo mejor

1 Jn. 4, 11-18; Sal 71; Marcos, 6,45-52

Algo que podría definir o describir nuestra vida es decir que estamos en camino. Aunque física o geográficamente estemos establecidos en un lugar determinado la vida en si misma podríamos decir que es un ponernos en camino porque todos siempre estamos deseando algo más y mejor, nos ponemos metas que alcanzar o ideales en los que soñar y por los que luchar, y allá en lo más profundo de otros mismos queremos superarnos, crecer, ser más o ser mejores.
Por otro lado una vida intensamente vivida me hace salir al encuentro del otro porque vivimos en convivencia con los que nos rodean, ya sea nuestra propia familia, los amigos con los que compartimos o simplemente aquellos con los que nos relaciones ya sea por nuestro trabajo o en el devenir de las distintas circunstancias de nuestra vida. Vivir no es quedarse anquilosado en lo mismo sino crecer, superarse en todos los aspectos y salir al encuentro con los demás.
Claro que esto no siempre es fácil, porque por un lado nos podemos quedar anquilosados en un conservar lo que soy o lo que tengo, pero también nos pueden aparecer nubarrones en ese camino porque no siempre es fácil quizá la convivencia con los demás o el superar nuestras propias limitaciones. Creo que en verdad deberíamos aprender a estar en camino y encontrar esa fuerza, ese vigor interior, esa espiritualidad que nos haga caminar y crecer en la vida sin miedo a las dificultades.
Hoy el evangelio nos ofrece una imagen que nos viene a expresar también lo que Jesús quiere de nosotros y como está siempre con nosotros siendo nuestro aliento y nuestra fuerza en los caminos de la vida. El evangelio es continuación del escuchado ayer y después de haber multiplicado los panes para la multitud allá en el desierto, pone en camino a sus discípulos. ‘Jesús en seguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida’, dice el evangelista.
Y ahí contemplamos a los discípulos remando en medio del lago no sin dificultades; avanzaba la noche, pero no avanzaban ellos, el viento lo tenían en contra. Se sentían solos porque Jesús se había quedado despidiendo a la gente y no se había embarcado con ellos. Les costaba avanzar y en la oscuridad de la noche, les parece ver a alguien que viene hacia ellos caminando sobre el agua. Creen ver un fantasma.
¿No se nos parece esta situación a muchos momentos de nuestra vida? Nos cuesta avanzar, nos cuesta superarnos, parece que todo son dificultades, nos parece que nadie nos entiende, muchas cosas nos salen al revés, y nos sentimos solos. Vienen los sueños y nos parecen alucinaciones. También nos parece ver fantasmas en la vida que nos pudieran engañar. Queremos pedir la fuerza del Señor y nos parece que el Señor no nos escucha porque las cosas no nos salen bien tan pronto como nosotros quisiéramos.
Pero el Señor está ahí. Los discípulos pensaban que era un fantasma pero  él les dirige en seguida la palabra y les dice: Ánimo, soy yo, no tengáis miedo’. Así nos dice el Señor tantas veces y quizá no lo sabemos escuchar. Estamos tan entretenidos en nuestras luchas, o quizá desanimados tiramos la toalla, y no nos damos cuenta que el Señor está siempre a nuestro lado. El prometió que estaría con nosotros siempre, nos prometió la fuerza de su Espíritu. Tengamos fe en su presencia y en su gracia. 
El Señor nos pone en camino porque grande es la tarea que nos confía. Desde nuestra superación y crecimiento personal, pero también en ese encuentro con los demás para juntos hacer que nuestro mundo sea mejor. Y no estamos solos. El Señor va con nosotros en esa barca de la vida en la que cruzamos los océanos de nuestra historia. El Señor va con nosotros y con la fuerza de su Espíritu podremos caminar y podremos hacer nuestro mundo mejor.

viernes, 8 de enero de 2016

Jesús nos enseña a encontrar camino para nuestra vida desorientada y es al mismo tiempo el alimento, la fuerza para nuestro caminar

Jesús nos enseña a encontrar camino para nuestra vida desorientada y es al mismo tiempo el alimento, la fuerza para nuestro caminar

1Juan 4,7-10; Sal 71; Marcos 6,34-44

Al que está desorientado hay que ayudarle a encontrar el camino. Desorientado es el que ha perdido el norte, no sabe encontrar camino; es el que no sabe a donde ir porque además no sabe por qué está en camino; es el que anda sin rumbo, dando vueltas sobre si mismo, no sabe a donde ir ni que hacer; el que no tiene o no quiere aceptar quien le oriente o le señale caminos posibles; al que todo se le hace espejismos y se va detrás de una cosa u otra según sus visiones imaginarias; el que no sabe donde encontrar el alimento o donde pueda refugiarse.
Esta desorientación no se refiere solo al que se encuentra en un desierto o en la espesura de un bosque, o quizá en medio de una inmensa ciudad que no conoce. Es algo que nos afecta a nuestra vida más profunda, al sentido de nuestro existir. Necesitamos puntos de referencia para no perdernos, pero algo más que las miguitas de pan que pulgarcito iba dejando en el camino y que los pajarillos se comieron dejándolo en la misma desorientación. Necesitamos puntos seguros de apoyo para el encuentro o para no perder el sentido del camino. Necesitamos faros de luz que nos den el norte, poniendo verdaderas metas en nuestra vida, o estrellas brillantes bien altas en el firmamento de nuestra vida que nos hagan mirar hacia arriba para encontrar la orientación.
Hoy el evangelio nos dice que Jesús se encontró una inmensa multitud y le dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor. Es la imagen de la multitud desorientada, que busca pero no sabe donde, que no ha encontrado el pastor. Pero allí está Jesús. Se puso a enseñarles, a abrir sus mentes a nuevos caminos, a enseñarles a mirar a lo alto, a encontrar esa luz y ese sentido de sus vidas, a encontrar la salud no solo de su cuerpo atormentado por enfermedades sino su espíritu débil y desorientado que se dejaba influir por toda clase de males.
Jesús enseñaba a las gentes y los curaba de toda clase de males. Jesús señalaba el camino pero liberaba de todas las ataduras que impidieran hacerlo. Jesús caminaba con ellos como faro de luz, pero al mismo tiempo los alimentaba, les daba las fuerzas que necesitaban.
Los discípulos andaban preocupados porque eran muchos, no tenían que comer y los cortijos donde pudieran encontrar comida estaban lejos y no podrían ofrecer lo suficiente para aquellas multitudes. Pero Jesús les está aclarando que es otro el alimento que necesitan. Es necesario que abran su espíritu, que abran sus corazones, que brote el amor y la solidaridad y comenzó a brotar en aquellos cinco panes y dos peces que un joven ofreció. Y aquello se convirtió en comida para todos.
Estamos desorientados, busquemos a Jesús que es nuestro camino, que es nuestra luz, que es nuestra fuerza y nuestra vida. Dejémonos encontrar por Jesús e iluminarnos con su luz y nuestro camino Serra distinto porque ya no andaremos perdidos, porque ya encontraremos ese sentido para nuestras vidas.

jueves, 7 de enero de 2016

Se sigue manifestando la ternura y la misericordia de Dios en la medida en que con nuestro amor nos convirtamos en signos de Jesús que nos llena de su luz

Se sigue manifestando la ternura y la misericordia de Dios en la medida en que con nuestro amor nos convirtamos en signos de Jesús que nos llena de su luz

1Juan 3,22–4,6; Sal 2; Mateo 4,12-17.23-25
Si hemos venido contemplando la ternura de Dios cuando contemplamos al Hijo de Dios que se ha encarnado en las entrañas de María y le hemos visto nacer niño en Belén, no dejamos de contemplar esa ternura y misericordia de Dios cuando vemos a Jesús repartiendo amor y misericordia con los pobres y con todos los que sufren.
Hemos celebrado y vivido con gozo todo el misterio de la Navidad pero no nos quedamos en contemplar a un Niño en quien reconocemos el Hijo de Dios. He venido y se ha hecho hombre asumiendo nuestra naturaleza humana y nuestra vida. Pero contemplamos al Jesús que es nuestro Salvador y que por nosotros dará su vida. Contemplamos y escuchamos al Jesús que es el Verbo de Dios que estaba junto a Dios pero que se hizo Dios con nosotros para caminar nuestra misma vida asumiendo nuestra naturaleza humana pero para así mostrarnos mejor esa cercanía de Dios, esa ternura de Dios.
Es lo que hoy, en el día siguiente de la Epifanía, de la manifestación de Dios, vemos en el evangelio. ‘Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo. Su fama se extendido por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él los curaba’. Anunciaba el Reino de Dios que es amor y se manifestaban las señales del Reino de Dios en el amor. La ternura de Dios que se manifiesta en Jesús que recorría todos aquellos lugares curando de los enfermos de toda clase de enfermedades.
Si en la noche de Belén el evangelista nos hablaba de resplandores de luz porque se manifestaba la gloria de Dios, hoy Mateo nos vuelve a hablar de resplandores de luz, porque la manifestación de Jesús en Galilea por todos sus pueblos y ciudades fue un rayo de luz y de esperanza para todas aquellas gentes. Por eso nos recuerda lo anunciado por el profeta. ‘El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra de sombras de muerte, una luz les brilló’. Brillaba la luz de Jesús, brillaba con un nuevo resplandor la luz del amor de Dios levantando la esperanza de aquellos pueblos.
Dos pensamientos que a nosotros también nos llenan de gozo y han transformar nuestra vida. Sentir en nosotros esa ternura de Dios, ese amor y esa misericordia; aunque estemos envueltos en las oscuridades de nuestras miserias y pecados, de nuestras soledades y sufrimientos Dios está ahí a nuestro lado enriqueciéndonos, consolándonos, dándonos vida con su amor. Descubramos de verdad cómo Dios se manifiesta en nuestra vida. Muchas señales de su amor podemos encontrar a nuestro lado en las personas que nos acompañan en nuestro caminar, en la Palabra de Vida que cada día escuchamos, en la gracia del Señor que nunca nos faltará por muy débiles y abandonados que nos sintamos. El Señor está ahí y es nuestra luz.
Pero también hemos de pensar que nosotros hemos de ser signos de esa misericordia del Señor para todos los que están a nuestro lado. Que así resplandezca nuestro amor en la atención que le prestemos a los demás, en esa sonrisa que llevemos siempre en nuestro semblante para alegrar y llenar de luz la vida de los que sufren a nuestro lado, en ese corazón lleno de ternura que nos hace acercarnos a todo el que sufre para ofrecerle una palabra de consuelo y alguna ayuda que mitigue su dolor o le acompañe en su soledad. Muestras y signos de la misericordia del Señor hemos de dar a los demás.
Que resplandezca esa luz de Dios en nuestro mundo concreto que vivimos cada día.



miércoles, 6 de enero de 2016

Como la estrella que aparece en lo alto los cristianos hemos de ser señales de un nuevo amanecer de luz y de vida que trae para nuestro mundo Jesús

Como la estrella que aparece en lo alto los cristianos hemos de ser señales de un nuevo amanecer de luz y de vida que trae para nuestro mundo Jesús

Is. 60, 1-6; Sal. 71; Ef. 3, 2-6; Mt. 2, 1-12
Hoy nos es difícil entender al peregrino que camina en la oscuridad de la noche sin ninguna luz que le ilumine y le abra caminos y la alegría que siente con la aurora del amanecer que comienza a brillar e iluminará sus pasos para encontrar camino. Digo que nos es difícil porque muchos modos de luz tenemos que nos libren de la oscuridad en nuestros caminos. Aunque esto puede ser un signo también de las falsas luces, luces de artificio, que nos puedan confundir en la vida. Todo esto es como una gran imagen de lo que son los caminos de nuestra vida.
‘Levántate, Jerusalén, que llega tu luz… amanece sobre ti… sobre ti amanecerá el Señor, si gloria aparecerá sobre ti y caminarán los pueblos a tu luz… al resplandor de tu aurora…’
Es el anuncio profético que hoy hemos escuchado, de la luz que amanece en medio de la oscuridad. Es la imagen de la estrella que aparece en el cielo y sirve de señal a los Magos de Oriente para anunciarles el nacimiento del Salvador esperado y deseado de las naciones. Es lo que escuchamos en el evangelio en este día.
‘¿Dónde está el recién nacido rey de los judíos?’ llegan preguntando a Jerusalén. Tras el revuelo que se monta con su presencia y sus preguntas, las llamadas al palacio del rey Herodes, las consultas a las Escrituras, las dudas y la maldad de Herodes que quieren conducir al engaño, los Magos se ponen en camino y aparece de nuevo la estrella que los conducirá a Belén como les habían señalado los que consultaron las Escrituras, allí donde encontrarán al Niño con María, su madre.
Una luz que aparece en el cielo como señal; un ponerse en camino guiados por esa luz; una escucha interior que les hace escuchar la voz de Dios que les guía; un dejarse conducir por aquellos que ha puesto Dios para interpretar las señales y las Escrituras; un encuentro con Jesús al que en verdad van a reconocer como el Señor; y, ¿por qué no?, la presencia de María en cuyos brazos está el Niño.
¿Será un itinerario de fe? ¿será también el camino que nosotros hemos de aprender a recorrer, necesitamos recorrer? ¿una búsqueda de señales de Dios para nosotros ahí en el recorrido de la vida que hacemos cada día? ¿será una búsqueda de la verdadera luz para que nada ni nadie nos engañe?
También necesitamos mirar a lo alto o a lo más profundo de nosotros mismos para encontrar esas señales; necesitamos mirar en nuestro entorno para saber leer también las señales que Dios va poniendo junto a nosotros, aunque nos parezca que no encontramos sino desiertos. En esos desiertos de increencia y de materialismo que podemos ver en una primera mirada quizá también haya unas señales, unas llamadas que nos está haciendo Dios porque quiere algo de nosotros. Cada uno ha de saber descubrir el brillo de esa luz para él, porque a cada uno nos pide el Señor algo, nos pide alguna cosa. La luz de Dios no deja de brillar, El no deja de poner señales que son llamadas a nuestro lado, pero no podemos confundirnos, hemos de saber descubrirlas.
Son señales, como la estrella para aquellos Magos, para que nos pongamos en camino. Un camino de búsqueda más profunda para escuchar esa voz de Dios que nos habla en los signos de los tiempos y nos habla en las Escrituras. Un camino en que también con humildad hemos de saber dejarnos guiar para encontrar el camino cierto; Dios va poniendo a nuestro lado personas que pueden ser signos para nosotros, que nos pueden decir una palabra acertada, que nos pueden ayudar a hacer una buena interpretación de esas señales de Dios.
Señales para ponernos nosotros en camino siendo conscientes de que nuestras vidas pueden ser señales para los demás. En ese desierto de nuestro mundo, en esas oscuridades en las que estamos inmersos, los que creemos en Jesús tenemos que ser estrellas que ayuden a los demás a encontrar el camino de la luz verdadera.
Ni podemos dejarnos engañar nosotros - como lo hicieron los magos ante los intentos de Herodes porque luego se fueron por otro camino - ni podemos permitir que los demás se engañen con falsas luces. Tenemos que resplandecer con la verdadera luz de Jesús. Y hay luces que nos engañan, cosas que nos distraen, amaños interesados en tantos que nos quieren llamar la atención para que nos fijemos en lo que no es fundamental y olvidemos lo esencial de la Epifanía que estamos celebrando.
Que tristes los amaños interesados que estamos viendo estos días con tantas diatribas que se montan y nos hacen desviar la atención del que verdaderamente tiene que estar en el centro de esta fiesta. No son los magos ni los regalos - esos son luces de colores podríamos decir - los importantes. ¿A quien iban buscando aquellos Magos de Oriente de los que nos habla el evangelio y que son la verdadera motivación de esta fiesta? Buscaban al ‘recién nacido rey de los judíos’, buscaban al que venía como Salvador del mundo, y que fue el que encontraron en brazos de María en Belén y al que reconocieron en su adoración.
En medio del barullo con que vivimos la fiesta de los Reyes Magos ¿a quien le interesa ese Niño al que aquellos Magos buscan? ¿quién se preocupa de buscar a Jesús en el centro de todo para poder adorarlo como nuestro Dios y Señor?
Es la fiesta de la Epifanía del Señor, de la manifestación de Jesús como el Señor. No queremos mermar la ilusión de los pequeños y de los no tan pequeños por esas manifestaciones de cariño que son nuestros intercambios de regalos; tenemos que preservarlo no convirtiéndolo en puro materialismo y consumismo. Pero pensemos en el regalo que Dios nos ha hecho cuando nos ha dado a Jesús. Es de lo que hemos de ser signos para los demás para que se manifieste la verdad del evangelio para nuestro mundo.
Necesitamos esa luz de Cristo que nos dé nueva esperanza. Pongamos señales de ello con nuestra manera de vivir, con el cariño que mutuamente todos nos tengamos, con esa verdadera paz que busquemos, también con la denuncia de tantas falsedades e hipocresías que se viven hoy en nuestra sociedad, para que en verdad entre todos hagamos un mundo mejor. Así todos podremos sentir la alegría de esa nueva luz que amanece sobre nuestro mundo. La Iglesia toda ha de ser signo de ello.


martes, 5 de enero de 2016

‘Ven y lo verás’ tenemos que ser capaces de decir a los que nos rodean para llevarlos hasta Jesús, verdadera alegría también para el hombre y el mundo de hoy

‘Ven y lo verás’ tenemos que ser capaces de decir a los que nos rodean para llevarlos hasta Jesús, verdadera alegría también para el hombre y el mundo de hoy

1Juan 3,11-21; Sal 99; Juan 1,43-51

Cuando recibimos una buena noticia o nos sucede algo muy agradable y que nos hace felices sentimos la necesidad de compartirlo, de comunicarlo a los demás. Una felicidad encerrada en si misma o que nos encierra en nosotros mismos es menos felicidad. Somos seres en relación continua y en comunicación y por eso tendemos a ese compartir con los demás lo que nos sucede, también una tristeza o un mal que nos hace sufrir compartido es menos triste y se lleva con más ánimo interior.
En estos primeros encuentros de los primeros discípulos con Jesús que nos ofrece el evangelio de estos días ayer nos queríamos fijar de manera especial en esa búsqueda interior que hay en nosotros y como en Jesús encontramos esa respuesta, esa luz y sentido para nuestra vida. Son las llamadas que el Señor nos va haciendo con su presencia en nosotros. Aunque ya ayer podríamos habernos fijado en el hecho de que Andrés inmediatamente va a comunicar a Simón lo que ha encontrado para su vida, hoy nos vuelve a insistir en el actuar de Felipe, al que Jesús ha llamado también.
‘Ven y verás’, le dice Felipe a Natanael ante las reticencias de éste nacidas quizá de los recelos normales que surgen muchas veces entre pueblos vecinos. ‘Felipe encuentra a Natanael y le dice: Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret’. Es el anuncio que hace Felipe a Natanael y ya sabemos la reacción. ‘¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?’ De ahí la insistencia de Felipe porque para él el encuentro con Jesús ha sido algo grande. ‘Ven y verás’.
Ya nos dirán los apóstoles que aquello que han visto y han oído no pueden callarlo. Esa tendría que ser nuestra actitud permanente si en verdad la fe es algo grande para nosotros. Pero, con toda sinceridad, preguntémonos a cuantos, por ejemplo, le contamos cuando salimos de Misa los domingos lo que allí en la Eucaristía hemos vivido.
Decíamos al principio que somos seres dados a la comunicación y a la relación con los demás, y es cierto, pero también hemos de reconocer que en estos aspectos de nuestra vida espiritual y de nuestra vida cristiana somos muy reservados y pareciera que tenemos miedo de hablar de eso a los demás. Siempre, en todo momento tendríamos que ser anunciadores de Evangelio, de Buena Nueva. Y esa Buena Nueva para nosotros es Jesús.
Es a Jesús al que tenemos que anunciar en toda ocasión con nuestras palabras, con nuestros anuncios concretos además de con nuestra vida. Nos refugiamos muchas veces en que el anuncio tenemos que hacerlo con nuestra vida para no tener la valentía de hacerlo también con nuestras palabras, porque quizá pensamos que no sabemos qué responder a la oposición que podamos encontrar. Ya Jesús nos anuncia que no tengamos miedo a lo que hemos de decir que el Espíritu hablará por nosotros. ¿Nos falta fe quizá en la presencia del Espíritu del Señor en nuestra vida?
Que al menos seamos capaces de decir como Felipe, ‘Ven y lo verás’, y los llevemos hasta Jesús. Seguro que en ese encuentro van a llenarse de vida y nos van a decir por qué hemos tardado tanto en invitarlos a ir hasta Jesús. Haríamos en verdad nueva evangelización, en lo que está tan empeñada nuestra Iglesia.

lunes, 4 de enero de 2016

Para nuestros interrogantes e inquietudes y para los silencios de nuestras soledades si nos dejamos conducir en Jesús siempre encontraremos la respuesta y la luz

Para nuestros interrogantes e inquietudes y para los silencios de nuestras soledades si nos dejamos conducir en Jesús siempre encontraremos la respuesta y la luz

1Juan 3, 7-10; Sal 97; Juan 1,35-42

Todos tenemos inquietudes allá en lo más profundo de nosotros mismos, nos hacemos preguntas, en el fondo desearíamos buscar o indagar, sin embargo hemos de reconocer que a muchos nos pesa mucho la rutina, el miedo a lo que podríamos encontrar, no sabemos acudir a donde podamos encontrar las respuestas, o no queremos dejarnos guiar por quien pueda ayudarnos a abrir caminos, o simplemente el dejarnos llevar o arrastrar por lo de siempre y hay el peligro de que esas inquietudes se apaguen y en cierto modo nuestro corazón se envejezca. Todo esto en un aspecto meramente humano en las cosas de que vivimos cada día, pero también es algo profundo que nos podría ayudar a encontrar el verdadero sentido de nuestro ser, algo que afecta a nuestro espíritu, a abrirnos a una trascendencia y a una fe y al sentido cristiano de nuestra vida.
En el evangelio que hoy nos presenta la liturgia - es bueno leerlo antes o después de hacernos esta reflexión - se nos habla de unas personas inquietas y que buscan, que se hacen preguntas y que se dejan conducir. ‘¿Dónde vives?’ preguntan Andrés y Juan ante la pregunta de Jesús - y valga la redundancia -; ante lo que señala el Bautista ya se habían puesto en camino Andrés y Juan aunque no supieran bien lo que iban a encontrar y el compromiso que significaría para sus vidas; ganas de conocer y saber hay en Simón que ante la palabra de su hermano se va con él; Felipe responde pronto a la llamada, porque parece que estaba esperando algo; y a pesar de sus reticencias finalmente se deja llevar por Felipe, porque algo había en su mente que le interrogaba por dentro en sus soledades, como seguramente cuando se refugiaba debajo de la higuera como le señalará Jesús.
También buscamos, también nos refugiamos en nuestras soledades interiores - debajo de la higuera - con interrogantes dentro de nosotros, también escuchamos quien nos abre caminos delante de nosotros aunque muchas veces nos pongamos reticentes para seguirlo porque los miedos atenazan nuestra alma. ¿Seremos capaces? ¿a dónde nos llevará todo esto? ¿qué he de hacer con mi vida? ¿qué quiere Dios de mí? ¿en qué he de hacer fructificar esos talentos que hay en mí?
Cuando humildes y poniendo nuestra confianza en la Palabra de Dios nos ponemos en camino nunca nos sentiremos defraudados. Lo que vamos a encontrar en Jesús serán siempre caminos que nos abran a la plenitud de nuestra vida. No hemos de tener miedo porque Jesús nunca nos dejará solos, porque El ha prometido su presencia con nosotros para siempre. No podemos enterrar esos talentos que Dios nos ha confiado con nuestros valores y cualidades.
Creo que con el evangelio de hoy nos sentimos estimulados para aspirar a cosas grandes, a confiar y a dejarnos conducir por el Señor; y aunque aun haya momentos oscuros de soledades o de silencios interiores sabremos que en algún momento vamos a escuchar esa voz, vamos  a encontrar esa luz, vamos a darle ese sentido profundo a nuestra vida. Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor.

domingo, 3 de enero de 2016

Es la hora de la contemplación y de la bendición porque en Cristo hemos sido bendecidos haciéndonos sus hijos y llevándonos a la vida en plenitud

Es la hora de la contemplación y de la bendición porque en Cristo hemos sido bendecidos haciéndonos sus hijos y llevándonos a la vida en plenitud

Eclesiástico 24, 1-2. 8-12; Sal 147; Efesios 1, 3-6. 15-18; Juan 1, 1-18
‘Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales…’ Así tenemos que comenzar nuestra reflexión y nuestro comentario, con estas palabras de la carta a los Efesios.
Bendecimos a Dios; lo hacemos cada día con nuestra oración, al menos así tendríamos que comenzar siempre, bendiciendo a Dios, aunque vayamos siempre más preocupados por lo que queremos pedirle. Es lo que son siempre nuestras celebraciones, bendición y alabanza. Es lo que con intensidad han tenido que ser todas estas fiestas de Navidad que venimos celebrando. ‘Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo…
Y bendecimos a Dios que nos ha bendecido en Cristo. Sí, Cristo Jesús es la bendición de Dios para con nosotros. Estos días - en concreto con la primera lectura del primero de enero - le hemos pedido a Dios que vuelva su rostro sobre nosotros y nos bendiga. Ya lo ha hecho. Jesús es la bendición de Dios para nosotros porque con El nos llega toda gracia.
Nos ha bendecido en Cristo y se nos ha revelado. Como nos decía al final el evangelio de hoy ‘A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer’. O como se nos dirá en otro momento ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien El se lo quiera revelar’. Es Jesús la revelación de Dios, la Palabra eterna de Dios que estaba en Dios y que se nos vino a manifestar. Recordemos todo lo que hemos escuchado en este principio del evangelio de Juan. Es Palabra que se nos revela, nos ilumina, nos llena de vida. ‘En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres’.
Nos ha bendecido en Cristo y nos ha elegido y nos ha llamado. Desde siempre, desde toda la eternidad, Dios pensó en nosotros pero en Cristo. ‘Desde antes de la creación del mundo…’, como nos dice la carta a los Efesios. Y nos eligió para hacernos sus hijos. A eso estábamos predestinados; esa era la voluntad del Padre, aunque nosotros no hubiéramos correspondido. Nos envió a su Hijo pero para hacernos a nosotros hijos; el Hijo de Dios se encarnó en nuestra carne pero para levantarnos y poder llamarnos a nosotros hijos también. Es la gran vocación, ser hijos de Dios. Para eso en Cristo nos ha llamado el Padre.
Nos ha bendecido en Cristo y el Hijo de Dios se hizo carne, se hizo hombre. Es la Palabra de Dios que se hizo carne, plantó su tienda entre nosotros, se hace Dios con nosotros para siempre. ‘Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’. Todo para que en nosotros hubiera vida, hubiera luz; todo para que nos llenáramos de la sabiduría de Dios.
Nos ha bendecido en Cristo y la luz venció a las tinieblas, y la vida triunfó sobre la muerte. Aunque las tinieblas rechazasen la luz; ‘Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció’. Aunque los suyos le volvieran la espalda; ‘Vino a su casa, y los suyos no la recibieron’. Pero ha venido para llenarnos de su luz, para inundarnos de su vida. Por eso ‘a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios’. Comenzamos a ser hijos en el Hijo; no es por ningún poder humano, no se debe a nuestros merecimientos; todo es gracia, es regalo de Dios, es obra de Dios en nosotros por Cristo.
Nos ha bendecido en Cristo y nos hemos llenado de la Sabiduría de Dios. Esa sabiduría que solo se revela a los pequeños y a los humildes. Fueron los humildes pastores los primeros que conocieron el nacimiento del Salvador; Jesús dará gracias a lo largo del evangelio porque el Padre se revela a los pequeños y a los sencillos. Por eso, si nos hacemos pequeños, si nos despojamos de nosotros mismos con nuestros orgullos y suficiencias, si abrimos humildes nuestro corazón a Dios como lo hizo María, Dios se nos revelará, se nos manifestará allá en lo más hondo de nosotros mismos; es más, plantará también su tienda en nuestro corazón, como nos dirá Jesús más tarde que el Padre y El vendrán y harán morada en nosotros.
Nos ha bendecido en Cristo y conocemos la gloria de Dios. ‘La Palabra se hizo carne y acamó entre nosotros y hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre lleno de gracia y de verdad’. Porque nos ha llenado de su vida, porque nos ha hecho resplandecer con su luz, porque nos ha llenado de la plenitud de Dios. ‘Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia… la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo’.
Claro que tenemos que bendecir a Dios que así nos ha bendecido en Cristo. Hoy es el domingo de la bendición y de la contemplación. Sí, es también la hora de la contemplación humilde para descubrir todo el misterio de Dios que se nos revela. Aquel niño que vimos nacer en Belén no es simplemente un niño, es el Hijo de Dios, es la Palabra eterna del Padre, es la Sabiduría de Dios que se hace humana, es la Luz verdadera que ilumina todo hombre y es la Vida que nos llena de vida en plenitud, es el Emmanuel porque es Dios con nosotros que recorre nuestro mismo camino y nos enseña a recorrer su camino, pero es Dios con nosotros que en nosotros también quiere habitar llenándonos de su Espíritu, llenándonos de su vida, haciéndonos caminar hacia la plenitud de Dios.
¿Queremos más motivos para bendecir y alabar a Dios?