Nos ponemos en camino para vivir en mayor plenitud cada día y yendo al encuentro con los demás con la fuerza de su Espíritu entre todos hacer un mundo mejor
1 Jn.
4, 11-18; Sal 71; Marcos, 6,45-52
Algo que podría definir o describir nuestra vida es
decir que estamos en camino. Aunque física o geográficamente estemos
establecidos en un lugar determinado la vida en si misma podríamos decir que es
un ponernos en camino porque todos siempre estamos deseando algo más y mejor,
nos ponemos metas que alcanzar o ideales en los que soñar y por los que luchar,
y allá en lo más profundo de otros mismos queremos superarnos, crecer, ser más
o ser mejores.
Por otro lado una vida intensamente vivida me hace
salir al encuentro del otro porque vivimos en convivencia con los que nos
rodean, ya sea nuestra propia familia, los amigos con los que compartimos o
simplemente aquellos con los que nos relaciones ya sea por nuestro trabajo o en
el devenir de las distintas circunstancias de nuestra vida. Vivir no es
quedarse anquilosado en lo mismo sino crecer, superarse en todos los aspectos y
salir al encuentro con los demás.
Claro que esto no siempre es fácil, porque por un lado
nos podemos quedar anquilosados en un conservar lo que soy o lo que tengo, pero
también nos pueden aparecer nubarrones en ese camino porque no siempre es fácil
quizá la convivencia con los demás o el superar nuestras propias limitaciones.
Creo que en verdad deberíamos aprender a estar en camino y encontrar esa
fuerza, ese vigor interior, esa espiritualidad que nos haga caminar y crecer en
la vida sin miedo a las dificultades.
Hoy el evangelio nos ofrece una imagen que nos viene a
expresar también lo que Jesús quiere de nosotros y como está siempre con
nosotros siendo nuestro aliento y nuestra fuerza en los caminos de la vida. El
evangelio es continuación del escuchado ayer y después de haber multiplicado
los panes para la multitud allá en el desierto, pone en camino a sus
discípulos. ‘Jesús en seguida apremió a los discípulos a que subieran
a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida’, dice el evangelista.
Y ahí contemplamos a los discípulos remando en medio del lago no sin
dificultades; avanzaba la noche, pero no avanzaban ellos, el viento lo tenían
en contra. Se sentían solos porque Jesús se había quedado despidiendo a la
gente y no se había embarcado con ellos. Les costaba avanzar y en la oscuridad
de la noche, les parece ver a alguien que viene hacia ellos caminando sobre el
agua. Creen ver un fantasma.
¿No se nos parece esta situación a muchos momentos de nuestra vida? Nos
cuesta avanzar, nos cuesta superarnos, parece que todo son dificultades, nos
parece que nadie nos entiende, muchas cosas nos salen al revés, y nos sentimos
solos. Vienen los sueños y nos parecen alucinaciones. También nos parece ver
fantasmas en la vida que nos pudieran engañar. Queremos pedir la fuerza del
Señor y nos parece que el Señor no nos escucha porque las cosas no nos salen
bien tan pronto como nosotros quisiéramos.
Pero el Señor está ahí. Los discípulos pensaban que era un fantasma
pero él les dirige en seguida la palabra y les
dice: Ánimo, soy yo, no tengáis miedo’. Así nos
dice el Señor tantas veces y quizá no lo sabemos escuchar. Estamos tan
entretenidos en nuestras luchas, o quizá desanimados tiramos la toalla, y no
nos damos cuenta que el Señor está siempre a nuestro lado. El prometió que
estaría con nosotros siempre, nos prometió la fuerza de su Espíritu. Tengamos
fe en su presencia y en su gracia.
El Señor nos pone en camino porque grande es la tarea que nos confía.
Desde nuestra superación y crecimiento personal, pero también en ese encuentro
con los demás para juntos hacer que nuestro mundo sea mejor. Y no estamos
solos. El Señor va con nosotros en esa barca de la vida en la que cruzamos los
océanos de nuestra historia. El Señor va con nosotros y con la fuerza de su
Espíritu podremos caminar y podremos hacer nuestro mundo mejor.