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jueves, 7 de enero de 2016

Se sigue manifestando la ternura y la misericordia de Dios en la medida en que con nuestro amor nos convirtamos en signos de Jesús que nos llena de su luz

Se sigue manifestando la ternura y la misericordia de Dios en la medida en que con nuestro amor nos convirtamos en signos de Jesús que nos llena de su luz

1Juan 3,22–4,6; Sal 2; Mateo 4,12-17.23-25
Si hemos venido contemplando la ternura de Dios cuando contemplamos al Hijo de Dios que se ha encarnado en las entrañas de María y le hemos visto nacer niño en Belén, no dejamos de contemplar esa ternura y misericordia de Dios cuando vemos a Jesús repartiendo amor y misericordia con los pobres y con todos los que sufren.
Hemos celebrado y vivido con gozo todo el misterio de la Navidad pero no nos quedamos en contemplar a un Niño en quien reconocemos el Hijo de Dios. He venido y se ha hecho hombre asumiendo nuestra naturaleza humana y nuestra vida. Pero contemplamos al Jesús que es nuestro Salvador y que por nosotros dará su vida. Contemplamos y escuchamos al Jesús que es el Verbo de Dios que estaba junto a Dios pero que se hizo Dios con nosotros para caminar nuestra misma vida asumiendo nuestra naturaleza humana pero para así mostrarnos mejor esa cercanía de Dios, esa ternura de Dios.
Es lo que hoy, en el día siguiente de la Epifanía, de la manifestación de Dios, vemos en el evangelio. ‘Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo. Su fama se extendido por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él los curaba’. Anunciaba el Reino de Dios que es amor y se manifestaban las señales del Reino de Dios en el amor. La ternura de Dios que se manifiesta en Jesús que recorría todos aquellos lugares curando de los enfermos de toda clase de enfermedades.
Si en la noche de Belén el evangelista nos hablaba de resplandores de luz porque se manifestaba la gloria de Dios, hoy Mateo nos vuelve a hablar de resplandores de luz, porque la manifestación de Jesús en Galilea por todos sus pueblos y ciudades fue un rayo de luz y de esperanza para todas aquellas gentes. Por eso nos recuerda lo anunciado por el profeta. ‘El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra de sombras de muerte, una luz les brilló’. Brillaba la luz de Jesús, brillaba con un nuevo resplandor la luz del amor de Dios levantando la esperanza de aquellos pueblos.
Dos pensamientos que a nosotros también nos llenan de gozo y han transformar nuestra vida. Sentir en nosotros esa ternura de Dios, ese amor y esa misericordia; aunque estemos envueltos en las oscuridades de nuestras miserias y pecados, de nuestras soledades y sufrimientos Dios está ahí a nuestro lado enriqueciéndonos, consolándonos, dándonos vida con su amor. Descubramos de verdad cómo Dios se manifiesta en nuestra vida. Muchas señales de su amor podemos encontrar a nuestro lado en las personas que nos acompañan en nuestro caminar, en la Palabra de Vida que cada día escuchamos, en la gracia del Señor que nunca nos faltará por muy débiles y abandonados que nos sintamos. El Señor está ahí y es nuestra luz.
Pero también hemos de pensar que nosotros hemos de ser signos de esa misericordia del Señor para todos los que están a nuestro lado. Que así resplandezca nuestro amor en la atención que le prestemos a los demás, en esa sonrisa que llevemos siempre en nuestro semblante para alegrar y llenar de luz la vida de los que sufren a nuestro lado, en ese corazón lleno de ternura que nos hace acercarnos a todo el que sufre para ofrecerle una palabra de consuelo y alguna ayuda que mitigue su dolor o le acompañe en su soledad. Muestras y signos de la misericordia del Señor hemos de dar a los demás.
Que resplandezca esa luz de Dios en nuestro mundo concreto que vivimos cada día.



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