Se sigue manifestando la ternura y la misericordia de Dios en la medida en que con nuestro amor nos convirtamos en signos de Jesús que nos llena de su luz
1Juan
3,22–4,6; Sal
2; Mateo
4,12-17.23-25
Si hemos venido contemplando la ternura de Dios cuando
contemplamos al Hijo de Dios que se ha encarnado en las entrañas de María y le
hemos visto nacer niño en Belén, no dejamos de contemplar esa ternura y
misericordia de Dios cuando vemos a Jesús repartiendo amor y misericordia con
los pobres y con todos los que sufren.
Hemos celebrado y vivido con gozo todo el misterio de
la Navidad pero no nos quedamos en contemplar a un Niño en quien reconocemos el
Hijo de Dios. He venido y se ha hecho hombre asumiendo nuestra naturaleza
humana y nuestra vida. Pero contemplamos al Jesús que es nuestro Salvador y que
por nosotros dará su vida. Contemplamos y escuchamos al Jesús que es el Verbo
de Dios que estaba junto a Dios pero que se hizo Dios con nosotros para caminar
nuestra misma vida asumiendo nuestra naturaleza humana pero para así mostrarnos
mejor esa cercanía de Dios, esa ternura de Dios.
Es lo que hoy, en el día siguiente de la Epifanía, de
la manifestación de Dios, vemos en el evangelio. ‘Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el
Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo. Su fama
se extendido por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda
clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él
los curaba’. Anunciaba el Reino de Dios que es amor y se manifestaban las
señales del Reino de Dios en el amor. La ternura de Dios que se manifiesta en
Jesús que recorría todos aquellos lugares curando de los enfermos de toda clase
de enfermedades.
Si en la noche de Belén el evangelista nos hablaba de
resplandores de luz porque se manifestaba la gloria de Dios, hoy Mateo nos
vuelve a hablar de resplandores de luz, porque la manifestación de Jesús en
Galilea por todos sus pueblos y ciudades fue un rayo de luz y de esperanza para
todas aquellas gentes. Por eso nos recuerda lo anunciado por el profeta. ‘El pueblo que habitaba en tinieblas vio una
luz grande; a los que habitaban en tierra de sombras de muerte, una luz les
brilló’. Brillaba la luz de Jesús, brillaba con un nuevo resplandor la luz
del amor de Dios levantando la esperanza de aquellos pueblos.
Dos pensamientos que a nosotros también nos llenan de
gozo y han transformar nuestra vida. Sentir en nosotros esa ternura de Dios,
ese amor y esa misericordia; aunque estemos envueltos en las oscuridades de
nuestras miserias y pecados, de nuestras soledades y sufrimientos Dios está ahí
a nuestro lado enriqueciéndonos, consolándonos, dándonos vida con su amor.
Descubramos de verdad cómo Dios se manifiesta en nuestra vida. Muchas señales
de su amor podemos encontrar a nuestro lado en las personas que nos acompañan
en nuestro caminar, en la Palabra de Vida que cada día escuchamos, en la gracia
del Señor que nunca nos faltará por muy débiles y abandonados que nos sintamos.
El Señor está ahí y es nuestra luz.
Pero también hemos de pensar que nosotros hemos de ser
signos de esa misericordia del Señor para todos los que están a nuestro lado. Que
así resplandezca nuestro amor en la atención que le prestemos a los demás, en
esa sonrisa que llevemos siempre en nuestro semblante para alegrar y llenar de
luz la vida de los que sufren a nuestro lado, en ese corazón lleno de ternura
que nos hace acercarnos a todo el que sufre para ofrecerle una palabra de
consuelo y alguna ayuda que mitigue su dolor o le acompañe en su soledad.
Muestras y signos de la misericordia del Señor hemos de dar a los demás.
Que resplandezca esa luz de Dios en nuestro mundo
concreto que vivimos cada día.
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