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sábado, 20 de abril de 2013


Comulgar a Cristo en la Eucaristía para entrar en una comunión total con El

Hechos, 9, 31-42; Sal. 115; Jn. 6, 61-70
‘Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?’ No entendían las palabras de Jesús. Les había hablado del Pan que quien lo comiera no volvería a tener más hambre y le habían pedido ‘danos siempre de ese pan’. Les había hablado del Pan bajado del cielo y ellos solo pensaban en el maná que sus padres habían comido en el desierto. Había terminado por decirles que El era el pan bajado del cielo ‘y el pan que yo les daré es mi carne, para la vida del mundo’, y ya no habían podido aguantar más.
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con El’, dice el evangelista. Jesús había insistido, como escuchábamos ayer aunque no lo comentamos por hacer referencia más a la conversión de san Pablo en el encuentro con Jesús en el camino de Damasco, y les había dicho que su carne era verdadera comida y su sangre verdadera bebida. ‘El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él… de modo que el que me come vivirá por mí’. Esto ya se les hacía difícil de entender.
Cuesta muchas veces entender, quizá porque ya tenemos muchas ideas preconcebidas, y cuesta aceptar, sobre todo cuando eso implique que tendrá que realizarse un cambio no solo en nuestra manera de pensar sino también en lo que ha de ser nuestra manera de vivir. Esto nos sucede hoy también, porque muchas veces andamos medio anquilosados en nuestras ideas, en lo que quizá de siempre hemos pensado o hecho quizá dejándonos llevar por la rutina de la vida; algunas veces somos un tanto inmovilistas en muchos aspectos.
En este camino de la fe, de seguimiento de Jesús, de aceptación del evangelio hemos de saber tener apertura del corazón porque siendo la fe vida ha de estar como en continuo crecimiento y siempre el evangelio ha de ser nueva noticia, nueva vida - Buena Nueva le decimos - para nosotros  y una nueva vida que nos ha de inquietar porque nos transforma, nos ha de hacer sentir una continua renovación en nosotros.
Este mensaje de la Eucaristía que nos está dejando el evangelio tendríamos que rumiarlo mucho en nuestro interior para saber captar todo su hondo sentido. Es maravilloso lo que estamos escuchando decir a Jesús. Nos está hablando de habitar en Dios y que Dios habite en nosotros. Esto es algo grande. Si ya podríamos pensar lo maravilloso que sería que alguien habitase en nuestra casa o nosotros lo hiciéramos en su casa, en este caso la comunión eucarística es mucho más que eso. No es solo un habitar de forma física, como alguien que venga de visita un momento, sino que es entrar en una comunión espiritual tan profunda que es llenarnos de la vida de Dios, sentirnos inmersos en Dios, inundados por Dios. Y todo eso sería algo que tendríamos que vivir ya para siempre.
Algunas veces cuando comulgamos es como si recibiéramos la visita de alguien al que le dedicamos unos minutos de atención, le hacemos unas peticiones o le damos las gracias por sus dones y pronto parece que damos por despachado todo el asunto. Hemos rezado nuestras oraciones y parece que ya está todo. Comulgar es mucho más que todo eso. El sentirnos en comunión con Dios es algo mucho más profundo que ha de prolongarse en nuestra vida no unos minutos para siempre. Por eso después de cada comunión, por decirlo así, hemos de sentirnos inundados por la santidad de Dios y ya para siempre tendríamos que ser santos.
Quien coma a Cristo y deja que Cristo de verdad habite en él y él habite también en Cristo ya su vida no podrá ser igual, ha de sentirse verdaderamente transformado para vivir una vida nueva que no es otra que vivir a Cristo. Será entonces unos nuevos valores, una nueva forma de vivir, unas nuevas actitudes y sentimientos, una nueva forma de actuar en todas las circunstancias y problemas de la vida los que ha de vivir ya para siempre. Cuando comulgamos a Cristo en la Eucaristía, ¿de verdad estamos dispuestos a vivir esa nueva comunión total con El?
Ya hemos escuchado que a aquellas gentes de Cafarnaún esto se les hacía difícil y muchos se marcharon. Jesús pregunta a los apóstoles, sus discípulos más cercanos, si ellos también quieren irse, a lo que Pedro responderá como tantas veces hemos meditado, ‘Señor, ¿a quien vamos a acudir? Tú tienes Palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios’. ¿Será esa la respuesta viva que nosotros le demos al Señor? 

viernes, 19 de abril de 2013


En el camino de Damasco un encuentro, una conversión y una vocación

Hechos, 9, 1-20; Sal. 116; Jn. 6, 3-60
En la lectura continuada que venimos haciendo de los Hechos de los Apóstoles en este tiempo de Pascua hemos escuchado el anuncio valiente que los Apóstoles hacían de Jesús resucitado y cómo poco a poco se va constituyendo la Iglesia porque nos narra cómo se iban agregando muchos a la fe y al camino de Jesús y se iba formando la comunidad con ejemplos admirables de comunión que se daban en medio de ellos.
Pero hemos contemplado también las dificultades y persecuciones que iban sufriendo quienes creían en el nombre de Jesús como nuestro único Salvador, o bien los prohibían las autoridades hablar del nombre de Jesús, los metían en la cárcel o como escuchamos hace unos días el martirio de Esteban que fue llevado ante el tribunal y luego apedreado. Eso originó, por otra parte la expansión de la Iglesia, pues aquellos que marchaban de Jerusalén llevaban el mensaje de Jesús a otros lugares.
Hoy contemplamos cómo Saulo, aquel joven que aprobaba la lapidación de Esteban y a cuyos pies habían puesto sus vestiduras los que habían participado en aquel crimen, ahora con cartas del Sumo Sacerdote para las sinagogas de Damasco allí se dirigía ‘para traerse presos a Jerusalén a todos los que seguían el nuevo camino, hombres y mujeres’.
Pero los caminos de Dios son otros y El nos sale al encuentro de muchas maneras en la vida. Es lo que le sucedió a Saulo y nos narra el texto que hoy hemos escuchado. Contemplamos un encuentro, una llamada y una conversión que concluirá con una misión. ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Quién eres, Señor? Soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que tienes que hacer’.
Saulo luchaba contra Jesús pero no se había encontrado con El. Pero es el Señor el que viene a su encuentro. Bastó una palabra para que Saulo se llenara de Luz, de tanta luz que en principio se quedó ciego. ‘Se levantó del suelo y aunque tenía los ojos abiertos, no veía. Lo llevaron de la mano hasta Damasco’.
‘¿Quién eres, Señor?’ pregunta Saulo. Y comenzó su búsqueda. Ahora aquel hombre impetuoso que luego le veremos recorrer el mundo, ahora lo vemos que se deja conducir. Lo llevan de la mano. Era la mano del Señor que lo llamaba. Era el Espíritu de Jesús resucitado con quien se había encontrado quien lo estaba conduciendo a la luz. Pondrá el Señor en el camino de Pablo quien venga a él en el nombre de Jesús para hacerle encontrarse con la luz y pudiera abrir bien sus ojos.
‘Había en Damasco un discípulo que se llamaba Ananías’. Fue con quien quiso contar el Señor. ‘Ve a la calle Mayor y pregunta por un tal Saulo de Tarso… Señor, he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus fieles en Jerusalén… Anda, ve, que ese hombre es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes’. Y Ananías se dejó conducir por el Señor y cumplió con todo  lo que le pedía el Señor.
El encuentro de Saulo con Jesús que le salía al paso en el camino de Damasco provocó la conversión del corazón. Ya comienza llamándole ‘Señor’. Pero allí está una vocación, una llamada, porque es el Señor el que lo ha elegido, lo ha llamado, le ha salido al encuentro en aquel camino de muerte que Saulo iba recorriendo. A los pescadores de Galilea o a Leví que estaba sentado en su garita, Jesús les dice ‘venid conmigo… os haré pescadores de hombres’. A Saulo le sale al encuentro y le dice que entre en la ciudad que allí le dirán lo que tiene que hacer. Es que el Señor lo había elegido, ‘instrumento elegido, para dar a conocer su nombre a pueblos y reyes’.
Lo ha elegido porque tiene una misión que confiarle. No importa lo que hasta entonces había sido. Lo importante es la llamada del Señor y la respuesta que dará Saulo. A Pedro le mantuvo en la misión que le había anunciado a pesar de que lo había negado hasta tres veces. Y es que el Señor confía en el hombre y le da fuerzas, le dará su gracia para la misión que le haya encomendado.
Somos una piedra preciosa en las manos del Señor que El ya irá tallando y purificando a lo largo de la vida, como se limpia y se talla el bello diamante que puede parecer en principio un simple trozo de carbón, o como purifica el oro para quitarle todas las escorias que podrían ensombrecer su brillo. Así nos irá purificando el Señor porque muchas son las escorias que hay en nuestra vida, pero el Señor sigue amándonos y confiando en nosotros. Cada uno puede ir recordando la historia de su vida en la que de tantas maneras se ha manifestado el amor del Señor y la confianza que desde su amor sigue poniendo en nosotros.
Qué hermoso es el amor del Señor que nos llama una y otra vez para que sigamos sus pasos y realicemos su misión. Ojalá nos dejemos encontrar por su luz.

jueves, 18 de abril de 2013


El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo

Hechos, 8, 26-40; Sal. 65; Jn. 6, 44-52
‘Yo soy el pan de la vida… yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre…’ Nos ha pedido Jesús que pongamos toda nuestra fe en El. Nos ha dicho quien viene a El y nunca tendrá hambre y nunca más tendrá sed. Teniéndole a El tendremos vida en plenitud porque El es la vida, porque El es la verdad, porque El lo es todo para nosotros, para nuestra vida.
Podríamos decir que nos va ayudando a dar pasos en su conocimiento y en nuestra fe. Se nos va revelando y nos va revelando como El es todo nuestro vivir. Pero, como tantas veces hemos dicho, hemos de dejarnos conducir por El, por su Espíritu para que así vayamos en verdad creciendo en nuestra fe. Vamos sintiéndonos llamados e impulsados a vivir totalmente unidos a El. Y es que en la medida que crece nuestra fe crece nuestro amor. Se suele decir que no se ama lo que no se conoce; pues en la medida en que vamos creciendo en nuestro conocimiento de Jesús vamos creciendo en su amor, porque al conocerle nos sentimos más atraídos con fuerza para vivir en esa comunión de amor tan hermosa que El nos ofrece.
Y es el paso que damos hoy con lo que nos dice en el Evangelio, aunque como veremos mañana no todos lo van a entender. ‘El que come de este pan, vivirá para siempre’,  nos dice. Pero a continuación añade: ‘Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo’. Es a Cristo mismo a quien hemos de comer. Ya no es un pan caído del cielo como aquel maná que comieron sus antepasados en el desierto.
Aquel pan, aunque venía a ser también un signo del amor de Dios que les protegía y acompañaba en su duro caminar, era simplemente un alimento para el cuerpo, y como todo alimento humano nos da fuerza y valor para hacer el camino de la vida, pero esa vida y ese camino tiene un fin. ‘Vuestros padres comieron del maná en el desierto, y murieron; pero éste es el pan que baja del cielo para que el hombre coma de él y no muera’. Es distinto, porque ahora es Cristo mismo quien es ese pan bajado del cielo; es a Cristo mismo al que tenemos que comer, nos da su cuerpo, nos da su carne, nos da su sangre, nos dará su vida. ‘El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo’, terminará diciéndonos.
‘El que cree tiene vida eterna’, nos dice. Queremos creer en Jesús y queremos tener vida eterna. Queremos comer a Jesús para llenarnos de vida para siempre. Queremos mantener viva nuestra fe en Jesús para llenarnos de su vida, para sentirnos resucitados por El, Como ya nos ha dicho: ‘Todo el que ve al Hijo y cree en El, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día’. Llamados a la vida eterna, llamados a la resurrección, llamados a la vida en plenitud, pongamos toda nuestra fe en Jesús, crezcamos más y más en nuestra fe en Jesús para que así nos sintamos inundados por su amor y ese amor nos lleve a la plenitud.
Y todo esto lo vivimos en la Eucaristía. Aquí está ese milagro maravilloso que a algunos les costaba entender, les sigue costando entender. Cada día ante nuestros ojos se realiza el milagro de que podamos comer a Cristo, podamos comer su carne para llenarnos de vida. Algunas veces no terminamos de comprender, de vivir, de impregnarnos plenamente de este milagro de amor que nos ha dejado Jesús en la Eucaristía.
Tenemos el peligro de caer en rutinas, de acostumbrarnos tanto al misterio de la Eucaristía que ya no seamos capaces de admirarnos ante lo maravilloso que ante nosotros sucede. Por eso tenemos que detenernos muchas veces a reflexionar sobre lo que es la Eucaristía para tener la capacidad de asombro ante el misterio que ante nosotros se celebra y entonces en verdad podamos prorrumpir con todo sentido en ese cántico de alabanza y de acción de gracias al Señor que tiene que ser siempre la Eucaristía. Que se despierte nuestra fe, que se reavive nuestra fe.

miércoles, 17 de abril de 2013


No para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado

Hechos, 8, 1-8; Sal. 65; Jn. 6, 35-40
He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado…’ Es una constante en la vida de Jesús. ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’, como nos recuerda la carta a los Hebreos que fue el grito de Cristo al entrar en el mundo.
De una forma u otra lo escucharemos repetidas veces a lo largo del evangelio. ‘Mi alimento es hacer la voluntad del Padre’, le responde a los discípulos cuando estos le insisten en que coman allá junto al pozo de Jacob cuando el episodio de la samaritana. Y en el momento cumbre del inicio de su pasión en Getsemaní, aunque siente todo lo que significa su entrega hasta el final y lo duro que era el cáliz que había de beber, por encima estará siempre su obediencia al Padre. ‘Que pase de mi este cáliz, pedirá, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya’.
¿Por qué y para qué podríamos preguntarnos? El había venido para traer vida al mundo. La voluntad de Dios es manifestarnos su amor, por el que nos había entregado a su Hijo y en ese amor que se manifestaba en Jesús estaba la salvación del hombre, la salvación del mundo. ‘Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite el último día. Esta es la voluntad del Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en El tenga vida eterna y yo lo resucitaré en el último día’.
Y Cristo se nos da, no solo entregándose hasta la muerte de Cruz por nosotros, sino que además se hará alimento, será Pan de vida para que tengamos vida. Pero ¿qué es necesario por nuestra parte? Que pongamos toda nuestra fe en El. ‘El que cree en El tenga vida eterna… el que cree en El resucitará en el ultimo día’. Necesaria es nuestra fe. Creemos en Jesús dándole el sí de toda nuestra vida. Creemos en Jesús y queremos seguirle, y queremos vivir su vida, y queremos hacernos uno con El. Creer en Jesús es configurarnos con Cristo de manera que ya no vivimos nosotros sino que será Cristo quien viva en nosotros. Es Cristo quien vive en mí.
La misma obediencia que Cristo manifestó con El Padre para hacer siempre su voluntad, es la obediencia de la fe que nosotros hemos de vivir. Como Jesús hemos de decir ‘no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado’. Y esto ha de traducirse en muchas cosas en nuestra vida, en una vida nueva y distinta.
Creemos y aceptamos su Palabra de manera que ya para nosotros no hay otra palabra de salvación. Y creer no será solo palabras sino que será ya toda nuestra vida, porque será ya vivir esa salvación que Cristo nos ha ofrecido; será entrar en esa órbita, por así decirlo, de vida eterna. Ser cristiano no es como un adorno que nos pongamos como si fuera una vestidura que nos pongamos por fuera que nos podamos poner o quitar según nos convenga, sino ha de ser lo que se viva desde lo más hondo de sí mismo.
Por eso, para el cristiano, para el que ha puesto toda su fe en Cristo, ya su vida será distinta, un nuevo sentido y estilo de vivir, una nueva forma de vivir. Su manera de pensar, su manera de actuar, las motivaciones que tiene para su vida, sus sentimientos no serán sino los de Cristo. Por eso qué contradictorio cuando decimos que somos muy religiosos, que creemos mucho, pero luego nuestra vida dista mucho de lo que es el sentido del evangelio y ante las diferentes situaciones de la vida se toman posturas encontradas con el sentir de Cristo. Esa es la Buena Nueva de Salvación que Cristo nos ofrece para cada una de las situaciones de la vida. Esa es la resurrección más honda que Cristo realiza en nosotros para transformar totalmente nuestra vida.
Allí donde esté un cristiano se ha de estar siempre reflejando el evangelio, el sentir de Cristo, la vida de Cristo; un cristiano, en cualquiera que sea la situación de la vida, hará que su trabajo, su familia, su amor, su manera de vivir en la sociedad, su alegría o su manera de enfrentarse al dolor o a la muerte, siempre lo hará desde el sentido de Cristo. Un cristiano siempre estará confrontando su vida con el sentido del evangelio de Jesús para que sea en verdad siempre el sentido de su vivir.
Pero Jesús se quejaba de aquella gente ‘como os he dicho, habéis visto y no creéis’. ¿Creemos nosotros? ¿Queremos sentirnos en verdad transformados por esa nueva vida que Cristo nos ofrece? Para ser alimento de vida eterna El se  nos da en la Eucaristía.

martes, 16 de abril de 2013


Conocemos el don de Dios y queremos pedir el Pan de Vida

Hechos, 7, 51-59; Sal. 30; Jn. 6, 30-35
‘El que viene a mi no pasará hambre y el que cree en mí nunca pasará sed’, le hemos escuchado decir a Jesús. ¡Qué hermosas son las palabras de Jesús! ¡Qué sentido más hondo tienen para nuestra vida!
Un día allá junto al pozo de Sicar en Samaría una mujer le pedía a Jesús ‘dame de esa agua y no tendré más sed y no tendré que venir aquí para sacarla’ como reacción a las palabras de Jesús. ‘Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, sin duda que tú misma me pedirías a mí y yo te daría agua viva… porque el que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed…’
Ahora es la gente de Cafarnaún la que le pide a Jesús ‘danos siempre de ese pan’. Jesús les había hablado de ‘un pan que baja del cielo y da vida al mundo’. Pero no era como ellos pensaban aquel maná que habían recibido en su camino por el desierto rumbo a la tierra prometida del que decían que era un pan bajado del cielo. Recuerdan ellos ese episodio del peregrinar por el desierto ‘les dio a comer un pan del cielo’. Pero Jesús les asegura que ‘no fue Moisés quien os dio un pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da verdadero pan del cielo’.
El diálogo que había ido surgiendo entre las gentes de Cafarnaún y Jesús haciéndoles pensar en qué es lo importante que han de buscar en El viene a conducir a esta afirmación tan importante que Jesús nos hace. ‘Yo soy el pan de vida. El que viene a mi no pasará hambre y el que cree en mí nunca pasará sed’. Jesús nos está definiendo su ser y su misión; lo que El tiene que ser para nuestra vida y lo que nos ofrece que va mucho mas allá de un hambre o una sed física que El quiera saciarnos. Es algo mucho más hondo lo que Jesús nos ofrece.
Igual que en otro momento nos dirá que es la luz de nuestra vida o que es el Camino o que es la verdad, ahora nos dice que es el pan de vida y que comiéndole a El saciaremos plenamente nuestra vida. En El encontramos todo el sentido y el valor de nuestra vida; siguiéndole a El caminaremos siempre por caminos que nos lleven a plenitud; dejándonos iluminar por su vida, por su palabra nos vamos a encontrar con la plenitud mas honda para nuestra existencia, con lo que es la verdad, toda la verdad de nuestra vida.
Ojalá nosotros fuéramos capaces de hacerle la misma petición de aquella mujer de  Samaría o de estas gentes de Cafarnaún, ‘dame de esa agua’ que me lleve a la plenitud y yo nunca más busque saciarme en otras aguas que siempre me dejarán sediento; ‘Dame, Señor, de ese pan’ que me dará la vida para siempre y que ya nadie me podrá arrebatar. Nosotros podemos ya hacerlo con un sentido más hondo que aquellas gentes de los tiempos de Jesús porque ya hemos tenido oportunidad de comprender mejor las palabras de Jesús. No nos vamos a quedar en el agua que saquemos de un pozo, ni de un pan que amasemos con nuestras harinas y cozamos en nuestros hornos.
Nosotros sí conocemos el don de Dios y queremos hacerle esta petición con todo sentido. Que no nos tenga que decir a nosotros Jesús como ayer le escuchábamos que le decía a la gente que le buscaba en Cafarnaún después de la multiplicación de los panes en el desierto ‘me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros’.
Nosotros sí sabemos ya cuál es el verdadero pan del cielo que El quiere darnos, porque le queremos comer a El, porque queremos entender y vivir con toda hondura lo que es nuestra fe en Jesús, porque queremos en verdad alimentar nuestra vida de la Eucaristía no como un rito mágico que realicemos, sino como algo hondo y vivo porque sabemos que estamos comiendo a Cristo y comer a Cristo es seguirle y es vivirle, es escuchar su Palabra y hacerla vida en nosotros porque para siempre ya su Palabra lo va a ser todo para nuestra vida.
Comer este Pan de Vida que Cristo nos ofrece y que es El mismo es para nosotros ya el gran signo, la gran señal de que en verdad queremos vivir a Cristo; va a ser la gran señal de nuestra fe en Cristo - ‘este es el sacramento de nuestro fe’, decimos y aclamamos en cada eucaristía - porque para siempre estaremos poniéndonos en su camino, para siempre vamos a vivir con toda intensidad, con toda nuestra vida nuestra fe en El. Y cuando celebramos la Eucaristía, nos alimentamos del Pan de Vida que es Cristo con nosotros está toda la gracia, toda la vida divina que El quiere ofrecernos y que nosotros hacemos vida nuestra.

lunes, 15 de abril de 2013


Creyendo en Jesús descubramos los valores que nos llevan a una vida de plenitud

Hechos, 6, 8-15; Sal. 118; Jn. 6, 22-29
‘Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús’. El día anterior Jesús les había dado de comer pan en abundancia allá en el descampado. Cuando quisieron proclamarlo rey Jesús se había retirado él solo a la montaña. Los discípulos habían embarcado rumbo a la otra orilla. Ahora los que quedaron, al llegar unas lanchas de Tiberíades, se embarcaron también rumbo a Cafarnaún buscando a Jesús.
¿Por qué lo buscaban? ¿Por qué lo buscamos? También quizá nosotros tendríamos que preguntarnos. Podríamos suponer que lo buscamos, como lo buscaba aquella gente, por fe. Sin embargo, es lo que Jesús les plantea cuando al llegar a Cafarnaún se encuentran allí a Jesús. ‘Maestro, ¿cómo has venido aquí?’ Ellos habían visto que  no se había montado en la barca con el grupo de los apóstoles.
Jesús les dice: ‘Os aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros’. El signo había sido la multiplicación de los panes por lo que habían comido hasta saciarse, pero no veían más allá. Algunas veces no vemos más allá de lo primero que está delante de nuestros ojos, pero que quizá sucede porque quiere decirnos algo más. Hay que saber leer los signos. Encontrar su significado. Los milagros que Jesús realiza no es solo el milagro, en este caso de multiplicar los panes, o en otros casos de curar de una enfermedad, dar la vista o hacer caminar a un inválido. En todo eso hemos de saber leer lo que Jesús quiere decirnos, lo que realmente Jesús quiere darnos.
Por eso les dice ahora Jesús: ‘Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, el que os dará el Hijo del Hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios’. Quiere Jesús que busquemos otra vida que va más allá de esta vida terrena, aunque por supuesto no tenemos que descuidarla; Jesús cura al enfermo, alimenta al hambriento, hace hablar al mudo… es importante ese vida humana en todas sus características y funciones, que forman parte de una vida con dignidad.
Pero no nos quedamos ahí. Jesús quiere darnos algo más. Ahí esta el amor de Dios que es misericordioso y compasivo y atiende nuestras necesidades, pero hay algo más hondo en la vida del hombre que quizá no vemos o palpamos con nuestros sentidos materiales, pero que en verdad nos pueden llevar por caminos de mayor plenitud y grandeza.
Muchas veces en esas cosas que nos suceden, incluso en las situaciones duras o difíciles que podamos vivir podemos descubrir, tenemos que aprender a descubrir cosas buenas que nos pueden ayudar o que pueden enriquecer nuestra vida desde lo más hondo. Lo que nos sucede puede ser un signo que nos ayude a pensar y a tratar de descubrir valores más hondos. Siempre podemos aprender una lección.
Pienso en la situación concreta en que vive hoy nuestra sociedad con sus crisis de todo tipo, que provocan también muchas carencias y necesidades en muchas personas que realmente lo están pasando mal. Pero a pesar de todo eso uno puede percibir, aunque no siempre sean noticias que salgan en los titulares, que quizá se está suscitando un movimiento por ejemplo de solidaridad que está comenzando a brillar con su luz propia en medio de tantas oscuridades de nuestra sociedad. Cada vez se escucha más hablar de la generosidad de muchas personas que comparten su tiempo, sus cosas, sus bienes incluso para ayudar a estas personas que lo están pasando mal.
Va surgiendo un movimiento en nuestra sociedad que clama por mayor justicia y la búsqueda de un verdadero bienestar, aunque siempre haya quien se aproveche de estas cosas para crear inestabilidades y situaciones difíciles. Pero estos movimientos solidarios son cosas positivas, son valores que se van suscitando y que van floreciendo cada vez más. Y hemos de aprender la lección, descubrir también esas cosas positivas y buenas.
Desde nuestra fe hemos de saber hacer una lectura positiva de cuanto  nos sucede y ver lo que el Señor realmente nos va pidiendo. Cuando aquella gente le pregunta a Jesús ‘¿cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?’ Jesús les dirá que lo que Dios nos está pidiendo, ‘el trabajo que Dios quiere es que creamos en el que El ha enviado’; en una palabra, que pongamos toda nuestra fe en Jesús.
¿Qué buscamos en Jesús?, nos preguntábamos antes. Que encontremos la fe verdadera. Y es que creyendo en Jesús encontraremos ese sentido nuevo de nuestra vida que nos conducirá a una vida plena; creyendo en Jesús en El vamos a tener también la fuerza que necesitamos, la gracia divina, para emprender esa tarea de conducir nuestra vida a la plenitud; creyendo en Jesús vamos a tener esa luz para descubrir esos valores nuevos que hemos de vivir y hacer germinar en nuestra sociedad.

domingo, 14 de abril de 2013


Una nueva experiencia de Cristo resucitado para crecer en el amor

Hechos, 5, 27-32.40-41; Apoc. 5, 11-14; Jn. 21, 1-19
Una nueva experiencia de Cristo resucitado. Para los apóstoles y para nosotros que queremos seguir viviendo con intensidad la pascua. Cada experiencia pascual supone un aumento de fe, de amor, de esperanza. Así queremos vivirlo. Así queremos enriquecernos con la presencia del Señor. El evangelista dice que ‘fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos’. Las otras dos apariciones que nos narra Juan las escuchamos el pasado domingo.
Ahora están en Galilea. En la aparición a las mujeres que habían ido de mañana al sepulcro para embalsamar su cuerpo Jesús les había dicho: ‘Id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán’. Han vuelto los discípulos a donde habían comenzado sus encuentros con Jesús y donde un día lo habían dejado todo para seguirle. Cuántos recuerdos y cuántas experiencias. Pero ahora se han vuelto de nuevo a la pesca.
Aunque han experimentado ya su presencia y la alegría del encuentro con El en las apariciones en el Cenáculo, les pasaría como nos pasa a nosotros tantas veces que fácilmente nos desalentamos porque se nos enfría el espíritu. La experiencia de la muerte de Jesús había sido muy dura para ellos y aunque ya se les había aparecido ahora todo parecía distinto, porque físicamente no siempre estaba con ellos y tenían que aprender a descubrirlo y verlo de una manera nueva. Fácilmente el corazón se les llenaba de tinieblas y de noche y parecía que ahora las cosas no les salían.
‘Me voy a pescar’, dice Pedro. ‘Vamos también nosotros contigo’, dicen también los otros. Pero ‘aquella noche no cogieron nada’. Volvían los recuerdos y se revivían muchas cosas; a veces parecía que la tristeza se les metía en alma como si fueran tinieblas y se les cegaban los ojos y la mente y el corazón.
Cuántas veces nos pasa en nuestros caminos de fe; nos asaltan las dudas, nos parece imposible eso de creer, nos sentimos arrastrados a la vuelta a las cosas de antes que ya un día habiamos querido dejar, el mar de la vida nos zarandea de muchas maneras, pareciera que hay vientos contrarios que no nos dejan caminar, nos sentimos en ocasiones frustrados porque no siempre conseguimos lo que nos proponemos, perdemos la ilusión y se nos apaga la esperanza, nos parece que andamos solos, sentimos ausencias que quizá nos hacen daño en el alma.
Y ahora un extraño - no lo reconcen - desde la orilla encima pregunta si han cogido algo y tienen pescado. No habían cogido nada. Pero aquel que les parece extraño les dice que a la derecha de la barca hay peces, que echen allí la red. Quizá pensarían para sus adentros ¡qué sabrá ese si nosotros hemos estado aquí toda la noche dando vueltas! Pero aunque sus orgullos pudieran verse abatidos, sin embargo le hacen caso, se dejan guiar, y echan la red por donde se les dice. ‘No tenían fuerzas para sacarla por la multitud de peces’.
Pero alguien tiene una mirada distinta, o es que el amor que ha sentido cerca de su corazón le hace despertar, y ‘aquel a quien Jesús tanto quería le dice a Pedro: ¡Es el Señor!’ Bastó esa palabra para que Pedro reaccionara y quizá se diera cuenta de algo que estaba también sintiendo en su corazón pero hasta entonces no había aprendido a leerlo. ‘Se ató la túnica y se echó al agua’. Algo comenzaba a cambiar en ellos.
Cuando se dejaron guiar comenzaron a reconocer a Jesús. Hasta entonces había sido de noche pero ahora comenzaba a amanecer, no solo porque la claridad del día asomaba por el horizonte, sino porque sus corazones se estaban llenando de nuevo de luz. ¡Qué bello amanecer en la orilla del mar de Galilea!
Donde está Jesús empieza a brillar con fuerza la luz, huyen los miedos que antes nos agarrotaban el alma, se siente de nuevo la paz en el corazón, no se siente ya nunca frío ni soledad, se acaban para siempre las frustaciones y las cobardias, brota de nuevo el amor y la amistad, la vida se llena de ilusión y de esperanza, florece el invierno en una nueva primavera, no faltarán los peces y el pan que nos alimenten en el camino.
‘Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces’. Llegaron hasta Jesús y ya Jesús les tenía preparado el almuerzo. ‘Al saltar a tierra, ven unas brazas con un pescado puesto encima y pan’. Jesús queriendo siempre alimentar nuestra fe y nuestro amor.
Estaban aprendiendo a reconocer a Jesús; estaban aprendiendo a poner amor en el corazón par tener unos ojos claros para tener una nueva mirada y ver todo con un nuevo resplandor; estaban aprendiendo a dejarse guiar de verdad y sin poner condiciones ni obstáculos; estaban aprendiendo también a llevar la barca repleta de peces, la barca de la Iglesia que tendrían que conducir en el nombre de Jesús. No hacía falta ya preguntar quien era. ‘Ninguno de los discípulos se atrevia a preguntarle quien era, porque sabían bien que era el Señor’.
San Juan de la Cruz meditando el evangelio nos dejó una frase lapidaria que muchas veces nos ha ayudado a pensar: ‘al atardecer de la vida seremos examinados de amor’. Esta vez el examen fue por la mañana, pero siempre el Señor nos está preguntando por nuestro amor. Es un examen por el que tendríamos que pasar muchas veces por si acaso se nos debilite o se nos enfrie.
Es lo que ahora hace Jesús con Pedro y tres veces le preguntará por su amor. ‘Simon, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?’ La respuesta de Pedro está pronto como siempre estuvo pronto para responder a las preguntas del Señor. En otra ocasión será sobre su fe y hará una proclamación bien hermosa. En otro  momento será Pedro quien porfíe con Jesús prometiendo que le seguiría a donde quiera que fuese, aunque luego pronto llegara la negación. Ahora Jesús le pregunta por el amor no una sino hasta tres veces, de manera que Pedro ya no sabe cómo responderle y le dirá ‘Señor, tú conoces todo, tú sabes que te amo’.
Al preguntarle sobre el amor le está preguntando sobre Dios, que es Amor. Le pregunta sobre los hermanos que son su misma presencia. Le pregunta sobre la comunidad que es comunión de amor. Le pregunta por su amor porque le va a confiar una misión prometida. ‘Tú eres piedra y sobre esta piedra fundaré mi Iglesia’, le dijo un día tras la confesión de fe, y ahora tras la protesta del amor le va a confiar el cuidado de los hermanos. ‘Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas’, le dirá Jesús porque ha de mantenerse firme en esa fe y en ese amor para poder confirmar en esa fe y en ese amor a los hermanos en la misión que le confía.
¿Qué le responderemos nosotros al hacernos esa pregunta? Sí, Señor, tú sabes que te amo, porque eres mi Dios y mi Señor, porque eres mi Salvador; tú sabes que te amo y que te amo en mis hermanos, a todos quiero amar, a los pequeños y a los pobres, a los enfermos y a los marginados; te amo, Señor, pero que no se me cieguen los ojos para saberte descubrir porque vienes a mi en el pequeño y en el pobre, en el enfermo y en el que está solo, en el que me puede parecer repugnante o aquel que no me cae en gracia.
Señor, tú sabes que te amo, pero dame de tu amor, repártenos tu pan para que aprendamos a amar, para que aprendamos y tengamos fuerza para reconocerte en los hermanos, para que seamos capaces de amarte siempre y en todos con los que nos vamos cruzando en el camino. Señor, yo te amo, pero haz crecer cada vez más mi amor incendiándolo en el fuego de tu amor.