Comulgar a Cristo en la Eucaristía para entrar en una comunión total con El
Hechos, 9, 31-42; Sal. 115; Jn. 6, 61-70
‘Este modo de hablar
es duro, ¿quién puede hacerle caso?’ No
entendían las palabras de Jesús. Les había hablado del Pan que quien lo comiera
no volvería a tener más hambre y le habían pedido ‘danos siempre de ese pan’. Les había hablado del Pan bajado del
cielo y ellos solo pensaban en el maná que sus padres habían comido en el
desierto. Había terminado por decirles que El era el pan bajado del cielo ‘y el pan que yo les daré es mi carne, para
la vida del mundo’, y ya no habían podido aguantar más.
‘Desde entonces,
muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con El’, dice
el evangelista. Jesús había insistido, como escuchábamos ayer aunque no lo
comentamos por hacer referencia más a la conversión de san Pablo en el
encuentro con Jesús en el camino de Damasco, y les había dicho que su carne era
verdadera comida y su sangre verdadera bebida. ‘El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él… de modo
que el que me come vivirá por mí’. Esto ya se les hacía difícil de
entender.
Cuesta muchas veces entender, quizá porque ya tenemos
muchas ideas preconcebidas, y cuesta aceptar, sobre todo cuando eso implique
que tendrá que realizarse un cambio no solo en nuestra manera de pensar sino
también en lo que ha de ser nuestra manera de vivir. Esto nos sucede hoy también,
porque muchas veces andamos medio anquilosados en nuestras ideas, en lo que
quizá de siempre hemos pensado o hecho quizá dejándonos llevar por la rutina de
la vida; algunas veces somos un tanto inmovilistas en muchos aspectos.
En este camino de la fe, de seguimiento de Jesús, de
aceptación del evangelio hemos de saber tener apertura del corazón porque
siendo la fe vida ha de estar como en continuo crecimiento y siempre el
evangelio ha de ser nueva noticia, nueva vida - Buena Nueva le decimos - para
nosotros y una nueva vida que nos ha de
inquietar porque nos transforma, nos ha de hacer sentir una continua renovación
en nosotros.
Este mensaje de la Eucaristía que nos está dejando el
evangelio tendríamos que rumiarlo mucho en nuestro interior para saber captar
todo su hondo sentido. Es maravilloso lo que estamos escuchando decir a Jesús.
Nos está hablando de habitar en Dios y que Dios habite en nosotros. Esto es
algo grande. Si ya podríamos pensar lo maravilloso que sería que alguien
habitase en nuestra casa o nosotros lo hiciéramos en su casa, en este caso la
comunión eucarística es mucho más que eso. No es solo un habitar de forma
física, como alguien que venga de visita un momento, sino que es entrar en una
comunión espiritual tan profunda que es llenarnos de la vida de Dios, sentirnos
inmersos en Dios, inundados por Dios. Y todo eso sería algo que tendríamos que vivir
ya para siempre.
Algunas veces cuando comulgamos es como si recibiéramos
la visita de alguien al que le dedicamos unos minutos de atención, le hacemos
unas peticiones o le damos las gracias por sus dones y pronto parece que damos
por despachado todo el asunto. Hemos rezado nuestras oraciones y parece que ya
está todo. Comulgar es mucho más que todo eso. El sentirnos en comunión con
Dios es algo mucho más profundo que ha de prolongarse en nuestra vida no unos
minutos para siempre. Por eso después de cada comunión, por decirlo así, hemos
de sentirnos inundados por la santidad de Dios y ya para siempre tendríamos que
ser santos.
Quien coma a Cristo y deja que Cristo de verdad habite
en él y él habite también en Cristo ya su vida no podrá ser igual, ha de
sentirse verdaderamente transformado para vivir una vida nueva que no es otra
que vivir a Cristo. Será entonces unos nuevos valores, una nueva forma de
vivir, unas nuevas actitudes y sentimientos, una nueva forma de actuar en todas
las circunstancias y problemas de la vida los que ha de vivir ya para siempre.
Cuando comulgamos a Cristo en la Eucaristía, ¿de verdad estamos dispuestos a
vivir esa nueva comunión total con El?
Ya hemos escuchado que a aquellas gentes de Cafarnaún
esto se les hacía difícil y muchos se marcharon. Jesús pregunta a los
apóstoles, sus discípulos más cercanos, si ellos también quieren irse, a lo que
Pedro responderá como tantas veces hemos meditado, ‘Señor, ¿a quien vamos a acudir? Tú tienes Palabras de vida eterna;
nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios’. ¿Será
esa la respuesta viva que nosotros le demos al Señor?