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sábado, 20 de abril de 2013


Comulgar a Cristo en la Eucaristía para entrar en una comunión total con El

Hechos, 9, 31-42; Sal. 115; Jn. 6, 61-70
‘Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?’ No entendían las palabras de Jesús. Les había hablado del Pan que quien lo comiera no volvería a tener más hambre y le habían pedido ‘danos siempre de ese pan’. Les había hablado del Pan bajado del cielo y ellos solo pensaban en el maná que sus padres habían comido en el desierto. Había terminado por decirles que El era el pan bajado del cielo ‘y el pan que yo les daré es mi carne, para la vida del mundo’, y ya no habían podido aguantar más.
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con El’, dice el evangelista. Jesús había insistido, como escuchábamos ayer aunque no lo comentamos por hacer referencia más a la conversión de san Pablo en el encuentro con Jesús en el camino de Damasco, y les había dicho que su carne era verdadera comida y su sangre verdadera bebida. ‘El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él… de modo que el que me come vivirá por mí’. Esto ya se les hacía difícil de entender.
Cuesta muchas veces entender, quizá porque ya tenemos muchas ideas preconcebidas, y cuesta aceptar, sobre todo cuando eso implique que tendrá que realizarse un cambio no solo en nuestra manera de pensar sino también en lo que ha de ser nuestra manera de vivir. Esto nos sucede hoy también, porque muchas veces andamos medio anquilosados en nuestras ideas, en lo que quizá de siempre hemos pensado o hecho quizá dejándonos llevar por la rutina de la vida; algunas veces somos un tanto inmovilistas en muchos aspectos.
En este camino de la fe, de seguimiento de Jesús, de aceptación del evangelio hemos de saber tener apertura del corazón porque siendo la fe vida ha de estar como en continuo crecimiento y siempre el evangelio ha de ser nueva noticia, nueva vida - Buena Nueva le decimos - para nosotros  y una nueva vida que nos ha de inquietar porque nos transforma, nos ha de hacer sentir una continua renovación en nosotros.
Este mensaje de la Eucaristía que nos está dejando el evangelio tendríamos que rumiarlo mucho en nuestro interior para saber captar todo su hondo sentido. Es maravilloso lo que estamos escuchando decir a Jesús. Nos está hablando de habitar en Dios y que Dios habite en nosotros. Esto es algo grande. Si ya podríamos pensar lo maravilloso que sería que alguien habitase en nuestra casa o nosotros lo hiciéramos en su casa, en este caso la comunión eucarística es mucho más que eso. No es solo un habitar de forma física, como alguien que venga de visita un momento, sino que es entrar en una comunión espiritual tan profunda que es llenarnos de la vida de Dios, sentirnos inmersos en Dios, inundados por Dios. Y todo eso sería algo que tendríamos que vivir ya para siempre.
Algunas veces cuando comulgamos es como si recibiéramos la visita de alguien al que le dedicamos unos minutos de atención, le hacemos unas peticiones o le damos las gracias por sus dones y pronto parece que damos por despachado todo el asunto. Hemos rezado nuestras oraciones y parece que ya está todo. Comulgar es mucho más que todo eso. El sentirnos en comunión con Dios es algo mucho más profundo que ha de prolongarse en nuestra vida no unos minutos para siempre. Por eso después de cada comunión, por decirlo así, hemos de sentirnos inundados por la santidad de Dios y ya para siempre tendríamos que ser santos.
Quien coma a Cristo y deja que Cristo de verdad habite en él y él habite también en Cristo ya su vida no podrá ser igual, ha de sentirse verdaderamente transformado para vivir una vida nueva que no es otra que vivir a Cristo. Será entonces unos nuevos valores, una nueva forma de vivir, unas nuevas actitudes y sentimientos, una nueva forma de actuar en todas las circunstancias y problemas de la vida los que ha de vivir ya para siempre. Cuando comulgamos a Cristo en la Eucaristía, ¿de verdad estamos dispuestos a vivir esa nueva comunión total con El?
Ya hemos escuchado que a aquellas gentes de Cafarnaún esto se les hacía difícil y muchos se marcharon. Jesús pregunta a los apóstoles, sus discípulos más cercanos, si ellos también quieren irse, a lo que Pedro responderá como tantas veces hemos meditado, ‘Señor, ¿a quien vamos a acudir? Tú tienes Palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios’. ¿Será esa la respuesta viva que nosotros le demos al Señor? 

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