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miércoles, 17 de abril de 2013


No para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado

Hechos, 8, 1-8; Sal. 65; Jn. 6, 35-40
He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado…’ Es una constante en la vida de Jesús. ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’, como nos recuerda la carta a los Hebreos que fue el grito de Cristo al entrar en el mundo.
De una forma u otra lo escucharemos repetidas veces a lo largo del evangelio. ‘Mi alimento es hacer la voluntad del Padre’, le responde a los discípulos cuando estos le insisten en que coman allá junto al pozo de Jacob cuando el episodio de la samaritana. Y en el momento cumbre del inicio de su pasión en Getsemaní, aunque siente todo lo que significa su entrega hasta el final y lo duro que era el cáliz que había de beber, por encima estará siempre su obediencia al Padre. ‘Que pase de mi este cáliz, pedirá, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya’.
¿Por qué y para qué podríamos preguntarnos? El había venido para traer vida al mundo. La voluntad de Dios es manifestarnos su amor, por el que nos había entregado a su Hijo y en ese amor que se manifestaba en Jesús estaba la salvación del hombre, la salvación del mundo. ‘Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite el último día. Esta es la voluntad del Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en El tenga vida eterna y yo lo resucitaré en el último día’.
Y Cristo se nos da, no solo entregándose hasta la muerte de Cruz por nosotros, sino que además se hará alimento, será Pan de vida para que tengamos vida. Pero ¿qué es necesario por nuestra parte? Que pongamos toda nuestra fe en El. ‘El que cree en El tenga vida eterna… el que cree en El resucitará en el ultimo día’. Necesaria es nuestra fe. Creemos en Jesús dándole el sí de toda nuestra vida. Creemos en Jesús y queremos seguirle, y queremos vivir su vida, y queremos hacernos uno con El. Creer en Jesús es configurarnos con Cristo de manera que ya no vivimos nosotros sino que será Cristo quien viva en nosotros. Es Cristo quien vive en mí.
La misma obediencia que Cristo manifestó con El Padre para hacer siempre su voluntad, es la obediencia de la fe que nosotros hemos de vivir. Como Jesús hemos de decir ‘no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado’. Y esto ha de traducirse en muchas cosas en nuestra vida, en una vida nueva y distinta.
Creemos y aceptamos su Palabra de manera que ya para nosotros no hay otra palabra de salvación. Y creer no será solo palabras sino que será ya toda nuestra vida, porque será ya vivir esa salvación que Cristo nos ha ofrecido; será entrar en esa órbita, por así decirlo, de vida eterna. Ser cristiano no es como un adorno que nos pongamos como si fuera una vestidura que nos pongamos por fuera que nos podamos poner o quitar según nos convenga, sino ha de ser lo que se viva desde lo más hondo de sí mismo.
Por eso, para el cristiano, para el que ha puesto toda su fe en Cristo, ya su vida será distinta, un nuevo sentido y estilo de vivir, una nueva forma de vivir. Su manera de pensar, su manera de actuar, las motivaciones que tiene para su vida, sus sentimientos no serán sino los de Cristo. Por eso qué contradictorio cuando decimos que somos muy religiosos, que creemos mucho, pero luego nuestra vida dista mucho de lo que es el sentido del evangelio y ante las diferentes situaciones de la vida se toman posturas encontradas con el sentir de Cristo. Esa es la Buena Nueva de Salvación que Cristo nos ofrece para cada una de las situaciones de la vida. Esa es la resurrección más honda que Cristo realiza en nosotros para transformar totalmente nuestra vida.
Allí donde esté un cristiano se ha de estar siempre reflejando el evangelio, el sentir de Cristo, la vida de Cristo; un cristiano, en cualquiera que sea la situación de la vida, hará que su trabajo, su familia, su amor, su manera de vivir en la sociedad, su alegría o su manera de enfrentarse al dolor o a la muerte, siempre lo hará desde el sentido de Cristo. Un cristiano siempre estará confrontando su vida con el sentido del evangelio de Jesús para que sea en verdad siempre el sentido de su vivir.
Pero Jesús se quejaba de aquella gente ‘como os he dicho, habéis visto y no creéis’. ¿Creemos nosotros? ¿Queremos sentirnos en verdad transformados por esa nueva vida que Cristo nos ofrece? Para ser alimento de vida eterna El se  nos da en la Eucaristía.

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