La Buena Nueva de Jesús que nos llena, a los que somos pecadores, de gracia y de vida
1Samuel, 9, 1-4.17-1 10, 1;
Sal. 20;
Mc. 2, 13-17
‘Jesús salió de nuevo
a la orilla del lago, la gente acudía a El y les enseñaba’. Me vais a permitir que os diga que
yo quisiera situarme en la piel de esa gente de Cafarnaún que acuden a Jesús
cuando sale de nuevo a la orilla del lago a enseñarles.
¿Por qué digo eso?
Creo que necesitamos rescatar esa capacidad de asombro de aquellas
gentes cuando observaban o escuchaban a Jesús. Quizá nosotros nos hayamos
acostumbrado a las palabras y a los hechos de Jesús y no nos producen mayor
asombro o mayor admiración y sorpresa en lo que hace o en lo que dice. Pero
aquellas gentes se sentían sorprendidas por lo que iba haciendo Jesús, por sus
actos y actitudes, por las palabras que iba diciendo y la invitación que les
iba haciendo. En verdad era una Buena Nueva, una Noticia buena, novedosa, la
que iban escuchando.
Fijémonos en lo que hemos ido escuchando y contemplando
en el primer capítulo del evangelio de Marcos; apenas iniciamos hoy el segundo
capítulo. Un anuncio a un cambio de vida, a una transformación total con una
invitación a seguirle de forma radical como hicieron aquellos primeros
discípulos que lo dejaron todo por seguirle.
Unas señales, unos signos que acompañan su predicación
y anuncio del Reino de Dios; signos, milagros en la expulsión de los demonios o
en la curación de muchos enfermos e impedidos, pero que conducen a unas
actitudes nuevas, a una nueva forma de actuar también, porque los leprosos se
atreven a acercarse a El incluso en medio de las gentes, y El les toca
directamente con su mano; pero no se queda ahí en lo que hace Jesús porque se
presentará con la potestad de perdonar pecados, aunque algunos no lo entiendan
o incluso le llamen blasfemo.
Hoy escuchamos que no solo escoge como uno de sus
discípulos a quien es marginado de la sociedad y tenido poco menos que como
proscrito – llama e invita a seguirle a Leví, el publicano que allí en su
garita está cobrando los impuestos -, sino que se rodeará por quienes son
considerados como unos indeseables o pecadores.
Algo nuevo está sucediendo; algo nuevo nos está
presentando Jesús; de manera nueva nos presenta el mensaje de Dios y de la
salvación que nos ofrece. Esto causará perplejidad en algunos, sorpresa en
muchos, alegría y esperanza en la mayoría. Es lo que tendría que ir surgiendo
también en nuestro interior. Es el Reino nuevo que llega, que está cerca, que
se está instaurando en el corazón de los hombres con la presencia de Jesús.
Pidámosle al Señor que se nos abra el corazón, que se
nos despierte ese corazón adormecido que llevamos en nosotros y que nos impide
conocer de verdad a Jesús. Que sintamos la inquietud por conocer a Jesús, por
seguirle, por estar con El. En el evangelio de estos días seguiremos escuchando
el relato de esos primeros encuentros con Jesús de los primeros discípulos.
Así tenemos que buscarle, desear estar con El,
conocerle más. Así tiene que despertarse nuestra fe para que se avive al mismo
tiempo la esperanza. Con Jesús viene un mundo nuevo que hemos de desear con
todo el ímpetu de nuestro corazón. En Jesús hemos de poner todo nuestro amor,
porque queremos seguirle, porque queremos llenarnos de su vida, porque queremos
también amar con su mismo amor.
Nos sentimos también pecadores, pero al mismo tiempo
sentimos el gozo de sabernos invitados por Jesús a sentarnos en su misma mesa,
como hoy vemos en el evangelio que se sienta con aquellos publicanos y
pecadores.
No juzguemos ni critiquemos como hacen algunos por ese
sentarse Jesús con todos a la misma mesa. Y es que también nosotros somos
pecadores, no podemos tirar la primera piedra porque caería sobre nosotros
mismos, pero tenemos la dicha de que el Señor nos invite a su mesa, sea El quien
nos lave no solo los pies sino el alma porque nos purifica con su gracia y nos
alimenta con su misma Carne. Qué dicha poder sentarnos a la mesa de la
Eucaristía. En el encuentro vivo con el Señor nos sentiremos purificados porque
nos sentiremos amados y así llenos de gracia.