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sábado, 14 de enero de 2012


La Buena Nueva de Jesús que nos llena, a los que somos pecadores, de gracia y de vida

1Samuel, 9, 1-4.17-1 10, 1;
 Sal. 20;
 Mc. 2, 13-17
‘Jesús salió de nuevo a la orilla del lago, la gente acudía a El y les enseñaba’. Me vais a permitir que os diga que yo quisiera situarme en la piel de esa gente de Cafarnaún que acuden a Jesús cuando sale de nuevo a la orilla del lago a enseñarles.
¿Por qué digo eso?  Creo que necesitamos rescatar esa capacidad de asombro de aquellas gentes cuando observaban o escuchaban a Jesús. Quizá nosotros nos hayamos acostumbrado a las palabras y a los hechos de Jesús y no nos producen mayor asombro o mayor admiración y sorpresa en lo que hace o en lo que dice. Pero aquellas gentes se sentían sorprendidas por lo que iba haciendo Jesús, por sus actos y actitudes, por las palabras que iba diciendo y la invitación que les iba haciendo. En verdad era una Buena Nueva, una Noticia buena, novedosa, la que iban escuchando.
Fijémonos en lo que hemos ido escuchando y contemplando en el primer capítulo del evangelio de Marcos; apenas iniciamos hoy el segundo capítulo. Un anuncio a un cambio de vida, a una transformación total con una invitación a seguirle de forma radical como hicieron aquellos primeros discípulos que lo dejaron todo por seguirle.
Unas señales, unos signos que acompañan su predicación y anuncio del Reino de Dios; signos, milagros en la expulsión de los demonios o en la curación de muchos enfermos e impedidos, pero que conducen a unas actitudes nuevas, a una nueva forma de actuar también, porque los leprosos se atreven a acercarse a El incluso en medio de las gentes, y El les toca directamente con su mano; pero no se queda ahí en lo que hace Jesús porque se presentará con la potestad de perdonar pecados, aunque algunos no lo entiendan o incluso le llamen blasfemo.
Hoy escuchamos que no solo escoge como uno de sus discípulos a quien es marginado de la sociedad y tenido poco menos que como proscrito – llama e invita a seguirle a Leví, el publicano que allí en su garita está cobrando los impuestos -, sino que se rodeará por quienes son considerados como unos indeseables o pecadores.
Algo nuevo está sucediendo; algo nuevo nos está presentando Jesús; de manera nueva nos presenta el mensaje de Dios y de la salvación que nos ofrece. Esto causará perplejidad en algunos, sorpresa en muchos, alegría y esperanza en la mayoría. Es lo que tendría que ir surgiendo también en nuestro interior. Es el Reino nuevo que llega, que está cerca, que se está instaurando en el corazón de los hombres con la presencia de Jesús.
Pidámosle al Señor que se nos abra el corazón, que se nos despierte ese corazón adormecido que llevamos en nosotros y que nos impide conocer de verdad a Jesús. Que sintamos la inquietud por conocer a Jesús, por seguirle, por estar con El. En el evangelio de estos días seguiremos escuchando el relato de esos primeros encuentros con Jesús de los primeros discípulos.
Así tenemos que buscarle, desear estar con El, conocerle más. Así tiene que despertarse nuestra fe para que se avive al mismo tiempo la esperanza. Con Jesús viene un mundo nuevo que hemos de desear con todo el ímpetu de nuestro corazón. En Jesús hemos de poner todo nuestro amor, porque queremos seguirle, porque queremos llenarnos de su vida, porque queremos también amar con su mismo amor.
Nos sentimos también pecadores, pero al mismo tiempo sentimos el gozo de sabernos invitados por Jesús a sentarnos en su misma mesa, como hoy vemos en el evangelio que se sienta con aquellos publicanos y pecadores.
No juzguemos ni critiquemos como hacen algunos por ese sentarse Jesús con todos a la misma mesa. Y es que también nosotros somos pecadores, no podemos tirar la primera piedra porque caería sobre nosotros mismos, pero tenemos la dicha de que el Señor nos invite a su mesa, sea El quien nos lave no solo los pies sino el alma porque nos purifica con su gracia y nos alimenta con su misma Carne. Qué dicha poder sentarnos a la mesa de la Eucaristía. En el encuentro vivo con el Señor nos sentiremos purificados porque nos sentiremos amados y así llenos de gracia.

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