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miércoles, 11 de enero de 2012


El sentido y la fuerza para las obras de Jesús

1Samuel, 3, 1-10.19-20;
 Sal. 39;
 Mc.1, 29-39
Este texto del evangelio está todo lleno de señales que nos manifiestan claramente el sentido de los signos que Jesús realizaba y de cuál era su misión. Acude mucha gente a Jesús, le traen sus enfermos y poseídos de espíritus malos, todos quieren estar cerca de Jesús y que no se vaya a otras partes. Pero todos aquellos milagros que Jesús realiza quieren manifestarnos su misión y El ha de llegar a todas partes además llevando la Buena Noticia a otros lugares y a otras gentes.
Se manifiesta el poder del Señor porque Jesús es el Hijo de Dios que ha venido a traernos vida y los signos que realiza eso nos están enseñando. Pero no son los milagros, las cosas extraordinarias lo que Jesús ha de realizar. Está el anuncio del Reino de Dios al que hay que convertirse, como El nos va diciendo desde los primeros momentos, y los corazones tienen que transformarse para hacer un hombre nuevo y un mundo nuevo. Es obra de Dios en nosotros y es tarea que iremos realizando desde la fortaleza recibida en nuestra unión con Dios.
El texto comienza con la curación de la suegra de Pedro cuando salen de la sinagoga aquel sábado y al correrse la  noticia, será en la caída de la tarde, al acabarse el descanso sabático cuando vendrán todos con sus diversos enfermos para que Jesús los cure. ‘Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios’, nos dice el evangelista.
Pero a continuación nos dice algo hermoso que es un buen ejemplo para el actuar de nuestra vida. ‘Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar’. Es la unión con el Padre. El venía a hacer la voluntad del Padre. Entre El y el Padre había la unión profunda del misterio de Dios.
Y así nos lo manifiesta el evangelio. Nos dirá en otros momentos que su alimento es hacer la voluntad del Padre. Al Padre le vemos dar gracias en diversas ocasiones cuando realiza los milagros. Y el que se haga la voluntad del Padre estará siempre por encima de todo en su vida y aunque la pasión sea dolorosa El estará dispuesto a beber el cáliz si esa es la voluntad del Padre. En sus manos de Padre se pone y se confía en el momento supremo de la cruz. ‘A tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu’.
Digo que esto es un hermoso mensaje para el actuar de nuestra vida. Sin nuestra unión con el Señor nada podemos hacer. Nos entusiasmamos con el seguimiento de Jesús, queremos hacer muchas cosas buenas, nos sentimos con deseos interior de mejorar nuestra vida y de hacer muchas cosas para mejorar nuestro entorno. Pero esto  no es cuestión de nuestras capacidades o posibilidades por lo que seamos capaces de hacer. Es cuestión de Dios, de contar con el Señor.
Es necesaria la fuente de la oración. Y si nos falla esa fuente nos vamos a quedar sedientos y exhaustos, no tendremos la fuerza de la gracia para realizar la buena labor que en nuestras buenas intenciones queremos hacer. Ya nos dirá Jesús en otro momento que el sarmiento tiene que estar unido a la vid, porque de lo contrario se seca y no dará fruto. Es lo que contemplamos hacer a Jesús hoy en el evangelio. Y desde ahí podrá partir para otros lugares donde es necesario también anunciar el evangelio.

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