El sentido y la fuerza para las
obras de Jesús
1Samuel, 3, 1-10.19-20;
Sal. 39;
Mc.1, 29-39
Este texto
del evangelio está todo lleno de señales que nos manifiestan claramente el
sentido de los signos que Jesús realizaba y de cuál era su misión. Acude mucha
gente a Jesús, le traen sus enfermos y poseídos de espíritus malos, todos
quieren estar cerca de Jesús y que no se vaya a otras partes. Pero todos
aquellos milagros que Jesús realiza quieren manifestarnos su misión y El ha de
llegar a todas partes además llevando la Buena Noticia a otros lugares y a
otras gentes.
Se
manifiesta el poder del Señor porque Jesús es el Hijo de Dios que ha venido a
traernos vida y los signos que realiza eso nos están enseñando. Pero no son los
milagros, las cosas extraordinarias lo que Jesús ha de realizar. Está el
anuncio del Reino de Dios al que hay que convertirse, como El nos va diciendo
desde los primeros momentos, y los corazones tienen que transformarse para
hacer un hombre nuevo y un mundo nuevo. Es obra de Dios en nosotros y es tarea
que iremos realizando desde la fortaleza recibida en nuestra unión con Dios.
El texto
comienza con la curación de la suegra de Pedro cuando salen de la sinagoga
aquel sábado y al correrse la noticia,
será en la caída de la tarde, al acabarse el descanso sabático cuando vendrán
todos con sus diversos enfermos para que Jesús los cure. ‘Curó a muchos
enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios’, nos dice el evangelista.
Pero a
continuación nos dice algo hermoso que es un buen ejemplo para el actuar de
nuestra vida. ‘Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso
a orar’. Es la unión con el Padre. El venía a hacer la voluntad del Padre.
Entre El y el Padre había la unión profunda del misterio de Dios.
Y así nos
lo manifiesta el evangelio. Nos dirá en otros momentos que su alimento es hacer
la voluntad del Padre. Al Padre le vemos dar gracias en diversas ocasiones
cuando realiza los milagros. Y el que se haga la voluntad del Padre estará
siempre por encima de todo en su vida y aunque la pasión sea dolorosa El estará
dispuesto a beber el cáliz si esa es la voluntad del Padre. En sus manos de
Padre se pone y se confía en el momento supremo de la cruz. ‘A tus manos,
Padre, encomiendo mi espíritu’.
Digo que
esto es un hermoso mensaje para el actuar de nuestra vida. Sin nuestra unión
con el Señor nada podemos hacer. Nos entusiasmamos con el seguimiento de Jesús,
queremos hacer muchas cosas buenas, nos sentimos con deseos interior de mejorar
nuestra vida y de hacer muchas cosas para mejorar nuestro entorno. Pero
esto no es cuestión de nuestras
capacidades o posibilidades por lo que seamos capaces de hacer. Es cuestión de
Dios, de contar con el Señor.
Es
necesaria la fuente de la oración. Y si nos falla esa fuente nos vamos a quedar
sedientos y exhaustos, no tendremos la fuerza de la gracia para realizar la
buena labor que en nuestras buenas intenciones queremos hacer. Ya nos dirá
Jesús en otro momento que el sarmiento tiene que estar unido a la vid, porque
de lo contrario se seca y no dará fruto. Es lo que contemplamos hacer a Jesús
hoy en el evangelio. Y desde ahí podrá partir para otros lugares donde es
necesario también anunciar el evangelio.
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