Con Santiago aprendemos a tener sueños grandes en el corazón mirando con mirada nueva y joven ese mundo que espera una Buena Noticia de Salvación
Hechos
4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2; Sal
66; 2Corintios 4,7-15; Mateo
20, 20-28
Todos necesitamos tener sueños en el corazón. Pueden
ser en verdad un síntoma de la vida que llevamos en nosotros y donde cada día
queremos algo mejor. Es la inquietud por cosas grandes tanto en nuestra propia
vida como también para el mundo en el que vivimos. Ambicionamos cosas buenas,
aunque bien sabemos que no nos podemos quedar solo en lo material. Tenemos
idealismo en el corazón y eso significa un joven y lleno de esperanzas.
Me surgen estos pensamientos pensando en el apóstol
Santiago a quien hoy celebramos. Tenía un corazón joven, lleno de ideales y
siempre en búsqueda de metas mejores, más altas, aunque como todos alguna vez
pudiera encontrarse confuso en lo que realmente quería.
Hoy hemos escuchado que Jesús le pregunta si será capaz
de beber el mismo cáliz que Jesús ha de beber. Y su respuesta está pronta: ‘Podemos’. Es la respuesta del corazón
inquieto y en búsqueda constante sin miedos que le acobarden, aunque Jesús le
irá diciendo, como diría más tarde Pablo, ‘ambicionad
los carismas mejores, las cosas mejores’. Por eso ahora les ayudará a
comprender lo que iba a significar aquel paso que no era para buscar honores ni
grandezas a la manera de los honores y grandezas de este mundo.
Un día Jesús había pasado por su lado y lo había
invitado a ser pescador de hombres y Santiago lo había dejado todo, barca,
redes, trabajo, familia para irse con Jesús. Es que aquel lago se le hacía ya
corto. Siempre he pensado que cuando Jesús va escogiendo a sus discípulos no lo
hace al azar, sino que Jesús se había ido fijando en aquellos corazones jóvenes
e inquietos para quienes su mundo de todos los días se le hacía pequeño.
En el trato diario con el Señor irían comprendiendo de
verdad por donde habían de orientar sus caminos. Les iría purificando sus
intenciones y deseos para que caminaran en la humildad del corazón pero con la
grandeza de la entrega y del servicio desinteresado. Un día, como hoy hemos
escuchado, será la madre la que pida para sus hijos esas grandezas del poder
humano, pero a ellos Jesús les había hecho comprender que en el servicio
humilde haciéndose los últimos estaba la mayor grandeza.
En otra ocasión Santiago y Juan habían querido hacer
bajar fuego del cielo sobre aquellos que no les querían recibir, pero Jesús se
los había llevado a otra parte para que aquellos hijos del trueno como les
llamara Jesús comprendieron que el fuego habían de hacerlo arder de otra manera
en el amor.
Le haría vislumbrar en el Tabor lo que era la gloria de
Dios que resplandecía en Jesús a quien habían de seguir y escuchar
incondicionalmente olvidándose incluso de sí mismo y sería testigo también por
la vida y la resurrección que Jesús venia a traer a este mundo desterrando toda
muerte y todo mal pero comprendiendo que el camino de la resurrección había de
pasar por la pasión y por la muerte, como vislumbrarían allá en lo hondo de
Getsemaní.
La inquietud de su corazón joven no se apagaría nunca
hasta que diera su vida en el martirio, pero antes habría de llegar hasta los
confines de la tierra para anunciar el evangelio, como Jesús los había enviado,
hasta nuestras tierras hispanas. Sería el primero de los apóstoles que diera su
vida por Jesús y por su evangelio.
Es el recorrido de un corazón inquieto, de un corazón
que soñaba con cosas grandes, pero que al contacto con Jesús descubriría las
verdaderas grandezas desde el servicio y la entrega por los demás. Es un
recorrido que nosotros también tenemos que aprender a hacer, dejándonos
conducir por el Espíritu que también pone fuego en nuestro corazón para
llenarlo de sueños, de ambiciones buenas, de generosidad y disponibilidad, para
hacer un camino de servicio al evangelio y a la proclamación del Reino de Dios.
En muchas cosas nos podemos parecer a ese itinerario
que hizo Santiago junto a Jesús desde que un día dejara las redes y las barcas
allá en el mar de Galilea. Ilusión, inquietud, sueño de cosas nuevas y grandes
también podemos tener nosotros en nuestro corazón. Pero hemos de aprender a
desprendernos de nuestras barcas, de esas cosas que nos atan y nos impiden
volar en la búsqueda de cosas grandes. Cuantas son las barcas y las redes que
nos enredan en la vida impidiéndonos soñar con cosas grandes. Tenemos que
aprender a desprendernos de ellas. Y es que tenemos que aprender a dejarnos
conducir por el Espíritu del Señor que es el que ha sembrado esos fuegos en
nuestro corazón.
Ojalá sepamos hacer un camino como el de Santiago,
interiorizando de verdad dentro de nosotros mismos para despertar esos sueños
pero para arrancarnos también de esas redes. Un camino como el de Santiago que
es una búsqueda de Dios, como Santiago supo hacer junto a Jesús. Un camino como
el de Santiago que no encierra en unos límites estrechos sino que se abre a
horizontes más lejanos para aprender a mirar con una mirada nueva cuanto hay a
nuestro alrededor. Un camino como el de Santiago que nos conduzca a ese mundo a
veces tan cercano pero a veces tan lejano en muchos aspectos al que tenemos que
anunciar también los misterios de Dios, que son misterios de amor y de
salvación.