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sábado, 25 de julio de 2015

Con Santiago aprendemos a tener sueños grandes en el corazón mirando con mirada nueva y joven ese mundo que espera una Buena Noticia de Salvación


Con Santiago aprendemos a tener sueños grandes en el corazón mirando con mirada nueva y joven ese mundo que espera una Buena Noticia de Salvación

Hechos 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2; Sal 66; 2Corintios 4,7-15; Mateo 20, 20-28
Todos necesitamos tener sueños en el corazón. Pueden ser en verdad un síntoma de la vida que llevamos en nosotros y donde cada día queremos algo mejor. Es la inquietud por cosas grandes tanto en nuestra propia vida como también para el mundo en el que vivimos. Ambicionamos cosas buenas, aunque bien sabemos que no nos podemos quedar solo en lo material. Tenemos idealismo en el corazón y eso significa un joven y lleno de esperanzas.
Me surgen estos pensamientos pensando en el apóstol Santiago a quien hoy celebramos. Tenía un corazón joven, lleno de ideales y siempre en búsqueda de metas mejores, más altas, aunque como todos alguna vez pudiera encontrarse confuso en lo que realmente quería.
Hoy hemos escuchado que Jesús le pregunta si será capaz de beber el mismo cáliz que Jesús ha de beber. Y su respuesta está pronta: ‘Podemos’. Es la respuesta del corazón inquieto y en búsqueda constante sin miedos que le acobarden, aunque Jesús le irá diciendo, como diría más tarde Pablo, ‘ambicionad los carismas mejores, las cosas mejores’. Por eso ahora les ayudará a comprender lo que iba a significar aquel paso que no era para buscar honores ni grandezas a la manera de los honores y grandezas de este mundo.
Un día Jesús había pasado por su lado y lo había invitado a ser pescador de hombres y Santiago lo había dejado todo, barca, redes, trabajo, familia para irse con Jesús. Es que aquel lago se le hacía ya corto. Siempre he pensado que cuando Jesús va escogiendo a sus discípulos no lo hace al azar, sino que Jesús se había ido fijando en aquellos corazones jóvenes e inquietos para quienes su mundo de todos los días se le hacía pequeño.
En el trato diario con el Señor irían comprendiendo de verdad por donde habían de orientar sus caminos. Les iría purificando sus intenciones y deseos para que caminaran en la humildad del corazón pero con la grandeza de la entrega y del servicio desinteresado. Un día, como hoy hemos escuchado, será la madre la que pida para sus hijos esas grandezas del poder humano, pero a ellos Jesús les había hecho comprender que en el servicio humilde haciéndose los últimos estaba la mayor grandeza.
En otra ocasión Santiago y Juan habían querido hacer bajar fuego del cielo sobre aquellos que no les querían recibir, pero Jesús se los había llevado a otra parte para que aquellos hijos del trueno como les llamara Jesús comprendieron que el fuego habían de hacerlo arder de otra manera en el amor.
Le haría vislumbrar en el Tabor lo que era la gloria de Dios que resplandecía en Jesús a quien habían de seguir y escuchar incondicionalmente olvidándose incluso de sí mismo y sería testigo también por la vida y la resurrección que Jesús venia a traer a este mundo desterrando toda muerte y todo mal pero comprendiendo que el camino de la resurrección había de pasar por la pasión y por la muerte, como vislumbrarían allá en lo hondo de Getsemaní.
La inquietud de su corazón joven no se apagaría nunca hasta que diera su vida en el martirio, pero antes habría de llegar hasta los confines de la tierra para anunciar el evangelio, como Jesús los había enviado, hasta nuestras tierras hispanas. Sería el primero de los apóstoles que diera su vida por Jesús y por su evangelio.
Es el recorrido de un corazón inquieto, de un corazón que soñaba con cosas grandes, pero que al contacto con Jesús descubriría las verdaderas grandezas desde el servicio y la entrega por los demás. Es un recorrido que nosotros también tenemos que aprender a hacer, dejándonos conducir por el Espíritu que también pone fuego en nuestro corazón para llenarlo de sueños, de ambiciones buenas, de generosidad y disponibilidad, para hacer un camino de servicio al evangelio y a la proclamación del Reino de Dios.
En muchas cosas nos podemos parecer a ese itinerario que hizo Santiago junto a Jesús desde que un día dejara las redes y las barcas allá en el mar de Galilea. Ilusión, inquietud, sueño de cosas nuevas y grandes también podemos tener nosotros en nuestro corazón. Pero hemos de aprender a desprendernos de nuestras barcas, de esas cosas que nos atan y nos impiden volar en la búsqueda de cosas grandes. Cuantas son las barcas y las redes que nos enredan en la vida impidiéndonos soñar con cosas grandes. Tenemos que aprender a desprendernos de ellas. Y es que tenemos que aprender a dejarnos conducir por el Espíritu del Señor que es el que ha sembrado esos fuegos en nuestro corazón.
Ojalá sepamos hacer un camino como el de Santiago, interiorizando de verdad dentro de nosotros mismos para despertar esos sueños pero para arrancarnos también de esas redes. Un camino como el de Santiago que es una búsqueda de Dios, como Santiago supo hacer junto a Jesús. Un camino como el de Santiago que no encierra en unos límites estrechos sino que se abre a horizontes más lejanos para aprender a mirar con una mirada nueva cuanto hay a nuestro alrededor. Un camino como el de Santiago que nos conduzca a ese mundo a veces tan cercano pero a veces tan lejano en muchos aspectos al que tenemos que anunciar también los misterios de Dios, que son misterios de amor y de salvación.

viernes, 24 de julio de 2015

Algo más que buena voluntad para crecer como personas y para llegar a vivir todo el compromiso de nuestra fe

Algo más que buena voluntad para crecer como personas y para llegar a vivir todo el compromiso de nuestra fe

Éxodo 20,1-17; Sal 18; Mateo 13,18-23
La buena voluntad no siempre es suficiente. Es cierto que respetamos y valoramos la buena voluntad que ponen en su vida las otras personas, porque siempre hemos de respetar lo bueno, por más mínimo que sea, que tienen los demás. Pero cuando se trata de nuestra vida personal hemos de ser exigentes que nosotros mismos; no nos podemos contentar con la buena voluntad, porque eso nos exige el mínimo esfuerzo.
La persona que quiere crecer en la vida, quiere desarrollar al máximo sus valores y cualidades, quiere darle profundidad a lo que hace y vivir en total dignidad no se puede contentar en si mismo con la buena voluntad. Tiene que aspirar a más y en consecuencia ha de poner todo su esfuerzo por crecer, por no quedarnos en la mediocridad, siempre buscando lo más grande, lo más alto, lo más intenso y profundo para su vida. Por eso decimos que no siempre la buena voluntad es suficiente.
Eso en todos los aspectos de su vida, en lo humano, en lo espiritual, en su compromiso cristiano, en la búsqueda de Dios, en el querer darle un sentido profundo a su ser. No nos podemos quedar en mediocridades. Es lo que nos va enseñando el evangelio en cada una de sus páginas. Cuántas veces escuchamos a Jesús pedirnos que demos fruto en sus parábolas, en sus enseñanzas. Es la medida del amor cristiano que no se queda solo en cosas elementales sino al que cada día hemos de darle mayor profundidad y amplitud.
Es, podríamos decir, una de las enseñanzas de la parábola del sembrador que tantas veces hemos escuchado en el evangelio. Cuando Jesús se la explica a los discípulos al llegar a casa ante sus preguntas - es el texto que hoy escuchamos, aunque en días anteriores que se hubiera proclamado la parábola en sí no la pudimos escuchar por otras fiestas que tenían sus lecturas propias - les habla de quienes no entendieron la Palabra que se les proclamaba, de los que eran inconstantes y de los que simplemente se dejaban arrastrar en la vida por los afanes de cada día sin poner mayor esfuerzo.
Entender significa que hemos de tener las cosas claras; entender en nuestro caso de cristianos que queremos vivir el compromiso de nuestra fe, es tener claros los objetivos, lo que hemos de hacer, el sentido de la vida que hemos de vivir y que hemos de trasmitir a los demás. Nos pudiera pasar muchas veces porque vivimos a lo de la fe del carbonero, sin mayores preocupaciones de formarnos debidamente en nuestra fe, sin comprender bien el compromiso de vida al que nos lleva nuestra fe, sin tener claro cuales son los valores que nos enseña el evangelio.
Y está luego la perseverancia, el permanecer fieles en nuestro camino, en nuestro compromiso, sin cansarnos, sin volver la vista atrás, sin dejarnos seducir por otros señuelos. Muchas son las cosas que nos rodean que nos pueden llamar la atención y distraer de la meta de nuestro camino; muchas pueden ser las cosas que nos confundan y nos hagan caer en frialdades y rutinas; muchas pueden ser las cosas que nos tienten en esos afanes de la vida, en esas apetencias o ambiciones que se nos pueden meter en el alma, en esos orgullos y vanidades que nos pueden seducir.
La parábola nos pide que seamos tierra buena y bien cultivada. Y cultivar la tierra es cuidarla, es abonarla, es quitar abrojos y malas hierbas, es humedecerla debidamente para que la semilla pueda germinar y la planta prosperar hasta llegar a dar fruto. Bien sabemos todo lo que eso significa en nuestro quehacer cristiano contando con la gracia del Señor, con su Palabra, con los sacramentos, con el alimento y la luz de nuestra oración de cada día.
Es mucho más que buena voluntad. Pero no para exigirles a los otros, sino para exigirnos a nosotros mismos.

jueves, 23 de julio de 2015

El verdadero sentido de la fe lleva a la mayor ganancia y plenitud para el hombre engrandeciendo su dignidad

El verdadero sentido de la fe lleva a la mayor ganancia y plenitud para el hombre engrandeciendo su dignidad

Gálatas 2, 19-20; Sal 33; Juan 15, 1-8
Cuando no se ha captado el sentido profundo que tiene nuestra fe y cómo la fe no anula a la persona sino, todo lo contrario, la engrandece, nos encontraremos con los que nos van a decir que la fe a ellos no les sirve para nada, porque lo que hace es coartarle su libertad o la dignidad de su persona. Es un grave error en el que fácilmente se cae desde un desconocimiento de lo que es el verdadero sentido de la fe que no solo nos viene a ayudar a descubrir y vivir todo el misterio de Dios, sino también, podríamos decirlo así, todo el misterio del hombre.
La fe no nos anula. La fe nos ayuda a encontrar la verdadera plenitud del hombre, el sentido más profundo de nuestra vida. Hablamos fácilmente de libertad y queremos quitar toda norma porque decimos que eso coarta nuestra libertad; pero en nombre de esa libertad ¿no nos sucederá que muchas veces más bien nos dejamos llevar por nuestros caprichos o simplemente nuestros deseos y pasiones más terrenas?
‘Vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí’, decía san Pablo. ¿Significa eso que estoy anulando mi vida? Todo lo contrario, en Cristo encuentro toda la plenitud para mi existencia, la mayor grandeza. Vivir a Cristo es vivir en la mayor libertad, es vivir en el amor, es aprender a encontrar mi verdadera grandeza dándome como Cristo se dio y se entregó.
          Mientras me estaba haciendo esta reflexión me llegó el siguiente mensaje que transcribo porque realmente es hermoso y abunda en lo que estamos ahora reflexionando: ¿QUÉ GANO O PIERDO REZANDO? Gano en paz, pierdo violencia. Gano generosidad, pierdo tacañería. Gano en compañía, pierdo soledad. Gano valor, pierdo cobardía. Gano cielo, pierdo tierra. Gano ilusión, pierdo tristeza. Gano fe, pierdo incredulidad. Gano esperanza, pierdo apatía. Gano hermandad, pierdo egoísmo. Gano humildad, pierdo vanidad. Gano sinceridad, pierdo mentira. Gano transparencia, pierdo suciedad. Gano autenticidad, pierdo falsedad. Gano a Dios, pierdo al demonio. No es cuestión de saber lo que gano rezando sino lo mucho y malo  que pierdo rezando. Ese lugar, el más tranquilo, es Dios. Ese lugar, el más seguro, es Cristo. Ese lugar, el más indicado, es el Espíritu. Ese lugar, el más garantizado, es la fe’. (P. Javier Leoz)
Con mi fe todo es ganancia, plenitud. Eso me ha de hacer estar unido más y más a Cristo, como nos enseña en el evangelio. ‘Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada’, le hemos escuchado decir. Y cuando nos habla de sarmientos que han de dar fruto, nos habla también de la poda para dar mejor fruto, de la purificación que hemos de ir haciendo en nuestra vida para poder vivir más unidos a El y alcanzar mayor plenitud.

miércoles, 22 de julio de 2015

A pesar de nuestras angustias, soledades, tristezas, agobios… sepamos hacer silencio en el corazón para escuchar la voz de Jesús que nos llama por nuestro nombre

A pesar de nuestras angustias, soledades, tristezas, agobios… sepamos hacer silencio en el corazón para escuchar la voz de Jesús que nos llama por nuestro nombre

Éxodo 16, 1-5. 9-15; Sal 77; Juan 20,1.11-18
En muchas ocasiones las lágrimas de nuestros ojos nos impiden ver más allá de nuestras angustias y desesperanzas. En el dolor y el sufrimiento tenemos el peligro y tentación de encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros problemas y lo vemos todo oscuro y las lágrimas del amargor de nuestro corazón nos imposibilitan el ver el resquicio de luz que pudiera aparecer por cualquier rincón.
Será el dolor por la muerte de un ser querido, un problema que nos ha aparecido en la vida y que nos parece insoluble, serán las cicatrices de las heridas que hayamos podido recibir de los demás, la ausencia quizá de los seres que amamos nos llena aún más de soledad y más aún cuando esas ausencias se convierten en desaires que hieren nuestro corazón, será entonces la desesperanza que se nos mete por dentro, y todo eso nos encierra y no alcanzamos a ver la salida que tenemos ahí delante de los ojos muy cerca de nosotros.
Es difícil permanecer serenos en medio de las dificultades y problemas, mantener el equilibrio de nuestra vida para no dejarnos caer en cualquier parte, pero en las mismas dificultades tendríamos que ir aprendiendo para madurar de verdad y así fortalecernos para todas esas cosas que nos pueden aparecer en nuestra vida y afectar profundamente a nuestro equilibrio interior. Pero no siempre terminamos de aprender desde lo mismo que hemos vivido y las situaciones se nos repiten en muchas ocasiones y seguimos quizás tropezando en la misma piedra de la desesperanza y la amargura.
Esta descripción de situaciones en las que nos encontramos en ocasiones encuentra su luz en el evangelio que hoy hemos escuchado y en la santa de la que hacemos memoria en este día, María Magdalena.
La mujer que un día, aun envuelta su vida turbia en sus muchos pecados supo acudir con sus lagrimas hasta Jesús para sentirse amada y purificada mostrando así su mucho amor a pesar de sus muchos pecados. Sin embargo hubo otro momento lleno de soledades y angustias tras la muerte de Jesús en el Calvario y ante la tumba vacía sin encontrar el cuerpo muerto de Jesús. Sin embargo Jesús vivo y resucitado estaba ante ella pero sus ojos llenos de lágrimas y de tristezas le impedían ver la realidad. Solo la Palabra de Jesús llamándola por su nombre la despertó del letargo de su desesperanza para encontrar la luz porque se encontró con aquel a quien tanto amaba que le devolvía la vida y la esperanza.
Hay una cosa que tenemos que aprender. A pesar de nuestras angustias, soledades, tristezas, agobios… sepamos hacer silencio en el corazón para sentir la voz de Jesús que nos llama por nuestro nombre. En esa llamada por nuestro nombre nos está diciendo que El nos ama y veremos la luz, encontraremos la vida, renacerá de nuevo en nosotros la esperanza, se nos acabarán nuestras soledades, se sanarán todas nuestras heridas, nos sentiremos esos hombres nuevos que Cristo quiere hacer en nosotros.
Solo escuchemos su voz que nos llama por nuestro nombre y nuestra vida comenzará a ser distinta.

martes, 21 de julio de 2015

Cumplir la voluntad de Dios, creer en su nombre, convertir nuestra vida a la Buena Nueva del Reino nos llena de la vida de Dios

Cumplir la voluntad de Dios, creer en su nombre, convertir nuestra vida a la Buena Nueva del Reino nos llena de la vida de Dios

Éxodo 24,21-15,1; Sal.: Ex 15,8-9.10.12.17; Mateo 12,46-50
Con Jesús no valen los tráficos de influencias ni los nepotismos. Qué distinto a lo que estamos acostumbrados o a lo que estamos tentados en la vida. No es que no tengamos en cuenta la familia; de ninguna manera. Eso no lo podemos decir nosotros los cristianos que tenemos que defender a ultranza el valor de la familia a la que consideramos como cédula fundamental de nuestra sociedad. Ahí nacimos y a su calor crecemos y maduramos, aprendemos lo que es realmente la vida y nos vamos llenando de valores desde lo que la familia nos trasmite. El amor familiar, el calor del amor de la familia es un hermoso caldo de cultivo para el crecimiento de nuestra vida.
Pero es otra cosa a lo que nos referimos cuando hablamos de los nepotismos o de los tráficos de influencias. ‘Es que yo soy pariente de…’ podemos escuchar con cierta frecuencia, queriendo valernos de unos lazos familiares, algunas veces bien lejanos, para nuestro medrar en la vida. Cuantas veces en las relaciones sociales y laborales se trata de utilizar estos resortes para conseguir un puesto o simplemente para darnos importancia en la vida más allá o por encima de las cualidades o capacidades que tengamos por nosotros mismos. Están también los que van colocando desde su poder social a sus allegados en lugares importantes de los que luego nos podremos valer con cierta manipulación para conseguir nuestros intereses o nuestras ganancias ya sea en lo económico o en el estatus social o incluso político.
Decíamos que con Jesús no valen esas cosas. Recordamos como aquella madre quiso hacer valer su parentesco con la familia de Jesús para lograr que sus hijos ocuparan primeros puestos en el Reino tal como ella se lo imaginaba. Y Jesús en aquel momento habló de cáliz, de pasión, de entrega hasta la muerte incluso.
Ahora vienen a decirle a Jesús que su madre y sus parientes han venido a verle. ‘Uno se lo avisó: Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo’. A lo que Jesús replicará: ‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre’.
¿Es un rechazo de Jesús a su familia? De ninguna manera lo podemos ver así. Jesús está descubriéndonos un nuevo sentido de ser su familia, la nueva relación que con El se ha de establecer. Aquellos que buscan a Dios con sincero corazón queriendo en todo hacer su voluntad son los que van a entrar a formar parte de esa nueva familia de los hijos de Dios. No es por la carne o la sangre, ni por ningún lazo de ese tipo humano por donde entramos a formar parte de su familia. Recordemos aquello que nos decía el principio del evangelio de Juan. ‘A cuantos le recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios. Estos son los que no nacen por vía de la generación humana, ni porque el hombre los desee, sino que nacen de Dios’.
Es lo que nos está diciendo hoy Jesús. ‘El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre’. Cumplir la voluntad de Dios, recibir a Jesús y su luz que ilumina nuestra vida, creer en su nombre, convertir nuestra vida a esa Buena Nueva del Reino de Dios nos hace hijos de Dios, nos llena de la vida de Dios. Como nos dirá en otro lugar no es solo decir ‘¡Señor, Señor!’ sino hacer la voluntad del Padre que está en el cielo. María merecerá la alabanza, porque ella plantó la voluntad de Dios en su vida. ‘Hágase en mí según tu palabra’, que le dijo al ángel. ‘Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen’, dirá Jesús en clara alabanza a su madre como a todos los que cumplen la voluntad de Dios en sus vidas.

lunes, 20 de julio de 2015

No pidamos signos nuevos para creer sino reconozcamos las maravillas que el Señor continuamente hace en nuestra vida

No pidamos signos nuevos para creer sino reconozcamos las maravillas que el Señor continuamente hace en nuestra vida

Éxodo 14,5-18; Sal.: Ex 15,1-2.3-4.5-6; Mateo 12,38-42
‘Maestro, queremos ver un signo tuyo’. Se habían acercado a Jesús unos escribas y fariseos. Siempre con sus dudas, con sus reticencias, con sus preguntas incongruentes y capciosas, con su búsqueda de pruebas pero sin querer ver lo que tenían claro delante de los ojos.
Cuando nos encontramos con estas actitudes de los escribas y fariseos tenemos la tentación de hacernos nuestros propios juicios condenatorios en nuestro interior contra ellos. Nos preguntamos cómo es posible que fueran tan ciegos que no vieran claramente lo que Jesús les estaba manifestando. Pero creo que eso no puede ser nuestra actitud; no somos nadie para juzgar ni para condenar; si además seguimos las enseñanzas de Jesús precisamente eso es lo que El nos enseña.
Creo que más bien tendríamos que mirarnos a nosotros mismos que no terminamos de dar el paso hacia adelante, que no terminamos de creer aunque queramos decir otra cosa; también nosotros seguimos con nuestras dudas; también nosotros andamos pidiendo milagros; bueno, no los llamaremos milagros pero cuantas intervenciones milagrosas o extraordinarias le estamos pidiendo a Dios continuamente, para que tengamos suerte, para que no nos suceda tal cosa, para que se resuelva aquel problema, para que nos saquemos la lotería… Sí, hasta esas cosas le pedimos al Señor prometiéndonos que si así nos sucede haremos no sé cuantas cosas. Muchas veces nuestra religiosidad se nos queda en un toma y daca, pedimos y hacemos promesas, si nos haces tal cosa luego nosotros haremos no sé cuantas más.
Por otra parte si nuestra fe fuera en verdad firme en el Señor daríamos pasos adelante en mejorar nuestra vida, en vivir esas actitudes nuevas, esos nuevos valores que nos enseña el Evangelio. Pero seguimos arrastrándonos en nuestras viejas costumbres, sin terminar de arrancarnos de aquellas pasiones que nos dominan y terminan convirtiéndose en vicios de nuestra vida. Tendríamos que adelantar en la virtud; tendríamos que resplandecer más en santidad; nuestro amor tendría que ser cada día más entregado; nuestra relación con el Señor en nuestra oración, en la escucha de su Palabra y en la vida sacramental tendría que ser cada día más intensa.
Pero seguimos en la vida como arrastrándonos y no resplandeciendo en nuestra santidad como tendríamos que resplandecer. Y nosotros sí tenemos la certeza de la presencia del Señor en nosotros, en nuestra vida. Cuántas cosas hemos recibido continuamente del Señor; de cuántas  maneras se ha manifestado su amor en nuestra vida. Tendríamos que recordar las maravillas que el Señor continuamente hace en nosotros y saberle dar gracias. Cantar como María que el Señor ha hecho maravillas en nosotros.

domingo, 19 de julio de 2015

Necesitamos irnos a un lugar tranquilo y apartado para descansar en el encuentro con los demás pero para enriquecernos también humana y espiritualmente

Necesitamos irnos a un lugar tranquilo y apartado para descansar en el encuentro con los demás pero para enriquecernos también humana y espiritualmente

Jeremías 23, 1-6; Sal. 22; Efesios 2, 13-18; Marcos 6, 30-34
No es raro escuchar en estos días de verano ‘necesito unas vacaciones, necesito desconectar unos días de todo, no pensar en nada, olvidarme del trabajo y de todas las cosas’. Es cierto que vivimos en un mundo muy ajetreado, bien cuando asumimos nuestras responsabilidades a tope y queremos rendir al máximo en lo que es nuestro trabajo y obligaciones, bien por esa vida loca de carreras en la que vivimos absorbidos por muchas cosas que nos llaman la atención o el interés, bien porque lo sentimos y palpamos en el ambiente que nos rodea buscamos y deseamos tenemos unos días tranquilos donde vivamos ajenos a todas esas prisas o a todas esas responsabilidades. Por supuesto, me sitúo en el hemisferio norte donde ahora es época de verano y en el que habitualmente se toman las vacaciones en estos días agobiantes por otra parte por el calor.
Pero, ¿en qué ha de consistir el descanso o las vacaciones? ¿en quedarnos sin hacer nada, simplemente dejando pasar el tiempo? ¿dedicarnos solamente a la diversión y el pasarlo bien? ¿encontrar momentos para la familia, para vivir el encuentro más personal con aquellas personas a las que apreciamos? Muchas preguntas nos podríamos hacer sobre lo que han de ser unas vacaciones o como las entendemos.
Es cierto que necesitamos desconectar en el sentido de no llevar el mismo ritmo en el trabajo o en la vida; pero también necesitamos tiempo para nosotros mismos, para leer, para reflexionar, para echar una mirada a la vida, para revisar objetivos o trazarnos metas. Muchas son las cosas a las que podríamos dedicar nuestro tiempo para que no fuera solamente un tiempo ocioso donde no hiciéramos nada.
He arrancado haciéndome esta reflexión porque en lo que escuchamos en este domingo en el evangelio parece que Jesús también quiere llevar a sus discípulos a que desconecten de todo, ‘a un lugar tranquilo y apartado’, que dice el evangelio. Además añade que ‘eran tantos los que iban y venían que no tenían tiempo ni para comer’. Jesús se quiere llevar a los discípulos de vacaciones precisamente ahora que han vuelto de realizar aquella misión que les había confiado. ‘Los Apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado…’
‘Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado’, dice el evangelista. Jesús quería estar a solas con ellos; unos momentos para un encuentro más intenso y más personal; un momento en que Jesús se les manifestaría más íntimamente como era para que lo fueran conociendo; un momento para especiales instrucciones y enseñanzas como muchas veces hacia mientras iban de camino, o como cuando estaban en casa a solas. No podemos pensar que fuera un tiempo para la ociosidad, para el no hacer nada. Además el corazón de Cristo no se lo permitía.
Y es que cuando llegaron allí se encontraron que la gente se les había adelantado por tierra y ya había muchos esperándolos. ‘Vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor’. Y allí estaba el corazón del pastor, del Buen Pastor. No podía despedirlos de cualquier manera; no podía desentenderse de ellos; no podía decir que habían ido allí para desconectar de todo.
Creo que esto nos puede hacer pensar mucho. Nos puede hacer pensar al hilo de aquellas preguntas que nos hacíamos de cuál ha de ser el sentido del descanso o de unas vacaciones. Un tiempo para el ocio pero no un tiempo ocioso. El descanso lo necesitamos, pero el descanso no se puede quedar en no hacer nada. El descanso donde quizá bajamos el ritmo en lo que son nuestras ocupaciones habituales puede servirnos para muchas cosas que nos enriquezcan humana y espiritualmente. Hablábamos antes de leer, de reflexionar, de revisar, de encontrarnos con nosotros mismos, de encontrarnos más a fondo con los demás para cultivar bien nuestras amistades; hablamos y debemos de hablar de ese enriquecimiento espiritual que tendríamos que saber encontrar.
Podemos pensar en todo lo que se refiere a nuestras responsabilidades familiares y laborales, pero pensamos también en quienes quizá viven un mayor compromiso con los demás, con la sociedad en la que viven, con su propia comunidad cristiana. Quienes viven un compromiso así, que arranca y que se fortalece con nuestra fe, seguro que no podrán cerrar los ojos, olvidarse de aquellos por quienes trabajan o de lo que quieren hacer para que nuestro mundo sea mejor.
Y ahí en nuestro tiempo libre, en nuestro tiempo de descanso sabremos mirar a nuestro alrededor, conscientes de los problemas de tantos que nos rodean y que quizá no puedan ni tener unas vacaciones, porque quizás lo que no tienen es un trabajo, y conscientes también de ese compromiso que tenemos por los demás que nos obligará a prepararnos más y mejor para poder luego desarrollarlo o desempañarlo adecuadamente.
Cuando se fueron a aquel sitio tranquilo y apartado Jesús no se quedó con los brazos cruzados, ni tampoco los discípulos pudieron hacerlo. Allí seguía estando también el clamor de los pobres, de los que nada tenían o de los que estaban llenos de sufrimientos. Y allí estaba el corazón del Buen Pastor. Dice el evangelista que ‘se puso a enseñarles con calma’ y como otras veces curaría a todos de sus diversos males.
¿Qué vamos a hacer nosotros en este tiempo que quizá podemos dedicar al descanso? ¿Será también un tiempo para un encuentro más intenso con el Señor en nuestra oración o le damos también vacaciones a nuestra vida espiritual?