No pidamos signos nuevos para creer sino reconozcamos las maravillas que el Señor continuamente hace en nuestra vida
Éxodo
14,5-18; Sal.: Ex
15,1-2.3-4.5-6; Mateo
12,38-42
‘Maestro, queremos ver
un signo tuyo’. Se
habían acercado a Jesús unos escribas y fariseos. Siempre con sus dudas, con
sus reticencias, con sus preguntas incongruentes y capciosas, con su búsqueda
de pruebas pero sin querer ver lo que tenían claro delante de los ojos.
Cuando nos encontramos con estas actitudes de los
escribas y fariseos tenemos la tentación de hacernos nuestros propios juicios
condenatorios en nuestro interior contra ellos. Nos preguntamos cómo es posible
que fueran tan ciegos que no vieran claramente lo que Jesús les estaba
manifestando. Pero creo que eso no puede ser nuestra actitud; no somos nadie
para juzgar ni para condenar; si además seguimos las enseñanzas de Jesús
precisamente eso es lo que El nos enseña.
Creo que más bien tendríamos que mirarnos a nosotros
mismos que no terminamos de dar el paso hacia adelante, que no terminamos de
creer aunque queramos decir otra cosa; también nosotros seguimos con nuestras
dudas; también nosotros andamos pidiendo milagros; bueno, no los llamaremos
milagros pero cuantas intervenciones milagrosas o extraordinarias le estamos
pidiendo a Dios continuamente, para que tengamos suerte, para que no nos suceda
tal cosa, para que se resuelva aquel problema, para que nos saquemos la
lotería… Sí, hasta esas cosas le pedimos al Señor prometiéndonos que si así nos
sucede haremos no sé cuantas cosas. Muchas veces nuestra religiosidad se nos
queda en un toma y daca, pedimos y hacemos promesas, si nos haces tal cosa
luego nosotros haremos no sé cuantas más.
Por otra parte si nuestra fe fuera en verdad firme en
el Señor daríamos pasos adelante en mejorar nuestra vida, en vivir esas
actitudes nuevas, esos nuevos valores que nos enseña el Evangelio. Pero
seguimos arrastrándonos en nuestras viejas costumbres, sin terminar de
arrancarnos de aquellas pasiones que nos dominan y terminan convirtiéndose en vicios
de nuestra vida. Tendríamos que adelantar en la virtud; tendríamos que
resplandecer más en santidad; nuestro amor tendría que ser cada día más
entregado; nuestra relación con el Señor en nuestra oración, en la escucha de
su Palabra y en la vida sacramental tendría que ser cada día más intensa.
Pero seguimos en la vida como arrastrándonos y no
resplandeciendo en nuestra santidad como tendríamos que resplandecer. Y
nosotros sí tenemos la certeza de la presencia del Señor en nosotros, en
nuestra vida. Cuántas cosas hemos recibido continuamente del Señor; de
cuántas maneras se ha manifestado su
amor en nuestra vida. Tendríamos que recordar las maravillas que el Señor
continuamente hace en nosotros y saberle dar gracias. Cantar como María que el
Señor ha hecho maravillas en nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario