Cumplir la voluntad de Dios, creer en su nombre, convertir nuestra vida a la Buena Nueva del Reino nos llena de la vida de Dios
Éxodo
24,21-15,1; Sal.: Ex
15,8-9.10.12.17; Mateo
12,46-50
Con Jesús no valen los tráficos de influencias ni los
nepotismos. Qué distinto a lo que estamos acostumbrados o a lo que estamos
tentados en la vida. No es que no tengamos en cuenta la familia; de ninguna
manera. Eso no lo podemos decir nosotros los cristianos que tenemos que
defender a ultranza el valor de la familia a la que consideramos como cédula
fundamental de nuestra sociedad. Ahí nacimos y a su calor crecemos y maduramos,
aprendemos lo que es realmente la vida y nos vamos llenando de valores desde lo
que la familia nos trasmite. El amor familiar, el calor del amor de la familia
es un hermoso caldo de cultivo para el crecimiento de nuestra vida.
Pero es otra cosa a lo que nos referimos cuando
hablamos de los nepotismos o de los tráficos de influencias. ‘Es que yo soy pariente de…’ podemos escuchar con cierta
frecuencia, queriendo valernos de unos lazos familiares, algunas veces bien
lejanos, para nuestro medrar en la vida. Cuantas veces en las relaciones
sociales y laborales se trata de utilizar estos resortes para conseguir un
puesto o simplemente para darnos importancia en la vida más allá o por encima
de las cualidades o capacidades que tengamos por nosotros mismos. Están también
los que van colocando desde su poder social a sus allegados en lugares
importantes de los que luego nos podremos valer con cierta manipulación para
conseguir nuestros intereses o nuestras ganancias ya sea en lo económico o en
el estatus social o incluso político.
Decíamos que con Jesús no valen esas cosas. Recordamos
como aquella madre quiso hacer valer su parentesco con la familia de Jesús para
lograr que sus hijos ocuparan primeros puestos en el Reino tal como ella se lo
imaginaba. Y Jesús en aquel momento habló de cáliz, de pasión, de entrega hasta
la muerte incluso.
Ahora vienen a decirle a Jesús que su madre y sus
parientes han venido a verle. ‘Uno se lo
avisó: Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo’.
A lo que Jesús replicará: ‘¿Quién es mi
madre y quiénes son mis hermanos? Y, señalando con la mano a los discípulos,
dijo: Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre
del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre’.
¿Es un rechazo de Jesús a su familia? De ninguna manera
lo podemos ver así. Jesús está descubriéndonos un nuevo sentido de ser su
familia, la nueva relación que con El se ha de establecer. Aquellos que buscan
a Dios con sincero corazón queriendo en todo hacer su voluntad son los que van
a entrar a formar parte de esa nueva familia de los hijos de Dios. No es por la
carne o la sangre, ni por ningún lazo de ese tipo humano por donde entramos a
formar parte de su familia. Recordemos aquello que nos decía el principio del
evangelio de Juan. ‘A cuantos le
recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser
hijos de Dios. Estos son los que no nacen por vía de la generación humana, ni
porque el hombre los desee, sino que nacen de Dios’.
Es lo que nos está diciendo hoy Jesús. ‘El que cumple la voluntad de mi Padre del
cielo, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre’. Cumplir la voluntad de
Dios, recibir a Jesús y su luz que ilumina nuestra vida, creer en su nombre,
convertir nuestra vida a esa Buena Nueva del Reino de Dios nos hace hijos de
Dios, nos llena de la vida de Dios. Como nos dirá en otro lugar no es solo
decir ‘¡Señor, Señor!’ sino hacer la
voluntad del Padre que está en el cielo. María merecerá la alabanza, porque
ella plantó la voluntad de Dios en su vida. ‘Hágase
en mí según tu palabra’, que le dijo al ángel. ‘Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen’, dirá
Jesús en clara alabanza a su madre como a todos los que cumplen la voluntad de
Dios en sus vidas.
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