Algo más que buena voluntad para crecer como personas y para llegar a vivir todo el compromiso de nuestra fe
Éxodo
20,1-17; Sal
18; Mateo
13,18-23
La buena voluntad no siempre es suficiente. Es cierto
que respetamos y valoramos la buena voluntad que ponen en su vida las otras
personas, porque siempre hemos de respetar lo bueno, por más mínimo que sea,
que tienen los demás. Pero cuando se trata de nuestra vida personal hemos de
ser exigentes que nosotros mismos; no nos podemos contentar con la buena
voluntad, porque eso nos exige el mínimo esfuerzo.
La persona que quiere crecer en la vida, quiere
desarrollar al máximo sus valores y cualidades, quiere darle profundidad a lo
que hace y vivir en total dignidad no se puede contentar en si mismo con la
buena voluntad. Tiene que aspirar a más y en consecuencia ha de poner todo su
esfuerzo por crecer, por no quedarnos en la mediocridad, siempre buscando lo
más grande, lo más alto, lo más intenso y profundo para su vida. Por eso
decimos que no siempre la buena voluntad es suficiente.
Eso en todos los aspectos de su vida, en lo humano, en
lo espiritual, en su compromiso cristiano, en la búsqueda de Dios, en el querer
darle un sentido profundo a su ser. No nos podemos quedar en mediocridades. Es
lo que nos va enseñando el evangelio en cada una de sus páginas. Cuántas veces
escuchamos a Jesús pedirnos que demos fruto en sus parábolas, en sus
enseñanzas. Es la medida del amor cristiano que no se queda solo en cosas
elementales sino al que cada día hemos de darle mayor profundidad y amplitud.
Es, podríamos decir, una de las enseñanzas de la
parábola del sembrador que tantas veces hemos escuchado en el evangelio. Cuando
Jesús se la explica a los discípulos al llegar a casa ante sus preguntas - es
el texto que hoy escuchamos, aunque en días anteriores que se hubiera
proclamado la parábola en sí no la pudimos escuchar por otras fiestas que
tenían sus lecturas propias - les habla de quienes no entendieron la Palabra
que se les proclamaba, de los que eran inconstantes y de los que simplemente se
dejaban arrastrar en la vida por los afanes de cada día sin poner mayor
esfuerzo.
Entender significa que hemos de tener las cosas claras;
entender en nuestro caso de cristianos que queremos vivir el compromiso de
nuestra fe, es tener claros los objetivos, lo que hemos de hacer, el sentido de
la vida que hemos de vivir y que hemos de trasmitir a los demás. Nos pudiera
pasar muchas veces porque vivimos a lo de la fe del carbonero, sin mayores
preocupaciones de formarnos debidamente en nuestra fe, sin comprender bien el
compromiso de vida al que nos lleva nuestra fe, sin tener claro cuales son los
valores que nos enseña el evangelio.
Y está luego la perseverancia, el permanecer fieles en
nuestro camino, en nuestro compromiso, sin cansarnos, sin volver la vista
atrás, sin dejarnos seducir por otros señuelos. Muchas son las cosas que nos
rodean que nos pueden llamar la atención y distraer de la meta de nuestro
camino; muchas pueden ser las cosas que nos confundan y nos hagan caer en
frialdades y rutinas; muchas pueden ser las cosas que nos tienten en esos
afanes de la vida, en esas apetencias o ambiciones que se nos pueden meter en
el alma, en esos orgullos y vanidades que nos pueden seducir.
La parábola nos pide que seamos tierra buena y bien cultivada.
Y cultivar la tierra es cuidarla, es abonarla, es quitar abrojos y malas
hierbas, es humedecerla debidamente para que la semilla pueda germinar y la
planta prosperar hasta llegar a dar fruto. Bien sabemos todo lo que eso
significa en nuestro quehacer cristiano contando con la gracia del Señor, con
su Palabra, con los sacramentos, con el alimento y la luz de nuestra oración de
cada día.
Es mucho más que buena voluntad. Pero no para exigirles
a los otros, sino para exigirnos a nosotros mismos.
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