Necesitamos irnos a un lugar tranquilo y apartado para descansar en el encuentro con los demás pero para enriquecernos también humana y espiritualmente
Jeremías 23, 1-6; Sal. 22; Efesios 2, 13-18; Marcos 6, 30-34
No es raro escuchar en estos días de verano ‘necesito unas vacaciones, necesito
desconectar unos días de todo, no pensar en nada, olvidarme del trabajo y de
todas las cosas’. Es cierto que vivimos en un mundo muy ajetreado, bien
cuando asumimos nuestras responsabilidades a tope y queremos rendir al máximo
en lo que es nuestro trabajo y obligaciones, bien por esa vida loca de carreras
en la que vivimos absorbidos por muchas cosas que nos llaman la atención o el interés,
bien porque lo sentimos y palpamos en el ambiente que nos rodea buscamos y
deseamos tenemos unos días tranquilos donde vivamos ajenos a todas esas prisas
o a todas esas responsabilidades. Por supuesto, me sitúo en el hemisferio norte
donde ahora es época de verano y en el que habitualmente se toman las
vacaciones en estos días agobiantes por otra parte por el calor.
Pero, ¿en qué ha de consistir el descanso o las
vacaciones? ¿en quedarnos sin hacer nada, simplemente dejando pasar el tiempo?
¿dedicarnos solamente a la diversión y el pasarlo bien? ¿encontrar momentos
para la familia, para vivir el encuentro más personal con aquellas personas a
las que apreciamos? Muchas preguntas nos podríamos hacer sobre lo que han de
ser unas vacaciones o como las entendemos.
Es cierto que necesitamos desconectar en el sentido de
no llevar el mismo ritmo en el trabajo o en la vida; pero también necesitamos
tiempo para nosotros mismos, para leer, para reflexionar, para echar una mirada
a la vida, para revisar objetivos o trazarnos metas. Muchas son las cosas a las
que podríamos dedicar nuestro tiempo para que no fuera solamente un tiempo
ocioso donde no hiciéramos nada.
He arrancado haciéndome esta reflexión porque en lo que
escuchamos en este domingo en el evangelio parece que Jesús también quiere
llevar a sus discípulos a que desconecten de todo, ‘a un lugar tranquilo y apartado’, que dice el evangelio. Además
añade que ‘eran tantos los que iban y
venían que no tenían tiempo ni para comer’. Jesús se quiere llevar a los
discípulos de vacaciones precisamente ahora que han vuelto de realizar aquella
misión que les había confiado. ‘Los
Apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían
hecho y enseñado…’
‘Se fueron en barca a
un sitio tranquilo y apartado’,
dice el evangelista. Jesús quería estar a solas con ellos; unos momentos para
un encuentro más intenso y más personal; un momento en que Jesús se les manifestaría
más íntimamente como era para que lo fueran conociendo; un momento para
especiales instrucciones y enseñanzas como muchas veces hacia mientras iban de
camino, o como cuando estaban en casa a solas. No podemos pensar que fuera un
tiempo para la ociosidad, para el no hacer nada. Además el corazón de Cristo no
se lo permitía.
Y es que cuando llegaron allí se encontraron que la
gente se les había adelantado por tierra y ya había muchos esperándolos. ‘Vio una multitud y le dio lástima de ellos,
porque andaban como ovejas sin pastor’. Y allí estaba el corazón del
pastor, del Buen Pastor. No podía despedirlos de cualquier manera; no podía
desentenderse de ellos; no podía decir que habían ido allí para desconectar de
todo.
Creo que esto nos puede hacer pensar mucho. Nos puede
hacer pensar al hilo de aquellas preguntas que nos hacíamos de cuál ha de ser
el sentido del descanso o de unas vacaciones. Un tiempo para el ocio pero no un
tiempo ocioso. El descanso lo necesitamos, pero el descanso no se puede quedar
en no hacer nada. El descanso donde quizá bajamos el ritmo en lo que son
nuestras ocupaciones habituales puede servirnos para muchas cosas que nos
enriquezcan humana y espiritualmente. Hablábamos antes de leer, de reflexionar,
de revisar, de encontrarnos con nosotros mismos, de encontrarnos más a fondo
con los demás para cultivar bien nuestras amistades; hablamos y debemos de
hablar de ese enriquecimiento espiritual que tendríamos que saber encontrar.
Podemos pensar en todo lo que se refiere a nuestras
responsabilidades familiares y laborales, pero pensamos también en quienes
quizá viven un mayor compromiso con los demás, con la sociedad en la que viven,
con su propia comunidad cristiana. Quienes viven un compromiso así, que arranca
y que se fortalece con nuestra fe, seguro que no podrán cerrar los ojos,
olvidarse de aquellos por quienes trabajan o de lo que quieren hacer para que
nuestro mundo sea mejor.
Y ahí en nuestro tiempo libre, en nuestro tiempo de
descanso sabremos mirar a nuestro alrededor, conscientes de los problemas de
tantos que nos rodean y que quizá no puedan ni tener unas vacaciones, porque quizás
lo que no tienen es un trabajo, y conscientes también de ese compromiso que
tenemos por los demás que nos obligará a prepararnos más y mejor para poder
luego desarrollarlo o desempañarlo adecuadamente.
Cuando se fueron a aquel sitio tranquilo y apartado
Jesús no se quedó con los brazos cruzados, ni tampoco los discípulos pudieron
hacerlo. Allí seguía estando también el clamor de los pobres, de los que nada
tenían o de los que estaban llenos de sufrimientos. Y allí estaba el corazón
del Buen Pastor. Dice el evangelista que ‘se
puso a enseñarles con calma’ y como otras veces curaría a todos de sus
diversos males.
¿Qué vamos a hacer nosotros en este tiempo que quizá
podemos dedicar al descanso? ¿Será también un tiempo para un encuentro más
intenso con el Señor en nuestra oración o le damos también vacaciones a nuestra
vida espiritual?
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