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sábado, 8 de febrero de 2020

Sensibilidad para saber ver más allá de lo que tenemos más cercano y en esas periferias descubrir donde tenemos que derramar también nuestro amor

Sensibilidad para saber ver más allá de lo que tenemos más cercano y en esas periferias descubrir donde tenemos que derramar también nuestro amor

1Reyes 3, 4-13; Sal 118; Marcos 6, 30-34
Hay ocasiones en que lo tenemos todo planificado, todo bien pensado, sobre lo que vamos a hacer, a lo que vamos a dedicar nuestro tiempo, pero en un momento determinado se nos tuercen las cosas; surge un imprevisto, surge una enfermedad o un accidente, nos llega alguien a nuestra casa o nos llaman pidiéndonos ayuda y vete a ver cómo reaccionamos.
Si con madurez y con responsabilidad vamos viviendo la vida ese imprevisto no nos va a hacer perder la paz, pero bien sabemos que en ocasiones no es así, nos podemos poner de mal humor porque todo aquello que habíamos planificado se nos vino abajo, o a regañadientes tratamos de combinar el imprevisto que nos ha surgido con aquello que habíamos planeado.
Sabemos que no siempre respondemos con serenidad y madurez humana. ¿Qué es lo que tendríamos que hacer? ¿Tirar por la borda quizá todo aquello que habíamos planificado? ¿O disculparnos por no poder atender aquello que nos surge sobre todo cuando es en relacion con otras personas y nosotros seguimos a lo nuestro? ¿Qué será lo verdaderamente importante en ese momento? Algunas veces nos cuesta encajar esas situaciones.
Jesús lo había planificado con sus discípulos. Habían regresado de aquella misión a la que les había enviado y realmente necesitaban un momento de serenidad, de descanso, de paz, de recapitular quizá todo aquello que habían vivido, de compartirlo con el Maestro. Jesús se los había querido llevar a un sitio apartado para estar a solas con ellos.
Pero, ¿qué había sucedido? Lo planificado se vino abajo. Al llegar se encontraron a una multitud que esperaba a Jesús. Como solía suceder corrían las noticias de boca en boca y la gente se le adelantaba allí donde pensaba ir El. Es lo que ahora había sucedido.
¿Qué iba a hacer Jesús? ¿Seguir con sus planes porque importante parecía ser también ese hecho de estar a solas con sus discípulos? Pero sintió compasión por toda aquella gente; ya habría otro momento para estar a solas con los discípulos. Aquellos que allí estaban parecían ovejas sin pastor, y una oveja sin pastor anda perdida, no sabe donde encontrar los pastos o se verá en peligro de ser atacada por las alimañas. Y allí está Jesús acogiendo a toda aquella gente, curando a sus enfermos y alimentándolos con su Palabra. La sensibilidad del amor no podía desentenderse de aquella gente. Jesús andaba siempre atento allí donde hubiera una necesidad.
Siguiendo con las consideraciones previas al encuentro con este evangelio tendríamos que preguntarnos dónde está la sensibilidad de nuestro corazón, dónde está esa mirada como la de Jesús para saber detectar allí donde hay una necesidad, allí donde tenemos que poner nuestro amor.
Es cierto que es muy humano y que es necesario que nos planifiquemos también la vida para saberle dar a cada momento su valor y porque bien sabemos que el orden que pongamos en nuestra vida le dará también una riqueza y un sentido grande a lo que hacemos. Y lo hacemos en nuestra vida personal, lo hacemos en la organización de nuestro trabajo y de nuestras responsabilidades, y lo hacemos también en toda la tarea pastoral que realizamos como un compromiso de nuestra fe. Y hay algo que no nos puede faltar, el tiempo para la intimidad con el Señor.
Pero cuidado que no encorsetemos la vida, la convirtamos demasiado en una cuadrícula que tenemos que ir rellenando y perdamos esa otra sensibilidad de nuestro corazón que nos tiene que hacer estar con esa apertura de nuestro corazón, de nuestras actitudes y posturas para saber llegar allí donde haya una necesidad. Pensemos que las personas están primero y allí donde hay un corazón que sufre nosotros tenemos que saber poner el bálsamo de nuestro amor.
Tengamos sensibilidad suficiente para saber ver más allá de aquello que tenemos más cercano porque en la periferia de lo que es lo habitual de nuestro entorno podemos encontrar mucho lugar donde poner nuestro amor, muchas personas sobre las que derramar nuestro amor.

viernes, 7 de febrero de 2020

Madurez humana, prudencia, sensatez, responsabilidad necesitamos cultivar en nosotros para cuidar palabras y posturas que nos dañarían a nosotros mismos y a los demás


Madurez humana, prudencia, sensatez, responsabilidad necesitamos cultivar en nosotros para cuidar palabras y posturas que nos dañarían a nosotros mismos y a los demás

Eclesiástico 47, 2-13; Sal 17; Marcos 6, 14-29
Se suele decir que por la boca muere el pez, y es que muchas veces tenemos que comernos nuestras propias palabras y terminamos envenenados. Ya sea en sentido positivo como negativo nos sucede que cuando estamos entusiasmados por algo, o nos sentimos apasionados por algo que nos ha sorprendido hablamos y hablamos, unas vez echando alabanzas sin cuento, prometiendo lo que no sabemos si podríamos cumplir o algunas veces si nos sentimos ofendidos por algo o por alguien con palabras que fácilmente se convierten en injuriantes y hacen daño sin saber hasta donde vamos a llegar.
Medir las palabras, controlar nuestras emociones, poner un límite a la pasión y ardor que ponemos en algo que hacemos o que decimos es de gran sabiduría y no siempre logramos tenerla. Y cuando pase ese momento, llegue la calma, todo vuelva a la normalidad, ¿cómo nos vamos a sentir? Incómodos quizá porque dijimos lo que no teníamos que decir y ahora no sabemos cómo remediarlo, abrumados por nuestra inconsciencia y nuestro entusiasmo tanto en las alabanzas como en la promesas, atados quizá a aquello que dijimos que ahora parece que no tiene remedio ni solución y habrá muchos testigos, a los que quizá quisimos encandilar, pero que ahora podrán testimoniar en nuestra contra. Como decíamos ese dominio de nosotros mismos sería una buena sabiduría y un gran signo de nuestra madurez humana. Pero por nuestra inconsciencia nos vemos ahora entre la espada y la pared, como solemos decir. Por la boca muere el pez. Y cuidado si en medio de todo eso hemos dejado envolver nuestro corazón por la maldad.
Me hago esta reflexión de estas situaciones humanas en las que a veces nos vemos envueltos a partir de lo que nos cuenta hoy el evangelio de la forma de actuar de Herodes. Ahora parece que sintiera remordimiento por lo que ha hecho. La hablan de Jesús y le cuentan como algunos piensan que es Juan el bautista que ha vuelto a la vida. Pero él reconoce que a Juan lo había mandado a decapitar él. Y el evangelista nos narra el episodio.
Herodes en cierto modo respetaba a Juan, lo escuchaba y en ocasiones incluso le agradaban sus consejos. Pero la vida moral de Herodes no era ningún ejemplo. Estaba haciendo vida marital con la mujer de su hermano; y Juan se lo denunciaba. Pero la peor enemiga estaba precisamente en Herodías que hace todo lo posible para que Juan fuera encerrado en las mazmorras. Pero aun así trataba de mantenerlo con vida.
Pero viene la ocasión de una fiesta que hace para su corte y la hija de Herodías bailó para ellos. Herodes, entusiasmado por la pasión o por los efectos del alcohol en la fiesta ahora promete lo que sea para aquella bailarina que tanto les había deleitado. ‘Hasta la mitad de mi reino’, promete bajo juramento delante de toda su corte. Y es la ocasión que estaba esperando Herodías para quitar de en medio a Juan. La bailarina pide que le entreguen en una bandeja la cabeza de Juan.
Las palabras pronunciadas, los respetos humanos o los prestigios que pudiera perder delante de corte si no cumplía lo prometido, el efecto de una mente confusa en medio de aquella fiesta desenfrenada terminaron por hacer claudicar a Herodes. Juan fue decapitado.
No cortamos la cabeza del bautista nosotros con nuestras actitudes y posturas pero sí en primer lugar dañamos nuestra propia dignidad, pero vete a saber cuanto daño podemos hacer a los demás con nuestras palabras, con nuestra inconsciencia, con nuestro dejarnos llevar en momentos por la pasión. ¿No tendríamos que aprender de una vez por todas a actuar con una mayor madurez siendo más sensatos y prudentes en lo que decimos y en lo que hacemos? Algo que tendría que hacernos pensar.

jueves, 6 de febrero de 2020

Solo es necesaria la disponibilidad del corazón generoso porque nuestro apoyo y nuestra fuerza está en el Señor



Solo es necesaria la disponibilidad del corazón generoso porque nuestro apoyo y nuestra fuerza está en el Señor

1Reyes 2, 1-4. 10-12; Sal.: 1 Crón 29, 10-12; Marcos 6, 7-13
¡Con la de maletas, mochilas, bolsos y no se cuántas cosas más que reunimos cuando nos disponemos a hacer un viaje! Así contemplamos a la gente cargada de equipajes cuando se disponen a viajar, ya sea en un aeropuerto, un barco, un tren o cualquier otro medio de transporte. Es que me puede hacer falta… es que puede surgir un imprevisto… es que no sabemos que tiempo nos vamos a encontrar allí… es que… y añadimos otra pieza de ropa, un abrigo, otros zapatos, que al final no tenemos maleta donde meter todo.
Cuánta dependencia nos creamos en nosotros mismos de las cosas; cuánta importancia le damos a cosas que a la larga se nos convierten en superfluas o son expresiones de nuestra vanidad; cuantas ataduras y apegos, porque aquello me recuerda no sé qué, porque sin eso no me puedo pasar, porque nos vamos creando necesidades que consideramos ineludibles, y si nos falta algo poco menos que nos da un ataque de ansiedad. Mira si se te ocurre dejar atrás el cargador del móvil o de la tablet…
¿En ese viaje de la vida vamos a la búsqueda de lo nuevo, o pretendemos seguir con las comodidades del que no sale nunca del cascarón y por eso nos vemos obligados a llevar tantas cosas? ¿Seremos capaces de arriesgar algo en la búsqueda de eso nuevo que puede abrir nuevos horizontes a nuestra vida? Porque si nos vamos a quedar siempre con lo mismo, la verdad que no merecería la pena emprender el viaje.
Me estoy haciendo estas consideraciones que creo que pueden reflejar muchas de nuestras rutinas que se nos convierten en apegos, con lo que hoy les dice Jesús en el evangelio a aquellos doce apóstoles que ha escogido pero que los ha puesto en camino para que realicen lo mismo que Jesús ha venido haciendo. Será la obra de Jesús la que han de realizar pero que es bien distinto de lo que ellos hacían de siempre con sus redes y sus barcas o con cualquiera de las tareas que antes realizaran.
‘Jesús llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto…’
Solo es necesaria la disponibilidad del corazón generoso. Dios proveerá. Dios está con nosotros cuando queremos realizar su obra. El es nuestra fuerza. Cómo tendríamos que aprenderlo para los caminos de nuestra vida. De cuántas cosas nos queremos proveer como si esas cosas fueran nuestro único apoyo.
Es en el esfuerzo que realizamos cada día por superarnos, por ser mejores. Es la tarea buena de hacer el bien donde algunas veces rebuscamos cosas extraordinarias y nos olvidamos de lo pequeño y de lo sencillo porque las maravillas que podamos hacer no está en lo extraordinario sino en eso pequeño y humilde que con la fuerza del Señor se transforma y nos transforma.
Es esa mano que tendemos para ayudar a caminar al débil, para levantar al que se siente postrado, para dar compañía el que le parece estar solo y abandonado, para animar al decaído, para hacer sentir la fuerza de Dios al que se ve tentado y atormentado. Dice el evangelio que ‘les dio autoridad sobre los espíritus inmundos’, y esa autoridad la tenemos en el amor con que caminamos, en la humildad de nuestros pasos, en la paz que llevamos en el corazón y queremos transmitir.


miércoles, 5 de febrero de 2020

No podemos ir con ideas preconcebidas por muy buenas que sean sino con apertura de corazón para dejarnos sorprender por la novedad de la Palabra de Dios


No podemos ir con ideas preconcebidas por muy buenas que sean sino con apertura de corazón para dejarnos sorprender por la novedad de la Palabra de Dios

2Samuel 24, 2. 9-17; Sal 31; Marcos 6, 1-6
Son a veces los más cercanos los más críticos con nosotros en lo que hacemos o  planteamos sobre todo cuando queremos hacer algo nuevo y algo distinto a lo que siempre se ha hecho. Lo de menos es que sean críticos, cuando se hace en un sentido positivo, porque hemos de aceptar la diversidad de planteamientos o de opiniones y con la crítica quizá nos enriqueceríamos porque se nos puede dar otra perspectiva u otra visión.
Pero normalmente va unido a la desconfianza y a la descalificación, porque quizá cuesta aceptar esos nuevos planteamientos, por ejemplo; una desconfianza que llega en ocasiones a querer desprestigiar quitando autoridad o validez a lo nuevo que se dice, porque en fin de cuentas ya conocemos de donde vienen esas iniciativas o novedades, que todos nos conocemos terminamos diciendo en muchas ocasiones. Algo de orgullo o de soberbia que parece que reaparece o florece en el corazón, no queriendo aceptar lo bueno que nos puedan ofrecer los demás, porque ya nos conocemos. Aquel dicho de que ningún profeta es bien recibido en su tierra sigue siendo de actualidad también en los momentos presentes.
Algo así le sucede a Jesús en esta ocasión en que va a su pueblo, Nazaret, y allí el sábado se ofrece para proclamar la Palabra en la sinagoga. Aunque en principio hay una cierta admiración y orgullo en sus convecinos de que sea El quien proclame la lectura de la ley y los profetas, pronto aparecen las desconfianzas y los murmullos llenos de orgullo y de cierta soberbia. ¿Qué nos va a enseñar si nosotros lo conocemos de siempre que aquí se ha criado entre nosotros? ¿Dónde ha ido a aprender todas esas cosas? Son los suyos, los que le conocen de siempre los que se cierran a la novedad del evangelio que Jesús les propone.
Dice el evangelista que Jesús se admiró de su falta de fe. Allí incluso no pudo realizar ningún milagro. Y es que la desconfianza que había en aquellos corazones les hacía cerrarse a la novedad de la buena nueva que Jesús les anunciaba. Solo cuando nos desprendemos de nosotros mismos, de nuestros prejuicios y de nuestros orgullos es cuando podremos recibir en nuestro corazón esa semilla de la buena nueva de Jesús.
Pueden ser las barreras que nosotros ponemos también tantas veces en nuestra vida. Nos lo sabemos, qué cosa nueva nos pueden enseñar, que esto yo me lo sé de siempre, y nos mantenemos en nuestro conservadurismo que nos anula. Por algo Jesús desde el principio nos pide conversión y fe; esa conversión que es ser capaces de darle la vuelta a nuestra vida, esa conversión que significa despojarnos de nuestro yo y nuestros saberes, esa conversión que es la apertura del corazón para descubrir lo nuevo, para aceptar esa novedad que nos ofrece el evangelio cada día.
Mil veces podemos leer de nuevo el evangelio y siempre vamos a encontrar esa palabra nueva que ilumina nuestra vida. No podemos ir con ideas preconcebidas por muy buenas que sean, sino tener esa apertura del corazón, ese dejarnos sorprender por la Palabra de Dios que siempre es una palabra viva y una palabra de vida, una palabra que va respondiendo a cada situación que vivimos, a ese día a día de nuestra existencia. No podemos ir con una mente cerrada, con un corazón endurecido.
Esa fe que me hace confiar en la Palabra para dejarnos conducir. Solo caminamos por caminos nuevos con aquel con el que tenemos confianza porque sabemos que no nos engaña; y nosotros sabemos de quien nos fiamos, en quien ponemos nuestra confianza, por eso estamos dispuestos a estar siempre en salida, en camino. Es lo que nos llevará también a aceptar y respetar lo bueno que podamos recibir de los demás.

martes, 4 de febrero de 2020

Necesitamos nosotros fe viva, sentirnos seguros porque sabemos en manos de quien nos hemos puesto, el optimismo de la fe, la esperanza que nos hace confiar y esperar



Necesitamos nosotros fe viva, sentirnos seguros porque sabemos en manos de quien nos hemos puesto, el optimismo de la fe, la esperanza que nos hace confiar y esperar

2Samuel 18, 9-10. 14b. 24-25a. 31 – 19, 3; Sal 85; Marcos 5, 21-43
A veces nos sentimos muy seguros de conseguir aquellos deseos o aquellas metas que nos proponemos y estamos como optimistas y hasta pregustando ya las mieles de lo conseguido; nos hacemos nuestro plan bien detallada, bien lo llevemos en la mente porque son quizás muchas las horas que le hemos dedicado a pensarlo y repensarlo, o bien porque plasmemos nuestros objetivo en un proyecto como si fuera una memoria de aquello que queremos conseguir.
Pero tras esos momentos de euforia nos puede sobrevenir de repente el pesimismo, nos llenamos de negatividad y ya no lo vemos tan fácil; nos aparecen en nuestra imaginación o en aquellas cosas que vemos que se van como encadenando dificultades, problemas que nos hacen ver ya nuestros proyectos, antes tan luminosos, ahora llenos de sombras que parecen que nos tiran abajo todas nuestras ilusiones.
Son los proyectos que el padre de familias se hace para su vida futura, pero sobre todo sus hijos soñando en su interior muchas cosas hermosas que espera conseguir; será el profesional en su trabajo, será el que trabaja en la vida social con sus proyectos de mejora de la sociedad con sus correspondientes planificaciones. Serán tantas cosas que soñamos y llevamos en nuestra mente de cara a nuestro futuro. Momentos ilusionantes, donde todo son luces, pero momentos que se nos intercalan de oscuridad con sus problemas y con las dificultades que encontramos en nosotros mismos, porque quizá nos sentimos incapaces de llevar esos proyectos adelante, o porque nos sentimos tan débiles y limitados que ya nos puede parecer imposible.
¿Qué hacer? ¿Resignarnos y esperar pasivamente a ver lo que podemos conseguir? ¿Llenarnos de miedos y temores que nos impiden dar un paso? ¿O buscar algo que nos dé ilusión, que nos haga sentir una fuerza interior que nos empuje, algo que nos haga creer en nosotros mismos para encontrar razones para luchar por esos objetivos?
¿Qué luz podemos encontrar en el evangelio de este día? Dos testimonios de dos personas que se sentían seguras en lo que deseaban y que, podríamos decir así, no les temblaron las piernas para llegar a conseguir lo que pedían o lo que deseaban, porque una de ellas ni siquiera llegó a expresarlo con palabras.
Nos habla de Jairo, jefe de la sinagoga, que tenía a su hija muy enferma, prácticamente en las últimas, y que con fe se acerca a Jesús para pedirle que haga algo por él. Y Jesús se pone en camino a casa de Jairo.
Pero en el camino se intercalan otras cosas; por una parte una mujer que se considera impura a si misma por causa de sus hemorragias y que había gastado toda su fortuna y no lo había conseguido. Pero ahora tiene a mano a Jesús; está segura que con solo tocarle la orla de su manto curaría. Y en medio del revuelo de la gente que siguen a Jesús ella se acerca por detrás y toca el manto de Jesús. Siente en su interior que está curada y ahora no sabe donde meterse, porque Jesús pregunta quién le ha tocado. Aunque ya está curada temblorosa se acerca a Jesús para reconocerlo. ‘Tu fe te ha curado’, le dirá Jesús. Aquella mujer no dudó aunque se interpusieran murallas de gente entre ella y Jesús.
Pero al tiempo vienen a decirle a Jairo que no moleste al maestro porque no hay nada que hacer, su niña ha muerto. Ya en la casa andan con los preparativos del funeral. Se le habían caído por tierra todas sus ilusiones y esperanzas; habría querido que el Maestro llegara a tiempo, pero el tiempo se había acabado. Seguro que la congoja también caería como una loza sobre Jairo. ¿No te he dicho que te basta que tengas fe?, interpela ahora Jesús a Jairo.
Y mantuvieron viva su fe, tanto la mujer como Jairo; la mujer se curó, la niña volvió a la vida. Necesitamos nosotros esa fe viva; necesitamos llenarnos de certezas y de confianza; necesitamos sentirnos seguros porque sabemos en manos de quien nos hemos puesto; necesitamos esa confianza y esa perseverancia en tantos momentos de la vida; necesitamos ese optimismo que nos da la fe, esa esperanza que nos hace confiar y esperar. Saquemos muchas conclusiones de este pasaje del evangelio que bien lo necesitamos en el día a día de nuestra vida.

lunes, 3 de febrero de 2020

Queremos ser libres, amamos la libertad, pero sin embargo hay muchas cosas que nos siguen atando, esclavizándonos y creándonos dependencias


Queremos ser libres, amamos la libertad, pero sin embargo hay muchas cosas que nos siguen atando, esclavizándonos y creándonos dependencias

2Samuel 15, 13-14. 30; 16, 5-13ª; Sal 3; Marcos 5, 1-20
Todos decimos que amamos la libertad, que queremos ser libres y que vivamos en un mundo donde brille la libertad para todos. Pero no sé si esto en muchas ocasiones se queda en buenas intenciones o sólo gritamos la palabra libertad cuando decimos que vemos opresión o dominio de aquellos que tildamos poderosos, o de las manipulaciones que desgraciadamente vemos que se realizan de muchas maneras desde aquellos que pretenden el control de la sociedad a su manera o al ritmo de sus ideologías. En muchas ocasiones según de donde procedan dichas manipulaciones o de la cercanía que se pueda tener a nuestras particulares ideas quizás nos hacemos ciegos y sordos y cerramos los ojos como para no enterarnos. ¿Habrá verdadera libertad en esas situaciones y momentos?
Pero quizá tendríamos que mirarnos a nosotros mismos y a nuestro interior para ver si realmente vivimos esa libertad o acaso también nosotros nos sintamos constreñidos porque hay apegos en nuestro corazón o en nuestra vida que también están limitándonos nuestra propia libertad. Son aquellas cosas de las que nos hemos creado una acuciante necesidad y que nos parece que sin ellas no podemos vivir ni podemos ser felices de verdad, pero que realmente nos hemos creado una dependencia que nos está limitando fuertemente desde nuestro propio interior. Son cosas de las que nos cuesta arrancarnos y aunque veamos un mundo más brillante sin esas dependencias parece como si quisiéramos seguir sujetos a esas cosas a las que de alguna manera nos hemos acostumbrado.
Es una lucha interior fuerte la que tenemos que mantener. Tenemos que aprender a gustar esa libertad honda que sentimos en nosotros cuando en verdad nos hemos dejado llenar por la vida de Jesús. El viene a nosotros para restaurar en verdad nuestra vida y que saboreemos la verdadera libertad que nos hace grandes. El con su presencia y con su gracia nos llena de dignidad y nos quiere hacer vivir mirando siempre a lo alto, para que tengamos metas altas en nuestra vida, para que busquemos siempre lo que nos dignifica y nos engrandece.
Hoy el evangelio nos habla de la presencia de Jesús en la otra orilla del lago, en la región de los gerasenos. No eran propiamente judíos los habitantes de aquella región. Y allí Jesús cura a aquel hombre poseído de un espíritu inmundo, como se nos dice en el lenguaje del evangelio. Su locura era tal que era temido por todos que incluso pretendían atarle con cadenas, pero él con su fuerza se desataba y causaba el terror de aquellas gentes. Y Jesús lo cura, le libera de esas ataduras que atenazaban su espíritu. Nos habla el evangelio de aquella legión de demonios que se metió en la piara de cerdos que se tiraron acantilado abajo para morir ahogados en el lago.
Cuando las gentes del lugar llegan y contemplan al que había sido endemoniado ya curado y pacífico sentado a un lado, sin embargo le piden a Jesús que se marche a otro lugar. Sus intereses económicos se habían venido abajo con los cerdos despeñados por el precipicio. Parece que querían más seguir con las locuras del endemoniado con tal de no perder en sus ganancias materiales. Se les ofrecía una vida nueva de libertad alejando temores y miedos pero preferían seguir con sus anteriores dependencias.
¿Se parecerá algo de todo esto con esas posturas nuestras donde seguimos con nuestras ataduras y dependencias en lugar de buscar la libertad verdadera que nos ofrece Jesús? Son cosas que nos darían que pensar.

domingo, 2 de febrero de 2020

Como los ancianos Simeón y Ana, como María de Candelaria, elevemos nuestras voces, llevemos en las manos de nuestra vida el testigo siendo signo y testimonio de evangelio




Como los ancianos Simeón y Ana, como María de Candelaria, elevemos nuestras voces, llevemos en las manos de nuestra vida el testigo siendo signo y testimonio de evangelio

Malaquías 3, 1-4; Sal 23; hebreos 2, 14-18; Lucas 2, 22-40
Hoy hace cuarenta días que celebrábamos el nacimiento de Jesús. La liturgia en esta ocasión sigue fielmente los acontecimientos de forma cronológica nos recuerda hoy y celebramos algo que prescribía la ley del Señor para el pueblo de Israel. Todo primogénito varón había de ser presentado al Señor a los cuarenta días de su nacimiento. Es lo que hoy celebramos, la Presentación de Jesús en el templo.
Como nos dirá la carta a los Hebreos Jesús al entrar en el mundo exclamó con aquellas palabras ya preanunciadas en la Escritura, ‘Aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’. Significativamente hoy lo contemplamos cuando los padres de Jesús a los cuarenta días de su nacimiento llevaron a Jesús al templo para su presentación al Señor. Podríamos decir de alguna manera que es el inicio de la ofrenda de quien venia para hacer la voluntad del Padre – ‘no se haga lo que yo quiero sino tu voluntad’, exclamaría Jesús en Getsemaní y en el momento supremo de la cruz pone su vida en las manos del Padre ‘en tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu’.
Es un camino que se nos señala. Es la ofrenda de nuestra vida cuando dejamos que la fe envuelva la totalidad de nuestra vida. Por algo nos enseñaría Jesús que aquello que ha de ser como meta de nuestra vida y ha de estar presente siempre en nuestro vivir y en nuestro actuar lo convirtiéramos en oracion que repetiríamos cada día. ‘Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo’. Su alimento era hacer la voluntad del Padre y así se siente enviado del Padre para hacer lo que El quiere. ¿Será así también en nosotros el ‘sí’ que le damos a Dios con la obediencia de nuestra fe?
El evangelio nos habla hoy de que en el momento en que sus padres llegaron al templo para hacer la ofrenda les salió al paso, primero el anciano Simeón, y luego la profetisa Ana. Aquel anciano no es un sacerdote al servicio del templo y del culto al Señor, era simplemente alguien que esperaba la consolación del pueblo de Israel. Allí estaba lleno de esperanza porque sabía que sus ojos no se cerrarían sin ver el cumplimiento de las promesas anunciadas. Y aquel anciano canta lleno de alegría porque sus ojos han podido contemplar al que era presentado como la luz de las naciones y la gloria del pueblo de Israel. Pero señala también cómo será signo de contradicción para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones.  ‘El que no está conmigo está contra mí’, diría Jesús porque ante El siempre hemos de hacer una opción clara y decisiva para posicionarnos de forma rotunda en lo que es la voluntad de Dios.
La anciana profetisa también se ha posicionado porque si en silencio había estado muchos años sirviendo a Dios en el servicio del templo de forma callada, ahora a aquella mujer se le soltaría la lengua no solo para cantar las alabanzas del Señor sino para contar a todos los que aguardaban la futura liberación de Israel el cumplimiento de las promesas mesiánicas en aquel niño que ahora era presentado al Señor en el templo.
Ante Jesús no podemos callar; ante Jesús nos tenemos que decantar; desde el encuentro con Jesús siempre nos tenemos que convertir en misioneros que anuncien con valentía la Buena Noticia de nuestra salvación. Tenemos que decir que esta fiesta que hoy estamos celebrando no es para quedarnos estáticos contemplando las maravillas del Señor sino para ponernos en camino. Aquellos ancianos vinieron al encuentro de aquellos padres que llevaban un niño en sus brazos como tantos otros que en aquellos momentos hacían la misma entrada en el templo del Señor. Pero pronto aquellos ancianos se dieron la vuelta con Jesús en sus brazos para convertirse en anuncio jubiloso de buena noticia para todos los que allí entonces estaban.
Venimos al encuentro del Señor en nuestra celebración porque queremos cantar las alabanzas del Señor, pero cuando termina la celebración nos sentimos enviados ‘ite, misa est’, se nos decía en latín en el viejo ritual, y aunque se han suavizado las palabras en la traducción en un ‘podeis ir en paz’, sin embargo tiene ese sentido de imperativo, de mandato, porque tenemos que salir, porque tenemos que ponernos en camino, porque tenemos que ir a llevar la buena noticia a los demás.
Hoy estamos hablando mucho de una iglesia misionera, de una iglesia en salida, de un ir a la otra orilla para saber llegar a las periferias de nuestro mundo haciendo el anuncio. Nuestra Iglesia Diocesana de Tenerife celebrando este segundo centenario de su creación así quiere sentirse porque tiene que ir al mundo que le rodea llevando el anuncio del evangelio. Pero aun más podemos decir, porque en este día en nuestra Diócesis celebramos a nuestra Señora de Candelaria, nuestra patrona general de las Islas Canarias.
Ella fue la primera misionera, en su imagen encontrada en las playas de Chimisay, para los habitantes de nuestras islas que la llamaban la Chaxiraxi, la madre del Sol. Fue el primer signo cristiano que llego a nuestras tierras antes de que los misioneros pusieran pie en ella. Cuando hoy nosotros la celebramos queremos coger el testigo de sus manos, y el testigo es esa luz significada en esa candela que porta en una mano, mientras al brazo lleva a su Hijo Jesús. 
Cojamos esa candela, ese testigo, esa luz y no olvidemos que tenemos que ser testigos, que tenemos que llevar esa luz, que tenemos que anunciar a todos los hombres de nuestra tierra el mensaje de Jesús, el mensaje del Evangelio. Como los ancianos Simeón y Ana, como Maria de Candelaria, elevemos nuestras voces, llevemos en las manos de nuestra vida el testigo siendo nosotros signo y testimonio del evangelio de Jesús.