Madurez
humana, prudencia, sensatez, responsabilidad necesitamos cultivar en nosotros
para cuidar palabras y posturas que nos dañarían a nosotros mismos y a los
demás
Eclesiástico 47, 2-13; Sal 17; Marcos 6,
14-29
Se suele decir que por la boca muere el
pez, y es que muchas veces tenemos que comernos nuestras propias palabras y
terminamos envenenados. Ya sea en sentido positivo como negativo nos sucede que
cuando estamos entusiasmados por algo, o nos sentimos apasionados por algo que
nos ha sorprendido hablamos y hablamos, unas vez echando alabanzas sin cuento,
prometiendo lo que no sabemos si podríamos cumplir o algunas veces si nos
sentimos ofendidos por algo o por alguien con palabras que fácilmente se
convierten en injuriantes y hacen daño sin saber hasta donde vamos a llegar.
Medir las palabras, controlar nuestras
emociones, poner un límite a la pasión y ardor que ponemos en algo que hacemos
o que decimos es de gran sabiduría y no siempre logramos tenerla. Y cuando pase
ese momento, llegue la calma, todo vuelva a la normalidad, ¿cómo nos vamos a
sentir? Incómodos quizá porque dijimos lo que no teníamos que decir y ahora no
sabemos cómo remediarlo, abrumados por nuestra inconsciencia y nuestro
entusiasmo tanto en las alabanzas como en la promesas, atados quizá a aquello
que dijimos que ahora parece que no tiene remedio ni solución y habrá muchos
testigos, a los que quizá quisimos encandilar, pero que ahora podrán
testimoniar en nuestra contra. Como decíamos ese dominio de nosotros mismos
sería una buena sabiduría y un gran signo de nuestra madurez humana. Pero por
nuestra inconsciencia nos vemos ahora entre la espada y la pared, como solemos
decir. Por la boca muere el pez. Y cuidado si en medio de todo eso hemos dejado
envolver nuestro corazón por la maldad.
Me hago esta reflexión de estas
situaciones humanas en las que a veces nos vemos envueltos a partir de lo que
nos cuenta hoy el evangelio de la forma de actuar de Herodes. Ahora parece que
sintiera remordimiento por lo que ha hecho. La hablan de Jesús y le cuentan
como algunos piensan que es Juan el bautista que ha vuelto a la vida. Pero él
reconoce que a Juan lo había mandado a decapitar él. Y el evangelista nos narra
el episodio.
Herodes en cierto modo respetaba a
Juan, lo escuchaba y en ocasiones incluso le agradaban sus consejos. Pero la
vida moral de Herodes no era ningún ejemplo. Estaba haciendo vida marital con
la mujer de su hermano; y Juan se lo denunciaba. Pero la peor enemiga estaba
precisamente en Herodías que hace todo lo posible para que Juan fuera encerrado
en las mazmorras. Pero aun así trataba de mantenerlo con vida.
Pero viene la ocasión de una fiesta que
hace para su corte y la hija de Herodías bailó para ellos. Herodes,
entusiasmado por la pasión o por los efectos del alcohol en la fiesta ahora
promete lo que sea para aquella bailarina que tanto les había deleitado. ‘Hasta
la mitad de mi reino’, promete bajo juramento delante de toda su corte. Y
es la ocasión que estaba esperando Herodías para quitar de en medio a Juan. La
bailarina pide que le entreguen en una bandeja la cabeza de Juan.
Las palabras pronunciadas, los respetos
humanos o los prestigios que pudiera perder delante de corte si no cumplía lo
prometido, el efecto de una mente confusa en medio de aquella fiesta
desenfrenada terminaron por hacer claudicar a Herodes. Juan fue decapitado.
No cortamos la cabeza del bautista
nosotros con nuestras actitudes y posturas pero sí en primer lugar dañamos
nuestra propia dignidad, pero vete a saber cuanto daño podemos hacer a los
demás con nuestras palabras, con nuestra inconsciencia, con nuestro dejarnos
llevar en momentos por la pasión. ¿No tendríamos que aprender de una vez por
todas a actuar con una mayor madurez siendo más sensatos y prudentes en lo que
decimos y en lo que hacemos? Algo que tendría que hacernos pensar.
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