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viernes, 7 de febrero de 2020

Madurez humana, prudencia, sensatez, responsabilidad necesitamos cultivar en nosotros para cuidar palabras y posturas que nos dañarían a nosotros mismos y a los demás


Madurez humana, prudencia, sensatez, responsabilidad necesitamos cultivar en nosotros para cuidar palabras y posturas que nos dañarían a nosotros mismos y a los demás

Eclesiástico 47, 2-13; Sal 17; Marcos 6, 14-29
Se suele decir que por la boca muere el pez, y es que muchas veces tenemos que comernos nuestras propias palabras y terminamos envenenados. Ya sea en sentido positivo como negativo nos sucede que cuando estamos entusiasmados por algo, o nos sentimos apasionados por algo que nos ha sorprendido hablamos y hablamos, unas vez echando alabanzas sin cuento, prometiendo lo que no sabemos si podríamos cumplir o algunas veces si nos sentimos ofendidos por algo o por alguien con palabras que fácilmente se convierten en injuriantes y hacen daño sin saber hasta donde vamos a llegar.
Medir las palabras, controlar nuestras emociones, poner un límite a la pasión y ardor que ponemos en algo que hacemos o que decimos es de gran sabiduría y no siempre logramos tenerla. Y cuando pase ese momento, llegue la calma, todo vuelva a la normalidad, ¿cómo nos vamos a sentir? Incómodos quizá porque dijimos lo que no teníamos que decir y ahora no sabemos cómo remediarlo, abrumados por nuestra inconsciencia y nuestro entusiasmo tanto en las alabanzas como en la promesas, atados quizá a aquello que dijimos que ahora parece que no tiene remedio ni solución y habrá muchos testigos, a los que quizá quisimos encandilar, pero que ahora podrán testimoniar en nuestra contra. Como decíamos ese dominio de nosotros mismos sería una buena sabiduría y un gran signo de nuestra madurez humana. Pero por nuestra inconsciencia nos vemos ahora entre la espada y la pared, como solemos decir. Por la boca muere el pez. Y cuidado si en medio de todo eso hemos dejado envolver nuestro corazón por la maldad.
Me hago esta reflexión de estas situaciones humanas en las que a veces nos vemos envueltos a partir de lo que nos cuenta hoy el evangelio de la forma de actuar de Herodes. Ahora parece que sintiera remordimiento por lo que ha hecho. La hablan de Jesús y le cuentan como algunos piensan que es Juan el bautista que ha vuelto a la vida. Pero él reconoce que a Juan lo había mandado a decapitar él. Y el evangelista nos narra el episodio.
Herodes en cierto modo respetaba a Juan, lo escuchaba y en ocasiones incluso le agradaban sus consejos. Pero la vida moral de Herodes no era ningún ejemplo. Estaba haciendo vida marital con la mujer de su hermano; y Juan se lo denunciaba. Pero la peor enemiga estaba precisamente en Herodías que hace todo lo posible para que Juan fuera encerrado en las mazmorras. Pero aun así trataba de mantenerlo con vida.
Pero viene la ocasión de una fiesta que hace para su corte y la hija de Herodías bailó para ellos. Herodes, entusiasmado por la pasión o por los efectos del alcohol en la fiesta ahora promete lo que sea para aquella bailarina que tanto les había deleitado. ‘Hasta la mitad de mi reino’, promete bajo juramento delante de toda su corte. Y es la ocasión que estaba esperando Herodías para quitar de en medio a Juan. La bailarina pide que le entreguen en una bandeja la cabeza de Juan.
Las palabras pronunciadas, los respetos humanos o los prestigios que pudiera perder delante de corte si no cumplía lo prometido, el efecto de una mente confusa en medio de aquella fiesta desenfrenada terminaron por hacer claudicar a Herodes. Juan fue decapitado.
No cortamos la cabeza del bautista nosotros con nuestras actitudes y posturas pero sí en primer lugar dañamos nuestra propia dignidad, pero vete a saber cuanto daño podemos hacer a los demás con nuestras palabras, con nuestra inconsciencia, con nuestro dejarnos llevar en momentos por la pasión. ¿No tendríamos que aprender de una vez por todas a actuar con una mayor madurez siendo más sensatos y prudentes en lo que decimos y en lo que hacemos? Algo que tendría que hacernos pensar.

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