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sábado, 28 de diciembre de 2019

La fiesta de los santos inocentes es un recuerdo de la presencia de la pascua en nuestra vida y al mismo tiempo un aliciente para la esperanza en el testimonio valiente de la fe


La fiesta de los santos inocentes es un recuerdo de la presencia de la pascua en nuestra vida y al mismo tiempo un aliciente para la esperanza en el testimonio valiente de la fe

1Juan 1, 5-2, 2; Sal 123;  Mateo 2, 13-18
En medio de la alegría de la navidad que queremos seguir viviendo con toda intensidad sobre todo en esta semana de la octava aparece de nuevo una celebración teñida con el rojo de la sangre. Es la fiesta de los Santos Inocentes que celebramos en este día. Es una lástima que hayamos envuelto esta fiesta en la picaresca de nuestras bromas e ‘inocentadas’, como solemos llamarlas y que un poco nos hace olvidar el dramatismo que tiene este acontecimiento.
Como ya veremos en detalle cuando celebremos la Epifanía del Señor y escuchemos con detalle el relato de Mateo con la venida de los Magos de Oriente, por allá anda la suspicacia  de quien no las tenia todas consigo, pero que además su corazón estaba lleno de maldad y en consecuencia de desconfianzas y sospechas. No le gustó a Herodes aquel anuncio que le hacían aquellos Magos venidos de Oriente del nacimiento de un rey de los judíos, al que buscaban para rendirle pleitesía.
Consultados los oráculos de los profetas por medio de los sacerdotes del templo y maestros de la ley aparece lo anunciado por el profeta de que de Belén de Judá ha de salir esa luz y esa estrella. Por eso con insistencia y con la falsedad de su corazón pide a los Magos que cuando encuentren el recién nacido rey de los judíos vengan a comunicárselo porque él también quiere ir a adorarlo. Pero los Magos marcharan a su tierra por otros caminos anunciado por el ángel del cielo y Herodes se ve burlado.
Es lo que hoy escuchamos en el relato del evangelio. Manda matar en Belén y sus alrededores a todos los nacidos de dos años para abajo según los cálculos hechos desde lo que habían comunicado los Magos de la aparición de la estrella que les había guiado. Es la matanza de los inocentes de Belén y sus alrededores. Ya la sagrada familia había huido a Egipto no estando en peligro la vida del Niño Jesús.
Si cuando celebramos la fiesta del protomártir san Esteban decíamos que las pajas del pesebre que sirvió de cuna a Jesús estaban salpicadas de sangre, con cuánta más razón tendríamos que volverlo a decir ahora con el martirio de estos inocentes. Vuelven a aparecer las señales de la pascua tan presente en la vida de Jesús, pero que será también para nosotros un signo, una señal de lo que será siempre la vida del cristiano, la pascua.
No faltará la pascua en nuestra vida, pero que siempre nosotros queremos ver como el paso de Dios. Un paso de Dios que siempre nos ha de conducir a ese paso de la muerte a la vida, porque el paso de Dios será siempre un rayo de luz, una puerta de esperanza, un camino e itinerario de vida. Pero la luz tiene que vencer las tinieblas, la esperanza tendrá que sobreponerse sobre todos los momentos oscuros que podamos tener en la vida, y ese itinerario que nos lleva a la vida ha de pasar en no pocos momentos por el camino de la pasión y de la muerte. Y todo eso se puede traducir de forma muy concreta en la vida en esos problemas, en esos contratiempos, en esa oposición que muchas veces vamos a encontrar.
Los mártires fueron testigos capaces de dar la vida desde la fe y el amor con que vivían el camino de Jesús. No temieron derramar su sangre porque además nadie ama más que aquel que es capaz de dar la vida por el amado. Por eso el martirio y la persecución ha estado siempre presente en la vida de los cristianos y de la Iglesia a lo largo de los siglos. Y ha sido esa semilla de la sangre derramada de los mártires la semilla de nuevos cristianos, la semilla de una vida más floreciente para la Iglesia porque siempre se siente fortalecida en el Señor.
De forma cruenta como aquellos que fueron capaces de dar su vida derramando su sangre, o de forma menos cruenta en quienes sufren el oprobio por manifestar su fe, el aislamiento quizá de una sociedad que no quiere saber de valores espirituales y que siente alergia por el sentido cristiano de la vida, de muchas maneras en que sufrimos el desdén de los que están a nuestro lado o hasta los intentos de descalificación de lo que es nuestra vida, son algunas de las formas cómo podemos sufrir esa persecución por sentirnos orgullosos del nombre de cristianos y con lo que tenemos que convertirnos en testigos, en verdaderos mártires, en nombre de nuestra fe.
La celebración de los santos inocentes es para nosotros un recuerdo de esa presencia de la pascua en nuestra vida en tantas formas de persecución que podamos sufrir y al mismo tiempo es un aliciente que nos llena de esperanza y nos hace permanecer con más fortaleza en el testimonio de nuestra fe.

viernes, 27 de diciembre de 2019

Navidad ha tenido que ser para nosotros un descubrir y palpar la presencia del Emmanuel en medio de nosotros que nos haga crecer en la fe y anunciarlo


Navidad ha tenido que ser para nosotros un descubrir y palpar la presencia del Emmanuel en medio de nosotros que nos haga crecer en la fe y anunciarlo

1Juan 1, 1-4; Sal 96; Juan 20, 2-8
‘Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida…  Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos…’
Así comienza la primera carta de Juan. No puede callar lo que ha visto y oído. Es su anuncio. Es su testimonio. Es, podríamos decir, la motivación de su evangelio, del anuncio de la Buena Nueva que no puede menos que hacer, la motivación de su vida, del testimonio que con palabras y con su propia vida nos ofrece.
En esta cercanía de la navidad, dentro de la misma solemnidad de la octava de la navidad donde podría parecer que no cabrían otras fiestas, sin embargo la liturgia nos ofrece como ayer lo hiciera con Esteban y mañana con los santos Inocentes, hoy la fiesta de san Juan Evangelista. El discípulo amado de Jesús que tan cerca estuvo siempre de Jesús, pues recostó su pecho sobre su costado en la cena pascual, pero más aun estuvo al pie de la cruz para recibir como herencia a su madre que iba a ser la madre de todos los creyentes.
Pero hoy en el evangelio veremos que será el primero de los discípulos, de los apóstoles que llegara al sepulcro vacío de Jesús en la mañana de la resurrección. Tras el anuncio de María Magdalena y de las demás mujeres que habían sido las primeras que habían acudido al sepulcro con el deseo de embalsamar el cuerpo de Jesús, Pedro y Juan corren por las calles de Jerusalén para comprobar por sí mismos lo que les habían anunciado las mujeres. Juan llega primero, pero por deferencia hacia Simón Pedro lo deja entrar antes, pero como nos dirá en el propio evangelio, entró, vio y creyó. El sepulcro estaba vacío, las vendas y el sudario doblados cada uno por su parte, y allí no estaba el cuerpo de Jesús. ‘Vio y creyó’, es la conclusión final. Y como nos dice hoy en la carta ‘eso que hemos visto y oído os lo anunciamos…
Creo que no es necesario darle más vueltas para sacar conclusiones de todo esto para nuestra vida. ¿Estaremos haciendo como Juan? Claro que necesitaremos su fe y su amor. Necesitaremos abrir bien los ojos para descubrir con claridad el misterio que estamos celebrando. Como tantas veces hemos reflexionado hay muchas cosas que nos pueden distraer, aun con la mejor de las intenciones. Es lo que Juan supo descubrir cuando aquella mañana fue al sepulcro. No se quedó en lo superficial o en las posibles consideraciones que otros pudieran hacer. ‘Vio y creyó’. ¿Hemos llegado a ver de verdad el misterio de Dios que celebramos en la navidad? ¿Hemos llegado a ver, a descubrir, a sentir la presencia del Emmanuel o todo se ha quedado en lo superficial?
Si no hemos llegado a descubrir y sentir en nosotros la presencia del Emmanuel es que no hemos ido por buen camino en nuestra celebración de la navidad; algo nos ha faltado o algo nos ha sobrado, el hecho es que hemos andado distraídos. ¿Qué es entonces lo que vamos a anunciar? Puede ser el gran fallo que hemos tenido tantas veces y por eso el anuncio que hacemos algunas veces parece que no tiene valor y no es tan efectivo como tendría que ser. Porque si anunciamos la Palabra viva siempre será vida para nosotros y para los demás.

jueves, 26 de diciembre de 2019

No separamos el nacimiento de Jesús de la Pascua uniendo la alegría de la navidad con lo que tiene que ser nuestra entrega de amor hasta el martirio como Esteban


No separamos el nacimiento de Jesús de la Pascua uniendo la alegría de la navidad con lo que tiene que ser nuestra entrega de amor hasta el martirio como Esteban

Hechos 6, 8-10; 7, 54-60; Sal 30; Mateo 10, 17-22
Las pajas del pesebre que hizo de cuna de Jesús están manchadas de sangre. Por mucho que queramos adornar de una imagen bucólica el lugar donde fue recostado Jesús nada más nacer, no podemos restarle la pobreza y la dureza llena de sinsabores de unas frías pajas en un pesebre casi abandonado en los helados campos de Belén. ¿Será un anuncio de pascua?
No sé si habréis dormido en un duro y frío colchón de paja. No me avergüenzo de confesarlo que en mi niñez era habitual en la pobreza de nuestras casas los colchones se llenaran de paja, de los arropes que se quitaban a las piñas de maíz (fajina del millo decimos en nuestra tierra canaria) y a lo sumo de clines que si en principio podrían parecer esponjosos pronto se llenaban de nudos y durezas y su polvillo levantaba picores nada cómodos en nuestros cuerpos. Yo lo viví y agradezco a mi familia una pequeña almohada en este caso rellena de lana de oveja que aún conservo que era lo único suave que encontraba en mi dormir infantil.
Válganos este como paréntesis que nos hemos hecho para ayudarnos en la reflexión que pretendemos hacernos. Ya decíamos que las pajas del pesebre que hizo de cuna de Jesús recién nacido están manchadas de sangre. Hoy en el primer día de Navidad celebramos un martirio, el protomártir Esteban. Podría parecernos que no cabe en la alegría de la fiesta que estamos celebrando el que aparezca la muerte, en que aparezca el martirio. Pero ¿qué es el martirio sino la más sublime ofrenda de amor cuando entregamos la vida? ¿Qué es lo que estamos celebrando en estos días sino el amor de Dios que nos entrega a su Hijo para nuestra salvación que realizará la más sublime prueba de amor cuando en la pascua se entrega por nosotros?
Ya lo tenemos dicho todo, podríamos casi concluir. Esa sangre que hemos querido ver junto a la cuna de Jesús aquí la tenemos reflejada en el martirio de Esteban pero que nos está recordando mucho más. No tendría sentido profundo la alegría de la fiesta que estamos celebrando si no va acompañada de esa ofrenda de amor de nuestra vida. Y aunque el amor nos lleva por caminos de plenitud, el amor duele muchas veces porque nos cuesta darnos, nos cuesta arrancarnos de nosotros mismos; es ese frío que se nos mete en el corazón, son esas durezas que tantas veces nos aparecen y que nos hieren el alma, es el sacrificio que tantas veces tenemos que hacer de nuestro yo, nuestros apegos, nuestras comodidades o nuestras rutinas.
Es la ofrenda de amor de nuestra vida que día a día tenemos que ir renovando en nosotros para que podamos darle sentido de plenitud a todo lo que hacemos. Nos lo está recordando el martirio de Esteban. Había sido elegido para el servicio, formaba parte de aquel grupo de los siete diáconos escogidos para que en la comunidad prestaran el servicio a las viudas y a los huérfanos, a los pobres, pero pronto su entrega se transformó en ardor por el evangelio y aquel hombre lleno de fe y de Espíritu Santo ahora con la fuerza de ese mismo Espíritu anunciaba con ardor el mensaje de Jesús. Estorbaba su presencia y lo quitaron de en medio, pero su martirio sigue gritándonos para que nosotros también seamos esos mensajeros del evangelio con nuestro espíritu de servicio y con nuestra palabra, con el testimonio de toda nuestra vida.
No olvidemos que nuestra vida tiene que ser pascua, empezando porque en nosotros mismos hemos de realizar ese paso de la muerte a la vida en la transformación de nuestro corazón, pero no olvidando el mensaje que tenemos que anunciar aunque en nuestra vida haya sacrificio porque siempre tiene que estar presente el amor.

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Celebrar la navidad de Jesús hoy nos compromete a ser signos con el testimonio de nuestra vida de una auténtica navidad


Celebrar la navidad de Jesús hoy nos compromete a ser signos con el testimonio de nuestra vida de una auténtica navidad

 Isaías 9, 1-6; Sal 95; Tito 2, 11-14; Lucas 2, 1-14
¡Es navidad! No hace falta decirlo, me vais a comentar. Todo en el ambiente nos recuerda que es navidad, el ambiente de nuestras calles con sus luces y con sus adornos, el encuentro familiar en las cenas navideñas, las bonitas palabras que todos nos decimos llenas de buenos deseos, un cierto sentido especial que parece que nos hace más buenos y más pacíficos… todo nos está hablando de que es navidad.
¡Es navidad! Tenemos que repetir aunque parezcamos cansinos porque en todo lo que hasta ahora hemos dicho con sus buenos deseos, sus buenas palabras y sus buenos gestos parece que anda cojo si no llegamos a repetir con insistencia. ¡Es navidad! Es la natividad del Hijo de Dios que se hizo hombre, se encarnó en el seno de María y nació en Belén. Y es que sin esto no podemos llegar a decir en verdad que es Navidad.
Un hecho que pudo haber pasado desapercibido en los campos de Belén, porque quizá el nacimiento de un niño no afectara mucho más allá de lo que son sus familiares o las personas cercanas en vecindad. Pero el nacimiento de aquel niño lo seguimos recordando, lo seguimos celebrando con el paso de los siglos y ya no solo fue acontecimiento para los más cercanos sino que ha marcado la historia de la humanidad y hoy desde todos los rincones de la tierra de una forma de otra todos celebramos Navidad.
Pero Navidad, lo que hoy celebramos, no es solo el recuerdo de algo pasado sino que es algo que se hace vivo y presente en el hoy de nuestra historia y de nuestra vida. La Buena Noticia que resonó en aquella noche en los campos de Belén sigue siendo Buena Noticia que ha de seguir resonando en los campos de nuestra historia de hoy, es Buena Noticia también para el hombre y la mujer del siglo XXI.
Ya escuchamos en el evangelio el relato. Una orden de empadronamiento hizo caminar a José y a María desde Nazaret en la lejana Galilea hasta Belén, por ser José del linaje de David. Maria estaba encinta y le llegó la hora del parto; no había sitio para ellos en la posada – quizá las aglomeraciones de todos los venidos con el mismo motivo, o quizá la incomodidad que podría significar para el posadero una mujer a punto de dar a luz – y un establo en las afueras de la ciudad les sirvió para guarecerse. Y ‘mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre’. Así con humilde sencillez nos relata el evangelista la gran noticia de la historia y que hoy seguimos recordando y celebrando.
‘Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres… la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo, el cual se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo de su propiedad’. Así teológicamente nos lo explicaba el apóstol. La manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. Allí se manifestó - ¡y de qué manera! – la gloria del Señor.
Es lo que nos sigue narrando el evangelio. Nos habla de unos pastores que en la noche estaban cuidando sus rebaños; y hasta allí llega la manifestación de la gloria de Dios entre los resplandores del cielo con la aparición de los ángeles que les hacen el gran anuncio, la buena nueva de la Salvación. ‘No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre’.
Una gran noticia que será motivo de alegría para todo el pueblo, que sigue siendo motivo de gran alegría para los hombres de todos los tiempos, que tiene que ser motivo de gran alegría para los hombres y mujeres de hoy. Cuando nosotros hoy estamos celebrando con gran alegría el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre, tenemos que ser también esos mensajeros, esos portadores de evangelio, de la Buena Noticia de Jesús a todos los hombres de nuestro mundo.
La oscuridad tiene que volverse luz, la esclavitud y la opresión tiene que volverse libertad, la desilusión y la desesperanza en que vivimos tantas veces tiene que convertirse en esperanza cierta y en seguridad de salvación, el mundo de vanidad, de hipocresía y de mentira en el que nos sentimos tan inmersos tiene que transformarse en autenticidad y en verdad, el mundo duro y violento lleno de injusticia y de maldad ha de sentirse nuevo siendo un mundo de paz y de justicia. Y eso es posible, aunque tantas veces estemos como desencantados de la vida y los derroteros por los que camina nuestro mundo. Podemos hacer un mundo nuevo, podemos transformar los corazones, podemos sentir de nuevo la paz en unos corazones renovados, podemos comenzar a mirar con una mirada nueva, una mirada limpia, una mirada de luz.
¿Podemos encontrar señales de que eso es posible? Los ángeles les dieron una señal a los pastores para que encontrar al Salvador que les había nacido, ‘encontraréis un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre’. Es la señal que nosotros también vamos a encontrar en Belén, es la señal con la que iremos haciendo ese anuncio a los hombres y mujeres de hoy. No iremos a hacer ese mundo nuevo con la prepotencia de los poderosos, sino con la humilde y sencilla presencia de un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.
Así con la sencillez y la humildad de los pobres iremos nosotros dando la gran noticia, haciendo el anuncio de esa Buena Nueva de salvación que es también para los hombres de hoy. Porque tenemos que ir, como fueron los pastores, allí donde hay pobreza y sufrimiento, allí donde hay dolor y sufren los corazones desgarrados por tantas amarguras, allí donde están los que se sienten solos, nadie atiende o nadie se preocupa de ellos… allí llevaremos la gran noticia de Jesús, pero es que allí nos vamos a encontrar con Jesús. No olvidemos lo que un día nos dirá: ‘lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos a mí me lo hicisteis’. Será Buena Nueva que llevemos, pero será también Buena Nueva que encontremos, porque así nos encontraremos con Jesús.
Es Navidad, comenzábamos diciendo, pero veamos ahora con sinceridad como será una auténtica Navidad para nosotros hoy, cuál es la auténtica navidad de la que vamos a hacer anuncio. Nos podrá parecer que hay muchos más interesados en otro estilo de navidad, pero a esos también hemos de hacer nuestro anuncio.
Por nuestras actitudes y comportamientos, por nuestra manera de vivir, ¿seremos nosotros signos de una auténtica navidad en nuestro mundo de hoy?

martes, 24 de diciembre de 2019

Bendigamos al Señor con la más absoluta seguridad y certeza de que viene a nosotros con vida y salvación y se disipen para siempre dudas y temores


Bendigamos al Señor con la más absoluta seguridad y certeza de que viene a nosotros con vida y salvación y se disipen para siempre dudas y temores

2Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16; Sal 88; Lucas 1,67-79
El momento es inminente. ‘Hoy sabréis que vendrá el Señor y mañana contemplaréis su gloria’, cantan las antífonas litúrgicas en esta víspera de la Navidad del Señor. Son momentos de esperanza cierta, de esperanza en la que comenzamos a saborear de antemano la alegría, de alabanza y de acción de gracias, de ultima puesta a punto del corazón para recibir al Señor que viene.
Mañana contemplaremos su gloria en el niño recién nacido recostado entre las pajas de un pesebre, contemplaremos la gloria del Señor en la pobreza y la humildad de quienes no tienen donde guarecerse, porque para ellos ni en la posada hay sitio, contemplaremos su gloria en la mejor lección de vida de cómo Dios quiere ser en verdad Emmanuel y estar con nosotros, anonadándose, metiéndose en nuestra carne dolorida y en el corazón atormentado quizá porque no tiene paz.
Es la visita de Dios a su pueblo para estar con nosotros, para derramar y derrochar su misericordia sobre todos aquellos que sufren en la desesperanza y en la oscuridad porque para nosotros comenzará a brillar una luz nueva. Es posible la esperanza de algo nuevo que nos viene a llenar de vida, solo tenemos que dejarle el portal de nuestra pobreza, el pobre pesebre de nuestro pobre y frío corazón porque El viene con su calor, el calor del amor, que hará arder con un nuevo fuego, un fuego divino de amor nuestra vida.
Hoy, en esta víspera de la llegada del Señor, queremos tomar las palabras del anciano Zacarías para también bendecir nosotros al Señor que viene a visitar a su pueblo, a derramar su misericordia sobre nosotros suscitando una fuerza de salvación para nosotros y para nuestro mundo. ‘Bendito sea el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo suscitándonos una fuerza de salvación, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas’.
Las promesas se cumplen porque la Palabra de Dios es fiel. Y la Palabra de vida se hace vida en nosotros para arrancarnos del mal para siempre, para curar nuestras heridas y dolores, para aliviar nuestro corazón atormentado dándonos de nuevo la paz. Cuánto necesitamos de esa paz en nuestro corazón para que no nos sintamos agobiados nunca más por muchos que sean los problemas que puedan ir apareciendo en nuestra vida. El es nuestra paz; dejemos que se aposente en nosotros y podamos sentir esa paz en nuestro corazón; dejémonos hacer por el Señor que viene no poniendo resistencia a su gracia, aunque haya momentos en que no sabemos lo que queremos o el sentido de lo que nos sucede. El viene a darnos siempre lo mejor. La visita de Dios es siempre visita de salvación.
‘Bendito sea Dios que por su entrañable misericordia nos visitará el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz’. Bendigamos al Señor con la más absoluta seguridad y certeza de que viene a nosotros con vida y salvación. Que se disipen nuestras dudas y temores. Que seamos capaces de poner toda nuestra confianza porque en verdad nos hagamos disponibles para Dios, dejándonos conducir por sus caminos. Tenemos la certeza de que son caminos de vida y de amor.

lunes, 23 de diciembre de 2019

Cuando contemplamos el nacimiento de Juan recordemos que hoy somos nosotros, creyentes en Jesús, los precursores ante el mundo del Evangelio


Cuando contemplamos el nacimiento de Juan recordemos que hoy somos nosotros, creyentes en Jesús, los precursores ante el mundo del Evangelio

Malaquías 3, 1-4. 23-24; Sal 24; Lucas 1, 57-66
Se nos adelanta la alegría; ya hoy pregustamos lo que es la alegría del nacimiento cuando contemplamos en el evangelio el nacimiento de Juan. ‘A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella’.
Las montañas de Judea se llenaron con la alegre noticia de que Isabel había dado a luz un niño. La noticia corría de boca en boca y todos se alegraban con Isabel porque ‘el Señor le había hecho una gran misericordia’. Pero era solo un anticipo y a nosotros nos vale para empezar a pregustar lo que será la alegría de la Navidad. Mañana en la noche explosionará la alegría llenando al mundo de luz y de esperanza cuando celebremos el nacimiento de Jesús. Nos vale esta alegría que hoy ya estamos saboreando en el nacimiento de Juan para preparar nuestros gustos, nuestros sentidos, nuestra vida y nuestro corazón para la alegre noticia que los Ángeles en la noche de Belén nos anunciarán.
Juan era el anticipo de lo ya inminente. Era el nacimiento del Precursor, del que venía a preparar los caminos y así nosotros hemos de vivirlo. A lo largo del Adviento muchas veces hemos escuchado su palabra y contemplado su testimonio. Que hoy sea un nuevo toque de atención, si acaso todavía no nos hemos preparado debidamente. No olvidemos aquellas palabras de Juan cuando la gente venía para que les dijera qué es lo que tenían que hacer. Invitaba a vivir la vida con responsabilidad, a ser generosos en el compartir y a cambiar las actitudes del corazón que se tradujeran en nuevas obras de vida.
Son palabras que tenemos que seguir escuchando nosotros hoy para que realizando esa transformación de nuestras corazón y nuestras vidas hagamos el gran anuncio que tiene que llenar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo de esperanza. No olvidemos que de alguna manera nosotros los que creemos y seguimos a Jesús somos los precursores ante el mundo que nos rodea de ese anuncio de evangelio. Nuestras vidas tienen que ser testimonio, nuestra manera de hacer las cosas, la generosidad de nuestro corazón, la responsabilidad con que asumimos la vida. Es nuestra sabiduría y nuestra riqueza la que tenemos que manifestar al mundo, la que tiene que convertirse en testimonio de que es posible un mundo nuevo; lo expresaremos con nuestra propia vida.
No nos preocupemos tanto de preparar cosas para la navidad, sino preparemos el corazón. No busquemos regalos que llevar a los demás sino encontremos en Jesús el gran regalo que Dios nos hace y sea nuestra vida llena de Jesús la que regalemos a los demás con nuestro amor, nuestra cercanía, nuestra sonrisa, nuestra delicadeza y nuestros detalles. En esos pequeños detalles estaremos regalando la verdadera alegría a los demás.


domingo, 22 de diciembre de 2019

Sin dejarnos encandilar encontremos las señales para llegar a Belén y acoger la visita de Dios y podamos decir hoy ha llegado la salvación a esta casa


Sin dejarnos encandilar encontremos las señales para llegar a Belén y acoger la visita de Dios y podamos decir hoy ha llegado la salvación a esta casa

Isaías 7, 10-14; Sal 23; Romanos 1, 1-7;  Mateo 1, 18-24
Ya estamos a las puertas, pero aun no hemos llegado. Un largo recorrido hemos venido haciendo porque queremos llegar a Belén, queremos llegar a la Navidad. Pero ¡cuidado! Puede haber señales confusas, señales que sean como señuelos que nos engañen y al final no terminemos de dar bien esos pocos pasos que nos faltan para llegar a Belén, para llegar a la navidad.
Las luces nos pueden encandilar y no terminamos de ver la verdadera señal. Cuando las cosas son inminentes aumentan los nervios y las carreras, pero son momentos propicios para la confusión y nos engañemos con las señales que nos parece ver. Muchas luces centellean en nuestro alrededor porque es navidad; muchos reclamos de cosas que tenemos que hacer, de comidas que tenemos que preparar, de regalos que hemos de envolver muy bien y al final no nos demos cuenta donde está el verdadero regalo, un juego del amigo invisible pero que el verdadero regalo se extravía y no termina de llegar a donde debe ir.
Muchas de todas esas cosas que nos rodean hemos de reconocer que realmente son cosas buenas; bueno es volver a hacer renacer el cariño familiar, las amistades que se habían enfriado; buenas son las palabras bonitas de nuestros buenos deseos que parece que por unos días nos hace más atentos los unos de los otros, pero cuidado que sean como un fuego de artificio que lo vemos bonito un instante pero al que luego sigue de nuevo la oscuridad.
Cuidado que con todo buen deseo hayamos humanizado tanto la navidad que se quede solo a ras de tierra, que ya no busquemos realmente el digno lado humano sino que lo hayamos convertido todo en un subproducto del consumismo y de la fantasía que nos lleva por caminos no de navidad sino de vanidad – cuidado que las palabras se pueden parecen pero son bien opuestas – y al final le hayamos hecho perder su profundo sentido espiritual y divino. Podemos hacer desaparecer incluso a Dios de nuestra navidad – algunos ya no utilizan ni siquiera la palabra navidad sino simplemente fiestas – y hasta llegue a ser más importante el gordinflón vestido de rojo que el propio niño Jesús.
Estamos ya a las puertas, busquemos las señales que no os engañen ni nos confundan. Vamos a Belén, vamos a la Navidad de Jesús. No lo perdamos de vista. No es un hecho cualquiera lo que vamos a celebrar;  no es una cena más en familia como tantas que tendríamos que saber hacer durante el año y no solo en esta ocasión. No son regalos efímeros lo que vamos a buscar, sino el gran regalo de Dios para la humanidad; no es un personaje cualquiera más o menos fantasioso el que vamos a recibir; no es una alegría superpuesta o alimentada para la ocasión por algunos sucedáneas que al final nos van a dejar mal sabor de boca o ardor en el estómago.
Buscamos la alegría verdadera, la luz que de verdad nos ilumina no solo con un adorno sino allá en lo más hondo de nuestra existencia; las tinieblas o las luces superficiales y llenas de fantasmas luchan contra la verdadera luz porque no tratamos de disimular situaciones más o menos pintorescas porque las llenemos de colores sino que queremos encontrarnos con la auténtica verdad de nuestra vida.
Puede que todo esto nos inquiete o nos haga hacernos preguntas. Puede que intentemos escapar como sea de esta situación y no queriendo quedar mal. El evangelio de hoy nos está poniendo las señales. Contemplamos hoy a José, que también estaba confuso y lleno de dudas porque no terminaba de ver las cosas claras y le costaba encontrar la verdadera señal que diera significado a cuanto estaba sucediendo. José estaba desposado con María, no  habían vivido juntos y resultó que ella esperaba un hijo. No lo entendía, pero no quería poner maldad en su corazón y buscaba salidas. Pero en el fondo era un hombre verdaderamente creyente y abrió su corazón a la voz de Dios que le revelaba sus planes, que le revelaba también el lugar que él había de ocupar en esos planes de Dios.
El evangelio nos habla de la visión de un ángel en sueños que es una manera de expresar en la Escritura cómo se revelaba Dios. Y El encontró la señal, porque apareció lo anunciado en el texto de la Escritura. Lo que estaba sucediendo más allá de todo lo hermoso que significa siempre la maternidad y el nacimiento de un hijo tenía una trascendencia, porque la señal estaba en aquella doncella que daría a luz un hijo que sería el Emmanuel, el Dios con nosotros.
Esa es la señal verdadera que tenemos que buscar y tener en cuenta para poder llegar de verdad a Belén, llegar a una verdadera navidad. Ese niño que veremos nacer en Belén es el Emmanuel, es la visita de Dios a su pueblo, pero no para una visita ocasional o momentánea sino para estar para siempre con nosotros. Es el Emmanuel, es el Dios con nosotros. No lo olvidemos. Es esa navidad del Emmanuel la que vamos a celebrar, es el nacimiento de Dios hecho hombre, que se encarnó en el seno de María lo que ha de ser nuestra verdadera celebración.
Y a José se le confió poner el nombre al niño, era su padre, se llamaría Jesús porque había de salvar a su pueblo, porque es nuestro Salvador. El Dios con nosotros es nuestra salvación. ¿No tiene que ser eso el verdadero motivo, la verdadera razón de nuestra alegría? Y José se llevó a María, su mujer a su casa. Acojamos nosotros también ese misterio que se realiza en María para traerlo a nuestra casa, para plantarlo de verdad en la tienda de nuestro corazón, para que sea en verdad el centro auténtico de nuestra vida. Acojamos esa visita de Dios, si lo hacemos, como diría un día Jesús en casa de Zaqueo, hoy ha llegado la salvación a esta casa, hoy ha llegado la salvación a mi vida.