La
fiesta de los santos inocentes es un recuerdo de la presencia de la pascua en
nuestra vida y al mismo tiempo un aliciente para la esperanza en el testimonio
valiente de la fe
1Juan 1, 5-2, 2; Sal 123; Mateo 2,
13-18
En medio de la alegría de la navidad
que queremos seguir viviendo con toda intensidad sobre todo en esta semana de
la octava aparece de nuevo una celebración teñida con el rojo de la sangre. Es
la fiesta de los Santos Inocentes que celebramos en este día. Es una lástima
que hayamos envuelto esta fiesta en la picaresca de nuestras bromas e
‘inocentadas’, como solemos llamarlas y que un poco nos hace olvidar el
dramatismo que tiene este acontecimiento.
Como ya veremos en detalle cuando
celebremos la Epifanía del Señor y escuchemos con detalle el relato de Mateo
con la venida de los Magos de Oriente, por allá anda la suspicacia de quien no las tenia todas consigo, pero que
además su corazón estaba lleno de maldad y en consecuencia de desconfianzas y
sospechas. No le gustó a Herodes aquel anuncio que le hacían aquellos Magos
venidos de Oriente del nacimiento de un rey de los judíos, al que buscaban para
rendirle pleitesía.
Consultados los oráculos de los
profetas por medio de los sacerdotes del templo y maestros de la ley aparece lo
anunciado por el profeta de que de Belén de Judá ha de salir esa luz y esa
estrella. Por eso con insistencia y con la falsedad de su corazón pide a los
Magos que cuando encuentren el recién nacido rey de los judíos vengan a comunicárselo
porque él también quiere ir a adorarlo. Pero los Magos marcharan a su tierra
por otros caminos anunciado por el ángel del cielo y Herodes se ve burlado.
Es lo que hoy escuchamos en el relato
del evangelio. Manda matar en Belén y sus alrededores a todos los nacidos de
dos años para abajo según los cálculos hechos desde lo que habían comunicado
los Magos de la aparición de la estrella que les había guiado. Es la matanza de
los inocentes de Belén y sus alrededores. Ya la sagrada familia había huido a
Egipto no estando en peligro la vida del Niño Jesús.
Si cuando celebramos la fiesta del protomártir
san Esteban decíamos que las pajas del pesebre que sirvió de cuna a Jesús
estaban salpicadas de sangre, con cuánta más razón tendríamos que volverlo a
decir ahora con el martirio de estos inocentes. Vuelven a aparecer las señales
de la pascua tan presente en la vida de Jesús, pero que será también para
nosotros un signo, una señal de lo que será siempre la vida del cristiano, la
pascua.
No faltará la pascua en nuestra vida,
pero que siempre nosotros queremos ver como el paso de Dios. Un paso de Dios
que siempre nos ha de conducir a ese paso de la muerte a la vida, porque el
paso de Dios será siempre un rayo de luz, una puerta de esperanza, un camino e
itinerario de vida. Pero la luz tiene que vencer las tinieblas, la esperanza
tendrá que sobreponerse sobre todos los momentos oscuros que podamos tener en
la vida, y ese itinerario que nos lleva a la vida ha de pasar en no pocos
momentos por el camino de la pasión y de la muerte. Y todo eso se puede traducir
de forma muy concreta en la vida en esos problemas, en esos contratiempos, en
esa oposición que muchas veces vamos a encontrar.
Los mártires fueron testigos capaces de
dar la vida desde la fe y el amor con que vivían el camino de Jesús. No temieron
derramar su sangre porque además nadie ama más que aquel que es capaz de dar la
vida por el amado. Por eso el martirio y la persecución ha estado siempre
presente en la vida de los cristianos y de la Iglesia a lo largo de los siglos.
Y ha sido esa semilla de la sangre derramada de los mártires la semilla de
nuevos cristianos, la semilla de una vida más floreciente para la Iglesia
porque siempre se siente fortalecida en el Señor.
De forma cruenta como aquellos que
fueron capaces de dar su vida derramando su sangre, o de forma menos cruenta en
quienes sufren el oprobio por manifestar su fe, el aislamiento quizá de una
sociedad que no quiere saber de valores espirituales y que siente alergia por
el sentido cristiano de la vida, de muchas maneras en que sufrimos el desdén de
los que están a nuestro lado o hasta los intentos de descalificación de lo que
es nuestra vida, son algunas de las formas cómo podemos sufrir esa persecución
por sentirnos orgullosos del nombre de cristianos y con lo que tenemos que
convertirnos en testigos, en verdaderos mártires, en nombre de nuestra fe.
La celebración de los santos inocentes
es para nosotros un recuerdo de esa presencia de la pascua en nuestra vida en
tantas formas de persecución que podamos sufrir y al mismo tiempo es un
aliciente que nos llena de esperanza y nos hace permanecer con más fortaleza en
el testimonio de nuestra fe.