Navidad ha tenido que ser para nosotros un descubrir y palpar
la presencia del Emmanuel en medio de nosotros que nos haga crecer en la fe y anunciarlo
1Juan 1, 1-4; Sal 96; Juan 20, 2-8
‘Lo que
existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros
propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de
la vida… Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos…’
Así
comienza la primera carta de Juan. No puede callar lo que ha visto y oído. Es
su anuncio. Es su testimonio. Es, podríamos decir, la motivación de su
evangelio, del anuncio de la Buena Nueva que no puede menos que hacer, la
motivación de su vida, del testimonio que con palabras y con su propia vida nos
ofrece.
En esta cercanía
de la navidad, dentro de la misma solemnidad de la octava de la navidad donde
podría parecer que no cabrían otras fiestas, sin embargo la liturgia nos ofrece
como ayer lo hiciera con Esteban y mañana con los santos Inocentes, hoy la
fiesta de san Juan Evangelista. El discípulo amado de Jesús que tan cerca
estuvo siempre de Jesús, pues recostó su pecho sobre su costado en la cena
pascual, pero más aun estuvo al pie de la cruz para recibir como herencia a su
madre que iba a ser la madre de todos los creyentes.
Pero hoy
en el evangelio veremos que será el primero de los discípulos, de los apóstoles
que llegara al sepulcro vacío de Jesús en la mañana de la resurrección. Tras el
anuncio de María Magdalena y de las demás mujeres que habían sido las primeras
que habían acudido al sepulcro con el deseo de embalsamar el cuerpo de Jesús,
Pedro y Juan corren por las calles de Jerusalén para comprobar por sí mismos lo
que les habían anunciado las mujeres. Juan llega primero, pero por deferencia
hacia Simón Pedro lo deja entrar antes, pero como nos dirá en el propio
evangelio, entró, vio y creyó. El sepulcro estaba vacío, las vendas y el
sudario doblados cada uno por su parte, y allí no estaba el cuerpo de Jesús. ‘Vio
y creyó’, es la conclusión final. Y como nos dice hoy en la carta ‘eso
que hemos visto y oído os lo anunciamos…’
Creo que
no es necesario darle más vueltas para sacar conclusiones de todo esto para
nuestra vida. ¿Estaremos haciendo como Juan? Claro que necesitaremos su fe y su
amor. Necesitaremos abrir bien los ojos para descubrir con claridad el misterio
que estamos celebrando. Como tantas veces hemos reflexionado hay muchas cosas
que nos pueden distraer, aun con la mejor de las intenciones. Es lo que Juan
supo descubrir cuando aquella mañana fue al sepulcro. No se quedó en lo superficial
o en las posibles consideraciones que otros pudieran hacer. ‘Vio y creyó’.
¿Hemos llegado a ver de verdad el misterio de Dios que celebramos en la
navidad? ¿Hemos llegado a ver, a descubrir, a sentir la presencia del Emmanuel
o todo se ha quedado en lo superficial?
Si no
hemos llegado a descubrir y sentir en nosotros la presencia del Emmanuel es que
no hemos ido por buen camino en nuestra celebración de la navidad; algo nos ha
faltado o algo nos ha sobrado, el hecho es que hemos andado distraídos. ¿Qué es
entonces lo que vamos a anunciar? Puede ser el gran fallo que hemos tenido
tantas veces y por eso el anuncio que hacemos algunas veces parece que no tiene
valor y no es tan efectivo como tendría que ser. Porque si anunciamos la
Palabra viva siempre será vida para nosotros y para los demás.
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