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miércoles, 25 de diciembre de 2019

Celebrar la navidad de Jesús hoy nos compromete a ser signos con el testimonio de nuestra vida de una auténtica navidad


Celebrar la navidad de Jesús hoy nos compromete a ser signos con el testimonio de nuestra vida de una auténtica navidad

 Isaías 9, 1-6; Sal 95; Tito 2, 11-14; Lucas 2, 1-14
¡Es navidad! No hace falta decirlo, me vais a comentar. Todo en el ambiente nos recuerda que es navidad, el ambiente de nuestras calles con sus luces y con sus adornos, el encuentro familiar en las cenas navideñas, las bonitas palabras que todos nos decimos llenas de buenos deseos, un cierto sentido especial que parece que nos hace más buenos y más pacíficos… todo nos está hablando de que es navidad.
¡Es navidad! Tenemos que repetir aunque parezcamos cansinos porque en todo lo que hasta ahora hemos dicho con sus buenos deseos, sus buenas palabras y sus buenos gestos parece que anda cojo si no llegamos a repetir con insistencia. ¡Es navidad! Es la natividad del Hijo de Dios que se hizo hombre, se encarnó en el seno de María y nació en Belén. Y es que sin esto no podemos llegar a decir en verdad que es Navidad.
Un hecho que pudo haber pasado desapercibido en los campos de Belén, porque quizá el nacimiento de un niño no afectara mucho más allá de lo que son sus familiares o las personas cercanas en vecindad. Pero el nacimiento de aquel niño lo seguimos recordando, lo seguimos celebrando con el paso de los siglos y ya no solo fue acontecimiento para los más cercanos sino que ha marcado la historia de la humanidad y hoy desde todos los rincones de la tierra de una forma de otra todos celebramos Navidad.
Pero Navidad, lo que hoy celebramos, no es solo el recuerdo de algo pasado sino que es algo que se hace vivo y presente en el hoy de nuestra historia y de nuestra vida. La Buena Noticia que resonó en aquella noche en los campos de Belén sigue siendo Buena Noticia que ha de seguir resonando en los campos de nuestra historia de hoy, es Buena Noticia también para el hombre y la mujer del siglo XXI.
Ya escuchamos en el evangelio el relato. Una orden de empadronamiento hizo caminar a José y a María desde Nazaret en la lejana Galilea hasta Belén, por ser José del linaje de David. Maria estaba encinta y le llegó la hora del parto; no había sitio para ellos en la posada – quizá las aglomeraciones de todos los venidos con el mismo motivo, o quizá la incomodidad que podría significar para el posadero una mujer a punto de dar a luz – y un establo en las afueras de la ciudad les sirvió para guarecerse. Y ‘mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre’. Así con humilde sencillez nos relata el evangelista la gran noticia de la historia y que hoy seguimos recordando y celebrando.
‘Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres… la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo, el cual se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo de su propiedad’. Así teológicamente nos lo explicaba el apóstol. La manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. Allí se manifestó - ¡y de qué manera! – la gloria del Señor.
Es lo que nos sigue narrando el evangelio. Nos habla de unos pastores que en la noche estaban cuidando sus rebaños; y hasta allí llega la manifestación de la gloria de Dios entre los resplandores del cielo con la aparición de los ángeles que les hacen el gran anuncio, la buena nueva de la Salvación. ‘No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre’.
Una gran noticia que será motivo de alegría para todo el pueblo, que sigue siendo motivo de gran alegría para los hombres de todos los tiempos, que tiene que ser motivo de gran alegría para los hombres y mujeres de hoy. Cuando nosotros hoy estamos celebrando con gran alegría el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre, tenemos que ser también esos mensajeros, esos portadores de evangelio, de la Buena Noticia de Jesús a todos los hombres de nuestro mundo.
La oscuridad tiene que volverse luz, la esclavitud y la opresión tiene que volverse libertad, la desilusión y la desesperanza en que vivimos tantas veces tiene que convertirse en esperanza cierta y en seguridad de salvación, el mundo de vanidad, de hipocresía y de mentira en el que nos sentimos tan inmersos tiene que transformarse en autenticidad y en verdad, el mundo duro y violento lleno de injusticia y de maldad ha de sentirse nuevo siendo un mundo de paz y de justicia. Y eso es posible, aunque tantas veces estemos como desencantados de la vida y los derroteros por los que camina nuestro mundo. Podemos hacer un mundo nuevo, podemos transformar los corazones, podemos sentir de nuevo la paz en unos corazones renovados, podemos comenzar a mirar con una mirada nueva, una mirada limpia, una mirada de luz.
¿Podemos encontrar señales de que eso es posible? Los ángeles les dieron una señal a los pastores para que encontrar al Salvador que les había nacido, ‘encontraréis un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre’. Es la señal que nosotros también vamos a encontrar en Belén, es la señal con la que iremos haciendo ese anuncio a los hombres y mujeres de hoy. No iremos a hacer ese mundo nuevo con la prepotencia de los poderosos, sino con la humilde y sencilla presencia de un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.
Así con la sencillez y la humildad de los pobres iremos nosotros dando la gran noticia, haciendo el anuncio de esa Buena Nueva de salvación que es también para los hombres de hoy. Porque tenemos que ir, como fueron los pastores, allí donde hay pobreza y sufrimiento, allí donde hay dolor y sufren los corazones desgarrados por tantas amarguras, allí donde están los que se sienten solos, nadie atiende o nadie se preocupa de ellos… allí llevaremos la gran noticia de Jesús, pero es que allí nos vamos a encontrar con Jesús. No olvidemos lo que un día nos dirá: ‘lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos a mí me lo hicisteis’. Será Buena Nueva que llevemos, pero será también Buena Nueva que encontremos, porque así nos encontraremos con Jesús.
Es Navidad, comenzábamos diciendo, pero veamos ahora con sinceridad como será una auténtica Navidad para nosotros hoy, cuál es la auténtica navidad de la que vamos a hacer anuncio. Nos podrá parecer que hay muchos más interesados en otro estilo de navidad, pero a esos también hemos de hacer nuestro anuncio.
Por nuestras actitudes y comportamientos, por nuestra manera de vivir, ¿seremos nosotros signos de una auténtica navidad en nuestro mundo de hoy?

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