Bendigamos
al Señor con la más absoluta seguridad y certeza de que viene a nosotros con
vida y salvación y se disipen para siempre dudas y temores
2Samuel
7,1-5.8b-12.14a.16; Sal 88; Lucas 1,67-79
El momento es inminente. ‘Hoy
sabréis que vendrá el Señor y mañana contemplaréis su gloria’, cantan las
antífonas litúrgicas en esta víspera de la Navidad del Señor. Son momentos de
esperanza cierta, de esperanza en la que comenzamos a saborear de antemano la alegría,
de alabanza y de acción de gracias, de ultima puesta a punto del corazón para
recibir al Señor que viene.
Mañana contemplaremos su gloria en el
niño recién nacido recostado entre las pajas de un pesebre, contemplaremos la
gloria del Señor en la pobreza y la humildad de quienes no tienen donde guarecerse,
porque para ellos ni en la posada hay sitio, contemplaremos su gloria en la
mejor lección de vida de cómo Dios quiere ser en verdad Emmanuel y estar con
nosotros, anonadándose, metiéndose en nuestra carne dolorida y en el corazón
atormentado quizá porque no tiene paz.
Es la visita de Dios a su pueblo para
estar con nosotros, para derramar y derrochar su misericordia sobre todos
aquellos que sufren en la desesperanza y en la oscuridad porque para nosotros
comenzará a brillar una luz nueva. Es posible la esperanza de algo nuevo que
nos viene a llenar de vida, solo tenemos que dejarle el portal de nuestra
pobreza, el pobre pesebre de nuestro pobre y frío corazón porque El viene con
su calor, el calor del amor, que hará arder con un nuevo fuego, un fuego divino
de amor nuestra vida.
Hoy, en esta víspera de la llegada del
Señor, queremos tomar las palabras del anciano Zacarías para también bendecir
nosotros al Señor que viene a visitar a su pueblo, a derramar su misericordia
sobre nosotros suscitando una fuerza de salvación para nosotros y para nuestro
mundo. ‘Bendito sea el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a
su pueblo suscitándonos una fuerza de salvación, según lo había predicho desde
antiguo por boca de sus santos profetas’.
Las promesas se cumplen porque la
Palabra de Dios es fiel. Y la Palabra de vida se hace vida en nosotros para
arrancarnos del mal para siempre, para curar nuestras heridas y dolores, para
aliviar nuestro corazón atormentado dándonos de nuevo la paz. Cuánto necesitamos
de esa paz en nuestro corazón para que no nos sintamos agobiados nunca más por
muchos que sean los problemas que puedan ir apareciendo en nuestra vida. El es
nuestra paz; dejemos que se aposente en nosotros y podamos sentir esa paz en
nuestro corazón; dejémonos hacer por el Señor que viene no poniendo resistencia
a su gracia, aunque haya momentos en que no sabemos lo que queremos o el
sentido de lo que nos sucede. El viene a darnos siempre lo mejor. La visita de
Dios es siempre visita de salvación.
‘Bendito sea Dios que por su
entrañable misericordia nos visitará el sol que nace de lo alto para iluminar a
los que viven en tiniebla y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por
el camino de la paz’. Bendigamos al
Señor con la más absoluta seguridad y certeza de que viene a nosotros con vida
y salvación. Que se disipen nuestras dudas y temores. Que seamos capaces de
poner toda nuestra confianza porque en verdad nos hagamos disponibles para
Dios, dejándonos conducir por sus caminos. Tenemos la certeza de que son
caminos de vida y de amor.
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